sábado, 31 de diciembre de 2022

LA SELVA ES EL SALVAJE OESTE


Hay momentos en que me parece que estoy viviendo dentro de una película, uno de esos westerns con despiadados forajidos que campan a sus anchas con total impunidad por territorios lejanos e inhóspitos, donde las pobres gentes sufren las consecuencias de su codicia y su crueldad.

Solo así se explica lo que ocurrió en Yanashi, uno de nuestros puestos de misión, hace un par de meses: el sheriff fue asesinado a sangre fría en su propia oficina. Una noche, el comisario de policía estaba sentado en la puerta de las dependencias policiales de esa localidad, tomando el fresco junto a su pareja, cuando se presentaron unos hombres que, sin mediar palabra, le descerrajaron varios disparos a quemarropa. La mujer intentó huir y también murió baleada.

Me lo cuenta una de las hermanas ursulinas, cuya casa está a cincuenta metros de la comisaría. Escuchó lo que creyó que era un cohete, fue a la ventana y alcanzó a ver cómo disparaban a la señora; uno de los efectivos, que intentó salir, también fue tiroteado y se salvó de milagro. Los sicarios huyeron a través de un maizal que hay al costado de la casa parroquial. Parece que es un asunto de narcos: cupos no cobrados, extorsiones fallidas o cosas por el estilo.

Claro que también hay robos a la diligencia. El otro día, cuando regresaba de Caballo Cocha en el ponguero Haydee, me relataron que esa misma movilidad había sido asaltada en pleno Amazonas en medio de la noche dos días antes. Se ve que los choros estaban avisados, porque levantaron más de 40.000 soles (10.500 €) sin que nadie pudiera hacer nada. “Los bandidos también tienen que armar su Navidad”, aseguraba mi compañero de asiento”. 🤐.

Paro docente en la UGEL Putumayo

A menudo los ladrones están infiltrados en la misma administración pública, y desde ahí perpetran sus fechorías con mano informática envuelta en guante blanco. Por ejemplo, el mes pasado, cuando llegué al Estrecho para celebrar la Confirmación, encontré un paro de los profesores de la provincia de Putumayo, que protestaban en la UGEL desde varios días atrás. Resulta que unos funcionarios de esa oficina, aliados con otros en el gobierno regional, se habían tirado más de cuatro millones de soles sustrayendo los sueldos de todos los docentes (que no habían cobrado el mes de noviembre) y varias partidas de materiales, personal de salud, etc. Escribo más de un mes más tarde de esta foto y ya les han pagado noviembre, pero no diciembre, ni sus aguinaldos ni sus retenciones. El trabajo en equipo es lo que ofrece resultados, no cabe duda, y en el rubro de corrupción también.

Claro que más estupefacto me quedé cuando en Islandia la profesora Floralba, maestra de inicial, me explicó que, debido a la gran cantidad de niños y la insuficiencia de espacio en el jardín, la Dirección Regional de Educación de Loreto le comunicó que se creaba una nueva institución educativa inicial de 30 alumnos, con ella como directora y única profesora (y dos auxiliares) … pero no le brindaban ningún local, sino que ella misma tendría que buscarlo y acondicionarlo. Así que la maestra ha reformado su propia casa logrando una sala amplia, y allí tiene a los críos, que se sancochan vivos de calor por las calaminas bajas; el que lo entienda que me lo explique.

En esta jungla se falsifican papeles como canchita. Hace poco, de una de nuestras oficinas salieron unos documentos rumbo a una entidad regional, y llegaron a su destino otros parecidos, que habían “reemplazado” misteriosamente a los originales por el camino. Cosas de brujería y shamanes, seguro.

Puente "truncado" en San Pablo

¿Y qué pensarían al ver un puente en uno de cuyos extremos se ha construido una casa? Pues existe en San Pablo, como puede verse en la imagen de abajo. El puente continuaba una vereda y salvaba un desnivel, pero se ve que la municipalidad lo había levantado en parte dentro de un terreno particular. Así que el dueño dijo: “acá yo pongo mi casa, y punto”.

La selva seguramente también es el único lugar del mundo donde los pilotos de una avioneta militar se colocan caretas de Papá Noel para manejar el día de nochebuena. Los pasajeros de ese vuelo nos quedamos de piedra, y de hecho hay quien no se lo cree, así que como evidencia esta última foto, para terminar esta entrada y este año, esperemos que con una sonrisa. Feliz 2023.

sábado, 24 de diciembre de 2022

NAVIDAD EN PERÚ, HERIDA PALPITANTE


Toca festejar, y yo lo haré hoy, como los últimos años, en Estrecho, en el río Putumayo; límite de un país en llamas, descompuesto, espantado, pero sobre todo pesaroso y agotado. Cansado de la impunidad de sus políticos, de las mentiras, del imperio de los intereses particulares, de la arbitrariedad y el pelotazo. Un Perú atribulado porque no logra ver luces de esperanza mientras coloca la iluminación de Navidad.

La pandemia dejó exhausta a esta sociedad débil, económicamente precaria, donde más del 30% de peruanos sale cada mañana a buscar las papas de hoy chapoteando en el lodo de la pobreza. Las elecciones del Bicentenario auparon a la presidencia a Pedro Castillo, en quien muchos quisieron -quisimos- ver una expectativa de cambio, un posible revulsivo que colocara en el foco a los humildes de la sierra y la selva frente al dominio secular de “los dueños del Perú”.

Año y medio de despropósitos, zancadillas, errores de bulto, corrupción, acoso y derribo por parte de aquellos que siempre habían gobernado, carrusel sin fin de nombramientos y ceses de ministros… Polarización agobiante, medios de comunicación asombrosamente (o no tanto, pues quien paga manda) agresivos contra el presidente desde su primer día, presión insoportable… hasta que todo reventó el día 7.

Tal vez nunca sepamos toda la verdad, pero creo que el hombre se descontroló, en los últimos tiempos se había quitado su sombrero y trató de huir hacia adelante a la desesperada, sus manos temblorosas en la pantalla, intentó una jugada a todo o nada y no le salió. Y ahí se desbordaron la insatisfacción, la frustración, la rabia, el dolor por la miseria y la inseguridad, el miedo al futuro. La angustia de “los de abajo” estalló como furia arrasadora.

Carreteras cortadas con piedras o neumáticos ardiendo; violencia en las calles; el Congreso demora en acordar un adelanto electoral (no quieren perder sus sueldos de 20.000 al mes), manifestaciones, el clamor de “¡que se vayan todos!”; disturbios, saqueos; enfrentamientos entre distintos bandos; excesos de las fuerzas del orden; ciudades enteras desabastecidas de alimentos; violaciones claras de los derechos humanos; inmovilización social obligatoria decretada por el gobierno; sedes de empresas y organismos públicos incendiadas; cristales rotos; aeropuertos cerrados.

Muerte. A día de hoy, veintitantos fallecidos. Eso siempre reina, por desgracia. La injusticia y la pobreza son la muerte prematura del pueblo menudo, como dice Gustavo Gutiérrez. Agonía lenta pero fiera e implacable, como un cáncer agazapado que de pronto da la cara sin piedad, cancelando cualquier brote de futuro. Esas vidas cercenadas son un trasunto de lo que el país sufre hace décadas, siempre.

Y así, en plena metástasis de desconsuelo, llega la Navidad. Solo un pesebre, un cajón de paja donde comen los animales, para el recién nacido. Dios en medio de un trauma, indefenso ante la magnitud de esta herida social abierta y palpitante, desvalido junto a la sangre inútil de los inocentes, que anticipa la suya propia.

El bebé no sabe hablar, pero es la más elocuente Palabra que Dios grita, y hoy más que nunca, en esta tierra: calma, escucha, diálogo; pero también conciencia, integridad, veracidad; comprensión, encuentro, paz. Pero ante todo justicia, porque “no hay paz sin justicia” (Juan Pablo II), y “la justicia y la paz se besan” (Salmo 85, 10). Indignémonos, protestemos fuerte y pidamos que este sistema que supura sea volteado, reclamemos con razón nuevas elecciones e incluso reformas constitucionales… pero hagámoslo con misericordia y sin violencia, con la brújula de la ternura y la estrella de la paz marcando el horizonte.

Como aquel pueblo, el Perú necesita una esperanza firme, una luz grande, una promesa. Este país no es estéril, el amanecer está en sus hombres y mujeres, ciertamente capaces de forjar un provenir mejor. Dentro de ellos, de sus hermosas culturas, de su historia milenaria, de su dolor y su grandeza, se manifiesta hoy, esta noche, el Niño que nos muestra el camino, que nos enseña a vivir como auténticos seres humanos. Feliz Navidad.

sábado, 17 de diciembre de 2022

APRENDER A CALLAR


Requerimos un año o algo más para aprender a hablar y ¿cuántos? para aprender a callar; yo voy siendo ya mayorcito, y estoy en ello. De veras pensaba que había acuñado un pensamiento original y cierto, pero he googleado y resulta que Ernest Hemingway me echó la pata con una cita famosa: “Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”.
 
Recuerdo que, durante mis viajes a África los veranos de teología, vi en una capilla un ambón de madera con un relieve tallado; representaba a un hombre de pie que se tapa la boca con una mano. Me explicaron que en aquella cultura ese gesto expresa una combinación de reverencia y asombro ante la Palabra y sus maravillas. Y con moderación y ademanes suaves, porque la acogida a lo que Dios revela está en las antípodas del alboroto.


Vuelve a mi corazón muy a menudo a modo de propósito para este día o los próximos minutos. Callar es un ejercicio de contención y de autocontrol, pero ante todo es una consecuencia de la destreza de contemplar.
Cuando la realidad nos impacta por su belleza o su deformidad, se produce en nosotros un hiato, una pausa que conduce al silencio. El ruido es domesticado por la emoción sin que intervenga la mano.

¿Cómo subir a esa esfera y saber quedarse? ¿Cómo dejarse acarrear dulcemente por esa lentitud? Cuando aprenda a deslizarme así, estaré listo para podar la verborrea y templar la reacción que en muchos momentos me mecaniza. En tanto se accede a esa condición en razonable medida, creo que los ensayos de aprender a callar no pasan de torpes balbuceos de sensatez.

Aun así, hay que intentarlo. Insistiendo en la estrategia de “si tengo dudas acerca de si decirlo o no, no lo digo”. Ya es un paso apreciable. Solo hablo o escribo si estoy seguro de que es conveniente y constructivo. Es lo de los tres filtros de Sócrates, más viejo que el mundo:

- ¡Maestro! Quiero contarte algo sobre un amigo tuyo…
Sócrates lo interrumpió de inmediato:
- ¡Espera! Antes de que me hables sobre mi amigo, lo que me vas a decir debe pasar el examen del triple filtro.
- ¿El triple filtro?, preguntó el discípulo sin saber de qué le hablaba.
- Sí, respondió Sócrates. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que me vas a contar es verdad?
- Se lo oí decir a unos vecinos...
- ¿Entonces no sabes si es cierto o no?, le insistió el filósofo. El discípulo tuvo que admitir que no.
- ¿Y es algo bueno lo que me vas a decir de mi amigo?
- Al contrario, es negativo, y no te va a gustar...- dijo el discípulo.
- ¿Entonces deseas decirme algo malo sobre él que, además, no estás seguro de que sea cierto? - le replicó Sócrates.
El discípulo no supo qué responder.
- Y, por último, ¿me va a servir de algo lo que tienes que decirme?
El discípulo dudó, pero al final reconoció que, saberlo o no, en realidad no iba a resultar útil a Sócrates.
- Entonces, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno ni útil, ¿para qué querría saberlo?, concluyó el filósofo.

Claro como el agua, pero cómo cuesta cumplirlo… Cuántas veces me doy cuenta, apenas lo he dicho, que no debería haberlo dicho. He metido la pata, he creado incomodidad o malestar, he concitado desconfianza. Y lo lamento. Ocurre constantemente.

En general hablamos demasiado. Nos propasamos y quedamos expuestos, desprotegidos y rendidos a lo irremediable, cual heridos en medio de una batalla. Y después nos vemos obligados a hablar más para aclarar o explicar…

No cabe duda de que es esencial para el equilibrio y la felicidad saber callar. Entrenar la sobriedad verbal y la prudencia; practicar la raíz cuadrada a todo lo que pugna por salir por nuestra boca, y que proviene de diferentes regiones de nuestro yo consciente e inconsciente: hígado, estómago, riñones… hasta de las rodillas, estoy seguro. Me gustan los emoticonos que dibujan esa actitud: 🤐 y 


Poner en marcha planes alternativos: “diré lo estrictamente imprescindible” o “en general, estaré callado”. Y trataré de escuchar. Me quedan ocho años para progresar adecuadamente.

sábado, 10 de diciembre de 2022

ESTROPICIO EDUCATIVO


O catástrofe. O despropósito. O descalabro absoluto. Todos estos sustantivos valen para describir la educación en nuestra querida región Loreto, y acaso en todo el Perú. También fracaso amargo y sin paliativos. O naufragio cruel y en toda regla, ya que vivimos a la orilla del río.

Estoy de visita en Mazán, puesto misionero cercano a Iquitos, pequeña ciudad pujante situada estratégicamente en el lugar donde el Napo y el Amazonas casi se rozan. Por acá pasa de todo: un sinfín de mercancías, droga, personas… desde y hacia Ecuador. Este sitio hierve de vida, está repleto de niños y jóvenes, y de hecho tiene dos colegios de secundaria. Y allí vamos.

Es viernes, lo cual contribuye a aumentar el caos, que salta a la vista en el “Jorge Basadre”. No hay el director, pero sí formación en el patio. Inmediatamente se aprecia que los alumnos no caben, y así lo corroboran varios profesores. La biblioteca y el comedor hacen de improvisados salones de clases, y aún así hay grados que han de estudiar por la tarde.

El sol atiza cuando nos dirigimos al otro centro educativo, el “César Vallejo”. No solamente falta el director, hay varios maestros ausentes, y por tanto aulas con alumnos solos y en general chicos y chicas un poco por todas partes. Patios con gente corriendo, yendo y viniendo, ajetreo, ruido, puertas abiertas por el calor… En definitiva, la certeza de que no se está haciendo nada de mérito.

La zona de los más mayores es desoladora: un grupo en una espacie de pasillo, los de quinto dentro algo que parece un almacén de arroz: paredes hechas con cuatro tablas chuecas, piso de cemento descascarillado, mesas rotas o demasiado bajas, sillas viejas, bancas sin respaldo (la foto no tiene desperdicio; al menos hay cepillo y recogedor en un rincón). Un horror.

Días más tarde, en Angoteros, sigue la crónica del hundimiento educativo masivo. En secundaria sobra mencionar que varios profes no están, empezando por el director (claro). Queremos hablar a los cuartos y quintos y encontramos dos salones con los alumnos solitos. Los niños del jardín ya han salido, a pesar de que no son ni las 10 de la mañana; del internado la mitad de los jóvenes se largaron a los dos meses de comenzar el año debido a la mala alimentación (ver “Internados de hambre”).

Sin embargo, ha llegado la supervisión de la UGEL* desde Iquitos (dos días de viaje), pero a los funcionarios no parece importarles lo más mínimo el evidente desorden, solo han ido a inspeccionar las tablets. De hecho, en esta otra imagen vemos una carrafilera de ellas mientras se cargan con su panel solar portátil, mientras en la cancha hay partidos de vóley todita la mañana sin parar, por supuesto.


Acá en Angoteros los profesores que viven en la quinta venden alcohol (cerveza y trago), y allí son frecuentes las fiestas con música altísima hasta la madrugada. ¿Cómo van a transmitir valores como la puntualidad, el trabajo bien hecho o el cumplimiento del deber? Rollos trasnochados, probablemente. Mejor no mencionemos los casos de abusos, venta de notas a cambio de favores sexuales, etc. Secretos que en el pueblo todo el mundo conoce y calla.

El siniestro se recrudece si nos adentramos en el mundo rural más profundo, como la comunidad de Santa María, adonde pasamos una jornada. Recibe nuestro bote una nube de 100 niños, sin exagerar; se pregunta uno qué pasa con la escuela. Como tampoco hay espacio, han ubicado a cuarto y quinto de primaria en el local comunal; el maestro les ha escrito en la pizarra unas frases en español (“castellaneando”) para que las copien y se ha ido a casa de unos compadres, unos cincuenta metros en frente, lo vemos riendo junto a la ventana. Revisamos cómo va el trabajo y comprobamos desconsolados que los niños no logran escribir, no hay forma.

Más allá, los alumnos de la escuela bilingüe corren y juegan mientras la escoba de su profe asoma por la puerta del aula… Esta dejadez, esta incompetencia, esta irresponsabilidad, este desastre viola groseramente el derecho a la educación, comienza a cerrar puertas a las personas ya desde niños, les cercena oportunidades de desarrollo, los arrincona en los márgenes de la desventura y condena a los pueblos, al país entero, a la mediocridad. Derrotado y afligido, me pregunto qué se puede hacer.

* Unidad de Gestión Educativa Local

domingo, 4 de diciembre de 2022

POCO A POCO VOY SIENDO CONQUISTADO POR ANGOTEROS

Diría que remonta dentro de mí, como un tenue amanecer lento y lejano, la fascinación por este pueblo y su silencio. Muy despacio, puesto que solo voy allá una vez al año, pero poderosamente y con la misma irreversibilidad que sentí cuando pisé la selva.

Todo el rato miro los pies de la gente, duros, encallecidos de caminar siempre sin zapatos; pies que son como mapas donde está dibujada la sencillez y a la vez emblemas de la identidad del pueblo runa. Hay una continuidad entre la persona y la tierra, su mirada abarca el mismo sosiego que la caída de la tarde sobre el plateado río.

Llegan wawakuna (en kichwa “niños”) sin cesar, sus risas siempre bajo la contención de la timidez propia de esta cultura. Dar la mano es apenas tocar los dedos estirados juntos, sin apretar, no hay besos, sí educados saludos: alishishi (“buenas tardes”). Primero hay que armar juntos este puzle, no son precisas palabras, solo te paso esta pieza, pero vemos que no, mejor esta otra; cuando terminamos, aparecen los blancos dientes, habitantes de la sonrisa.

Un par de días más tarde wawakuna comenzarán a agarrar mis manos cuando vamos por la vereda, tocarán el vello de mis brazos, hasta jugarán sentándose en mis pies para que los transporte al andar. Todo tiene su proceso, la paciencia es uno de los cimientos del día a día.

Esta casa misionera, Domi wasi, acarrea la lucha permanente por mantenerla en pie, seca y relativamente libre de bichos, porque es como la de cualquier familia: de madera, con el techo de hojas de irapay y el piso de pona. Al abrir el armario de las herramientas apareció un nido de “abejas asesinas” en expresión de los kuillur runa (animadores), que habían llegado aquella noche para una reunión. Uno de ellos lo quemó con gran habilidad, las abejas zumbaban nuestras cabezas y yo me metí en mi mosquitero en cuanto pude.

No solo la casa o la iglesia, la misión al completo es interpretada y vivida al modo de los naporunas; como quiso el p. Juan Marcos Mercier, que se hizo uno de ellos. No existe “catequesis” en su acepción clásica, pero durante dos temporadas fuertes (adviento y cuaresma), hay actividades formativas con los niños y los jóvenes todos los días. Navidad y Pascua son celebraciones nucleares en su cultura; los “fiesteros” son equipos rotativos encargados de organizarlas, con todos sus ritos y los infaltables ingredientes: masato, cohetones, y por supuesto muchas velas.

“Está mezquinando guayo” –acusa una niña subida a un papayero. Esta cultura se funda en la reciprocidad, en el compartir, en la minga. Solo juntos se sobrevive, solo apoyándonos unos a otros se somete la lenta ferocidad de la naturaleza. Y así damos gasolina y pedimos pescado, regalamos velas y recibimos huevos. Hasta los niños, que se llevan la pelota para jugar, traen mangos. Todo se agradece porque la comida es escasa.

Ensayo las palabras de la consagración y la plegaria eucarística en kichwa. Es medio dificilito y sé que titubearé, pero no estoy nada nervioso. Más bien todo fluye con espontaneidad, me siento muy cómodo; nada me cuesta en Angoteros. Es el lugar del Vicariato donde la inculturación verdaderamente se sustanció, es acá que asoma una Iglesia con shungo indígena. Para mí, la posibilidad de realizar el sueño misionero original: vivir como ellos, hablar como ellos, comer como ellos, ser como ellos.

Está al alcance de mi corazón. ¿Tal vez mi siguiente destino, cuando termine este servicio? Veremos... Pienso seguir dejándome enamorar, eso seguro. Por el momento, ya he enviado un kit con lo más básico: pelotas de fútbol y vóley, una caja de velas y sartenes de teflón para calentar el pan y hacer huevos fritos sin que se peguen.