domingo, 29 de diciembre de 2019

UNA LUZ FRENTE A LA ADVERSIDAD: LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES AMAZÓNICAS


Por Hna. Jeaneth Andino Granja, gran amiga, psicóloga clínica y misionera dominica del Rosario en Sepahua (Ucayali)

Luz (nombre ficticio), llegó con este pedido: “Necesito que ayude a mi nietita de siete años, porque está triste y no quiere ir al colegio”. Pero antes de indagar en su nietita, opto por centrarme en ella: “Luz, y tú, ¿cómo estás?”. Sus ojos enseguida se llenan de lágrimas. Me cuenta que los padres de su nieta tienen problemas de convivencia y algo más. Seguimos hablando y el testimonio no puede ser más desgarrador. Sus dos hijas, ahora ya casadas y con hijos, fueron abusadas por su propio padre. Fue el motivo por el que ella se separó. Pero en sus ojos pude percibir algo más. Había más dolor ahí adentro. “Luz, ¿a ti te ha pasado algo como eso? No hizo falta respuesta o, mejor dicho, la respuesta fue un llanto. Un grito ahogado y contenido por muchos años, desde niña. Una profunda herida mantenida en silencio, en secreto, sin tener a quién expresarlo, por las huellas que deja, por la culpa que se engendra, por el sentimiento de mancha que queda. Un algo que les hace sentir indignas e impuras. ¡Cuánta violencia y maltrato silenciado! Violencia y maltrato ocultos, sin la oportunidad de poder desahogarlos ni compartirlos con alguien para, desde el compartir, poder intentar superar esta experiencia tan dolorosa.

Historias como la de Luz son comunes en la Amazonía y, a pesar de estar amenazada la suya propia, las mujeres siguen luchando y defendiendo la vida.

Luz no llegó a mí por casualidad. Durante tres años trabajé en la Defensoría Municipal del Niño  y del Adolescente (DEMUNA) del distrito de Sepahua, en Ucayali. Mayoritariamente, a esta ofician recurren mujeres con una solicitud en común: quieren que se invite al padre de sus hijos para firmar la conciliación correspondiente por pensión de alimentos, régimen de visitas y tenencia. En 2017, el año récord, hubo 987 atenciones. Se atendió a 450 mujeres, la inmensa mayoría indígenas llegadas de las comunidades nativas y barrios ribereños. Ellas son amahuacas, matsigenkas, asháninkas, yines, yaminahuas y sharanahuas. Por lo general su pareja les había abandonado y solicitaban pensión de alimentos para sus hijos. Logramos 102 conciliaciones. En los demás casos, por circunstancias diversas, no se pudo hacer nada. A esto se suma la carencia de una entidad judicial que vele por los derechos de niños, niñas y mujeres de las zonas más alejadas de nuestra Amazonía.

En estos lugares son varias las madres, que suelen ser bastante jóvenes, que conviven con su segunda y hasta su tercera pareja. Los hombres migran con facilidad de un lugar a otro. Algunos son contratados para los megaproyectos impulsados  por empresas extractoras y se alejan de su familia. En esa separación son muchos los que se unen a una nueva pareja y dejan atrás su anterior vida.

Hermana Jeaneth Andinoo, durante su labor como psicóloga. Foto: Cedida
Tema aparte es la violencia, casos que algunas también se atreven a denunciar ante la DEMUNA. Violencia de múltiples tipos. Desde mi experiencia constato que esta realidad es la que más sufren las mujeres indígenas de la Amazonía, sin que nadie les haga justicia, se eviten nuevas violaciones a su integridad y se vulneren sus derechos. Están demasiado solas.

La violencia de género es, además de una lacra, una cadena que va de generación en generación. Violencia como la que exponíamos al inicio. A diario conocemos casos de abusos y maltrato y, en la mayoría de los casos, encontramos pocas soluciones. Ellas callan. Tienen miedo a quedarse solas y “desprotegidas”, pues sufren una doble vulneración: por ser mujeres y por ser indígenas. Sin embargo, son las que sostienen el hogar. Ellas te dicen “yo soy papá y mamá para mis hijos”. Son madres, proveedoras, educadoras, parteras, agriculturas, pescadoras, y un buen porcentaje, empleadas domésticas en situaciones de explotación.

Mujeres trabajando por las mujeres

La presencia de las Misioneras Dominicas del Rosario en la selva sur peruana es larga. Más de 100 años desde la llegada a Puerto Maldonado de la Madre Ascensión Nicol y las primeras hermanas. En el caso de Sepahua, las misioneras llevamos más de 60 años, desde 1955. En el Bajo Urubamba nombres como el de Asunción Guerrero, Madre Paulina y tantas otras hermanas iluminan los rostros de los indígenas y, sobre todo, de las mujeres indígenas que han estado bajo su tutela en el internado o bajo sus cuidados en la posta de salud. Con ilusión continuamos, hoy, la labor que nos legaron.

Con nosotras viven, actualmente, cerca de treinta adolescentes mujeres. Aquí las acogemos, pues llegan de comunidades alejadas donde no existe posibilidad, por lo general, de estudiar educación secundaria. Acá residen y conviven durante todo el año escolar, de marzo a diciembre. Sólo en las vacaciones de agosto regresan a sus comunidades. Eso sí, sus padres pueden visitarlas.

Cuando, en marzo, llegan al internado –algunas con evidentes síntomas de desnutrición-, es curioso ver que, como atraídas por un imán, se juntan por grupos en base a sus diferentes etnias o pueblos, sin antes haberse conocido al venir de diferentes comunidades. Cada grupo tiene su propia lengua, su propia cosmovisión, su propio conocimiento ancestral, su manera propia de dar sentido a la vida. Esto, sin duda, les brinda seguridad en un lugar desconocido.

Grupo de jóvenes indígenas que, actualmente, vive junto a las misioneras dominicas en el internado de Sepahua (Ucayali). Foto: Jeaneth Andino
Ser parte de sus vidas no es tarea fácil. Solo la acogida, el cariño, la cercanía silenciosa, el estar con ellas, sin preguntas ni consejos, hace que podamos ganar su confianza e interactuar y acompañar su proceso de vida desde la riqueza, sabiduría y misterio que es cada una. Porque son diferentes, son únicas.

Cuando por reiteradas veces presentan comportamientos inadecuados, llamamos a sus padres mediante un comunicado en Radio Sepahua, emisora del a Misión, o por radiofonía si es que la emisora no alcanza hasta sus comunidades. La familia viaja varias horas por río para llegar hasta nosotras. Si viene la madre, la situación se soluciona ahí mismo, porque es ella la responsable de la educación de los hijos, es ella quien aconseja con cariño y a la vez con gran firmeza, en su propia lengua. Esta es la imagen: la hija se sienta frente a la madre y, mirándose a los ojos, se inicia el monólogo. La hija solo asiente hasta que la madre haya terminado. La adolescente, normalmente, cambia de actitud en lo que queda del año.

Otra situación de excepción se produce en caso de que se enfermen. En esos momentos, muchas deciden regresar a sus casas para curarse según sus ritos y medicina tradicional. Allí generalmente sus abuelas son quienes están al cuidado, pues les hacen “vaporizaciones” y les preparan remedios naturales. Se respeta mucho esa decisión y, con la coordinación respectiva, se les permite ir a su comunidad pues allí están las plantas medicinales, sus ancestros y los espíritus protectores que les devuelven la salud.

Nuestro acompañamiento no termina entre las cuatro paredes de casa, sino que se extiende hasta el mismo colegio ya que estas jovencitas estudian en la institución educativa de convenio entre el Vicariato de Puerto Maldonado y el Ministerio de Educación, donde trabajamos actualmente dos hermanas. Tenemos, pues, la oportunidad para acompañarlas también en ese espacio. Somos testigos en primera persona de cómo, al inicio, les cuesta relacionarse con el resto de estudiantes de Villa Sepahua, un centro poblado habitado por personas de todos lados, muchas llegadas de otros lugares del país. Deben, en esos primeros momentos, hacer frente a la discriminación por las dificultades que tienen para hablar el castellano, por su bajo nivel académico. También hay humillaciones y racismo, por lo que se necesita hacer un buen trabajo para mejorar su autoestima y su capacidad de resiliencia.

Aunque en ese colegio exista un gran porcentaje de estudiantes indígenas, que se incrementa con la presencia de los chicos y chicas de los internados, la influencia de todo lo occidental pone en peligro la vivencia de su propia cultura. Se exponen a graves situaciones de riesgo como el consumo y venta de drogas, la prostitución, la trata, el acoso sexual, la violencia y la explotación laboral. Existe también un alto índice de embarazo precoz y aborto. Todo esto lleva a la deserción escolar. Además, van perdiendo el sentido de la reciprocidad, la vida en grupo, la convivencia y adquieren actitudes individualistas propias del sistema operante. Obviamente, todo esto repercute en su desarrollo integral.

Ellas, responsables y aliadas

A nivel de pastoral en la Iglesia, las mujeres indígenas son el motor en las comunidades. El machismo es fuerte, pues quienes figuran en los cargos de autoridad son casi siempre hombres, pero quienes en realidad lideran son ellas. Las mujeres asumen la responsabilidad de sostenerla vida espiritual de la comunidad. También son líderes activas en los encuentros de formación, su presencia en la Eucaristías es muy significativa.

Reconocen a la Iglesia como su aliada, confían en los sacerdotes y en las hermanas. Incluso aquellas mujeres que acuden a diferentes agrupaciones religiosas, en sus peores momentos, vienen donde el Padre y la hermanas. Saben y agradecen que estemos para ayudarles en todo lo que podemos.
La presencia del Papa Francisco en estos lugares y el Sínodo ha sido una gran oportunidad para sentir que la iglesia está con ellas, que escucha sus gritos, que conoce sus necesidades. Ha sido también una oportunidad para releer su propia realidad con ojos críticos y dar su palabra con la alegría de ser escuchados y tomados en cuenta.

Ahora, después del trabajo en el Vaticano, se inicia el mejor trabajo: poner en práctica lo dicho aquí y lo dicho en Roma y re-comenzar a formar lideresas, mujeres empoderadas de su realidad, dispuestas a defender la vida. No cabe duda, tenemos que patrocinar el protagonismo hacia la mujer indígena. Las mujeres son las que dan vida a las comunidades, a sus hogares y a la Iglesia. Es necesario reconocer su papel y hacer un camino con ellas para que cese la vulneración de sus derechos y alcancen una vida digna, en armonía y en equilibrio con su Amazonía.



domingo, 22 de diciembre de 2019

AL FIN LLEGAMOS A PARAÍSO


A la cuarta fue la vencida. Lo habíamos intentado en tres ocasiones, pero nunca lográbamos nada. Unas veces no estaban las autoridades, en otra ocasión apenas reunimos a cinco personas, y otro día se habían ido toditos a raspar coca. Pero este golpe sí, por fin.

De hecho el bote lo cuadramos junto a otro lleno de costales de hojas de coca. Y es que este paraje es un auténtico paraíso cocalero, por lo oculto, recóndito y silencioso. Cada saco 30 kilos, a un real el kilo, 30 reales (7,5 €) por bulto. Eso resuelve el día a día de una familia, y realmente no hay forma de controlarlo. Un par de embarcaciones con tipos con pinta de narcos se veían por allá.

Se sienten seguros porque no es fácil llegar a Paraíso. En esta época de inicio de la creciente del Amazonas, desde Erené hasta allí hay apenas tres palmos de agua. De hecho, el Laudato Si se quedó varado un par de veces, hubo que bajarse a empujar para sacarlo y poder continuar. Además, no pudimos ir con nuestro motor fuera de borda, tuvimos que tomar prestado un peque peque con cola más adecuado al bajo nivel del caño.

Al pisar tierra tocaba probar a hacer las coordinaciones necesarias, y sí que hallamos al teniente gobernador, que convino convocar a la comunidad a una reunión esa tarde a las 4. En el centro del pueblo destaca una iglesia crucista con su enorme cruz plantada, y al ratito aparece Daniel, que es el pastor y uno de los fundadores de esta población hace unos 22 años. Le explicamos que no pretendemos “quitarle la clientela” 😉, sino nomás conocernos, conversar sobre sus necesidades y cómo podríamos apoyarles. “Ah ya, entonces sean bienvenidos”.

Y en su casa nos acogen muy amablemente y preparan un exquisito almuerzo con las cosas que les compartimos (arroz, fideos y sardinas en lata). Luego la tarde transcurre lenta. Es un auténtico paraíso de silencio. Nado en las aguas oscuras y quietas de la quebrada, todo es tranquilidad. Acá no hay luz eléctrica, ni agua potable, ni saneamientos, ni posta médica, ni señal telefónica… ciento cincuenta personas en medio de la selva profunda, abriéndose paso lo mejor que pueden. Los rayos de sol atraviesan la espesura y me secan cuando salgo del agua, en medio de una fresca brisa… No saben la suerte que tienen.

Llega el momento de la reunión. Hay que esperar más de una hora; las 4 de la tarde significa “cuando ya cae el sol” para gente que no tiene reloj… En torno a las 5:30 hay un gran grupo de personas, creemos que la mayoría del pueblo. Nos presentamos, escuchamos y con sencillez nos van contando sus problemas y carencias, mezclando el ticuna con el español. Rapidito sale el tema del botiquín comunal; yo lo esperaba porque ellos sin duda saben por sus vecinos de Erené que podemos ayudarles a conseguirlo. Les explico cómo van a hacer y mientras me traducen pienso en Antonio y Lupe, la pareja de Montijo que tiene un sobrino que me dio un dinero para medicinas.

Hay que terminar porque es de noche y ya no nos vemos las caras. Muchos vienen a estrechar la mano y despedirse personalmente. El hijo de Daniel, que nos ha traído una bolsa con caimitos, mangos y una piña, quiere presentarme a su esposa y sus hijas. Preguntan si ya hemos comido algo hoy, como ofreciéndonos cena, bonito detalle. Definitivamente los vecinos de este sitio son gente muy simpática y nos sentimos a gusto con ellos. Haremos lo que esté en nuestra mano para que este sea también un paraíso del buen vivir, de la vida digna y plena.

martes, 17 de diciembre de 2019

UN MOMENTO EXTRAORDINARIO


Por azares y recovecos del calendario, me tocó administrar la Confirmación por primera vez en mi vida, y realmente fue algo excepcional por inusual y por espléndido. Siento que, después de esta experiencia, las confirmaciones “normales” que vendrán (en las que no seré yo el ministro), las viviré sin la menor traza de rutina, si es que alguna vez la hubo.

Cuántas veces he ensayado con los muchachos en España y en Mendoza el rito de la Confirmación interpretando yo el papel de obispo, y nos hemos reído con las equivocaciones de un@s y los nervios de otr@s... pues en esta ocasión mi entrenamiento era de verdad, varias veces trabuqué las palabras y me gané alguna burla probando de mi propia medicina. Jaja.

Hay en este sacramento un orgullo ya conocido, el del pastor que ha caminado un tiempo con los jóvenes y llega el momento de recoger un peculiar fruto. Mal que bien se han preparado, los has visto crecer, conoces batallas y algún trauma, son tuyos de alguna manera, y poderlos presentar como capaces de dar con libertad y conciencia el paso de seguir a Jesús es un íntimo regocijo, la contemplación de la acción de Diosito y su promesa de futuro.

Pero ahora, además de acompañarlos hacia la fuente de la Gracia, era yo el instrumento para que ellos la recibieran. Saboreé mucho la impresión de ser un mero sustituto, de tener entre mis manos algo que no me pertenece y que me desborda; era a la vez testigo y canal de la elección del Espíritu, elemento ocasional y tan precario como privilegiado.

¿Acaso no es siempre así? Sí, y nunca lo había visto con esa claridad. Soy una raya en el agua, dueño de nada, solo herramienta provisional, “una palabra vacía en un poema… un segundo en tu sueño”. Solo unas manos que Diosito toma prestadas para bendecir, para consolar, para preferir, para consagrar. Un aceite que contiene misteriosamente la plenitud de su presencia y el perfume de su amor.


Pensé que los confirmandos estarían decepcionados porque claro, el Obispo tiene otra categoría, ¿no? Pues creo que la emoción de compartir algo nuestro superó esa contrariedad. Los vi muy metidos en la celebración, a ellos y a las dos profesoras que también recibían el Crisma. Y yo, a pesar de las imprecisiones del novato, disfruté enormemente y durante la homilía me noté seguro e inspirado como pocas veces.

- Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo.
- Amén.
- La paz sea contigo. Y acá les ponía la mano sobre el hombro como tantas veces he visto hacer, y es un instante hermoso, entrañable y muy personal. Para ellos y para mí.

No sé si se volverá a presentar la oportunidad, pero para mí la Confirmación de 2019 será siempre única. Un momento verdaderamente extraordinario.

domingo, 8 de diciembre de 2019

NO HAY QUIEN LAS PARE


¿Se puede ir un@ de misioner@ a la selva con veinte años, muchas ilusiones, poca experiencia pastoral y sin haber conocido antes al menos un poco la realidad? La respuesta es no… excepto si eres una de las Esclavas Misioneras de Jesús que aparecen en esta foto del mes de agosto en Punchana. Ahí las tienes.

Es una congregación que nuestro obispo Javier halló “por casualidad” (…) en su última vuelta por México, justo antes de escapar de un terremoto apenas por horas. El viaje desde luego fue pródigo en emociones, porque conocer a estas monjitas es una experiencia totalmente shock. De pronto se han venido ¡dos comunidades! a nuestro vicariato, siete hermanas de una tacada nada menos. “¡Qué poderío!” – comentábamos cuando esperábamos su llegada.

Y no nos equivocábamos: hay que ser bien valientes, decididas y un poco locas para dar un salto así siendo tan jóvenes, pero además hay que verlas en acción. En San Pablo asumieron de frente la responsabilidad del puesto de misión y el cuidado de los ancianos de la Casa San José, antiguo leprosorio. Nada fácil para Antonia, Silvia y Fátima. Esta última (28 años) es la “párroca” y encargada de la oficina parroquial; el obispo me encargó darle un cursillo acelerado de documentos, partidas, libros, expedientes… porque todo es nuevo para ella.

En Pevas he estado menos, pero sí he podido trabajar con la hermana Rosalba. Ella es la más “mayor” (tal vez tenga 31 años) y una de las dos únicas profesas perpetuas del grupo, junto a la hermana Marta; el resto son junioras de votos temporales. Este año era mi compañera en la comisión de síntesis de la asamblea vicarial y me dejaba a cuadros la destreza y velocidad de su manejo informático; hasta el punto que es la secretaria mundial de la congregación desde el corazón de la Amazonía. Además no se cansa, es “sor Pilas Duracell”; completan el equipo las hermanas Erika (“Huambrilla”) y Dolores, que es la más joven, llegó con 18 años y su chapa es “Chivola”.

Tampoco son miles, ¿eh? La congregación es de origen español y después de cincuenta años de sequía vocacional, renació en México tal y como había predicho el padre fundador. Eso para que no perdamos tan fácilmente la esperanza en que puede haber repuntes de vocaciones. Y qué mujeres: salen a las comunidades, logran armar grupos grandes de jóvenes, patean el pueblo con sus tocas, tienen un imán con los niños, visitan las familias… ¡Imparables!

En los encuentros de misioneros suele haber un par de coreografías de ellas, y siempre espectaculares. En el último pudimos conocer a Ana Leidy, la madre general, que tendrá como 36 años, y es la que en la imagen está al fondo con gorro negro en vez de blanco. Estaba de visita, trayendo varias novicias, y con ella tuve ocasión de conversar más largamente; me contó algo de la historia de la reciente salida misionera, el sueño cumplido de venir a la selva, la alegría de convivir con las hermanas un mes… Y también algunas inquietudes y preocupaciones que le surgen, y una de ellas es el acompañamiento de las chicas.

Lo comparto plenamente; es más, cada vez tengo más claro que los misioneros necesitamos sentirnos y estar acompañados, y más en estos lugares lejanos, en donde la soledad hace aflorar los propios límites e inconsistencias con crudeza. No hay dónde esconderse, y eso vuelve esencial contar con alguien en quien confiar y con quien conversar en profundidad. Me ofrecí para ayudarlas en lo que pueda.

En la noche, aunque eran más de las 9, fuimos a buscar helados a la plaza de armas porque yo les había prometido invitarlas y no lo olvidaron. Y así pasamos un rato lindo antes de despedirnos de madrugada y partir cada cual a su cortijo. Sentado en el ferry recordaba que la hermana Silvia es capaz de hacer unas perfectas tortas de maíz con sus propias manos… Unas misioneras para todo, llenas de juventud, capacidades y energía; un inmenso caudal para nuestra pequeña iglesia, ¡qué suerte tenemos!


A Domi tampoco hay quien la pare

domingo, 1 de diciembre de 2019

PERIPECIAS CON SABOR A MANGO


Cuando recorremos el río siempre intento mantener los ojos bien abiertos y registrarlo todo, para aprender, no tanto cantidad de datos, sino la cualidad de esta cultura, la forma de vivir del pueblo, el carácter de la gente. Hay cosas que me extrañan, otras me encajan y muchas me sorprenden. Como la marea de mangos que hay por todas partes cuando es su época, ¡qué bestia!

Frecuentar las comunidades repitiendo la visita hasta tres veces en un año permite ensayar un mínimo proceso y hacer algo de seguimiento a cuestiones que quedaron apuntadas o pendientes. Paseando por Buen Jardín observamos que la mitad de los baños que fueron construidos en julio todavía no están cerrados ni los están utilizando: parecen absurdos monumentos surrealistas en medio de la selva. ¿Tal vez no saben usarlos? ¿O es que en realidad no los necesitan porque están acostumbrados a ir al yuyal? Ellos los solicitaron con fuerza, pero… ¿hemos enfocado esta carencia más “desde nosotros” que “desde ellos”?

Llega el bote con el cartel “Transporte escolar”, para movilizar a los colegiales de secundaria cada día a Bellavista; pero no se ven muchachos dentro, sino cargas de leña. El encargado aprovecha como puede, igual que todo quisque, porque la pobreza acecha siempre. Por la noche, la reunión tendrá lugar en la escuela, que tiene motor… pero todos los fluorescentes del salón donde nos encontramos están fundidos, de modo que apenas acertamos a distinguir los rostros. Ay Diosito. Nos invitan a mangos.

En Erené hay un programa del gobierno que coloca en cada hogar una placa solar y una pequeña instalación de tres a cinco focos y tomacorrientes para celular. Los operarios han llamado a la población porque la gente está incumpliendo los acuerdos de: 1) cavar cada familia el agujero donde se plantará el poste y 2) ofrecer a los trabajadores la comida que les corresponda según el momento del día en que estén currando en cada casa: desayuno, almuerzo o cena. ¿La peña quiere que se lo den todo hecho? ¿Valorarán de verdad aquello en lo que no participen, o los paneles se convertirán en chatarra como los tubos de la escuela…?

El taller sobre el cuidado de la Casa Común  atrae a no demasiado público en Yahuma I Zona porque resulta que esa noche hay dos fiestas de cumpleaños simultáneamente, dos. De hecho el ruido es ensordecedor hasta las cuatro de la madrugada, música a full y tremendos petardos. Armando quería acompañarnos a Barranco porque allí toca Bautismo al día siguiente, pero cuando nos levantamos y vamos a avisarle de que salimos vemos que… está borracho como su papá y todos los adultos de la casa menos su mamá. Nada puede competir contra el fútbol, y nada es tan extrañamente destructivo para los indígenas como el trago.

Todos se dirigían hacia Yahuma Callarú, porque era su aniversario y había programado campeonato (¡claro!), pero al menos los de Barranco esperaban en su salón comunal. Y bajo la lluvia llegó “el padre”, los que faltaban acudieron y tuve el placer de bautizar a 35 personas, todos niños y algún adolescente. Fue una celebración algo diferente a como se haría en el Vaticano, me disculparán los puristas de la liturgia, pero muy bonita y espontánea. Por encima de los problemas de traducción está la fuerza del agua como símbolo de vida, especialmente expresivo en la Amazonía. Lo del Crisma supongo que los ticuna lo ven como algo más mágico, artilugios de un chamán bueno como el cura.

Por donde quiera que vayas en el Bajo Amazonas en noviembre encuentras mangos maduros, a veces ya caídos en el piso junto a los árboles. Es el sabor dulce que dejó esta gira, vinculado a la Primera Comunión en Yahuma II Zona. Primera vez que celebramos esta fiesta en una comunidad y ¡qué contentos! El grupo de 11 niños ha superado innumerables dificultades para prepararse: catequistas  que iban desapareciendo (una se fue a vivir a Bogotá), materiales enviados como se podía… Pero lo han conseguido; no habrá sido una catequesis perfecta, pero allí estaban el día previo probando el pancito y confesándose por primera vez. El mismo candor, la emoción peculiar de los niños este día… pero ni trajes, ni almuerzo, ni gaseosa siquiera: de regalo un rosario y un caramelo para cada uno.