sábado, 15 de marzo de 2025

EL ROSTRO AMABLE DE LOS FINANCIADORES

 
Hacer una visita es grato, y a veces muy conveniente, como ya conté a propósito de mi viaje a Alemania. Pero que te la devuelvan es un deleite y un privilegio inusitados. Y eso es lo que ahora quiero narrar: cómo la dra. Martina Fornet, ejecutiva de Adveniat, uno de los principales financiadores de nuestro pobre Vicariato, ha llegado a la selva, y el optimista regusto que su paso nos ha dejado.
 
Aquella noche de noviembre, en su casa, cenando con su esposo y sus dos hijos, ya cambiamos impresiones acerca de su intención de venir. Martina vivió un año en Perú, haciendo una experiencia de voluntariado en Lima, y conoce por tanto un poco nuestro país, pero nunca había respirado el aire de la Amazonía. Lo había intentado, pero circunstancias se habían cruzado y lo habían impedido.
 
Esta vez, como buena alemana, a comienzos de año agendó su recorrido por algunas jurisdicciones peruanas de entre las muchas que Adveniat apoya. Entre ellas San José del Amazonas. La gripe me impidió ir a recogerla al aeropuerto, tal y como ella había hecho conmigo en la estación de Colonia, pero nuestro obispo y nuestra ecónoma fueron una mejor representación.
 
Aquella noche fuimos en busca de pollo a la brasa junto con otros misioneros; era el día de la mujer, los restaurantes en Iquitos estaban a full, el ruido era ensordecedor, pululaban los happy birthdays, pero Martina sonreía y parecía divertirse. Y lo cierto es que así ha sido durante toda su estadía: a todo se ha adaptado sin problema, no ha reclamado nada, siempre conforme y contenta.
 
Y eso que ha vivido la realidad cruda de los desplazamientos, las distancias y la precariedad. A la mañana siguiente salimos al río en mitad del diluvio universal: un tremendo aguacero que duró desde las dos de la madrugada hasta mediodía. Guareciéndonos con las sombrillas llegamos a Mazan, donde nos invitaron amablemente a desayuno; de ahí a Indiana en motocar bajo la lluvia; y de ahí una hora de navegación en peque peque hasta nuestro destino: Timicuro Grande.
 
En Timicuro debía esperarnos la comunidad para celebrar la Eucaristía en su capilla, una de las que Adveniat ayudó a construir hace cuatro años. Pero la lluvia desbarata los planes, y finalmente solo un pequeño grupo de personas se reunió, cuando el temporal ya ha había remitido. Le dieron las gracias a Martina en su manera sencilla, y nos ofrecieron un rico almuerzo: arroz con pato. Y Martina, agradecida, disfrutó de todo. Ni se quejó de los ysangos, y mira que ahí son bravos.


Al regresar, casi nos quedamos atorados en la barricada de guama que prácticamente tapaba la quebrada. Bromeamos, pero… jeje, bienvenida a la misión. En la noche, al terminar la Eucaristía de la parroquia de Indiana, la gente linda volvió a aplaudir a Martina, feliz de conocer rostros concretos de personas cuya vida mejora un poquito gracias a su labor y la de su equipo.
 
Al día siguiente, de nuevo en Iquitos tras dos horas de viaje en ponguero, Martina decía que “he descubierto los puestos de misión y comunidades más próximas… y hemos tomado todo un día por lo lejos que están, jaja”. En las varias reuniones que hubo en la oficina, Martina escuchó con atención, muy interesada y atenta, abriendo posibilidades de nuevas ayudas, y en todo momento trató de facilitar las farragosas tareas de informes y rendiciones de cuentas, simplificando, quitando hierro, flexibilizando los plazos, transmitiendo que confía en nosotros, que valora nuestro trabajo y comprende la parquedad de medios y personas. Un encanto.
 
Ayer hubo una reunión del equipo de coordinación pastoral donde evaluamos esta visita. Soledad dijo que es reconfortante saber que alguien piensa en nosotros, que hay a quienes les importan las iglesias nacientes, la pobreza, la Amazonía, y se unen con su oración, su cariño, su esfuerzo y su aporte a lo que soñamos e intentamos plasmar. Para mí, este estilo de colaboración económica, tan humano, es una primorosa manera de cuidado a la misión. En la noche invitamos a esta doctora culta, inteligente e humilde, a cenar en la Casa de Fierro; pero ni eso ni nada puede pagar todo lo que ella hace, y cómo lo hace. Gracias con todo el corazón, Martina.

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