jueves, 25 de abril de 2019

SEMANA SANTA CON EL AGUA HASTA LAS RODILLAS (Ez 47, 4)



No nos avisaron de que Puerto Alegría estaba bajo el agua víctima de la inundación, aunque no creo que eso nos hubiera desanimado de ir hasta allí a celebrar el Jueves Santo. Hacía cuatro años que no pasaba la Semana Santa con la mochila al hombro, y me apetecía mucho salir a comunidades. Por más que en Islandia intentaron disuadirme, ni modo: rumbo al Amazonas.

Es cierto que la crecida vuelve aún más difíciles las cosas porque a la gente le cuesta más salir de la casa, no todos tienen canoa y los hay mayorcitos que no se atreven a caminar por los improvisados puentes de tablas o por la vereda sumergida; pero hay que llegar. Y en casa del animador Homar nos presentamos un poco después del mediodía; le encontramos medio enfermo, como su esposa, e inmediatamente tuvimos que escuchar un cúmulo de lamentaciones, reclamaciones y justificaciones: “es que no pude ir al encuentro en Islandia porque…”, “es que tengo rota la cadena de la motosierra…”, “es que…”.

Éste es un pueblo grande a orillas del Amazonas, cerca ya de la triple frontera, donde al parecer “hay hartos católicos” pero la comunidad no termina de carburar. Tiene incluso hasta capilla (¡!), que está derrumbada y es la imagen plástica del abandono efectivo de la fe de esta gente. Uno de los motivos es que Homar no logra convocar a los vecinos para organizarse mínimamente, mucho menos para orar los domingos. Por eso me voy con él en la tarde a invitar, caminando con el agua hasta las rodillas, y así puedo conversar con varias personas que me preguntan por el Bautismo, si se pueden casar, etc. “Lo vemos todo esta noche, ahí les espero”.

Y sí, aunque no aparecen ni mucho menos todos los que podrían, se arma un grupo de veintitantas personas en la canchita junto al salón comunal. Rápidamente sacamos las sillas, preparamos una mesa y buscamos lo necesario para el lavatorio de los pies. La Cena del Señor, a la luz de una espléndida luna llena, resulta bonita a pesar de las dificultades para leer, entonar las canciones, etc. Lavo y beso varios pies (no son los más sucios de mi vida, ni mucho menos) y después salen algunas personas espontáneamente a hacer lo mismo. Al terminar mantenemos una conversación acerca de la comunidad, la necesidad de reunirse y de ponerse en marcha. Cuando hablamos de una nueva capilla se pone de manifiesto una tremenda pasividad: ya les han prometido y concedido apoyo, pero no son capaces ni de ir a recoger unas calaminas o de entregar un documento al municipio. Les doy un plazo de dos meses para moverse, o de lo contrario esa ayuda será destinada a otros lugares.

El Viernes hemos programado Rondiña II zona, un lugar que, después de varios intentos, parece que despega. Don Elías, antiguo animador de la época dorada de Indiana, junto con su esposa Leonarda, están decididos; su familia es grande (tienen 8 hijos), y junto a tres o cuatro familias más pueden formar una interesante comunidad cristiana. Nos reciben con cariño en una tarde muy calurosa, nos invitan a refresco, miramos unos enormes camaleones en lo alto de los árboles junto al río, y nos bañamos a la caída de la tarde, relajados y contentos.

A las 6 de la noche tenemos dispuesto el sitio de la celebración también al aire libre, pero justo cuando estamos comenzando se descuelga una lluvia repentina y hemos de pasar adentro de la casa. Nos acomodamos un grupo semejante al del día anterior. Durante la liturgia puedo ver al fondo a una mujer joven cocinando, de modo que la lectura del Siervo de Yahvé se mezcla con el olor a arroz hervido. Leo un trozo de la Pasión y hago un breve comentario, lo más sencillo que puedo, para ayudar a esta gente a vivir el momento siguiente: la adoración de la cruz. Van saliendo en total silencio, y casi todos colocan sus brazos en el palo transversal, como cuando se saluda a un amigo.

Me encanta este gesto, que cada cual hace a su manera. Trae a mi corazón otros viernes santos en mis pueblos, y me une a personas que amo. Es muy hermoso compartir la fe de esta manera humilde y corporal, intuitiva, construida entre la emoción y el agradecimiento. Acabamos todos satisfechos y serenos. De hecho ellos quieren quedarse cantando y así pasamos un buen rato más. A la hora de acostarse me duelen los dedos guitarristas pero saboreo mi felicidad misionera.

sábado, 20 de abril de 2019

"PARECE QUE LLEVAS ACÁ MÁS TIEMPO"


- ¿Cuántos años llevas en el Vicariato, padre?
- Dos.
- Pues parece que llevas más tiempo.
- …

No me acuerdo exactamente de quiénes, pero dos o tres misioneros del Vicariato coincidieron haciéndome este comentario últimamente. Me recordó a algo que me dijo Antonio Herrera, salesiano en Togo, uno de los primeros veranos que pasé allí siendo estudiante: “Parece que amas África antes de conocerla”. De los mejores piropos que me han echao nunca.

La primera noción que tuve del Vicariato fue por internet. Navegando, supongo que atraído por el gusanillo de las misiones en los años de Santa Ana, me topé con la página web de San José del Amazonas. Miré el mapa, las imágenes de la selva, los rostros de los misioneros que ahora son mis compañeros, y pensé: “Madre mía, pero esta gente ¿cómo pueden? Todo el día yendo en bote por esos ríos…”. Lo pienso ahora y me hace gracia: cómo iba yo a sospechar ni por un momento que acabaría aquí.

Pero sí, este es mi sitio. Lo supe el primer día que puse el pie en Punchana, y eso que apenas llevaba cuatro meses en el Perú y estaba llegando a la diócesis de Chachapoyas y comenzando mi misión en Mendoza; luego fui a Indiana, escuché los cantos en kichwa de la toma de posesión del obispo Javier, vi a los danzantes con vestimentas indígenas, entré en la maloka… “No puede ser, pero si acabo de empezar en otro lugar” me decía a mí mismo, pero era irremediable. El Vicariato estaba en mi corazón desde antes de conocerlo.

Cuando ya vine, mi compromiso fue con todo el territorio, disponible para ir a cualquier lugar. El viaje que hice los primeros meses a la mayoría de los puestos de misión, el CEFIR en Aguarico y también el trabajo de ordenar el archivo vicarial me ayudaron a tener un conocimiento inicial bastante completo de la historia y el presente de esta familia misionera. Conversé mucho con los rukus, los más veteranos y expertos, acribillé a preguntas a Domi. Creo que hoy por hoy puedo decir que tengo el Vicariato en mi cabeza, en  lo que es posible en solo dos años.

El Nuncio Apostólico en el Perú nos visitó
el último día de la Asamblea,
¡y cómo disfrutamos con él!
De pronto me vi metido como “por casualidad” en tareas de coordinación de la Asamblea, y se me pidió asumir responsabilidades vicariales como la del área de Animadores. Para mí es natural, porque siento una disposición al servicio del Vicariato entero; yo lo llamo “vocación al Vicariato”, y es un interés que se expande más allá de mi puesto de misión, un deseo profundo de que nuestras estructuras pastorales sean eficientes, los misioneros estén más acompañados, llegue más personal en nuestra ayuda, etc.

En la pasada Asamblea me daba cuenta de que un montón de gente me preguntaba dudas sobre horario, trabajo, funcionamiento… Yo no era el coordinador general, pero es cierto que el diseño de la metodología de evaluación y programación lo craneó un servidor. El resultado fue un magnífico objetivo general para este año: “En camino sinodal, fortalecer nuestro Vicariato de San José del Amazonas, para que sea Iglesia en salida, comprometida con la defensa de la vida, la cultura y la tierra, a la luz de la Palabra de Dios, mediante la formación y la interculturalidad”. Toma ya. Y los lineamientos qué: 1/ Caminar juntos con los pueblos indígenas y amazónicos. 2/ Formación integral y permanente de misioneros y agentes pastorales.

Como es habitual, nos hemos sacado el ancho o dado una paliza en la Asamblea Vicarial, pero se hace descansadamente porque me apasiona este servicio de ayudar a soñar juntos un rostro cada vez más amazónico para nuestra Iglesia. Amo el Vicariato, esta tierra, estas gentes, estos compañeros de camino, nuestro pasado hecho de entrega heroica, las heridas y el “hoy de Dios”. Creo en el futuro y me veo en él poniendo alma y vida.

domingo, 14 de abril de 2019

CONTRA LA MALARIA, SOLIDARIDAD


El paludismo o malaria es una enfermedad endémica en el Yavarí y el Bajo Amazonas, es decir, presente y habitual a causa de las aguas estancadas y la humedad de la zona. La transmite la hembra del Anopheles, un zancudo de hábito crepuscular que ataca descaradamente y, como no te pongas calcetines, zapatos cerrados, pantalones y manga larga (si la aguantas) te saca el ancho y pasas a engrosar el 56 y pico por ciento de la población que en nuestro distrito sufrió este mal el año pasado.

A pesar de que hay una campaña estatal llamada “Malaria Cero”, como siempre la gente de las comunidades alejadas las pasa canutas para luchar contra esta plaga. Hay lugares donde un técnico fue enseñado a hacer la “prueba rápida”: una muestra de sangre colocada en un plástico que contiene un reactivo y que da una idea aproximada de si hay malaria y de qué tipo es (Vivax, Falciparum y Malariae son los que hay por acá). Al afectado se le da el tratamiento correspondiente a lo que se supone que tiene, y luego los técnicos deben bajar cada cierto tiempo a Islandia para que les repongan los remedios. Entre viajes, días fuera, diagnósticos errados y muestras mojadas se multiplican cuadros de fiebre, diarreas descomunales, dolores articulares, horribles cefaleas…

El único método eficaz para detectar el paludismo es la “gota gruesa”: una muestra de sangre extraída en el pico de fiebre se tiñe con Giemsa o azul de metileno y se observa al microscopio; se localizan los parásitos y se cuentan por campos para determinar la especie y la magnitud de la invasión, y prescribir así el tratamiento adecuado. Es un procedimiento sencillo aunque laborioso, que puede realizarse en el campo pero requiere contar con el equipo mínimo, y en especial con un microscopio. Y este es el quid de la cuestión.

En Pueblo Alegre hay dos promotores de salud formados en el ejército para hacer esta prueba, pero ¿cómo conseguir un microscopio? Nos invitaron a visitarles y nos solicitaron apoyo. Al toque hicimos aquella misma noche cartas dirigidas a varias entidades, pero yo sabía que la que era para Cáritas de Valencia del Ventoso iba a hacer diana, porque la fibra solidaria de mi pueblo es inmensa. El aparato resultó más costoso de lo previsto porque lleva un accesorio que permite trabajar con la luz del sol y sin necesidad de la red (en estos lugares no hay electricidad), de modo que también colaboraron la Hermandad del Silencio de Zafra y mi amiga y óptica Loren Molina.

El microscopio, un Olympus CX23, ya lo tienen las autoridades de la comunidad  de Pueblo Alegre. Ahora Jehú y Olmer, los promotores, se capacitarán en el centro de salud de Islandia durante ¡tres meses! para que aprendan a utilizar eficazmente el instrumento, cosa que no es evidente: a menudo se requieren horas de paciente y minucioso examen de las muestras hasta dar con el bicho retratado. Durante todo el tiempo de su instrucción y práctica la municipalidad colabora brindándoles hospedaje y alimentación. Todos los logros, aunque sean pequeños, son trabajos de equipo.

Este compartir permitirá a la pobre gente del Yavarí sufrir menos, vivir mejor y en algunos casos no morir antes de tiempo, que es el estigma de la miseria. Porque la malaria es muy mala (como su nombre indica), y lo digo por experiencia: la última vez fue hace un par de años y me dejó hecho mazamorra. Además te pone muy triste, como si resucitara momentáneamente todos tus particulares espectros para deprimirte… Por eso gracias de corazón en nombre de Pueblo Alegre, que podrá hacer honor también a su nombre.

Gracias Valencia, mi pueblo pequeño y sencillo, experto en humanidad, con memoria de la pobreza del pasado y por tanto sensible a las necesidades de hoy, aunque estén lejos. Gracias por permitirme ser cauce de esa generosidad que es tu distintivo. Hace ya 13 años que nos tuvimos que despedir, pero cada vez soy más tuyo y estoy orgulloso de hacer algo contigo para que en mi selva las personas puedan ser un poquito más felices.

martes, 9 de abril de 2019

CONCHAS DE CARACOL VACÍAS 2a parte


Las “instituciones educativas” (que así se llaman) reciben dotaciones económicas para mantenimiento, y también víveres para dar a los niños el desayuno escolar y si se puede el almuerzo (es el programa Kali warma). ¿Quién controla esos fondos? Debería ser la Asociación de Padres de Familia junto con el profesor, pero en la práctica son los profes los que manejan todo, con los consiguientes desastres: desvío de fondos, alimentos que desaparecen, compras de materiales que nunca llegaron… Nelson, uno de nuestros animadores, cuenta que una vez fue a la UGEL a reclamar justificaciones de gastos y le mostraron una factura firmada por él… ¡que nunca había firmado!

Para que las familias accedan al programa “Juntos” (ayuda social del gobierno), uno de los requisitos es que los niños tengan completa su asistencia a clase. De modo que los alumnos faltan (un 48% de absentismo escolar en nuestra región, el más alto del Perú), pero el profe les rellena el casillero de asistencia y así los papás y mamás no reclaman cuando él se ausenta o roba. La corrupción es pues un trabajo en equipo que suma complicidades donde todos ganan… menos los niños.

Y esto es lo más triste. De hecho los resultados de la evaluación de la calidad educativa sitúan al Perú a la cola de América latina. No me extraña, cada día lo corroboro con la experiencia. No sé si habrá un país del mundo donde se pierda más tiempo de clase; no recuerdo haber visitado jamás un colegio en el que, sea la hora que sea, no haya alumnos por el patio, paseando; o ensayando desfiles, festivales, campeonato de fútbol o serenata de la fiesta del aniversario. Y claro, muchos muchachos de cuarto o quinto de secundaria no saben leer ni escribir correctamente y precisan a veces de varios años en academias para poder ingresar a la universidad. Pero ese es otro negocio.

Creo que sí hay solución y ha de comenzar, por supuesto, por los maestros. Hay gente muy buena, con cualidades y vocación de verdaderos educadores. Hay que ayudarles, subirles decididamente el sueldo, motivarles y acompañarles, especialmente en zona de frontera, donde todo se hace más duro. Por otra parte, el gobierno debería hacerse mirar los mecanismos de administración de los recursos materiales y humanos, para evitar trampas y buscar la eficiencia; adjudicando las plazas por concurso público de méritos (oposiciones), por ejemplo. Y dedicar más dinero a la partida anual de educación; así de claro: gastar mucho más y mejor.

Lo escribo y siento que el asunto no es tan simple. Tiene que ver más con un cambio cultural, abandonar el compadreo, la informalidad y la famosa “viveza” peruana; creer en el valor del trabajo bien hecho y del cumplimiento del deber en favor del bien común y no solo del interés personal, etc. Para ello se comienza, sin duda, por una educación seria y con sustancia, no perdida en programaciones, burocracia y desorden. De lo contrario, la escuela es mero medio de reproducción de una sociedad hastiada de desigualdad y corrupción. 

viernes, 5 de abril de 2019

CONCHAS DE CARACOL VACÍAS 1a parte


Creo que el problema número uno del Perú es la educación. Por delante de temas como la corrupción, la delincuencia, la pobreza o la crisis del poder judicial, incluso del fracaso generalizado de las instituciones del Estado, que cualquier encuesta colocarían en el top ten de las preocupaciones de los ciudadanos. Para mí, la raíz de estas y de otras muchas cuestiones es la educación.

En marzo, cuando comienza el año escolar, los noticieros se llenan de imágenes de escuelas y colegios no aptos para recibir a los alumnos: con tejados caídos, inundados por lluvias o huaycos, o armados precariamente con plásticos y calaminas, o simplemente convertidos en basureros, como el otro día vimos acá en el Yavarí, en Santa Teresa II zona. Porque edificios hay; el Estado hizo hace tiempo un gran esfuerzo y construyó los famosos y enormes “colegios emblemáticos”, y también escuelitas hasta en los lugares más alejados. He entrado en muchas de ellas y he encontrado también implementos: pupitres (que acá se llaman “carpetas”), sillas y siempre esas cajas con materiales didácticos de todo tipo. Una vez vi hasta un esqueleto de plástico completo. Centros educativos que son conchas de caracol vacías.

De modo que se invirtió y se gasta en educación; desde luego no todo lo que debería dedicarse, pero pienso que no es un problema de dinero. Y lo digo también porque sé que mis padres, por ejemplo, estudiaron con muchos menos medios; o mi generación, que aprendió a leer en una época no digital, sin las computadoras, tablets o proyectores que se ven en muchos colegios de Lima y la costa. Pienso que la clave está en la figura del profesor.

Primero está su formación: muchos profesores en el Perú no son profesores, no tienen los estudios terminados, no tienen título… Es una profesión muy desprestigiada, porque además los maestros ganan poco y normalmente tienen que tener otros trabajos para sacar adelante a sus hijos. Hay muchos que en la tarde son taxistas, tenderos o mecánicos de motores acá en el río, por ejemplo. Y luego está la motivación, que lo es todo en la vida. El otro día, con Santa Rita inundada, estaba el profe sentado en su casa a las 2 de la tarde. Digo casa por ser misericordioso: eran cuatro palos encima del agua, sin baño, sin cocina, nada… A más de tres días de distancia de su familia en Caballo Cocha. Con una lista de diez alumnos matriculados en esa comunidad recóndita y cobrando una miseria. Hay que tenerlo muy claro o no encontrar otra ocupación mejor.

Por eso muchas veces los profes faltan, se van los jueves y vuelven los martes… Y a esto hay que sumar un problema de organización y gestión: las UGEL (Unidades de Gestión Educativa Local) se ven desbordadas o atacadas por la ineficacia y el caos. No encuentran profesionales para las comunidades más lejanas, asignan plazas por influencias políticas, coimas o intereses arbitrarios… En Islandia, dos semanas después de comenzadas las clases, faltan como 8 profesores entre primaria y secundaria, no hay secretario, no hay psicólogo (ni lo habrá). Hay varias comunidades donde a día de hoy sigue sin aparecer ningún maestro. O los lugares donde no lo habrá y los niños tendrán que ir en bote todos los días al caserío más cercano con escuela…