viernes, 27 de agosto de 2021

MUJERES FIELES


La misa es a la 7, pero si voy a la hora en punto sé bien lo que me voy a encontrar: una iglesia todavía vacía, la cadencia armoniosa del rosario protagonizado por cuatro o cinco señoras mayores, y la voz peculiar de doña Isaura que, como es tradicional, entre misterio y misterio pide para que “aumente la fe en Pevas, tierra de amor”.

Doña Isaura (la que lleva polo blanco en la imagen) es personaje típico, representante de esa estirpe de mujeres leales de nuestras parroquias, constantes, incombustibles al desaliento, que están siempre ahí, en Perú o en Pekín, llueva, truene o nieve, como un clavo. O haga calorón, como a esta hora en el bajo Amazonas, donde se van desgranando avemarías en las voces de Olinda, Nélida y Lelí, las habituales en Pevas, de toda la vida.

Recuerdo un comentario en Valencia un día, alguien que me dijo con una media sonrisa malévola: “Habida cuenta la edad del personal, pronto te vas a quedar sin clientas”. Allí la Iglesia la sostenían, como en todas partes, las mujeres, muchas de ellas veteranas, educadas por las Concepcionistas en la delicadeza y el amor a Jesús Sacramentado y a la Virgen del Valle. Mujeres con una fe de hierro y una determinación para participar que para sí quisieran muchos jovencitos.

No olvido aquellos jueves eucarísticos, cuando yo, párroco novato, exponía el Santísimo por la tarde y allí estaban ellas, infalibles, sus voces adornando magníficamente la iglesia también casi desierta:

Para siempre hecho espigas y hecho vino
se quedó en el altar tu corazón.
En el pan se quedó tu amor divino
para siempre eucarístico Señor.
Ya tenemos manjar para el camino,
ya podemos comer al mismo Dios.
Porque estás hecho espigas y hecho vino
para siempre eucarístico Señor.

Ese mismo tipo de personas, salvando las distancias, encuentro acá en la remota Amazonía. En Indiana están Dorita y Leo, creyentes de siempre, parroquianas incondicionales, las que llegan las primeras a las reuniones del Consejo de Pastoral y se apuntan para subir al bote e ir a las comunidades los domingos, entusiastas, fiables, comprometidas hasta los tuétanos. Qué tesoro.

Ellas son la memoria de la comunidad parroquial, a veces maltrecha por cambios, desórdenes o desafortunados antitestimonios. Ofrecen la perspectiva del tiempo y el aderezo de la experiencia. Con ellas descubro que, cuando se nos ocurre algo y creemos que recién hemos descubierto la pólvora, resulta que esa idea ya la intentaron hace veinte años.

Mujeres fieles, roca firme, testimonio vivo, iglesia femenina que perdura, legado para los cristianos de ahora y de siempre. En la foto capaz sumamos unos 340 años… qué honor conocerlas, aprender y absorber al menos un tercio de su espíritu y de su empeño.

Dorita y Leo

sábado, 21 de agosto de 2021

POR FIN, VACACIONES


14 de agosto, Indiana. Todavía no me lo acabo de creer. Veo mi vieja maleta con sus fauces abiertas, alistándose, como tantas otras veces, para el viaje, es de noche. Incluso hace un rato hice el check-in del primer vuelo, Iquitos-Lima, pero  ni modo, me cuesta, estoy como si me fuese a despertar de un bonito sueño, pero no, es real: ¡me voy a España de vacaciones!

Parece que ha transcurrido un siglo desde la última vez, ¡tantas cosas han pasado! Aquella remota travesía comenzó para mí en Leticia y siguió escala Bogotá, porque yo vivía en Islandia, misionero feliz dedicado nomás a su misión, y no había pandemia…. Ahora, desde Indiana, lidiando con el virus, paro embarrado en mil tareas de coordinación y animación, y trato de seguir siendo feliz. Todo ha cambiado; solo la maleta, compañera de mil aventuras durante más de veinte años, permanece.

Me siento muy cansado. Es lo que me sale escribir. Cansado y acaso un poquito quemado tras año y medio sometido al aprendizaje urgente e ineludible del servicio de vicario general, de un día para otro con la obligación de estar al frente del Vicariato, mi obispo atacado por la COVID. Literalmente agotado por una avalancha incesante de trabajos y responsabilidades que parecen la hidra de infinitas cabezas que se regeneran y reproducen apenas las cortas. Y, creo que como todo el mundo, ciertamente desgastado por la situación de incertidumbre, peligro, desamparo y aflicción por la que estamos pasando a causa del virus.

Recuerdo pocos momentos en mi vida en que, como ahora, sintiera la necesidad absoluta de parar y desconectar. Descansar de manera intensiva, sin diseños ni intentos; reposar sin disimulo, poniendo manos a la obra y con los cinco sentidos. Y luego reflexionar, tomar perspectiva, evaluar y sacar lecciones, hacer reformas y probablemente resetear aspectos de mi vida y mi labor vicarial; discernir y aplicar remedios, hacer cambios, sí, pero ante todo descansar. Ha sido un tiempo excepcionalmente intenso, es cierto, pero si sigo así no iré muy lejos. De momento ojalá los pulmones me alcancen para llegar a los brazos de los míos.

21 de agosto, Isla Cristina. Tras un viaje afortunado, en el que hay que mostrar el carnet de vacunación como se hacía en mis primeros veranos en África con la fiebre amarilla, finalmente pude abrazar fuerte a mi familia. Llevaba dos años viéndolos nomás en la pantalla, preocupado por que no se contagiasen, soportando el estrés de que estuvieran amenazados por un peligro letal e inédito, pero sin poder ayudarles.

Hay todo lo que tanto extrañaba (ver “Saudade” – 15 de agosto de 2020): paseos por la playa, pescaíto fresco, conversaciones con mis hermanas al atardecer, helados de chocoavellana, tiempo con mis sobrinos, reencuentro con el mar y su silenciosa complicidad… La memoria de mi cuerpo rescata mil sensaciones de experiencias felices disfrutadas bajo este sol costero durante casi 25 años, la mitad de mi vida.

Ahora necesito ese género de descanso total que solo hallo aquí y junto a los míos, saborear la raíz de quién soy para hallar calma y seguridad. Y silencio; por eso he apagado el celular, disculpen quienes tratan de contactarme. A mis amigos les digo que estoy bien, y que pronto nos veremos y podremos compartir el sencillo milagro de estar presentes, tú y en mis cosas y yo en las tuyas, rompiendo distancias y retrasos.

Amanece y escucho el rumor del mar, el frescor pegado a mi piel como preludio del día que se abre paso. Cierro mis ojos y saboreo la dicha de estar en casa.

sábado, 14 de agosto de 2021

AMIGOS "EN LA AMAZONÍA"


Uno de los mejores momentos de mi visita a la triple frontera, donde viví tres años, es el reencuentro con los misioneros, verdaderos amigos “en la Amazonía”, con quienes compartí mis primeros pasos por esta bendita tierra. No puedo pasar por Tabatinga o Leticia sin armar una quedada con ellos.

Verónica Rubí (en la foto de arriba, a la izquierda), misionera laica de corazón sucesivamente mozambiqueño y brasilero, nunca deja de ser argentina, como el Papa, y su acento te envuelve, “¿viste?”. Colecciona tantos sinsabores y decepciones en sus años en la misión, que ya tendría motivos más que sobrados para regresar con su mamá. Pero, lejos de mirar atrás, se ha mudado a Umariaçú, una comunidad netamente tikuna en el extrarradio de Tabatinga. Y me muestra con satisfacción su nueva casa, que le permite vivir en ese pueblo indígena como una vecina más: “Es lindo formar parte de ellos”.

Abre Verónica una botella de vino seco, porque la ocasión merece celebrar, aunque Marta (en la imagen, con polo verde y collar en la parte derecha) advierte que “hoy tomo poquito”. Marta Barral es laica y de Madrid, pero se la puede considerar una ciudadana del mundo, porque ha trabajado en la misión en Burundi, en Timor, en Chad y ahora en Atalaya, la capital del bajo Yavarí en su orilla brasileña. La experiencia acumulada y la capacidad de descalzarse y reinventarse no parecen tener límites para esta misionera de raza, que también ha pasado por todo tipo de avatares.

Conversamos y nos compartimos la vida, cómo es la vuelta del río que toca navegar a cada cual, las circunstancias, los matices del paisaje, los necesarios discernimientos. El tinto está delicioso y siempre ayuda a decir las verdades, pero en realidad no nos haría falta porque desde que nos encontramos en la mañana nos sentimos conectados, como si no hiciera muchos meses que no nos vemos.

El hilo conductor de nuestra amistad es el compromiso con estas gentes, con los indígenas, el sueño de una Iglesia con rostro amazónico como Francisco quiere… todo eso da contenido y refuerza el cariño que atesoramos. Hemos hecho una opción por venir acá y permanecer, no estamos de paso, apostamos nuestra vida y nos reconocemos compañeros de aventura. Esta especie de costillas gauchas están muy ricas también.

El hno. Marco Salazar
A las 2 pm debería estar en casa de los hermanos de La Salle, donde me gusta hospedarme cuando transito por la trifrontera, aunque ya voy tarde a pesar de que Vero me lleva en moto. El hermano Marco Salazar, arequipeño, es la única persona que ha conseguido descifrar el jeroglífico de la isla Santa Rosa, y por tanto mis respetos (ya lo conté en “Cuatro marías paradas” – 17 de noviembre de 2019). Nos alegramos sinceramente de volver a vernos, me ofrece mi cuarto con todas las atenciones de hotel misionero de 5 estrellas (baño propio y hasta WIFI hay) y nos apuramos porque tenemos reunión con la gente.

Vuelvo a gustar el discreto y bonito dinamismo de una comunidad cristiana que estaba hecha cenizas y que ahora incluso proyecta construir una nueva capilla para acoger sus geniales celebraciones y catequesis, en las que Marco pone en funcionamiento todas las capacidades de su carisma de educador, y hace maravillas. Ya tienen dos mil y tantos de colectas, ya han comprado shungos y están esperando que la ONG lasallista de Lima les apruebe una ayuda. “El 2022 sería mi último año acá, termino junto con el superior, pero voy a hablar con el siguiente para quedarme más”.

De vuelta a la ciudad, llega el clásico momento del helado nocturno, un sabroso ritual. Esta vez faltan Valerio y Mario, que están en un aula viva de la REPAM, pero ya nos veremos en la siguiente vuelta. Es una gozada estar con estos auténticos amigos “en la Amazonía”, misioneros pura sangre que creo que hasta me consideran uno como ellos… y no deja de sorprenderme. Un orgullo, de veras.

Falta Adolfo, el obispo de Tabatinga, que tiene un compromiso. Es otro de los amigos "en el Señor" ignacianos pero en versión selvática. he quedado al día siguiente con él, pero esa conversa fue tan luminosa que merece una entrada aparte, próximamente.

sábado, 7 de agosto de 2021

UN HOMBRE DEL PUEBLO


En Chota, durante el primer debate entre los dos candidatos a la presidencia en la segunda vuelta, recuerdo que, en un momento determinado, Pedro Castillo soltó esta frase: “Pueblo peruano, ahora tienen la oportunidad de elegir a un hombre del pueblo y no a sus verdugos”.

Antes, todavía en la primera vuelta, en otro debate televisado, nada más prender la tele me pregunté sorprendido: “¿quién es ese del sombrero?”. Y es que no me cuadraba aquel peazo sombrero cajamarquino, que yo había visto por cientos en el mercado de Celendín, entre los pitucos ternos, corbatas y elegantes indumentarias del resto de participantes.

Esa impresión plástica creo que corrobora una realidad: hubieron de pasar 200 años de independencia para que por primera vez el Perú tenga en el gobierno a un campesino, un rondero, un maestro de escuela. Alguien de abajo, del pueblo, alguien que pertenece a la masa pobre, que ha estado en las luchas sociales, un serrano, un cholo-cholo, no como Alejandro Toledo, que había estudiado un doctorado en Standford (USA) y había trabajado como alto funcionario en la ONU cuando llegó a presidente de la República.

De hecho, y por más que hay mucha gente a quien no le gusta Castillo, es abrumador el consenso entre la gente sencilla: el presidente es uno como nosotros. Keiko Fujimori, que obtuvo solo 44.000 votos menos que Castillo, viene de otra cuna, es parte de “los dueños del Perú”, representa a la élite económica que ha dominado tradicionalmente el país, el establishment, los herederos del virreinato y las dictaduras: partidos de derecha, grandes empresas, la tecnocracia neoliberal, las más influyentes cadenas de televisión… incluso Mario Vargas Llosa.


Juan Miguel Espinosa Portocarrero, profesor de la PUCP, lo analiza magníficamente en Religión Digital. A mí me interesa la identificación del pueblo menudo con Pedro Castillo, que queda reforzada constantemente por la puesta en escena del presidente. En Keiko, el polo de la selección peruana es un estudiado disfraz de campaña; en Castillo el buzo blanco con el emblema de Perú cuadra, es como para ir a chacchar coca con los amigos. Los Fujimori viven en un departamento de alto standing en Surco; a Pedro Castillo le prestan para vivir “un inmueble” (así lo llaman los periodistas) en Breña porque no tiene casa en Lima.

Keiko Fujimori es una política profesional, lleva toda su vida empeñada en llegar a Palacio de Gobierno; ha seguido clases de dicción, maneja los espacios televisivos, es una auténtica actriz; Pedro Castillo habla como los paisanos de los Andes, su castellano es a veces bola-bola, es un chacrero que se ha colado en un plató. Da una impresión de autenticidad, de que no hay trampa ni cartón, de que pasaba por allí y le cayó el premio, que hace que conecte con las capas más populares.

Y más si dice esto, con su depurada oratoria: “Invoco a la bancada que llegando nosotros a asumir este mandato, vamos a renunciar al sueldo presidencialista. Vamos a conducir los destinos de nuestro país con el sueldo de maestro” (como para sacarse el sombrero, quien como él lo lleve). Castillo maniobra hábilmente en el idioma del pueblo llano: “Si no se roba, alcanza la plata”. Así: blanco y en botella leche, para que cualquiera lo pueda comprender.

En fin. Veremos qué va pasando. Dentro del cansancio generalizado ante la clase política, parece que podríamos estar ante alguien diferente. En su discurso de toma de posesión –con el sombrero calado- anunció que no va a vivir en el Palacio de Gobierno, para no seguir usando símbolos coloniales como la Casa de Pizarro. No creo que ni a Fujimori ni a la mayoría de los candidatos presidenciales se les hubiera pasado por la cabeza algo semejante. ¿Tal vez el jefe del Estado desea seguir siendo un hombre del pueblo?

Y también expresó algo muy hermoso: “El orgullo y el dolor del Perú profundo corren por mis venas”. Esa valentía y esa libertad se merecen al menos el beneficio de la duda, o tal vez un anticipo de confianza, y así me siento. Por mis venas corre sangre extremeña, pero el Perú está en mis ojos y en mis manos, de modo que me permito tener esperanza.