jueves, 30 de diciembre de 2021

SER ESPERADO, SER APRECIADO, SER AMADO


El mismo día de nochebuena, con toda la tralla que llevaba encima, me tocaba madrugón para ir en bote a Iquitos, y de ahí en avioneta al Estrecho, que carece de sacerdote como la mitad de los puestos de misión de nuestro Vicariato. Se trataba de acompañar en la Navidad a esta comunidad, así que procuré metabolizar el cansancio y tirar palante con un golpe de riñón.

La pasada Navidad ya vine (porque escribo acá, a la orilla del río Putumayo), pero esta vez confieso que me ha costado más. ¿Por qué? Pues muy sencillo: porque en un año he creado lazos en Indiana, y por supuesto me hubiera encantado celebrar estas fiestas con la gente de mi parroquia, por quienes siento el cariño del pastor, un registro entrañable ya antes disfrutado. Un tanto pesaroso pues emprendí este viaje, además de fundido.

Pero los del Estrecho disiparon enseguida cualquier rastro de nostalgia. Roxana fue a buscarme al pequeño aeropuerto y me trajo en motocar a la misión. Sobre la pared de mi cuarto, este cartel tan sencillo y hermoso. Reconforta sentirte esperado y acogido, que se alegren de tu llegada y valoren tu esfuerzo. En mi vida demasiadas veces llego y me encuentro la puerta cerrada, topándome con el rostro desabrido de la soledad.

Meche, la ecoteóloga, la otra Misionera Parroquial, me da un abrazo. Bea no está, y las religiosas me brindan alojamiento en su casa con naturalidad. Queda un rato para la misa de nochebuena y luego han invitado a Florentina y su familia a cenar; hay chamba, ayudo a Chana en la cocina, salimos a comprar unas bebidas y recoger el pollo que la señora Narcisa ha asado. Todo fluye entre ellas y yo, espontáneamente, como hermanos que se cuidan y se aprecian.

Félix está nervioso en la puerta de la iglesia porque llego ya casi a la hora. Es misionero laico local, el responsable del puesto de misión. Un hombre bueno, hábil y trabajador, con un gran prestigio en el pueblo. Cuando se dirige a la comunidad presente me agradece por estar acá y la gente aplaude. Lo mismo a la salida, apretones de manos, “feliz Navidad” por doquier y varias personas que me dan las gracias porque he venido compartir con ellos esta noche. “Con mucho gusto” – respondo, y es la pura verdad.

Danza amazónica de adoración al Niño al final de la Eucaristía

Todo está listo para la cena. Por la tarde, aprovechando que internet surcaba milagrosamente bien, había llamado a toda mi familia, aquellos que me aman incondicionalmente y a los que siempre tendré, aunque hoy la distancia me duela. Es un día difícil, especialmente para quienes hace poco han perdido a uno de esos cuyo amor está asegurado, y siempre me vienen a la memoria personas concretas, como si una hebra de su desolación hiriera hoy mi sensibilidad y conectara con esa tristeza de estar lejos.

Pero es noche de Luz, llegan los invitados y hay que recibirlos como merecen. Enseguida el vino del brindis hace su efecto, el personal se relaja y emergen las risas. Pasamos una agradable velada, ahora los whatsapps ya solo son peruanos, despedimos a la familia, lavamos los platos y recogemos, pero todavía nos quedamos charlando un ratito más, y hasta aparecen regalos. Yo no he comprado nada pero recibo, claro… la generosidad de estas mujeres me deja desarmado.

Como afortunadamente el 27 es el cumpleaños de Chana, encuentro la oportunidad de corresponder de alguna manera al afecto que me dan. Las invito a almorzar ceviche con Cuzqueña negra para reponer fuerzas del trote de las últimas semanas.

Así han transcurrido estas jornadas navideñas, y me han hecho mucho bien. Los misioneros, que por definición somos itinerantes y no echamos raíces, podemos dar a veces la impresión de ser duros, afectivamente cautelosos, como soldados concentrados en su deber. Creo que es solo una pose para protegernos de cuánto implicamos nuestro corazón en las personas y los grupos humanos con quienes vivimos y caminamos. Como cualquiera, necesitamos sentirnos reconocidos, aceptados, valorados y amados. Y que de vez en cuando nos lo expresen.

Ahora que estoy de regreso y termino mi escrito, caigo en la cuenta de por qué vuelvo al Estrecho en Navidad. Se trata nomás que de eso. Feliz año nuevo.

viernes, 24 de diciembre de 2021

IMÁGENES DE UNA TREPIDANTE NAVIDAD


No tengo mucho tiempo para escribir, porque este año hemos programado la Navidad de manera suicida o autodestructiva, atorados de actividades en muy pocos días, pero al menos colgaré algunas fotos para la hemeroteca y regodeo de los chismosos.

12-18 DE DICIEMBRE: GIRA SACRAMENTAL-NAVIDEÑA
Recorrer Yanashi, Pevas, San Pablo y cuatro comunidades en menos de una semana es desde luego un record. La alegría es directamente proporcional al agotamiento; noches de viaje casi sin dormir y sacramentos a porrillo, como dicta la tradición. Bautismo, Confirmación, la primera comunión y hasta el Matrimonio, por estas tierras hay que dar a todos los palos sin remilgos.



19 DE DICIEMBRE: CONVIVENCIA PISCINERA DE FIN DE AÑO CON LOS JÓVENES
El grupo de Pastoral Juvenil ha sido este año toda una experiencia. Se merecía una clausura como Dios manda, de modo que nos fuimos a un recreo turístico pituco (“Milia Amazon Logde”, en Iquique, a media hora río abajo, y esto es una publi) y pasamos un día inolvidable con ahogadillas, vóley acuático, todo tipo de zonzeras, pollo frito con papas y amigo secreto: me regalaron un elegante polo, qué te parece.


20 DE DICIEMBRE: MEGA-CHOCOLATADA DEL BICENTENARIO
Con las ayudas de amigos de España este año hemos podido dar chocolate, panetón y su juguete a más de 400 niños. La maloka estaba repleta, actuaron los payasos Pipo y Panguito, los jóvenes se portaron de nuevo de maravilla y todo transcurrió en un delicioso desorden terminando con karaoke a las 12 del mediodía.


En la noche se desarrollaba el concurso de danza dentro del programa de actividades dela municipalidad, y ahí actué como jurado. Solo pongo la foto porque esto se merece una entrada aparte:


21 DE DICIEMBRE: 60 ANIVERSARIO DEL DISTRITO DE INDIANA
Cuando el Vicariato nació en 1945 y llegaron los primeros misioneros canadienses, Indiana no existía: eran cuatro o cinco familias en un fundo que Mons. Dámaso Laberge compró. Con la misión, el pueblo se desarrolló tan extraordinariamente que solo 16 años después se creó el distrito. El aniversario, cada 21 de diciembre, es un recuerdo agradecido de aquella gesta, de la que yo al menos me siento orgulloso. Esta imagen es de las autoridades a la entrada de la catedral antes de comenzar la misa te deum.


22-23 DE DICIEMBRE: BAUTISMOS EN LAS COMUNIDADES
En Manatí I zona nos esperaban casi 40 bautizandos entre niños, jóvenes y algún adulto, así que dividimos el asunto en dos sesiones, el pase de la mañana y el pase de la tarde. Qué manera de disfrutar con la gente, cuánto extraño salir por ahí y mezclarme con ellos, sin apuros y sin artificios. En la noche, apenas escapando de una lluviaza, pasamos a Manatí II zona a ver a Alecia, la quinceañera que con varios amigos dirige la capilla y arma la celebración del domingo en ese pueblo. Quedamos en que se van a preparar a la primera comunión con ayuda de unos temas que les vamos a facilitar y que ellos trabajarán solitos; en marzo o abril iré un domingo a celebrar la Eucaristía y recibirán por primera vez a Jesús. Será algo digno de vivirse y de contarse.

23 DE DICIEMBRE: CONFIRMACIÓN EN INDIANA
Esta mañana hemos madrugado para surcar de Manatí II a San Rafael a bautizar de yapa; la imagen es del almuerzo al que me han invitado en casa de Lili.


Y por la noche, como fin de fiesta con broche de oro, la Confirmación en mi parroquia, con varios jóvenes de la PJ como protagonistas. Hacía tiempo que no era padrino, y lo he sido por partida doble; y después de la misa los papás y mamás han ofrecido un bonito compartir (todavía tengo en la boca el regusto de la torta).


Así acabo estos días, fundido pero contento. Mañana temprano, a Iquitos, donde subiré a una avioneta rumbo al Estrecho, en el río Putumayo, donde celebraré la Nochebuena. ¡Feliz Navidad!

sábado, 18 de diciembre de 2021

SISMO, ORDENACIÓN Y BAILE TODO EL MISMO DÍA

 
Faltaban pocos minutos para las 6 de la mañana  y yo estaba sentado en el único trono donde nadie te puede sustituir, cuando comenzó a temblar la tierra. Eché un vistazo por la ventana, porque a veces pasa un caterpillar que hace vibrar mucho el piso, pero en vez de máquina había unos niños corriendo y gritando por la calle. Así comenzó aquel domingo: bajando a toda prisa al jardín de la casa.

Y allí nos dimos cita varios misioneros, expresiones a caballo entre recién despertados y asustados, la hermana Mariet con un sari genuinamente indio (como ella) y Dorinha con el sobresalto dibujado en la cara. La casa está llena porque dentro de un rato, para culminar estos días de encuentro, vamos a celebrar la ordenación sacerdotal de Jovino. Entre bromas, mientras nos aseguramos de que el temblor ha terminado y no hay réplicas, se me ocurre que ya sería mala suerte que a Jovino, que lleva esperando este día como siete años, se le fastidiara por un terremoto.

Ha sido de hecho un sismo fuerte y largo, más de minuto y medio y magnitud 7.5 en la escala de Richter. Mientras tomamos el mingado de avena con pan del desayuno (no hay mucha hambre, parece) van llegando noticias e imágenes. Me visto con la secuencia de la torre de la iglesia de la Jalca, en Chachapoyas, cayéndose; el epicentro se ha situado en Nieva, región Amazonas, muy cerca de donde yo pasé los dos primeros años en Perú. Intento comunicarme con algunas personas de allí pero la señal debe haber sido afectada y no lo logro.

En vista de que estamos todos bien y no observamos daños de consideración, y que se acerca la hora señalada, nos dirigimos a la catedral para el evento. Los del Consejo de Pastoral de Indiana se han sacado el ancho decorando la iglesia, y está preciosa; los chicos y chicas de la pastoral juvenil se van a encargar de darle a todo el mundo un vaso de refresco al finalizar, y también llevarán las sillas de regreso a la casa para el almuerzo. Me llena de orgullo que la gente de mi parroquia se implique así, es un signo de vitalidad.

Comienza la Eucaristía, hay un coro de amigos de Jovino que le da solemnidad, varios sacerdotes concelebrantes, nuestros seminaristas… No cabe duda de que es un momento histórico: el cuarto presbítero nacido en estas tierras que se ordena en los 75 años de historia del Vicariato. A mí me toca la presentación del candidato; lo he visto hacer varias veces y siempre me ha impactado: “- Reverendísimo padre: la Santa Madre Iglesia pide que ordenes presbítero… etc.”. Y el obispo dice: “- ¿Sabes si es digno?”. ¡Qué momentazo!:


Desde que me ordené yo mismo, hace 21 años, nunca había tenido la oportunidad de ver tan de cerca los ritos de la postración, la unción de las manos, la entrega del cáliz y la patena… Son realmente hermosos: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras”. Tal vez porque sabía la paciencia y la fe que Jovino ha debido tener, y a la vez porque soy así, confieso que me emocioné detrás de mi mascarilla.

Con un calor tremendo subimos hacia la maloka para la comida. Los misioneros habíamos preparado todo con mucho detalle: los adornos, el menú, el sonido, el brindis… Esta vez no podíamos invitar a muchas personas por las restricciones, por consiguiente hubo espacio y nos acompañaron los jóvenes de la PJ con sus polos verdes. Merli agarró el micrófono y comenzó a animar ese rato con discursos, bendición, canciones. Estaba anotado en el grupo de servir pero me pusieron en la mesa presidencial y no pude… aunque me escapé de vez en cuando.

Con la torta y el helado ya en proceso de digestión, subió el volumen de la música y los más valientes se arrancaron a bailar. Supongo que ahí se desbordaron todas las impresiones del día: seísmo, nuevo presbítero, mi propio sacerdocio misionero y cómo lo estoy viviendo, mi gente de Indiana… De modo que me puse a bailar, con lo que me cuesta y lo mal que se me da (como un pato mareao), pero así fue y hay documentos visuales con carcajadas de asombro de fondo.

Mi madre dice que lo hago fatal, varias personas que muy bien, qué será. Los testigos tienen suerte porque solo bailo los días que hay terremoto y ordenación, todo junto.

sábado, 11 de diciembre de 2021

CONTRA LA MUERTE, FUERZA Y GENEROSIDAD


Siempre he contado que en la muerte se ven muchas cosas, se aprende mucho de las familias, de los pueblos y de la vida. Pero lo que vi el otro día en el entierro de la señora Amadita, mamá de Nimia del Pilar, directora de la ODEC San José, superó cualquier expectativa o registro previo. Mi capacidad de asombro y admiración por nuestra gente de la selva no tiene límite, y eso me enorgullece aunque no tenga mérito.

Hace bien poco me invitaron a un exquisito arroz con pato justo en casa de Amadita, en Timicuro Grande, a una hora en bote desde Indiana. La salud de la mamá estaba débil hacía tiempo, pero en las últimas semanas empeoró: pruebas, hospitalización en Iquitos, tratamientos, más estudios… Su bella familia hizo todo lo humanamente posible, atendiéndola exquisitamente y gastando plata que no tenían, pero al final la muerte es como una lluvia que de pronto ves venir sobre el río y sabes que no te vas a librar de mojarte.

Así que, después de dos noches en vela y ya con todos los hijos presentes, nos fuimos a Timicuro a celebrar el sepelio. Por estos lares no son muy habituales las misas de cuerpo presente, pero aquella, en la casa, fue muy emotiva y participada. Tras los sentidos discursos de Nimia y de su hermano Helber, llegó el momento de dirigirnos al camposanto para la sepultura, y ahí llegó la primera sorpresa: “No padre, acá no hay cementerio porque el pueblo se inunda, la vamos a enterrar en Las Palmas”.

¡! Las Palmas es otro pueblito que está a unos diez minutos, pero en el otro lado de la quebrada, de modo que hay que ir obligadamente en bote. Antes de salir hicimos como una procesión con el féretro por la plaza de armas; me impactaron las maneras de expresar el dolor, sobre todo las mujeres que se tapaban los ojos al paso de la comitiva, o aquellas que lloraban hablando o casi “cantando”. Doña Amadita era bien conocida de todos y una luchadora en la brecha de sacar el pueblo adelante.

Llegamos al puerto, es decir, al barro de la orilla. Había una canoa preparada para trasladar el ataúd y asombrado miré cómo lo ubicaban y se sentaban hasta llenar la embarcación. Comprendo que para los lugareños no sea nada digno de destacar, pero para los de “secano” como yo es muy sorprendente. Había un par de botes más, además del nuestro, y todos se abarrotaron para arribar a Las Palmas.


Una vez allí, resulta que para llegar al cementerio hay que caminar un poquito y atravesar otra quebradita pasando por un puente precario; parece ser que ya está todo el material para construirlo nuevo, pero los encargados son los de la misma comunidad y no lo acaban de hacer. Quienes hemos transportado a hombros un féretro sabemos lo que cuesta eso, pero cuando vi aquel angosto “puente” –apenas unas tablas titubeantes - pensé: “Diosito, ¿pero cómo piensan pasarlo… con lo que pesa…?”.

Los hombres estaban preparados y enseguida colocaron un palo longitudinal y ataron a él el ataúd como llevan los caníbales a los turistas camino de la olla en las películas. Y así, solo dos porteadores con el madero a hombros, uno delante y otro atrás, encabezaron el cortejo sobre el agua hasta el lugar de la inhumación. Confieso que no me lo podía creer, estaba estupefacto. Ni siquiera fui capaz de hacer estas fotos de arriba; menos mal que hubo quien sí.

No había acabado. Los mismos hombres (mis respetos para ellos) habían ido a abrir el hueco en la tierra a las 5 de la madrugada. Hice las oraciones correspondientes y cuando lograron bajar la caja con las sogas se desbordó la emoción, subió el tono de los gritos y lamentos, las lágrimas corrieron. Empezaron a botar esa greda basta y mojada a puras paletadas, la familia parada al borde de la tumba, los niños lanzando su puñado llorando.

A medida que el color blanco del féretro iba desapareciendo bajo la arena, los gemidos y sollozos se iban atenuando, la velocidad de los trabajadores se aminoraba por el cansancio y el silencio se iba adueñando del lugar, abrasado bajo un inclemente sol de las 9 de la mañana. Yo sudaba a chorros ahí de pie, no quiero ni pensar cómo estarían los de las palas.

Cuando el enterramiento se hubo completado y ya se veía el montículo bajo el cual descansan los restos de doña Amadita, aparecieron unas botellas de agua del río. Entonces, para mi estupor, los hombres comenzaron a pulir la superficie de la tumba, como alfareros fúnebres, hasta que la dejaron bien lisita. Y ahí los familiares colocaron las flores traídas desde la casa y por supuesto un montón de velas prendidas.

De vuelta a la ribera, mientras las chalupas se completaban para el regreso, Nimia me contó que estos hombres suelen ir por las comunidades haciendo todo ese trabajo sin cobrar, para ayudar. Me habló de invitarnos a almorzar, pero era ya un poco tarde y había que regresar a Indiana. “Más bien invítalos a ellos, bien que se lo han ganado”. Y así, cerquita del Amazonas, donde la fuerza y la solidaridad de la gente me fascinan, se despidió el duelo. Si la muerte puede aparecer hermosa, fue aquel día.

domingo, 5 de diciembre de 2021

EL ÚNICO CURA QUE CELEBRA MISA CON GORRO EN LA SELVA

No es un gorro como el que lleva en la foto, es una gorrita redonda y marrón, a juego con su hábito, porque es franciscano. Y tiene un forro para el sudor que él mismo le ha compuesto, porque a pesar de que por estos rincones amazónicos siempre hace calorcito, él dice que se le enfría la cabeza. Sin duda el p. Jaime Lalonde es un personaje del todo peculiar.

El otro día le pregunté cuántos años lleva de misionero en el Vicariato. Desayunábamos en la casa de Punchana; él había aparecido de improviso, porque desde hace varios meses permanecía en Lima cuidando su salud. Pero apenas vio la oportunidad, ¡zas!, viajó a la selva, que es donde quiere estar a pesar de que sus superiores le han dicho que llegó la hora de descansar. Con una terquedad acuñada desde sus ochenta y pico de años.

Siempre ha ido un poco por libre, según me cuentan. Iba y venía tranquilamente a sus lugares favoritos: Yanashi, el Estrecho y, sobre todo San Pablo. Allí le conocí hace cuatro años, en mi viaje iniciático por toda la geografía vicarial: estructurado, metódico, a su ritmo, sin prisa pero sin pausa; come siempre lo mismo, sopa y arroz, y le gustan el queso en lata y la mermelada. Es el último superviviente de los misioneros “todistas”, capaces de reparar motores, armar tabiques de madera machimbrada o pescar paiches con tarrafa.

La casa de los franciscanos en San Pablo se habría caído a pedazos si no hubiera sido por los ingenios que el p. Jaime le ha aplicado aquí y allá. Baterías de carro prenden luces led a deshora, un oportuno artilugio da agua al baño… todo está bajo control, simple pero preciso. Un día me he quedado encerrado en el piso de abajo porque la puerta que da acceso a la escalera se ha cerrado en un golpe de viento mientras me duchaba. Estaba seguro de que él lo tendría previsto y busqué la llave por todas partes, pero no hallé nada. Tuve que esperar envuelto en mi toalla viendo un rato la tele hasta que regresó de la misa. “¿Qué ha pasado?” – me miró. Cuando le expliqué, solo esbozó una risa breve y discretamente socarrona (“Je-je”) y me mostró el escondrijo de la llave. “Era evidente”.

Hombre de pocas palabras, pues. “Llegué al Vicariato en 1969”. Diosito: ¡el p. Jaime está acá desde antes de que yo naciese! Mis respetos. Se ha dejado la vida por estas selvas. El otro día me contaron que, cuando estaba en Yanashi (años 80), iba a Pevas cada dos semanas a celebrar la Eucaristía, porque allí por años no tuvieron sacerdote. Seguro que no hizo falta que nadies le nombrase, me lo imagino bajando en su bote una y otra vez, sacándose el ancho por puro celo sacerdotal, porque le salía de dentro.

Llegó un momento, hace un par de años, que se vio que el padre ya necesitaba pasar a un confortable retiro, por su bien y para tranquilidad de todos. A pesar de que se resistió, al final a regañadientes obedeció y se marchó a la capital con vistas a regresar definitivamente al Canadá, su país natal (“Allí hace mucho frío”). Pero a la primera que pudo, se presentó en Iquitos como en un canto del cisne de adiós a su querida Amazonía. En aquel desayuno me entregó un folder con expedientes iniciados de nulidades matrimoniales, “por si usted los pudiera concluir”.

Cuando llegó el día de la partida, probablemente para siempre, le acompañé al aeropuerto. Subimos al motocarro de Shanti los dos solos. Durante el trayecto iba pensando que es curioso: despedimos con grandes fiestas al equipo de gestión COVID después de seis meses de trabajo incesante; decimos adiós en la Asamblea a compañeros que están dos, cuatro, siete años con nosotros; siempre hay homenajes, discursos, brindis y torta. Y al p. Jaime Lalonde no hemos tenido el salero de siquiera agradecerle sus más de 50 años en la misión.

Es el último de los misioneros de la segunda generación. No queda apenas nadie de su época, de sus años jóvenes, los de ahora somos un personal fugaz, estamos corto tiempo, no ponderamos la dimensión de su entrega, no tenemos memoria. Me dio ternura verlo avanzar hacia la puerta de embarque, solo y encorvado con su maleta. Traté de visualizarme a mí mismo dentro de treinta años, pero se me colapsaron los circuitos de la imaginación. Ojalá estas palabras pudieran servir de reconocimiento al p. Jaime Lalonde, pero sé que él merece mucho más. Hasta siempre.

martes, 30 de noviembre de 2021

REENCUENTRO


No me había percatado de lo importante que es juntarnos los misioneros, como era habitual en ciertos momentos del año antes de que el virus nos negara ese resorte. Nos hemos sorprendido de cuánto echábamos de menos reunirnos, y vaya si lo hemos disfrutado. Y además en Indiana, nuestra casa.

Y eso que había números clausus, solo 30 personas me permitieron las autoridades sanitarias locales por prudencia y escarmentando de anteriores experiencias de “Ya no pasa nada”. De pronto los eventuales fastidios por tener que viajar lejos se transformaron en reclamaciones por no poder participar. Y es que no solo se trataba de vernos, porque hace meses que unos y otros nos cruzamos por la oficina de Punchana; se trataba de escucharnos, hablarnos, compartir y gozar gratuitamente de la mutua compañía.

El equipo coordinador dimos relieve a algunos espacios de catarsis: contarnos cómo hemos vivido este tiempo tan duro de pandemia, aislados, con miedo pero sin abandonar a nuestra gente, más bien promoviendo ayudas, campañas y gestando solidaridad. Fueron diálogos sinceros y emotivos, salpicados con lágrimas, muy necesarios.

Por supuesto también hubo sesudas reflexiones, trabajo sobre los documentos emanados del Sínodo para la Amazonía (hace tanto tiempo que ya ha empezado otro sínodo, y también lo hemos abordado), aportes para el plan pastoral que haremos en 2022 con dos años de retraso… pero lo fundamental era simplemente estar juntos. De hecho, los mejores ratos fueron las comidas, los roles de limpieza, los cafeses en los descansos –por fin mi casa llena-, y desde luego la noche de fiesta cultural: el número del himno del Vicariato (“Bienvenidos a la casa de alegría…”) con los carteles con los nombres de cada puesto de misión que no conseguían pegarse y caían, la hermana Ana Laura bailando atómica, la comida chatarra y sor Yanabel karaokeando Ayayay ojitos verdes dejan un recuerdo imborrable.

El hecho de que estuviese con nosotros nuestro obispo, con toda normalidad, después de bastante tiempo, ha sido también un factor clave. Creo que a todos nos da seguridad y estabilidad, las aguas vuelven a su cauce y podemos encarar el futuro con esperanza, a pesar de todas las debilidades e incertidumbres que también en estas jornadas hemos repasado.

Una de ellas es la movilidad del personal: últimamente los misioneros cambian mucho y en general permanecen poco tiempo acá. Entre los 30 del grupo veo en la foto que una cuarta parte eran “nuevos”, es decir llegados justo antes, o durante la pandemia. Hubo que hacer presentaciones, porque varios no se conocían, y ahí Dorinha fue maestra. En los diálogos de grupo me he dado cuenta de que, a pesar de llevar poco menos de cinco años, ya no soy tan “nuevo”, algo he aprendido, un poco voy conociendo y sin duda me apasiona esta tierra amazónica y la misión que luchamos por llevar adelante.

Ya se han ido todos y noto que en este encuentro he descansado. Estos dos años especiales he andado mucho por toda nuestra geografía, he llegado a todos los puestos de misión, me ha tocado afrontar situaciones y resolver papeletas que en principio no me correspondían, y ciertamente me he desgastado; he recelado un poco de cómo los misioneros mirarían a un vicario general recién llegado que de frente se queda al cargo de todo, tal vez entrometiéndose o tomándose atribuciones indebidas… Pero he saboreado estos días que mis compañeros me aprecian y valoran el esfuerzo, y eso para mí es importante.

Tal vez no sea más que el reflejo de eso que siento desde el primer instante que puse el pie acá: enamoramiento del Vicariato y total admiración por los misioneros. Me parece milagroso que yo sea uno de ellos, esos valientes que navegan por ríos y quebradas partiéndose el pecho para que la vida sea un poco más humana y la Iglesia más amazónica por estas selvas. Gracias compañeros por su entrega y su ejemplo; intentaré servirles como se merecen. Surcamos hacia la verdad / anunciando el amor y la unidad” dice la segunda estrofa.

jueves, 25 de noviembre de 2021

LA CATEDRAL DE LA NATURALEZA

 
El protagonista de esta hermosa foto es el árbol, un inmenso zapote que hay junto al salón comunal de Pucashpa, pequeña comunidad a una hora de Indiana, río abajo. Allí pasé la mañana del domingo del DOMUND, y he de decir que me sentí misionero por los cuatro costados, disfruté en mi piel como pocas veces.

Era el tercer intento allá en Pucallpa (“Pucashpa” es una chapa, un apodo), los dos anteriores infructuosos: por dificultades en la comunicación, mingas inoportunas y demás contratiempos no llegaba nadies y nunca hubo celebración. Así que iba con la escopeta un tanto cargada, “como de nuevo no aparezcan, no regreso”, amenaza por otra parte tan poco misionera como falsa, la estoy profiriendo y sé que no la cumpliré.

Pero esta vez incluso nos estaban esperando en el puerto, de modo que al ratito estaba ya el grupo de cristianos dispuesto para la Eucaristía. Como el calor apretaba y nos íbamos a sancochar en el salón, ardiente bajo su tejado de calamina, y viendo la rica sombra que propiciaba el zapote vecino, decidimos sacar la mesa y las bancas para celebrar frescos.

No teníamos cancioneros, ni velas, pero no hay templo más auténtico que la Amazonía, la comunidad envuelta por todos los espíritus del bosque y del agua, la Vida divina fluyendo, animando y haciéndonos uno con las plantas, los animales, todo lo que palpita en nuestra inmensa selva. De hecho sí que cantamos (las canciones más fáciles del mundo más o menos las sabían) y nuestras voces se entrelazaron con el susurro del viento mañanero.

A pesar de que nuestro rito descansa esencialmente sobre los alimentos más simples y significativos de la cultura de Jesús, parece que el pan y el vino no resultan elementos tan legibles para estas gentes ribereñas, cultura del pescado, el plátano, la yuca y antaño las charapas y el mitayo (tortugas y caza de monte). Conozco algo de la historia de los últimos cuarenta años de misión en Indiana, y cómo por ejemplo el bravo Gastón Harvey se sacaba el ancho recorriendo todos estos caseríos de la orilla baja cada fin de semana, una y otra vez, celebrando la Eucaristía… y ni por esas los lugareños están familiarizados con el pancito.

Ni siquiera los más mayores, las mujeres clásicas y fieles, que en Pucashpa también las hay. Me impacta que no van a comulgar porque, simple y llanamente, no han hecho la primera comunión; y no la hicieron porque “no nos hemos preparado”, en sus propias palabras. Y es que mientras que el Bautismo podríamos considerarlo por estos parajes como las asignaturas obligatorias y troncales, la Comunión es como una maestría, y la Confirmación no digamos, un grueso doctorado.

De manera que estamos juntos, encontrándonos con Diosito así de frente, sin intermediarios, espontáneamente, afortunados en la imponente catedral natural donde todo nos habla de Él… pero nos topamos con los artilugios pastorales, a veces complejos, que a la hora de la verdad no tanto facilitan, sino que atajan o enfangan el acceso del pueblo menudo a la experiencia de Jesús en forma de alimento.

Aun así fue un momento profundamente espiritual. Incluso cerramos los ojos al final (recibimos la comunión los dos jóvenes de Indiana que me acompañaban y yo) y casi pudimos notar el suave rumor del Amazonas cercano, el Señor de la Vida fecundando el silencio. ¡Qué privilegio!

En la surcada de regreso me sobrevenían preguntas: ¿Tal vez es que a nuestros sacramentos les cuesta conectar con su espiritualidad? ¿No sería aún más pleno si los autóctonos “dieran a luz” los ritos y expresiones de nuestra fe pero en sus categorías culturales? ¿Lo “religioso” es siempre imprescindible para “lo espiritual”? ¿Qué aprendo yo, en este lugar y con estos hermanos, de lo que significa ser una persona espiritual?

Ese día aprendí bastante, sin lugar a dudas. Y gocé mucho más.

jueves, 18 de noviembre de 2021

YO QUIERO PONERME EN CUCLILLAS

Porque en esa postura la gente trabaja. Las mujeres en cuclillas lavan enormes tinas de ropa a la orilla del río. Así se inclinan sobre las ollas humeantes en la tushpa mientras preparan un pango o un chilicano.

También en cuclillas los hombres permanecen, machete en mano, limpiando linderos. Y los chicos y chicas del grupo de jóvenes, cuando escriben con sus plumones en los papelotes durante la reunión del sábado, están en cuclillas.

Y no les duelen las rodillas, sino que, en esa postura, la gente ríe, bromea, chambea. En cambio, cuando yo era niño, en el colegio, el profesor de educación física nos castigaba a dar una vuelta completa a la pista en cuclillas, y eso te dejaba dolorido y reventado.

Me gustaría ser capaz de quedarme un buen rato en cuclillas, como los peruanos, los loretanos, los indígenas, la gente de acá.

Si pudiera, como ellos, estar bajo el sol de las dos de la tarde y que no se quemara mi blanca piel (mejor sería que fuera más oscurita, como la suya); o andar un rato por Indiana sin cansarme ni sudar a chorros; o cargar una bolsa de cemento o un paquete de jabón…

No pido la habilidad de los nativos, que pescan con arco y flechas, o trepan a una palmera de huasaí … únicamente caminar sobre las maderas húmedas del puerto sin peligro de caerme al río.

Ojalá no tuviera que usar carpa para dormir, porque los zancudos no me harían enfermar, ni zapatos con medias o botas de jebe, porque los ysangos no se me subirían para darme comezón. Me encantaría dormir al fresco y pisar el pasto con mis pies descalzos, como la gente.

O subir y bajar a un bote guardando el equilibrio y con agilidad, como hacen los lugareños de acá de mi misma edad y mucho más viejos. O mojarme tranquilamente bajo la lluvia sin temor a resfriarme.

Y ya puestos a pedir, no sé qué daría por hablar kichwa, ticuna u otra lengua originaria.

Las mujeres en el alto Napo paren en cuclillas. Tal es su potencia y su determinación.

Sí, quisiera ser fuerte como ellos, resistente, quisiera ser parte armoniosa de la selva. Ser… como ellos.

viernes, 12 de noviembre de 2021

RECLABEAR MENTE Y CORAZÓN: TALLER ES.PE.RE.

 
No estaba yo muy animado a participar en el taller de la Escuela de Perdón y Reconciliación, no. Porque: 1/La fecha era aparentemente inoportuna, justo al volver de las vacaciones; 2/ llego y hay muchas cosas pendientes, etc.; y 3/ no tenía muchas ganas, francamente. Pero como el lugar era Indiana… no fui capaz de decir que no.

“Yo no me he ido al taller, el taller ha venido a mí; si no fuera acá no participaría”, con esta andanada de sinceridad me expresé en el momento inicial de presentarse y compartir motivaciones con el resto del grupo. Somos en total 19 entre misioneros, trabajadores de la oficina de Punchana y profesores del colegio de Santa Clotilde. Es una iniciativa financiada por el proyecto de Misereor y que ya se realizó en El Estrecho en el mes de julio con éxito. “Anótate -me aconsejó Anna– que te vas a alegrar”.

Ahora que estamos a punto de terminar los ¡seis días! de reflexión, dinámica, aprendizaje, comunicación, profundización y descubrimiento, puedo decir en honor a la verdad que me ha encantado. No solamente no estoy cansado, sino que durante estas jornadas mi cuerpo se ha relajado, mi mente se ha despejado, mi ritmo se ha acompasado y mi sonrisa se ha cincelado con firmeza y suavidad. Tan sorprendente como natural.

En la web institucional de la Fundación para la Reconciliación leemos que “Las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE) son un proceso pedagógico vivencial y lúdico, para sanar las heridas, transformar la memoria ingrata, generar prácticas restaurativas y brindar herramientas para recuperar la confianza. (…)Es un curso interactivo constituido por 12 módulos de trabajo: 6 de perdón y 6 de reconciliación. Cada módulo tiene una duración aproximada de 4 horas.  Actualmente se desarrolla en 19 países y ha trabajado con más de 2.200.000 personas”.

Se trata de “soltar” la carga emocional, la rabia que siento contra alguien que me hizo daño, socavó mi autoestima, traicionó mi confianza… y tiempo después (a veces años) me sigue haciendo sufrir inútilmente mientras que mi agresor ni se entera. Mirando a esa persona con otros ojos, tratando de comprenderla en sus circunstancias (no de justificarla), decido perdonar, rompo esas cadenas y limpio el dolor. Para ello no hace falta ir a decirle nada a él o a ella, es un proceso personal de recablear mi mente y mi corazón, ya que “el perdón no cambia mi pasado, pero sí mi futuro”. Magnífico.

La metodología pivota sobre el juego, el diálogo en los grupinhos (pequeños equipos de tres), la expresión corporal, el dibujo, la sorpresa, la risa… Cada bloque termina con un “ritual”, una acción simbólica en la que manifestamos a qué nos comprometemos en línea con lo que hemos trabajado; a cada intervención el grupo responde con “¡así sea!”. Es divertido, emocionante, sugerente, llega a las fibras más sensibles y despabila nuestra humanidad con chispa, eficacia y un toque de ternura.

Bastantes cosas de las que se han dicho ya las conocía, así o con otra formulación; muchas han corroborado intuiciones que hace tiempo tengo, que me he aplicado e incluso he enseñado. Hay algo que en el último tiempo, al hilo de la mecánica cuántica, que me vuelve una y otra vez: ser cocreador de mi realidad. Y las herramientas para esa generación de felicidad son el silencio, la meditación… y la compasión. Es decir, captar, sentir y vivir que todo está conectado, estoy unido íntimamente a cada ser y formo parte de un Todo.

El taller concluye dentro de un rato. Me siento sereno, centrado y preparado para afrontar esta parte final del año sin que me desborden el trabajo o la avalancha de responsabilidades. Cuidando de mí, aprendiendo a distribuir y delegar tareas, con asertividad y concediéndome el descanso necesario

¡Así sea!

viernes, 5 de noviembre de 2021

MORIR EN LA MISIÓN


Estoy seguro de que si Emilia hubiera podido elegir las circunstancias de su muerte, habría escogido justo lo que ocurrió: falleció en la misión, es decir, todavía útil y trabajando, y de manera rápida, sin dar castigo ni ocasionar a nadie molestias por tener que asistirla. Quizás hasta habláramos de ello alguna vez. Pero eso no nos ahorra ni una sola lágrima a quienes tuvimos la fortuna de conocerla.

Conocerla, y vivir y misionar con ella, porque Emilia y yo estuvimos juntos en el equipo de Islandia los tres años que pasé allí. Precisamente escribo esto a bordo del ferry, durante mi viaje de regreso de Santa Rosa e Islandia, donde esta semana he acompañado la fiesta del Señor de los Milagros y celebrado la Confirmación respectivamente. Ha sido una visita extraña y triste, con noticias confusas acerca de las dificultades para dar sepultura al cuerpo de Emilia en Ecuador, donde vivía, problemas que han continuado hasta hoy 5 de noviembre, cuando finalmente ha sido enterrada casi dos semanas después.

De modo que Emilia ya reposa, y sus restos forman parte para siempre de la tierra ecuatoriana de Roca Fuerte, Vicariato de Esmeraldas, junto al mar. No podía ser de otra manera, porque ella fue una misionera de raza, de pura sangre, y ha entregado su vida hasta el último aliento donde Diosito la quiso enviar, en su misión, junto a los más humildes.

Nuestra querida casa de Islandia estaba estos días como transida de su presencia. Mi gata Chacha, que luego fue de Emilia, pasó el sábado 23 muy inquieta, extrañamente nerviosa, acaso sintiendo en la distancia el adiós de su dueña, que aconteció aquella tarde. La gente de la comunidad no quería creer la noticia, menos de un año después de darle las gracias y despedirla rumbo a su próximo destino (Ver "El deseo de lo ya vivido" - 3 de noviembre de 2020). La hemos recordado y hemos orado por ella como si transitáramos por una fea pesadilla.

Y hemos contado anécdotas con la voz ronca por la emoción. Recuerdo uno de las primeros recorridos por el Yavarí, en Dos de Mayo, una comunidad donde el salto del bote a tierra es medio complicadito por el desnivel y el barro; cuando Emilia, que tenía en aquel momento casi 70 años, intentó asir la mano que yo le tendía, resbaló y se cayó al río de pie, toda vertical y con su mano en alto, así que, en un movimiento reflejo, la agarré y la jalé rapidísimo hacia arriba para sacarla del agua. Salió mojada hasta la cintura y riendo.

Ella jugó un precioso papel en aquella comunidad religiosa intercongregacional naciente y en aquel equipo insólitamente variado que ellas formaban conmigo: era la serenidad, el ancla, la voz de la experiencia, la ponderación, el consejo oportuno, la sensatez. Cuántas veces, con una seña, me invitaba a salir a dar un paseo para conversar sobre algún asunto, ponerme sobre aviso o sugerirme, siempre con delicadeza, sabiduría y una paciencia adornada de sentido del humor genuinamente misionera.

Siempre me dio mucha seguridad en mis primeros pasos en la selva, y de ella aprendí cada día. Porque, a pesar de su edad y sus limitaciones físicas, era una cátedra viviente de vida misionera, de entusiasmo, de mística, de generosidad y de amor. Emilia siempre quería salir a las comunidades, hasta que debió modular su ritmo porque sus fuerzas le fallaban; incluso se empeñó en llegar hasta el lugar más lejano y más pobre, Nueva Esperanza en el remoto Mirim, un viaje inolvidable que tuve el privilegio de compartir con ella.

Jamás escuché a Emilia quejarse o rezongar, ya hubiera lluvia, zancudos, pan con pan para cenar, calor, ruido tremendo de los israelitas o tos seca. Reclamaba, como todos, pero lo soportaba con deportividad y nada le impidió realizar su misión, a su manera y siempre a manos llenas. Y sé yo que le gustaban mucho las galletas, como a mí.

A veces comentamos eso tan romántico de permanecer hasta el último día en la misión, y cómo los misioneros mayorcitos plantean el reto de atenderlos con eficacia y cariño cuando son ya dependientes. Se me ocurre ahora que morir con las botas puestas, en la brecha, es un honor reservado a los mejores, un premio con el que Dios distingue a los misioneros de pura cepa. Querida Emilia, tú sin duda, lo has merecido.

Descansa ahora en la eternidad y por favor cuídanos.

sábado, 30 de octubre de 2021

LA MINGA


Arreglar caminos; preparar la cancha de fútbol; desmontar una chacra; construir el salón comunal; limpiar de hierbas una zona de uso público… Son faenas que únicamente pueden hacerse si colabora un buen grupo de personas, y para ello la cultura amazónica tiene un sistema de redistribución del trabajo y de ayuda mutua: la minga.

A veces se plantea como una tarea comunal obligatoria y con multa si alguien no acude, pero es más genuinamente selvático hacer una llamada a los vecinos o amigos para afrontar una intervención que, de otra manera, sería pesada, cara o directamente imposible. Y como puede ser también para beneficio de una familia o una persona particular, funciona el “hoy por ti, mañana por mí”, la forma de cooperación más antigua en la era del homo sapiens.

En Angoteros la minga comenzó en la mañana después de que Domi había convocado a la vecindad los días anteriores. El plan es reparar el puerto de la casa misionera, que usan todos, y colocar un puente de madera para que se pueda salvar la quebrada contigua. Mientras los hombres se alistan, las mujeres van acudiendo con sus baldes de masato.

El masato es el elemento simbólico de unión entre todos los implicados, además de servir de alimento que da fuerzas para el duro y físico trabajo. Por eso los pates repletos corren con facilidad de mano en mano, y menos mal que no está demasiado fermentado hoy y embriaga moderadamente. La división de ocupaciones es clara: las warmis cocinan la única comida del día, que se servirá al final de la jornada, y los caris empuñan machetes, picas, lampas o guadañas.

Se van colocando a modo de escalera unas tablas previamente cortadas, para que se pueda bajar hasta la orilla del Napo sin resbalarse por el barro y descoñetarse. El personal labora entre risas y bromas, de manera distendida, esta chamba no es obligatoria, nadie te paga por ella ni te exige, lo hacemos entre todos para provecho de todos.


Para el puente deciden, tras un largo debate en kichwa, tumbar un palo grande que hay junto a la orilla. Ahí intervienen los motosierristas más expertos. Son las dos de la tarde y el sol es brutal, sudo a chorros aunque casi nomás observo y río, y por supuesto también me corresponden buenos tragos de masato. Para controlar la caída del árbol sin que haya peligro, atan gruesas sogas que sujetamos todos los que podemos. La sacudida es tan violenta que, a pesar de que aparto rápido mis manos, el cabo se desliza y me quema la palma derecha.

Mientras meto la mano en el agua, agarro una botella helada y me aplico pasta de dientes, el tronco es cortado y preparado para que sirva de puente. Al rato se jala y se gira para situarlo en su lugar, se asegura y en un pis pas le hacen su agarradero para que sea más achorado. A esas horas ya está listo el almuerzo, de modo que nos vamos sirviendo, los cuerpos cansados y relajados, el apetito canino y la satisfacción por la obra culminada.

Aparecen unas cuantas cervezas para que las carcajadas se desaten del todo, las mujeres siempre más recatadas y sentadas en el piso; y por todas partes muchos niños, siempre, la vida desbordada, los rostros del futuro de este pueblo. La minga es una fiesta, un día de consolidar lazos y reforzar alianzas, de exhibir lo primordial que es vivir unidos.

Como parece que nadies se quiere ir, Domi prende el motor para que se mire un poco la tele. Las noticias dicen que en el recuento electoral va primero Pedro Castillo, casi seguro va a ganar el lapicito, así que en el jolgorio decidimos bautizar al nuevo puente como “Puente Castillo”.

sábado, 23 de octubre de 2021

CABEZA DEL BUEY: DAR SIN QUE TE PIDAN Y RECIBIR LO QUE DAS

 
En esta fiesta del DOMUND me apetece escribir acerca de un café con dulces, una conversación agradable, una capilla quemada y una virgen sonriente. También sobre ser misionero sin moverte de casa y sobre dar con toda confianza a un desconocido. Cosas sencillas que hacen que la vida sea plena y con sabor.

Hace dos años, cuando todavía estaba destinado en Islandia, recibí un mensaje de Manuel Enrique Hernanz Carroza, conocido como Manri, párroco de Cabeza del Buey. He de decir que hasta esa fecha él y yo no habíamos cruzado palabra, sabíamos mutuamente de nuestra existencia, pero apenas lo vi por primera vez durante el viaje fugaz a España que hice a finales de 2019, porque acudí al encuentro anual de sacerdotes y Manri formaba parte del grupo que celebraba sus bodas de plata, incluso actuó de portavoz dirigiendo una breve alocución a la concurrencia.

En aquel whatsapp Manri me contaba que con motivo del 50 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de Belén, patrona de Cabeza del Buey, la Hermandad había decidido destinar una ayuda económica a alguna obra social (preferentemente en salud o educación) y que habían pensado en la Amazonía y ofrecérmela a mí por si yo podía asegurar su buen uso… 6.000€ de vellón. Ahí empezó todo.

Sobra decir que me quedé atónito. ¿Pero cómo, si yo jamás había puesto el pie en aquel pueblo alejado, fronterizo ya con la provincia de Córdoba, ni tan siquiera había trabajado por los alrededores, ni conocía a nadies incluido el cura… querían entregarme semejante dineral? ¿Se concibe algo semejante en los tiempos que corren? Pues así era. Por supuesto que les dije que sí; la primera idea fue ayudar a construir una posta de salud en el medio o alto Yavarí.

Mientras este plan maduraba, y apenas un mes después de esta comunicación, veo en Iglesia en Camino que ha habido un incendio en la parroquia de Cabeza del Buey y ha quedado completamente destruida la capilla del Sagrario. Confieso que esto me preocupó muchísimo y pensé en devolver ese fondo (más bien en ya no recibirlo, porque no había dado ni tiempo a efectuar la transferencia bancaria), pero Manri me dijo “tranquilo, ya saldremos adelante”.

Luego llegó el traslado a Indiana, la cuarentena… y en medio de la lucha contra la COVID, en el Vicariato experimentamos la necesidad urgente de hacer una reforma seria a la casa de pacientes que tenemos en la sede de Punchana-Iquitos. Son ambientes donde recibimos a enfermos de las comunidades alejadas de nuestro territorio. Una vez allí, Elita la enfermera los evalúa y les facilita consultas médicas, hospitalización, etc.; ella conoce bien todo el mundo sanitario de Iquitos y les acompaña y orienta, y mientras tanto se alojan en la casa, al igual que los familiares que van con ellos. Además a todos se les atiende con la alimentación diaria.


Es un servicio que realmente merece la pena. Suele ser gente humilde de la chacra, perdida en la gran ciudad, a menudo indígenas con dificultades con el castellano, y también llegan muchas mamás gestantes y niños. Las instalaciones son muy antiguas y se encontraban en un estado deplorable, con paredes medio caídas, techos rotos y los baños… mejor no entremos en detalles. Consulté a Manri si podíamos emplear esa colaboración para refaccionar ahí y me dio el OK.

De modo que esa obra se terminó, la casa quedó en mucho mejor estado, como nueva, tal y como los usuarios se merecen, y por tanto envié a Manri el informe descriptivo, fotográfico y financiero con este mensaje: “Cuando esté por España, prometo ir a visitar y a agradecer personalmente”. Y la ocasión se dio el 3 de octubre, justo uno de los días que su patrona está en el pueblo con motivo de la fiesta, venida desde su ermita. Hasta allí manejé guiado por el Google Maps porque, como dije, no había tenido la suerte de conocer Cabeza del Buey.

La junta directiva de la hermandad de la Virgen de Belén me estaba esperando en la sacristía de la iglesia para una conversa con cafecito por delante. Escucharon muy atentamente el relato y me hicieron preguntas bien inteligentes sobre la selva, la misión… De ahí pasamos a la misa del domingo con la comunidad parroquial, donde conté también la historia y recordé que los misioneros podemos vivir y emprender tantas cosas porque tenemos detrás una Iglesia que nos envía y nos respalda. Nunca nos habíamos visto, pero nos une la fe y la única misión -la misma para todos-, y de esa manera tan simple y verdadera somos todos misioneros.

Les agradecí lo mejor que supe, me agradecieron mi visita (Manri escribía al día siguiente: “Aquí la gente muy contenta con lo de ayer”), me mostraron la capilla del santísimo completamente restaurada con el apoyo de todo el pueblo, elegante, preciosa… Es encantador: ellos, aunque precisaban de ese dinero, compartieron, sin que nadie les pidiera, con otros más pobres y lejanos que necesitaban más; su generosidad ha florecido en forma de fraternidad y de bien para ellos: “cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da”, dice la canción de Jorge Drexler. ¡Qué hermoso!

Así nos despedimos, en esa misma onda; ni yo les pedí nada ni ellos me dieron más que el cariño, el reconocimiento y la solidaridad siempre y a pesar de la distancia. Nada menos. Y al fondo, en todo momento, la mirada bondadosa y serena de la Virgen de Belén, el alma de este pueblo. Feliz día del DOMUND y ¡gracias, Cabeza del Buey!



lunes, 18 de octubre de 2021

DE ROMA VIENEN QUIENES A ROMA VAN


Teníamos entre ceja y ceja mi obispo y yo un viaje al corazón de la cristiandad para tratar la tesitura jurídica y económica del Vicariato, y se dio la oportunidad durante las vacaciones en España. Pero rumbo a Roma, adonde todo sendero conduce, la escala destacada fue Madrid.

La primera parada de aquella mañana fue en la sede de Mensajeros de la Paz, en la céntrica y castiza calle Ribera de Curtidores. Nieves y Elena nos esperaban con un café durante el cual nos agradecimos mutuamente: nosotros a Mensajeros por las iniciativas sociales que nos viene financiando, y especialmente por su ayuda durante los meses duros de la COVID; ellas al Vicariato por la labor que llevamos a cabo y por la transparencia en las cuentas. Una visita al economato y esta foto:


De ahí pasamos raudos y veloces a la Conferencia Episcopal Española (c/Añastro, 1). El p. Juan Martínez, director del Fondo Nueva Evangelización, nos atendió muy amablemente a pesar de estar fuera de su horario. Le informamos sobre proyectos abiertos y preparamos el camino para los próximos. A mediodía nos esperaba José Mª Calderón, delegado nacional de Misiones y director de OMP. En una conversa bien abierta y franca, nos escuchó y nos brindó atinados consejos para las inmediatas gestiones en Roma.

Y allí aterrizamos el 25 de septiembre. Nos fue a recoger al aeropuerto el p. Miguel, joven sacerdote de L’Opera della Chiesa, comunidad de joven creación integrada por consagrados, laicos, presbíteros y obispos que nos acogió con extraordinarias generosidad y amabilidad en Vía Rodi, 24, a cinco cuadras del Vaticano. Forma parte de su misión el dar alojamiento y facilitar los desplazamientos a obispos durante su estancia en Roma, y desde luego no olvidaré los detalles, el servicio y la delicadeza con que nos trataron. Su fundadora, recientemente fallecida, es la laica española Trinidad Sánchez Moreno, mujer de peculiar carisma y fuerza.

Teníamos cita con el cardenal Luis Antonio Tagle, prefecto de la congregación de las misiones, y nos presentamos puntuales en el palacio de Propaganda Fide (Piazza di Spagna) el lunes 27 (de hecho, ese era nuestro propósito principal). Su Eminencia nos recibió muy bien, cercano y sonriente tal y como sale en las fotos, nos sentamos en su oficina y comenzamos una hora y tanto de diálogo. Hablábamos en español porque él nos dijo que comprendía, y eso nos hizo aún más fácil expresarnos con total libertad. Le expusimos la situación económica límite en que se encuentra el Vicariato y la escasez de personal, todo ello ocasionado en buena medida por la inoperancia práctica de la ius comissionis, que ya he explicado acá (ver 19 de julio de 2020).

He de decir que manifesté con soltura cuanto me pareció conveniente, descargué todo lo que tenía dentro, y el cardenal nos escuchó con mucha atención, preguntó, pidió aclaraciones aquí y allá, y creo que comprendió el mensaje. No obtuvimos soluciones concretas, pero nos prometió que “están trabajando en ello” y que no nos olvidará. Ya sabemos que en la Iglesia las cosas de palacio van despacio, los procesos suelen ser lentos, pero ojalá que no eternos como Roma.

Después de eso nos estaban esperando los diferentes ejecutivos de las Obras Misionales, que habían preparado nuestra visita, y eso me agradó. Estuvimos con el p. Novak, la hermana Roberta Tremarelli y el p. Gerardo Roncero, atentos y eficaces. También acá dimos cuenta de construcciones aún no iniciadas o en desarrollo, proyectos pendientes de rendición, dificultades o retrasos. Nos dieron valiosas sugerencias para el futuro inmediato, nos alegraron con la noticia de que de 2014 hacia atrás ya está todo cerrado y nos felicitaron por el rigor, la claridad y buena gestión del Vicariato en los últimos años.

Saco como conclusión la importancia de conocer cara a cara a las personas que están del lado de los financiadores, y no solo a través del correo electrónico. Tratarse en directo acorta muchas distancias, crea conexión personal y abre vías de colaboración más estrecha. La simpatía es la solicitud más convincente. Si es posible, creo que hay que volver a Roma de vez en cuando.

Para eso y, por supuesto, para simplemente disfrutar de la belleza hecha ciudad, pasear por el centro, deleitarse con el espectáculo audiovisual del altar de San Ignacio en el Gesú, cenar una pizza en una trattoria, caminar por el puente de Sant´Angelo al anochecer, tomar un helado (o dos o tres) y volverse a admirar de las grandiosas y especiales dimensiones de la Plaza de San Pedro. Por el balcón del Palacio Apostólico asomó el Papa Francisco aquel domingo para rezar el ángelus y hacer su interesantísimo comentario al Evangelio, y allí, perdido entre la multitud, estaba yo.

Me dio tiempo incluso a conocer las catacumbas de San Calixto en compañía de mi compañero y amigo Miguel Ángel Moreno, profesor en la Universidad Pontificia Salesiana y friki de las lenguas clásicas. Con él he aprendido que el capuccino solo se pide para desayunar, a otras horas es cosa de catetos y de turistas, porque los verdaderos romanos solo toman macchiato. Procuraré aplicarlo en la próxima ocasión, porque, como dice el refrán, “De Roma vienen quienes a Roma volverán”, amén.

lunes, 11 de octubre de 2021

METERSE EN HARINA DE FRENTE Y A FULL ES LA MEJOR TERAPIA


Ya me conozco el cuento, y como después de unos últimos dos o tres días muy malos -con la despedida merodeando- sabía que me acechaba un jet-lag anímico al aterrizar en Perú, aproveché mi llegada a Indiana para simplemente entrar en materia y no parar. Ahora sé que los únicos cuidados paliativos para el desgarrón post-vacacional son el encuentro con la gente.

Porque ese zarpazo de tristeza no tiene cura, es más, se agrava con los años. Los remedios más efectivos son sonoros: “¡A los tiempos, padre!”. “¡Qué alegría verte, bienvenido!”. “Te estábamos esperando”. Y también los abrazos, ¿eh?, que alguno ha habido a pesar del virus, una mijita más amedrentado últimamente según me explican.

Jueves 7, 2 pm. Navegando por el Amazonas bajo la lluvia arribo a Indiana después de casi 24 horas de viaje. Paso todo el resto de la tarde limpiando, colocando, haciendo que mi casa vuelva a su ser. Hace un calor tremendo (32 grados y casi 80% de humedad), ¿o es que de nuevo me tengo que adaptar al clima de mi selva? Ambas cosas me hacen sudar a chorros, a este paso el par de kilos de yapa que se trae uno de las vacaciones va a derretirse al toque.

Viernes 8, 8 de la mañana. Eucaristía conmemorativa del aniversario del colegio San José (57 castañas). Los maestros, el personal de administración y servicio, un grupo de alumnos. Está todo preparado con esmero, incluso acude el coro parroquial (arriba en la imagen, ensayando). Siglos que la plantilla en pleno no se reúne y todos lo disfrutamos, yo el primero. Las caras de esta foto lo cantan:


Tras la misa temprana, reunión del equipo misionero tres meses después; y de ahí al almuerzo con el cole; y de ahí, a las 4 de la tarde, otra reunión, esta vez con los coordinadores del grupo de pastoral juvenil. Casi no me da tiempo ni a peinarme, porque a las 6 comienza la boda de Wilder y Francisca. Días atrás, cuando todavía estaba en Mérida, la novia me envió un whatsapp tan escueto como inequívoco: “Hola buenos días padre. Acá bien, esperando tu retorno porque tú eres el primer invitado”.

Cualquiera llegaba tarde, o no llegaba… Y aunque a esas alturas del día 8 me sentía ya agotadito, mereció la pena celebrar el matrimonio de esta pareja: llevan juntos treinta años y tienen cuatro hijos. Desde luego se lo han pensado bien y se han casado con todo su conocimiento, experiencia y corazón. Doy fe:


Cualquiera no iba a la fiestuki, Diosito. A medida que se sucedían los discursos y brindis, se iban cerrando mis ojos, eran ya casi las 10 de la noche. No podía más y en un descuido en mitad de una cumbia tiré pa casa, aunque se dieron cuenta y me enviaron detrás la cena, arroz con pollo y papa en descartable. Ayer llamé a preguntar cómo había terminado la cosa, y Wilder me dijo que “¡Todavía siguen bailando, padre! Mi casa está llena de gente un día después”. Yo es que lo flipo, la peña está bien deseosa de juerga.

Sábado 9, por la mañana: mi maleta finalmente comienza a desocuparse. A las 3 pm tocan los jóvenes; qué buen rato, qué contentos con sus llaveros de Eshpaña (Mamá, éxito total), cuánto me ayudan a poner los pies en mi misión. Como me indicó alguien sabio, mis sobrinos, mi familia, “todos están en sus cosas, y tú pues te vas a las tuyas”. Con los jóvenes todo se me hace más sencillo:


Ahora es domingo en la noche. He celebrado dos misas, me han obsequiado con un viaje de recibimientos y cariños varios, me he dado una ducha y estoy fresquito, tranquilo y con el cambio horario más superado. Mi maleta ya vacía y recogida, aguarda la próxima ocasión, que seguro vendrá más pronto que tarde. Gracias por unas preciosas vacaciones. Gracias Indiana por acogerme; acá es mi lugar.