sábado, 30 de octubre de 2021

LA MINGA


Arreglar caminos; preparar la cancha de fútbol; desmontar una chacra; construir el salón comunal; limpiar de hierbas una zona de uso público… Son faenas que únicamente pueden hacerse si colabora un buen grupo de personas, y para ello la cultura amazónica tiene un sistema de redistribución del trabajo y de ayuda mutua: la minga.

A veces se plantea como una tarea comunal obligatoria y con multa si alguien no acude, pero es más genuinamente selvático hacer una llamada a los vecinos o amigos para afrontar una intervención que, de otra manera, sería pesada, cara o directamente imposible. Y como puede ser también para beneficio de una familia o una persona particular, funciona el “hoy por ti, mañana por mí”, la forma de cooperación más antigua en la era del homo sapiens.

En Angoteros la minga comenzó en la mañana después de que Domi había convocado a la vecindad los días anteriores. El plan es reparar el puerto de la casa misionera, que usan todos, y colocar un puente de madera para que se pueda salvar la quebrada contigua. Mientras los hombres se alistan, las mujeres van acudiendo con sus baldes de masato.

El masato es el elemento simbólico de unión entre todos los implicados, además de servir de alimento que da fuerzas para el duro y físico trabajo. Por eso los pates repletos corren con facilidad de mano en mano, y menos mal que no está demasiado fermentado hoy y embriaga moderadamente. La división de ocupaciones es clara: las warmis cocinan la única comida del día, que se servirá al final de la jornada, y los caris empuñan machetes, picas, lampas o guadañas.

Se van colocando a modo de escalera unas tablas previamente cortadas, para que se pueda bajar hasta la orilla del Napo sin resbalarse por el barro y descoñetarse. El personal labora entre risas y bromas, de manera distendida, esta chamba no es obligatoria, nadie te paga por ella ni te exige, lo hacemos entre todos para provecho de todos.


Para el puente deciden, tras un largo debate en kichwa, tumbar un palo grande que hay junto a la orilla. Ahí intervienen los motosierristas más expertos. Son las dos de la tarde y el sol es brutal, sudo a chorros aunque casi nomás observo y río, y por supuesto también me corresponden buenos tragos de masato. Para controlar la caída del árbol sin que haya peligro, atan gruesas sogas que sujetamos todos los que podemos. La sacudida es tan violenta que, a pesar de que aparto rápido mis manos, el cabo se desliza y me quema la palma derecha.

Mientras meto la mano en el agua, agarro una botella helada y me aplico pasta de dientes, el tronco es cortado y preparado para que sirva de puente. Al rato se jala y se gira para situarlo en su lugar, se asegura y en un pis pas le hacen su agarradero para que sea más achorado. A esas horas ya está listo el almuerzo, de modo que nos vamos sirviendo, los cuerpos cansados y relajados, el apetito canino y la satisfacción por la obra culminada.

Aparecen unas cuantas cervezas para que las carcajadas se desaten del todo, las mujeres siempre más recatadas y sentadas en el piso; y por todas partes muchos niños, siempre, la vida desbordada, los rostros del futuro de este pueblo. La minga es una fiesta, un día de consolidar lazos y reforzar alianzas, de exhibir lo primordial que es vivir unidos.

Como parece que nadies se quiere ir, Domi prende el motor para que se mire un poco la tele. Las noticias dicen que en el recuento electoral va primero Pedro Castillo, casi seguro va a ganar el lapicito, así que en el jolgorio decidimos bautizar al nuevo puente como “Puente Castillo”.

sábado, 23 de octubre de 2021

CABEZA DEL BUEY: DAR SIN QUE TE PIDAN Y RECIBIR LO QUE DAS

 
En esta fiesta del DOMUND me apetece escribir acerca de un café con dulces, una conversación agradable, una capilla quemada y una virgen sonriente. También sobre ser misionero sin moverte de casa y sobre dar con toda confianza a un desconocido. Cosas sencillas que hacen que la vida sea plena y con sabor.

Hace dos años, cuando todavía estaba destinado en Islandia, recibí un mensaje de Manuel Enrique Hernanz Carroza, conocido como Manri, párroco de Cabeza del Buey. He de decir que hasta esa fecha él y yo no habíamos cruzado palabra, sabíamos mutuamente de nuestra existencia, pero apenas lo vi por primera vez durante el viaje fugaz a España que hice a finales de 2019, porque acudí al encuentro anual de sacerdotes y Manri formaba parte del grupo que celebraba sus bodas de plata, incluso actuó de portavoz dirigiendo una breve alocución a la concurrencia.

En aquel whatsapp Manri me contaba que con motivo del 50 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de Belén, patrona de Cabeza del Buey, la Hermandad había decidido destinar una ayuda económica a alguna obra social (preferentemente en salud o educación) y que habían pensado en la Amazonía y ofrecérmela a mí por si yo podía asegurar su buen uso… 6.000€ de vellón. Ahí empezó todo.

Sobra decir que me quedé atónito. ¿Pero cómo, si yo jamás había puesto el pie en aquel pueblo alejado, fronterizo ya con la provincia de Córdoba, ni tan siquiera había trabajado por los alrededores, ni conocía a nadies incluido el cura… querían entregarme semejante dineral? ¿Se concibe algo semejante en los tiempos que corren? Pues así era. Por supuesto que les dije que sí; la primera idea fue ayudar a construir una posta de salud en el medio o alto Yavarí.

Mientras este plan maduraba, y apenas un mes después de esta comunicación, veo en Iglesia en Camino que ha habido un incendio en la parroquia de Cabeza del Buey y ha quedado completamente destruida la capilla del Sagrario. Confieso que esto me preocupó muchísimo y pensé en devolver ese fondo (más bien en ya no recibirlo, porque no había dado ni tiempo a efectuar la transferencia bancaria), pero Manri me dijo “tranquilo, ya saldremos adelante”.

Luego llegó el traslado a Indiana, la cuarentena… y en medio de la lucha contra la COVID, en el Vicariato experimentamos la necesidad urgente de hacer una reforma seria a la casa de pacientes que tenemos en la sede de Punchana-Iquitos. Son ambientes donde recibimos a enfermos de las comunidades alejadas de nuestro territorio. Una vez allí, Elita la enfermera los evalúa y les facilita consultas médicas, hospitalización, etc.; ella conoce bien todo el mundo sanitario de Iquitos y les acompaña y orienta, y mientras tanto se alojan en la casa, al igual que los familiares que van con ellos. Además a todos se les atiende con la alimentación diaria.


Es un servicio que realmente merece la pena. Suele ser gente humilde de la chacra, perdida en la gran ciudad, a menudo indígenas con dificultades con el castellano, y también llegan muchas mamás gestantes y niños. Las instalaciones son muy antiguas y se encontraban en un estado deplorable, con paredes medio caídas, techos rotos y los baños… mejor no entremos en detalles. Consulté a Manri si podíamos emplear esa colaboración para refaccionar ahí y me dio el OK.

De modo que esa obra se terminó, la casa quedó en mucho mejor estado, como nueva, tal y como los usuarios se merecen, y por tanto envié a Manri el informe descriptivo, fotográfico y financiero con este mensaje: “Cuando esté por España, prometo ir a visitar y a agradecer personalmente”. Y la ocasión se dio el 3 de octubre, justo uno de los días que su patrona está en el pueblo con motivo de la fiesta, venida desde su ermita. Hasta allí manejé guiado por el Google Maps porque, como dije, no había tenido la suerte de conocer Cabeza del Buey.

La junta directiva de la hermandad de la Virgen de Belén me estaba esperando en la sacristía de la iglesia para una conversa con cafecito por delante. Escucharon muy atentamente el relato y me hicieron preguntas bien inteligentes sobre la selva, la misión… De ahí pasamos a la misa del domingo con la comunidad parroquial, donde conté también la historia y recordé que los misioneros podemos vivir y emprender tantas cosas porque tenemos detrás una Iglesia que nos envía y nos respalda. Nunca nos habíamos visto, pero nos une la fe y la única misión -la misma para todos-, y de esa manera tan simple y verdadera somos todos misioneros.

Les agradecí lo mejor que supe, me agradecieron mi visita (Manri escribía al día siguiente: “Aquí la gente muy contenta con lo de ayer”), me mostraron la capilla del santísimo completamente restaurada con el apoyo de todo el pueblo, elegante, preciosa… Es encantador: ellos, aunque precisaban de ese dinero, compartieron, sin que nadie les pidiera, con otros más pobres y lejanos que necesitaban más; su generosidad ha florecido en forma de fraternidad y de bien para ellos: “cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da”, dice la canción de Jorge Drexler. ¡Qué hermoso!

Así nos despedimos, en esa misma onda; ni yo les pedí nada ni ellos me dieron más que el cariño, el reconocimiento y la solidaridad siempre y a pesar de la distancia. Nada menos. Y al fondo, en todo momento, la mirada bondadosa y serena de la Virgen de Belén, el alma de este pueblo. Feliz día del DOMUND y ¡gracias, Cabeza del Buey!



lunes, 18 de octubre de 2021

DE ROMA VIENEN QUIENES A ROMA VAN


Teníamos entre ceja y ceja mi obispo y yo un viaje al corazón de la cristiandad para tratar la tesitura jurídica y económica del Vicariato, y se dio la oportunidad durante las vacaciones en España. Pero rumbo a Roma, adonde todo sendero conduce, la escala destacada fue Madrid.

La primera parada de aquella mañana fue en la sede de Mensajeros de la Paz, en la céntrica y castiza calle Ribera de Curtidores. Nieves y Elena nos esperaban con un café durante el cual nos agradecimos mutuamente: nosotros a Mensajeros por las iniciativas sociales que nos viene financiando, y especialmente por su ayuda durante los meses duros de la COVID; ellas al Vicariato por la labor que llevamos a cabo y por la transparencia en las cuentas. Una visita al economato y esta foto:


De ahí pasamos raudos y veloces a la Conferencia Episcopal Española (c/Añastro, 1). El p. Juan Martínez, director del Fondo Nueva Evangelización, nos atendió muy amablemente a pesar de estar fuera de su horario. Le informamos sobre proyectos abiertos y preparamos el camino para los próximos. A mediodía nos esperaba José Mª Calderón, delegado nacional de Misiones y director de OMP. En una conversa bien abierta y franca, nos escuchó y nos brindó atinados consejos para las inmediatas gestiones en Roma.

Y allí aterrizamos el 25 de septiembre. Nos fue a recoger al aeropuerto el p. Miguel, joven sacerdote de L’Opera della Chiesa, comunidad de joven creación integrada por consagrados, laicos, presbíteros y obispos que nos acogió con extraordinarias generosidad y amabilidad en Vía Rodi, 24, a cinco cuadras del Vaticano. Forma parte de su misión el dar alojamiento y facilitar los desplazamientos a obispos durante su estancia en Roma, y desde luego no olvidaré los detalles, el servicio y la delicadeza con que nos trataron. Su fundadora, recientemente fallecida, es la laica española Trinidad Sánchez Moreno, mujer de peculiar carisma y fuerza.

Teníamos cita con el cardenal Luis Antonio Tagle, prefecto de la congregación de las misiones, y nos presentamos puntuales en el palacio de Propaganda Fide (Piazza di Spagna) el lunes 27 (de hecho, ese era nuestro propósito principal). Su Eminencia nos recibió muy bien, cercano y sonriente tal y como sale en las fotos, nos sentamos en su oficina y comenzamos una hora y tanto de diálogo. Hablábamos en español porque él nos dijo que comprendía, y eso nos hizo aún más fácil expresarnos con total libertad. Le expusimos la situación económica límite en que se encuentra el Vicariato y la escasez de personal, todo ello ocasionado en buena medida por la inoperancia práctica de la ius comissionis, que ya he explicado acá (ver 19 de julio de 2020).

He de decir que manifesté con soltura cuanto me pareció conveniente, descargué todo lo que tenía dentro, y el cardenal nos escuchó con mucha atención, preguntó, pidió aclaraciones aquí y allá, y creo que comprendió el mensaje. No obtuvimos soluciones concretas, pero nos prometió que “están trabajando en ello” y que no nos olvidará. Ya sabemos que en la Iglesia las cosas de palacio van despacio, los procesos suelen ser lentos, pero ojalá que no eternos como Roma.

Después de eso nos estaban esperando los diferentes ejecutivos de las Obras Misionales, que habían preparado nuestra visita, y eso me agradó. Estuvimos con el p. Novak, la hermana Roberta Tremarelli y el p. Gerardo Roncero, atentos y eficaces. También acá dimos cuenta de construcciones aún no iniciadas o en desarrollo, proyectos pendientes de rendición, dificultades o retrasos. Nos dieron valiosas sugerencias para el futuro inmediato, nos alegraron con la noticia de que de 2014 hacia atrás ya está todo cerrado y nos felicitaron por el rigor, la claridad y buena gestión del Vicariato en los últimos años.

Saco como conclusión la importancia de conocer cara a cara a las personas que están del lado de los financiadores, y no solo a través del correo electrónico. Tratarse en directo acorta muchas distancias, crea conexión personal y abre vías de colaboración más estrecha. La simpatía es la solicitud más convincente. Si es posible, creo que hay que volver a Roma de vez en cuando.

Para eso y, por supuesto, para simplemente disfrutar de la belleza hecha ciudad, pasear por el centro, deleitarse con el espectáculo audiovisual del altar de San Ignacio en el Gesú, cenar una pizza en una trattoria, caminar por el puente de Sant´Angelo al anochecer, tomar un helado (o dos o tres) y volverse a admirar de las grandiosas y especiales dimensiones de la Plaza de San Pedro. Por el balcón del Palacio Apostólico asomó el Papa Francisco aquel domingo para rezar el ángelus y hacer su interesantísimo comentario al Evangelio, y allí, perdido entre la multitud, estaba yo.

Me dio tiempo incluso a conocer las catacumbas de San Calixto en compañía de mi compañero y amigo Miguel Ángel Moreno, profesor en la Universidad Pontificia Salesiana y friki de las lenguas clásicas. Con él he aprendido que el capuccino solo se pide para desayunar, a otras horas es cosa de catetos y de turistas, porque los verdaderos romanos solo toman macchiato. Procuraré aplicarlo en la próxima ocasión, porque, como dice el refrán, “De Roma vienen quienes a Roma volverán”, amén.

lunes, 11 de octubre de 2021

METERSE EN HARINA DE FRENTE Y A FULL ES LA MEJOR TERAPIA


Ya me conozco el cuento, y como después de unos últimos dos o tres días muy malos -con la despedida merodeando- sabía que me acechaba un jet-lag anímico al aterrizar en Perú, aproveché mi llegada a Indiana para simplemente entrar en materia y no parar. Ahora sé que los únicos cuidados paliativos para el desgarrón post-vacacional son el encuentro con la gente.

Porque ese zarpazo de tristeza no tiene cura, es más, se agrava con los años. Los remedios más efectivos son sonoros: “¡A los tiempos, padre!”. “¡Qué alegría verte, bienvenido!”. “Te estábamos esperando”. Y también los abrazos, ¿eh?, que alguno ha habido a pesar del virus, una mijita más amedrentado últimamente según me explican.

Jueves 7, 2 pm. Navegando por el Amazonas bajo la lluvia arribo a Indiana después de casi 24 horas de viaje. Paso todo el resto de la tarde limpiando, colocando, haciendo que mi casa vuelva a su ser. Hace un calor tremendo (32 grados y casi 80% de humedad), ¿o es que de nuevo me tengo que adaptar al clima de mi selva? Ambas cosas me hacen sudar a chorros, a este paso el par de kilos de yapa que se trae uno de las vacaciones va a derretirse al toque.

Viernes 8, 8 de la mañana. Eucaristía conmemorativa del aniversario del colegio San José (57 castañas). Los maestros, el personal de administración y servicio, un grupo de alumnos. Está todo preparado con esmero, incluso acude el coro parroquial (arriba en la imagen, ensayando). Siglos que la plantilla en pleno no se reúne y todos lo disfrutamos, yo el primero. Las caras de esta foto lo cantan:


Tras la misa temprana, reunión del equipo misionero tres meses después; y de ahí al almuerzo con el cole; y de ahí, a las 4 de la tarde, otra reunión, esta vez con los coordinadores del grupo de pastoral juvenil. Casi no me da tiempo ni a peinarme, porque a las 6 comienza la boda de Wilder y Francisca. Días atrás, cuando todavía estaba en Mérida, la novia me envió un whatsapp tan escueto como inequívoco: “Hola buenos días padre. Acá bien, esperando tu retorno porque tú eres el primer invitado”.

Cualquiera llegaba tarde, o no llegaba… Y aunque a esas alturas del día 8 me sentía ya agotadito, mereció la pena celebrar el matrimonio de esta pareja: llevan juntos treinta años y tienen cuatro hijos. Desde luego se lo han pensado bien y se han casado con todo su conocimiento, experiencia y corazón. Doy fe:


Cualquiera no iba a la fiestuki, Diosito. A medida que se sucedían los discursos y brindis, se iban cerrando mis ojos, eran ya casi las 10 de la noche. No podía más y en un descuido en mitad de una cumbia tiré pa casa, aunque se dieron cuenta y me enviaron detrás la cena, arroz con pollo y papa en descartable. Ayer llamé a preguntar cómo había terminado la cosa, y Wilder me dijo que “¡Todavía siguen bailando, padre! Mi casa está llena de gente un día después”. Yo es que lo flipo, la peña está bien deseosa de juerga.

Sábado 9, por la mañana: mi maleta finalmente comienza a desocuparse. A las 3 pm tocan los jóvenes; qué buen rato, qué contentos con sus llaveros de Eshpaña (Mamá, éxito total), cuánto me ayudan a poner los pies en mi misión. Como me indicó alguien sabio, mis sobrinos, mi familia, “todos están en sus cosas, y tú pues te vas a las tuyas”. Con los jóvenes todo se me hace más sencillo:


Ahora es domingo en la noche. He celebrado dos misas, me han obsequiado con un viaje de recibimientos y cariños varios, me he dado una ducha y estoy fresquito, tranquilo y con el cambio horario más superado. Mi maleta ya vacía y recogida, aguarda la próxima ocasión, que seguro vendrá más pronto que tarde. Gracias por unas preciosas vacaciones. Gracias Indiana por acogerme; acá es mi lugar.

miércoles, 6 de octubre de 2021

TRANSCULTURACIÓN RECÍPROCA


Aquel mensaje inesperado (ver 30 de abril de 2021) dio paso a la visita prometida, y por dos veces. Para exponerme a su alegría, recibir su catarata de generosidad y sentirme pura y limpiamente querido. Conocer a las Carmelitas Descalzas de Fuente de Cantos fue para mí una experiencia  conmovedora; pero sentirme parte de sus vidas es un delicado agasajo de Diosito.

Ya referí que son ocho religiosas en un monasterio del siglo XVII, precioso y restaurado. Las españolas, más mayorcitas, son las madres Mª José, Teresa y Josefina. Mª José es de Calzadilla, pueblo vecino de Fuente de Cantos, y llegó al convento en burro con apenas 18 años. En cambio las peruanas vinieron “del fin del mundo”, como el Papa (y en avión, claro): las hermanas Rosario (que es la superiora) y Mª Carmen llevan en España 18 años; cuatro años más tarde llegaron Teresita y Ángeles, y poco después Mª Ana, que es la más chivola.

Nuestro encuentro comienza con la Eucaristía, adornada con sus cantos, que me traen el recuerdo infantil de las melodías de las monjas encerradas de cerquita de mi casa en Mérida. Luego me hacen pasar a la clausura, me muestran su hogar y comenzamos a conversar. Enseguida me siento muy cómodo, el diálogo fluye entre risas, nos estamos conociendo pero todo es natural y espontáneo. Me cuentan cosas de sus pueblos en Apurímac, unos a más altura que otros, de sus familias, de cómo fue cruzar el charco para ser religiosas contemplativas. Y yo les hablo de mi familia, de los años como cura en la diócesis, de cómo fue cruzar el charco para ser misionero.

Cuando me dicen sus nombres de antes de ingresar a la comunidad dan un salto cualitativo en la confianza y me quedo un poco sobrecogido. Y de veras me gusta llamarlas así: Petronila, Eli, Jeny, Armandina, Anita. Jóvenes de la sierra sur peruana, crecidas en la fe sencilla y candorosa del pueblo menudo, que escucharon la llamada de su Esposo y lo siguieron con todas las consecuencias y dejando atrás su tierra y a los suyos.

Constatamos divertidos que ellas hablan como los españoles, mientras que yo hablo como los peruanos. Petronila contesta una llamada con “¿diga?” y yo con “¿aló? Todas dicen “vale”, “venga”, “hombree”; y yo “chao”, “ahorita”, “pituco” o “buenazo” con ese, porque el seseo ya se me ha instalado como una aplicación en el “celular”-“móvil” para ellas. En realidad es una especie de intercambio de culturas que se nota en todo, hasta en el estilo de cocinar (me pusieron almuerzo de solemnidad): soy un español que se hace peruano, ellas son apurimeñas ya extremeñas.

En esta transculturación*, una adopción de la forma de vivir del pueblo al que servimos, descubro un vínculo muy profundo, entre ellas acá y yo allá, de ida y vuelta, sin dejar nunca de ser quienes somos, pero de hecho siendo otros por amor y vocación. Las hermanas vibran con la gente, están deseando reanudar la misa pública, escuchan, aconsejan, comparten dolores y esperanzas, conocen muchas vidas que luego presentan y procesan ante el Señor en sus horas de oración silenciosa. Ellas son misioneras al cien por cien. Y al encontrarnos, conectamos, no podía ser de otra manera.

Hasta duermen la siesta, como buenas españolas. Y cosen: me muestran sus máquinas, están haciendo manteles, corporales y purificadores para la catedral de Indiana, les he encargado camisas clergyman que necesito para Roma y que insistirán en regalarme. Viajan al Perú cada cierto tiempo, o si tienen algún acontecimiento familiar; son contemplativas, pero al mismo tiempo (y quizá por eso) abiertas, actuales y “normales”.

Antes de volver a mi selva regreso a Fuente de Cantos con mis papás. Nos ofrecen tremendo aperitivo, pasa volando una hora de charla, y ellos quedan impactados por esa felicidad sin fisuras. “Tenemos dos celulares padre; uno más simple para el público y otro mejorcito para comunicarnos con nuestra familia… y con usted”. Esta noche, a la hora de su recreación, las llamaré desde el aeropuerto; seguramente me ayudará... Gracias hermanas. Un abrazo y siempre mi cariño. Su misionero.

* El diccionario de la RAE define a este término como “recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias”.