miércoles, 29 de junio de 2016

TREMENDO MES DE JUNIO


El otro día, al salir de la capilla de Calohuayco, unas lanzás me agarran para bailar unos huaynos. Empezamos a brincar y chaaauuuu me doy cuenta de cómo me duelen mis gemelos, mis piernitas enteras. Pienso por qué y... claro, es normal, el mes que termina me pasa factura, estoy un poco hechecito mazamorra.

Reviso el calendario y veo que en junio he estado un total de diecisiete días fuera de casa. He visitado las dos montañas, y dentro de ellas, lugares de los más alejados: Nuevo Chacha, El Paujil... Y además Perlamayo y Porvenir para no perder la forma. He caminado durísimo y mi cuerpo nota el desgaste. Debe de ser como el Tour de Francia, cuando los ciclistas llevan ya dos semanas rodando y el cansancio acumulado les consume las fuerzas.

Además está el estrevejí (palabra valenciana) de ir de un sitio para otro, dormir cada día en un lugar (en un cuarto solo, en una casa de muesca con una abuela y su nieto, con Johny los dos en un colchón infantil con las patas fuera, en una botica...), comer arroz con pollo para desayunar, almorzar y cenar (se me pone cara de chino y me salen plumas), beber las aguas que pilles, ir al baño en medio de la selva, ducharte en la oscuridad de la noche y luchar contra la fauna de cucas y zancudos que hay por esos mundos. Una itinerancia que tiene su gracia pero que te saca el ancho ricamente.

En tantos días desaparecen un par de kilos y ocurren muchas anécdotas chistosas. En Nuevo Chachapoyas me fui a dormir la siesta en una casa, y cuando desperté resulta que me habían cerrado con candado y no podía salir. Me di cuenta entonces de que estaba en una bodega (una tiendita donde hay de todo) y pensé: "Bueno, al menos no pasaré hambre, si nadie llega me jinco toditas las galletas que veo acá". Jeje.

En Luz del Oriente no hallamos a nadie con quienes teníamos cita. Fuimos a casa de Anita y ¡la casa no estaba! En estos sitios todo puede cambiar de un momento a otro. Pero había una reunión de padres de la escuelita y ahí nos colamos. Al final de la conversa me permiten decir unas palabras y yo invito a todos a la reunión y a la Eucaristía que tendremos a partir de las 8 de la noche. Ninguno de los asistentes vino más tarde, acudieron personas que no habíamos visto por la tarde. ¿Quién lo entiende?

San Antonio estaba de fiesta patronal. Bendije la nueva capilla con todo y santito, y tras la misa comenzó la procesión. Hay un momento en que veo que las andas del santo entran en una casa. "¿Pues? - pregunto. ¿Pasa algo?". "Nada padrecito, el santo ya se queda acá, porque la iglesita no cierra bien y puede pasar algo". Pues nada, allí mismo me quité los trapos y pasamos a otra cosa. Con naturalidad, como todo por acá.


Había otra reunión de padres en Zarumilla, pueblo grande, esta vez en el colegio de secundaria, y allí me encajé de nuevo. Convocan para entregar a los padres las libretas de calificaciones y aprovechan para dar una charla. Esta vez una profe de Mendoza habló durante una hora de las relaciones familiares, y me resultó interesantísimo ver cómo se expresaba y los temas que tocó (celos, malos tratos, alcoholismo, inestabilidad, machismo...). La desestructuración de la familia es uno de los grandes problemas de este país.

Al llegar a Milpuc me esperan los agentes de pastoral en la plaza; yo pensando que vamos a ir a visitar enfermos y me llevan a la cancha a ver el Milpuc-Achamal, partidazo de rivalidad comarcal. Jaja. Y en Nuevo Porvenir faltó a la misa la mitad de la gente porque una vaca había caído en un hoyo y eso implicó a varias familias: había que trocearla para poder sacarla. He participado también en un simulacro de sismo, con todo y operativo de atención a los heridos.

Pasar tiempo en los pueblos te permite mezclarte con la gente como uno más, que se apiaden de ti recogiéndote en el carro o te inviten a leche recién ordeñada; puedes dar un paseo, aprender cómo se cosechan las piñas o ver el partido de España si alguien tiene cable. Eso sí, a mí no me dieron las notas trimestrales de mis hijos por más que me puse en la cola. Chau.

sábado, 25 de junio de 2016

HE VOTAO!!


El lunes pasado tocan a la puerta: el chico de Serpost, correos del Perú. "- Un sobre urgente para el padre César". Doña Lady lo recibe y me lo pasa al toque; lo abro y... ¡el material electoral! Leo las instrucciones y veo que el plazo para votar por correo acaba ¡mañana! Pero mañana estaré todito el día fuera. "- ¿A qué hora cierran Serpost, doña Lady? - A las cinco". Y son ¡las cuatro y media! ¡A correr!

Vuelo por las escaleras a buscar mi DNI español (menos mal que lo encuentro rápido), y mientras encargo que me hagan una fotocopia, me detengo un momento y pienso: "¿Y a quién voy a votar?". Porque yo tenía claro que prefería a Pedro Pablo Kuczynski más que a Keiko Fujimori, pero sobre España estoy pegao, no había pensado nada, y menos a medida que se acercaba el 26 de junio y no llegaba papel alguno. Y de pronto tengo que decidir en cinco minutos, "cada voto cuenta", jeje.

Han sido muchas las conversaciones sobre el proceso electoral peruano, largo, lleno de incidentes, acusaciones, debates televisados, descubrimientos desagradables, denuncias, apuestas, insultos de todo tipo... Desde enero hasta hace quince días nos hemos empapado de candidatos, propuestas, encuestas... Te vas metiendo, te explican, escuchas la radio en la ducha, lees el periódico, y al final te formas un criterio como todo el mundo.

"¿Usted a quién va a votar?", ¡cuántas veces me habrán preguntado eso! "Yo no puedo votar porque no soy peruano, soy español". Chau. Dices eso y sientes como si todo lo que vayas a decir a partir de ese momento hubiera que ponerlo entre corchetes o en sordina. Opinas pero con pies de plomo, porque aunque vives y transpiras en el Perú, y por mucho que lo ames, no puedes participar como los demás, y en la tertulia te quedas inevitablemente fuera.

Decido. Me voy dando trancos a Serpost, por poco atropello a una niña en el costado del mercado. Llego y encuentro tras la ventanilla a la señora Clarisa, siempre con esa amabilidad modulada por la experiencia; me cuenta que el sobre llegó esta mañana y que desde Chachapoyas les han insistido para que me llegue a tiempo, porque debo de ser el único español de la provincia que vota por correo. Veo cómo le coloca el matasellos con la fecha y, "vota".

Qué extraña sensación. Sufrago (acá dicen así) donde sí tengo derecho aunque allí no aporte ahora nada. Es mi terruño, me une a él una especie de cordón umbilical que nunca desaparecerá, pero la distancia me hace ajenas tantas cosas, y más la política. Pertenezco a un país que he dejado atrás mientras que me saco el ancho (trabajo a tope) en un país en el que siempre seré un extranjero, delatado constantemente por mi cara de gringo y mi forma de hablar. Es raro.

Pero estoy contento y me como unas barritas de guirlache que reservo en mi bodega privada para celebrarlo. Y hasta invito a las chicas de la Muni. Este dulce del almendras me recuerda a mi abuelo, ¿qué diría él del coleta, jeje? Se que más de uno está esperando que desvele mi voto, ¿no? Chismosos. Pues lo voy a decir: he votado a PPKUY.

lunes, 20 de junio de 2016

EL CALLEJÓN SIN SALIDA DE LOS CONVIVIENTES


En esta región del Perú en la que vivo y trabajo hay una realidad con la que cada día lidiamos: un montón de parejas no están casadas. Ni por lo civil ni por lo religioso. Son uniones de hecho no reconocidas ante ninguna instancia y que a menudo duran años, incluso toda la vida. Muchos de nuestros cristianos viven en esta situación, lo cual plantea un serio dilema pastoral.

El por qué de esta tendencia social he de estudiarlo detenidamente más a fondo. No es solo el consabido "miedo a los compromisos definitivos" que funciona como sambenito de la generación posmoderna, creo que es algo más complejo y poliédrico que tiene que ver con los relieves culturales, la visión de la vida y procesos sociales transversales como la urbanización galopante, la invasión de las tecnologías, la frecuente fragmentación de la familia peruana, la fluidez del vivir, la provisionalidad o la informalidad, que podría ser buen ejemplo de un modo de ser "económico" que se in-corpora haciéndose piel, cristalizando en maneras de estar en la vida, en carácter y en decisiones o no decisiones concretas.

Ante los "convivientes", parejas de bautizados que viven sin casarse, habitualmente abrimos el Código de Derecho Canónico como una brújula, y ahí los curas cometemos el error fundamental: manejarnos en la tarea pastoral con la ley. Y así, aplicamos a estas personas el paquete de exclusiones previsto por la norma para quienes viven en "situación irregular": no pueden acceder a varios sacramentos (la Reconciliación, la Confirmación...), no pueden ser padrinos o madrinas de Bautismo o Confirmación y sobre todo, y esto es lo que más duele, no pueden acercarse a la comunión. Eso es lo que dice la Iglesia y por tanto no hay más que hablar. Café para todos. Y así caemos en graves injusticias y producimos enormes e innecesarios sufrimientos.

Vaya por delante que me refiero a creyentes "practicantes", por usar una palabra que, aunque fea, se entiende: personas a quienes les importa la fe, que acuden habitualmente a la Eucaristía, incluso que están cercanas a la parroquia y colaboran, o participan en grupos, o asumen responsabilidades en la misión. Además, el lenguaje inclusivo ayuda porque se trata sobre todo de mujeres. Para otros que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia (sin pretender estar dentro de nadie, por supuesto), este asunto es irrelevante y no supone ningún problema.

La marea de convivientes es tan abrumadora que es experiencia de todos los días ir a pueblitos a celebrar la Eucaristía y comprobar que comulgan dos o tres fieles, habitualmente algún niño y las viejitas; el resto nada: las parejas jóvenes (que las hay y muchas), mujeres de mediana edad... En varias ocasiones he comulgado yo solo, qué triste; y cuando al final de la misa he preguntado por qué, resulta que "somos convivientes". Una desazón parecida escuece en el momento de preparar el Bautismo o la Confirmación: cuesta encontrar padrinos que estén "bien casados" o "bien solteros", es decir, que no sean convivientes. Los agentes de pastoral o los padres no recibimos a estas personas, la gente no lo comprende y reclama, nadie queda conforme y normalmente este asunto de los padrinos es un auténtico quebradero de cabeza.

Y es que el sentido común de la gente sencilla muy a menudo nos vence silenciosamente. A una señora que está todos los domingos ahí, que forma parte del grupo parroquial tal o pascual, que reza, limpia la capilla... que lleva ya quince años con su esposo (acá los llaman así) pero no se casa porque él no quiere, que tiene con él tres hijos y una relación estable sin que pueda pensarse que estén jugando a las casitas o se vayan separar... a ella no podemos darle la comunión. Pero a alguien que jamás aparece por la parroquia para nada y un día puntual llega, se la damos porque está casado por la Iglesia (y hacemos bien, desde luego). "A la señora y a su pareja hay que ofrecerles adecuadas catequesis sobre el valor del matrimonio cristiano y la familia" - dicen los entendidos. Pero si ese cartucho ya se ha gastado muchas veces y aun así el hombre no quiere casarse, ¿qué hacer? ¿Obligarle (el matrimonio sería nulo)? ¿Convencerle para que haga un paripé y nos quedemos todos tranquilos? No. El resultado: la mujer va a estar toda su vida condenada a no poder recibir el Cuerpo de Cristo sin que sea en modo alguno culpable.

O con los padrinos, más desaguisados. Hay personas que por su fe, su compromiso o su sensibilidad serían magníficos padrinos que se tomarían su oficio en serio, pero no los aceptamos por ser convivientes (una auténtica epidemia). En cambio, hay un montón de padrinos "sociológicos", para quienes poco o nada importa ser cristianos... pero reúnen el requisito de ser casados por la Iglesia. Ahí ya no pensamos más y admitimos a cualquiera con tal que cumpla con la ley, sabiendo perfectamente que no va a valer como padrino de verdad. Y así nos engañamos y simplemente no nos complicamos la vida.

Pero mira por donde el Papa Francisco ha escrito un documento en el que básicamente nos pide que nos la compliquemos. Que huyamos de cómodas simplificaciones legalistas y nos conduzcamos con la misericordia del Evangelio, en el que Jesús sabe situar muy lúcidamente el papel de las normas. Preparémonos pues a trabajar el doble, porque nuestra actual praxis no resiste un mínimo análisis pastoral honesto. Todo es más intrincado, más humano y más apasionante que lo que imaginan estudiosos teóricos en despachos de Roma. Más en la siguiente entrada.

miércoles, 15 de junio de 2016

IR LEJOS


Recién amanece en El Paujil. Llegué ayer después de ocho horas de caminata, fundidito. Tomé seis o siete vasos de agüita de naranja que Magdalena me ofrecía asombrada, me duché, cenamos con su esposo Pancho y su hija Arit a la luz de las velas, y cuando me acosté no serían ni las 8 de la noche. Ya tenía ganas de ir lejos.

Lo necesitaba. Desde diciembre no volvía a las andaduras largas, no visitaba los caseríos más alejados. Son los que no solicitan ninguna misa o procesión por la fiesta patronal, porque no tienen capilla ni santito, pero me llaman en silencio, desde sus islas de pobreza en la montaña profunda, más adentro. Hasta ellos hay que llegar.

Armo mi mochila de la montaña con una estrella en la frente. Debes hacer acopio de todo tu optimismo y toda tu paciencia al afrontar el camino, con sus barros, sus quebradas, sus tremendas subidas, resbalones, torceduras... y todo lo que pueda suceder. Ir lejos exige todas tus fuerzas, sientes crujir cada uno de los remaches de tu cuerpo, bajo la lluvia persistente o bajo el sol implacable, sumergido en los rumores silenciosos de la selva, los mismos que, en la noche, mientras descansas en un sencillo jergón, acompañan la curación de las heridas de tu cuerpo, infligidas por la crueldad del sendero y reparadas ahora con la mirada de la luna.

Hace más de nueve meses que esta gente no escucha el Evangelio y no celebra la Eucaristía... fui yo mismo el último que vino. Nos saludamos en la mísera escuelita mientras pienso que he de elegir bien las palabras de Jesús que voy a leer y a comentar, tienen que ser de las más importantes. Pero todo está sometido a los vaivenes del azar: falta gente, varias familias del caserío han viajado por las elecciones, otras están tumbadas por la gripe, y otras viven lejos y no les llegó el aviso. Con los que estamos empezamos.

Se sientan en las sillas enanas y en una especie de colchonetas cuadradas del jardín. Encienden sus linternas para leer sus cancioneros, pero cantan poco. Solo tres personas levantan la mano para comulgar, sé que hay otros que no reciben al Señor por ser convivientes y esa norma me parece aún más absurda en un lugar como éste. Les hablo de la compasión que siente Jesús hacia la viuda de Naim, pero la lluvia atiza furiosamente el tejado de calamina y eclipsa mi voz. Tienes un par de días para alcanzar este cucu del mundo y no puedes hacer nada contra la contingencia del momento.

Ir lejos. Perder de todo: tiempo, plata, salud... y ganar... ¿algo? Humanamente poco. Pero has ido. Es la experiencia original, el amor primero. Lo que me otorga identidad de enviado, da sentido a otras tareas y me recuerda por qué estoy acá. No para resolver nada ni salvar a nadie, solamente para decir a los más apartados que Diosito los quiere. Es lo que más me gusta y me hace sentir misionero por los cuatro costados; aunque a veces pienso, asaltado por el cansancio: "¡Con lo bien que estaba yo en mi casa!".

sábado, 11 de junio de 2016

UN PANELITO SOLAR Y UN COLADOR


Ir de gira por la zona jalquina es de lo más divertido. Son pueblos tan lejanos al sureste de Mendoza que están ya en la provincia de Chachapoyas, y pertenecen a la parroquia de La Jalca, pero los compañeros de allí tendrían que atravesar una cordillera caminando ocho horas para llegar, así que nos encargamos nosotros. Y aunque las casi tres horas de carretera te dejan molidito, merece la pena.

Esta vez comenzamos por Río de Pesca, adonde se llega tras un último tramo de trocha lisito, que los riñones agradecen. Acá no hay capilla, así que celebramos en la escuela; y como hoy llego con tiempo, paso a saludar y veo en la pampita de recreo un panel solar tamaño mini que alimenta un celular y una computadora escolar. Y pienso cómo aguza el ingenio el personal por estos caseríos remotos. Luego pasaré un rato con Carmen, la agente de pastoral, todavía novata, explicándole el uso del manual para las celebraciones del domingo. Todo en este pueblo está cogido con alfileres, pero es simpático, fresco e incipiente, hay que animarles mucho. Y te lo agradecen: Evangelina me sirve un locro para almorzar que me chupo los dedos.

Nueva Esperanza es el núcleo más importante de la comarca, y allí paso una jornada entera en la que hago de todo un poco: doy una vuelta por el colegio (que es secundaria, la primaria es la escuela), busco una catequista de confirmación, visito varios enfermos, atiendo a consultas de gente sobre partidas, fechas y padrinos... y sobre todo paseo por el pueblo, veo y me dejo ver, aprendo cómo es la vida de la gente, qué hacen según las horas, escucho su música y me sumerjo, aunque sea por un día, en su condición, como uno más. Por la noche, en la misa, me hizo risa el utensilio que utilizan para recoger la colecta: un colador. Jaja, jalquinos pero guachachos.


Porque el ambiente aquí es serrano, y lo canta el clima, la forma de vivir, de hablar, de vestir... Ves a las mujeres con las trenzas y las polleras, y a los niños con los cachetes sonrosados, tocados con chullos. Nueva Unión está todavía más lejos, y ahí llegamos por la mañana para comenzar la caminata de dos horas hasta Itamaratí. Un pueblo donde solo Ángel fue una vez, en 2013, para bendecir un cementerio. Al salir nos advierten: "- Padrecito, no vayan, que no hallarán a nadie, toditos están yendo al mercado de Nueva Esperanza. Solo está Vicente". Ya me habían comentado en el desayuno mis camaradas (a buenas horas...) que los viernes cada dos semanas Nueva es invadida por los mercas, pero no tengo más que este día y me interesa conocer a ese señor, así que, acompañado por Gil, Ricardo y Eloy, atacamos los barritos hacia Itamaratí.

Y allí estaba el cementerio. Con una única muertita. Y cerquita el único vivo, Vicente, que es agente municipal y próximo agente de pastoral, aunque eso él no lo sabe aún. Nos invita a frutita y a café, que nos saben a gloria, y conversamos sobre cómo armar la comunidad, preparamos la próxima visita, etc. Aquí no hay ni alfileres todavía, se trata de crear casi de la nada, y es algo apasionante. A la vuelta nos agarra la lluvia, y mojaditos llegamos a casa de Don Isabel, en Nueva Unión, pero no hay tampoco un alma (¡qué dia!). Nos tomamos la libertad de entrar y, como llevamos el fiambre, nos ponemos a almorzar: arroz, huevo frito y gallina, toma castaña. "¡Abusadores, terroristas, entrando en casa ajena!", fastidiamos cuando aparece el dueño sonriendo.

Jaja. Mi compañero Baltazar vendrá al ratito, a él le toca la Eucaristía con bautizos. Gente muy pobre, los niños y bebés con pijamas o camisas blancas, sin aparato, ni banquetes ni rollos. Me siento entre la gente, detrás de una de las mamás que marca a su pequeño, y está tranquilo, dormido, confiado... y yo le envidio. Quiero ser como él, dejarme abrazar y llevar por la recia ternura de este pueblo, adonde sea y hasta cuando sea.


sábado, 4 de junio de 2016

DE HIJO A PADRE


Cuando llegué a esta parroquia había aquí tres compañeros: Ángel y Toño, ya mayores, con décadas de vida y experiencia en Perú, y Nicolás, joven sacerdote peruano con tres años en Mendoza. Así que todo fue aprender, observar, dejarme llevar, especialmente por "los padres de la patria". En tan solo año y medio todo ha dado un absoluto vuelco.

Ángel y Toño regresaron a España, a Nico lo trasladaron, el obispo envió a Baltazar, que lleva nueve meses ordenado, y me nombró párroco a mí. De modo que en poco tiempo he pasado de ser el último mono a ser el responsable de este mogollón inmenso que es la provincia de Rodríguez de Mendoza, con sus tres parroquias y con mi nuevo compañero. Y la verdad, no sé qué me impone más.

"Pareces su padre", me dijo alguien el otro día, cuando Balta se despedía rumbo a Milpuc. "Lleva el casco" - le había dicho yo, "cuidado con esa cuestecita de Chontapampa...". Pues... me sale así. Tiene 28 años, es un chivolito comparado conmigo, y está novato, recién está comenzando su ministerio sacerdotal, y me nace darle consejos, explicarle cosas, advertirle... me doy cuenta de que es la primera vez que vivo una experiencia semejante, la de ser "el mayor", el más experto, el que ya ha pasado por ahí antes.

Me asombra su simpatía, su capacidad para meterse a la gente en el bolsillo. Lo veo hacer dinámicas (cantos con coreografías) y cómo mueve al personal, las sonrisas que arranca. Me subo con él a la moto y qué tal maneja, es un hacha, y yo siempre diciéndole: "Despacito". Jaja. Vislumbro su potencialidad, el entusiasmo de los primeros tiempos de ordenado. "El chico tiene madera", me dice Alcira, la religiosa de Huambo, y es cierto.

Pero también hay ciertas cosas que temo que aprenda mal. Por ejemplo, quisiera que tuviera más iniciativa, y que aprovechase mejor el tiempo. Que conquistase un ritmo de vida más razonable (¡pero a veces yo soy peor!) y que fuese más transparente, que se comunicara más y todo lo pudiéramos dialogar antes de decidir o cambiar nada... Poco a poco. Es cierto también que somos como dos mundos distintos, con formas completamente diferentes de ver la vida, la tarea pastoral... todo.

El instinto de "padre" me aflora especialmente cuando percibo situaciones en las que intuyo lo que puede pasar, y cómo mi compañero se puede estrellar. Intento acompañarle lo mejor que puedo, pero... tiene que recorrer su propio camino, Estaré por acá para recoger los pedazos o para festejar sus éxitos, que ya los hay. ¡Qué duro es ser padre a los 46!