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Ayer estuve en la inauguración del templo parroquial de Calera de León, una joya de la Extremadura templaria que ha estado más de tras años en barbecho. Lo hice porque me encanta la iglesia (y ahora, ¡qué bonita, más todavía!), porque estuve predicando la novena de la Virgen de Tentudía en septiembre y la gente de Calera me cae bien (empezando por Puri, la secretaria del obispado en Mérida, que me ha enviado esta foto), y sobre todo para agradecerle a mi compañero Juan Apolo lo que él yo sabemos y que pertenece a la pequeña historia del curso pasado en Monesterio.
No se si a Juan le gustan los toros. Después de estar un momento en Calera, ver la iglesia y saludarlo, me fui a Monesterio a comer con mis amigos Mamen Torralba, Lourdes, y el matrimonio
Morquechuelo (...), y luego pasé la tarde con mi sobrinos. Entre partido de fútbol y partida de oca (yo reventao) echábamos un vistazo a la útima corrida de la feria de abril en Sevilla, la de los Miuras. Mi cuñao Juan Carlos me explica que son unos toros muy difíciles y en los que es complicado lucirse, así que los toreros no son
primeras figuras, sino más bien "fajadores", secundarios que tienen que aceptar este ganado si quieren torear en la Maestranza. La faena del Fundi me impactó: cómo se peleó con el toro, cómo luchó contra él, con qué honestidad y valentía se enfrentó a esa "alimaña" que le pegó por todos lados... No se llevó premio porque mató a la tercera estocada, pero se le veía contento por haber sacado el máximo y con muchísimo trabajo.
Todo el rato el Fundi me recordó a mi compañero. Es un cura de pueblo honesto, valiente, muy trabajador; no está considerado en nuestro gremio como una "estrella" (igual que yo), y por eso quizá ayer no había ningún "gran jefe" en el evento... Es un cura al que ya la necesidad o la frivolidad de la institución le hizo trasladarse no de la mejor manera y para torear en una plaza difícil y un poco convulsa en aquel momento. Pero su trabajo discreto, su hablar en
Roman Paladino, su no casarse con nadie y su tenacidad evangélica le han premiado con el trofeo mejor: el cariño de su gente, además de (se me olvidaba) una preciosa iglesia prácticamente rehecha.
Los secundarios va a lo que van; no persiguen reconocimientos ni cargos, ni que les doren la píldora. No quieren ser "importantes" y se comprometen a tope con el pueblo con el que caminan. Gracias a ellos, como mi compañero Apolo, la iglesia sigue tirando y se hace creíble en el mundo de los sencillos, el pobre mundo rural lleno de secundarios a los que Dios prefiere. ¡ENHORABUENA, COMPAÑERO!