viernes, 16 de febrero de 2018

“¿HAS PENSADO ALGUNA VEZ EN SER SACERDOTE?”


Estábamos en plena pascua juvenil de Puebla de la Calzada, debió ser el sábado por la noche, después de la Vigilia. Cruzábamos el patio Antonio Rojas y yo, él blandiendo su cigarrillo y yo armado con mis símbolos de coordinador del encuentro (el megáfono y el cuaderno), cuando me soltó así, sin anestesia, esa pregunta que lo cambiaría todo: “¿Tú has pensado alguna vez en ser sacerdote?”. Era 1988, pero lo recuerdo con nitidez. Casi treinta años después, Antonio nos ha dejado rumbo a Casa (ver reseña).

Solamente coincidió con nosotros en el colegio el último año, en COU, pero su llegada supuso una auténtica revolución por su cercanía, su complicidad con los jóvenes, su capacidad de trabajo y su instinto de salesiano pateador de patio, una especie de pura cepa que creo que desgraciadamente está en extinción como las charapas del Amazonas. El coordinador de pastoral es una figura clave cuando logra galvanizar iniciativas, canalizar la participación, animar procesos… De pronto los grupos de Cristo Vive se pusieron las pilas, ese despacho estaba siempre lleno de gente tanto como de humo, sacamos adelante el teatro, mi madre decía que “te van a poner una cama en el colegio”, y el alma de todo eso era Antonio el zopa.

El chat de mi curso se conmocionó el otro día. Kiko dice: “Muy buena gente. Tenía su arranque, pero era buena gente. Y convirtió a una banda en un grupo de `Coros Angélicos`. Le tenía mucha estima”. Y es que lo del coro fue insuperable y nunca lo hemos olvidado. Esos ensayos, cuando le cabreábamos y echaba a Campos (“Son sus ojos dos luceros...”, ¿te acuerdas? Nos metíamos con su estrabismo), pero luego aquellos éxitos en la fiesta de María Auxiliadora o los Juegos Florales. Cuántas veces hemos cantado en la noche saliendo de litronas:

Los coros angélicos
cantan a porfía:
A-a-a-ave María.
Ave Mari-í-a.

Cuando ya estaba en la Congregación descubrí que Antonio tenía una espina clavada: nunca le nombraron director. Pertenecía a una clase de salesianos más bregadores y menos “estrella”, creo que considerados de alguna manera como de menos categoría que otros, relegados siempre a unos ciertos puestos y no elegidos para el servicio de la autoridad, ese eufemismo de “mandar”. El caso es que tenía una inteligencia brillantísima (Sofía dice que ¡radiaba en latín partidos de fútbol en clase!), una memoria prodigiosa y un talento innato para la música. Años después de irse de Mérida estudió en Salamanca Teología Bíblica, y de vez en cuando sacaba la cartera y me mostraba el resguardo de su título. Era una especie de revancha contra los que le hacían de menos, pa que vean lo que valgo, coño. Jaja.

Y vaya si valía. Con él se estaba bien. Así de simple. “Qué buenos ratos hemos pasado con él”, dice Rosa Becerra, y es verdad. En eso se parecía a Don Bosco, nos hacía sentir a cada uno que éramos sus favoritos, y esa es cualidad hermosísima y rara. A pesar de su carácter (te mandaba a la m. como le agarraras con los cables pelados), los muchachos conocíamos cómo era su corazón y no le pasábamos la factura. “Una gran persona y buen maestro”, dice mi madrina Rocío. “Buen amigo, buen salesiano… y buenas copas que nos tomamos juntos”, y es que él acudió a alguno de nuestros aniversarios de promoción, siempre fuimos sus niños. “Un buen tío”.

Mi madre le tenía un poco de inquina porque decía que me había convencido para meterme a fraile, pero con el tiempo, cuando conoció más las cosas de la Congregación por dentro, hizo las paces con él. Como yo era un salesianito de buenas notas y prometedor (jaja, me hace risa eso ahora), hubo otros que procuraron abducirme y durante algunos años Antonio y yo estuvimos más distanciados. Pero cuando llegó el momento de la ordenación sacerdotal (ya había dejado el fumique años atrás), fui a él a quien escogí para que aquel día me pusiera la casulla. Los dos nos sentíamos orgullosos y emocionados, y yo sabía que además él estaba feliz de que ningún otro se pudiera apuntar un tanto que era únicamente suyo.

O no. Porque lo que aquella noche le respondí fue: “Sí, hace un rato, en la celebración, me he planteado algo así”. No caí entonces en que la pregunta fue por ser cura, no por ser salesiano, pero con el paso de los años y los acontecimientos lo he ido comprendiendo. No me ha dado tiempo a conversar con él sobre esa clarividencia y esa generosidad, pero ahora Antonio, amigo, ya lo sabes. Espero que no sea tarde para decirte cuánto te quiero y lo importante que has sido para mí y tantos de nosotros. José Ignacio te llama “Un cura de `al pan, pan y al vino, vino`”. Estarás celebrando la Eucaristía definitiva con el pan de la vida y el vino de la alegría eterna. Provecho.

1 comentario:

Pepa dijo...

Qué bonito escribes y con.qué sentimiento.Por eso me gusta tanto leerte..Porque cuando lo hago,parece como si yo edtuviera también metida en cada historia.Rezo por ti.
Un furte abrazo.