sábado, 27 de junio de 2020

CAMPAÑA COVID VICARIATO SAN JOSÉ DEL AMAZONAS. RESUMEN DE LO QUE HEMOS LOGRADO HASTA AHORA CON AYUDA DE MUCHAS PERSONAS E INSTITUCIONES


Lo que sentía mientras hacíamos el recuento era una mezcla de sorpresa, satisfacción, alegría, cansancio, orgullo y rubor… ¡cuánto nos han compartido! ¡Y cuánto hemos podido ayudar! No resuelve todo, no es suficiente, es “como semilla pequeña en manos de los pobres”, pero qué maravillosa es la visión de la solidaridad.

Desde el comienzo de la pandemia, los misioneros en sus puestos comenzaron a buscar maneras de apoyar a la población. En nuestra sede de Punchana-Iquitos se constituyó una comisión de gestión para pedir ayudas, hacer compras, recibir materiales, prepararlos y enviarlos a los diferentes lugares.

Acá va un pequeño resumen de lo que, con la generosa ayuda de tantas personas e instituciones, hemos logrado hasta el 24 de junio 2020. Lo tienen también en la web sanjosedelamazonas.org.

CAMPAÑAS SOLIDARIAS
En varios puestos de misión se organizaron campañas de solidaridad para recaudar fondos. La respuesta de las poblaciones desbordó las previsiones, llegaron donativos de muchas partes del Perú. Nuestros misioneros fueron los impulsores y canalizadores del compartir de los pobres.



ALIMENTOS
Se recibieron ayudas para alimentos básicos, útiles de aseo personal y artículos de primera necesidad, y se pudieron hacer llegar, a través de los misioneros,  a los más necesitados de la mayoría de nuestros puestos de misión. Pero pronto nos dimos cuenta de que lo urgente y crucial era atender a las carencias del personal de salud en su lucha contra el coronavirus.


MEDICAMENTOS
Con las diferentes ayudas y donaciones, hemos podido atender a 71 establecimientos rurales de salud de todo nuestro territorio; 13 de ellos pertenecientes a cabeceras de distrito o provincia, y 58 más pequeños, en las quebradas de la selva profunda.
Adquirimos y enviamos:

30.717 tabletas de Paracetamol de 500 mg
1.248 frascos de Ivermectiva de 10 ml
3.047 comprimidos de Azitromicina
6.730 sobres de Acetilcisteína 600 mg
9.330 pastillas de Clorfenamina
8.550 pastillas de Prednisona
2.342 viales de Cefriaxona
7.327 comprimidos de Aspirina


Hemos enviado medicamentos específicos para:
-          unos 1000 pacientes con COVID moderado, casi un 0,7 % de la población total del Vicariato, siendo la tasa de letalidad del virus de aproximadamente el 1%
-          unas 3500 personas con síntomas leves. Teniendo en cuenta que el virus afecta de manera apreciable al 10% de la población, hemos facilitado medicinas para aproximadamente una tercera parte de esa cifra en nuestro territorio



OXÍGENO MEDICINAL
Se pudieron mandar 25 balones de oxígeno para los casos más graves. Y también 30 concentradores que han salvado la vida a personas con la saturación de oxígeno baja pero no crítica, en lugares muy alejados de centros urbanos, donde los balones no podrían ser rellenados. De este modo se ha logrado evitar evacuarlos. Todos los puestos de misión cuentan con al menos un concentrador, y varios con más de uno. Estamos a la espera de más.



EQUIPOS DE PROTECCIÓN PERSONAL
Ante la escandalosa escasez de materiales de bioseguiridad, hemos comprado y enviado para garantizar equipos por 45 días a los 71 establecimientos de salud (unos 350 trabajadores entre médicos, técnicos de enfermería y laboratorio, etc.).


12.800 Mascarillas simples
2.280 Mascarillas KN 95
200 Mascarillas 3M95
6.400   Guantes
376 Lentes de seguridad
621 Protectores faciales
2416 Trajes de seguridad (buzos)
2236 Mandiles




COORDINACIÓN CON LAS AUTORIDADES
Los misioneros, en sus lugares, son piezas clave en la unión y coordinación de las diferentes autoridades y fuerzas vivas en la lucha contra la pandemia. Se asegura así el cumplimiento de las disposiciones gubernamentales, el control social y que los insumos lleguen correctamente a los que más los necesitan.


RECORRIDOS DE PREVENCIÓN E INFORMACIÓN
En diferentes zonas de nuestra geografía amazónica se han realizado recorridos por las comunidades ribereñas e indígenas, especialmente las más alejadas, para informar y prevenir el contagio, entregar alimentos y mascarillas, artículos de limpieza, etc. Han sido brigadas integradas por diferentes autoridades civiles y sanitarias, y también por nuestros misioneros, siempre dinamizadores de estas iniciativas.



GRACIAS POR TU COLABORACIÓN, GRACIAS POR TU SOLIDARIDAD

EL SEÑOR RECOMPENSARÁ A LOS CORAZONES GENEROSOS


SEGUIMOS NECESITANDO MUCHO, LA CAMPAÑA CONTINÚA...

sábado, 20 de junio de 2020

MÁS HISTORIAS, ESTAS DE NIÑOS Y JÓVENES


¿Cómo hubiéramos reaccionado los adultos de hoy si cuando éramos niños, adolescentes o universitarios nos hubiera tocado una pandemia como esta? Cualquiera sabe. Es como una pesadilla con efecto retroactivo. Tal vez no hubiéramos estado a la altura de los de ahora.

Lo de la tele-escuela me sigue dejando maravillado. En la TV nacional se llama “Aprendo en casa”, pero luego está el canal de internet y en las ciudades muchos colegios tienen sus propias plataformas. Todos sabemos que el cole es un piñazo y al mismo tiempo una gozada, ¿o no? Nos quejábamos y a la vez nos encantaba estar con los compañeros, el ambiente del recreo, el trabajo en el aula, jugar y hasta ligar los que podían. Por eso tiene que ser una castaña para los muchachos levantarse temprano para seguir las clases… pero sin salir de casa. Aquellos cuyos padres nunca fueron sus profesores, ahora han descubierto que eso es la muerte 😂.

Da la impresión que en esta modalidad se trabaja mucho más. Los maestros se sacan el ancho. Mi compañera Adriana está todito el día pegada al celular (su esposo y sus hijos hasta le regalaron uno nuevo el día de la madre “porque lo usa constantemente”), da clase por whatsapp, conversando, por email… Y los huambrillos con trabajos que entregar, consultas, ejercicios, libros para leer… Los que tienen la suerte de tener tele, radio o poder comunicarse por teléfono, claro.

Pero ¿y qué pasa con las enormes zonas de la selva y la sierra del Perú que no tienen conectividad? Pues que los críos se ven obligados a heroicidades. En las alturas de Puno los niños han de caminar 10 o 15 kilómetros subiendo el cerro hasta llegar a un lugar donde agarran internet. Otros van en canoa hasta la mitad de un lago o la cabecera de una quebrada para captar la señal. Me figuro que aprovecharan para chatear con sus cumpas y, si se puede, ligar.

Me pasan un whtasapp ayer: 50 jóvenes del Putumayo universitarios en Iquitos ya no reciben apoyo de sus padres: plata, víveres… Diosito, su casa está a dos semanas de navegación; ¿qué hubiera sido de nosotros cuando estudiantes en Madrid sin la tarjeta para ordeñar el cajero y comprarnos nuestras cositas? Pero es que hay alumnos que se han quedado sin profesores porque han muerto. Así  me contaba Noemi, en su carrera siguen las clases virtuales excepto en dos cursos (asignaturas), y ahí los muchachos se mueven, tratan de recabar información, buscar materiales, consultar a profes de otros lugares, y comparten.

En Indiana unos niños de 6 y 7 años se subieron a un mango. No está claro si violaron el aislamiento social, porque no se sabe si el árbol estaba en su casa, pero lo cierto es que se cayeron, con el balance de tres muñecas, un cúbito y un radio rotos. Ya en el hospital de Iquitos, la mamá llorando me dice por teléfono, los gritos de dolor de los críos de fondo, que se necesitan 6 clavos que cuestan 1000 soles cada uno. No habrá cirugía hasta que la familia consiga los clavos, acá las cosas son así. Nos ponemos a buscar tal cantidad de dinero hasta que tres días más tarde el propio cirujano me dice que no, que solo valen 300 soles en total. En época de emergencia todo ha subido, pero parece que alguien quiso engañar a esa mujer, uno de esos conchasumadres que aprovechan la desgracia ajena para ganar plata.

El otro día hemos apoyado a una chica awuajún que está enferma y vive en un cuartiche cerca de la facultad de educación. Forma parte de una asociación de unos 100 jóvenes indígenas llegados de toda la región para estudiar; uno de sus dirigentes estuvo acá a recoger los medicamentos para la huambra y nos contó que las pasan canutas. Supuestamente tienen un convenio con el gobierno regional para su alojamiento y manutención, pero en la práctica están hacinados en varios lugares y comen fatal. Si no ven las verduras ni en foto y pasan hambre, imagínense con qué computadoras siguen las clases telemáticas durante la cuarentena 😬.

También pasaron por la casa dos médicos chivolos de Caballococha que contaban casi llorando que han tenido que renunciar porque llevan varios meses sin cobrar su sueldo. Es curioso: la gente muriéndose por falta de médicos, el Estado buscando doctores venezolanos y cubanos, y estos pobres chicos que tienen que cambiar de aires porque la Dirección Regional de Salud no les paga. Paradojas de mi Perú que se hacen más lacerantes en estos tiempos revueltos.

sábado, 13 de junio de 2020

HISTORIAS DE PANDEMIA


Como dice el tópico, en situaciones límite aflora lo mejor y lo peor del ser humano. Sí, pues. He aquí algunas anécdotas de este tiempo que me han impactado.

La contundencia de este virus nos ha sorprendido a todos. Una señora en Indiana entró en insuficiencia respiratoria severa y, vista la gravedad y los raquíticos medios disponibles, los médicos decidieron enviarla a Iquitos, cuando aún el hospital regional no estaba colapsado y recibía pacientes. La pobre no pudo llegar ni al bote, murió en el motocarro que la llevaba de su casa al puerto.

Por cierto, otro día, mientras tomábamos desayuno, vimos otro motocarro pasar por la vereda frente a la misión cargado con un ataúd solitario. No era más que un improvisado y lúgubre vehículo fúnebre que se dirigía a dar sepultura a una de las víctimas. Comentamos que a los pobres no les queda ya ni la costumbre de despedirse de sus seres queridos.

Otra persona murió hace algunos días en la cola del banco. El virus aterroriza y agita la solidaridad en proporciones similares. Mucha gente quiere ayudar. Teníamos que enviar un balón de oxígeno a una pequeña posta de salud en el río Curaray, afluente del Napo. La lancha no entra hasta un lugar tan remoto, pero encontramos un barco de una compañía petrolífera, que iba por esa ruta, dispuesto a llevarlo. El ingeniero me dice al teléfono: “Padre, la ley no permite llevar ningún tipo de gas comprimido en un barco petrolero, pero como malos peruanos vamos a hacer lo siguiente: cuando nos revisen en el puerto firmamos el OK, salimos y paramos dos cuadras más abajito, en puerto Henry, frente al Vicariato, y ahí nos lo entregan”. Los de la comunidad de Nueva Vida ya tienen un poco de oxígeno al menos.

Hay quien aprovecha el caos y la histeria colectiva para hacer caja. Un empleado del sector salud en Puno se robó pruebas rápidas y las vendía a 250 soles. Los misioneros del Putumayo, que están todos varados acá en Iquitos, coordinaron con la municipalidad provincial de allí para llevar equipos de protección personal a aquel lugar tan lejanísimo (dos semanas por el río o dos horas en avioneta). Cuando están cargando las cajas, una de las misioneras pregunta cómo van a hacer para repartir al centro de salud, a la policía o a la población. El funcionario, con cara de extraterrestre, le dije: “No, pero si estos insumos son para nosotros, ¿no? Para los trabajadores de la Muni. Los demás que se las busquen, cada cual jala por su lado”.

Pero la anécdota más fea me la contó otro compañero, que un domingo, junto con otros misioneros, luchaba por salvar a una señora que se asfixiaba; consiguieron el balón, la llevaron al hospital, pero no había manómetro y era cuestión de vida o muerte conseguir uno. Como él tiene muchos contactos entre doctores y trabajadores de la sanidad, haciendo llamadas ubicó a alguien que tiene un amigo que vende un manómetro por 900 soles. “Dile al pata que no se pase. Eso vale 500. Habla con él… Que piense si fuera  su mamá o su abuelita”. “Ya” - le dice el otro, siempre por teléfono – “voy a conversar con él para que te baje y te digo”. Mientras mi compañero espera a que le llame, aparece un grupo de personas y médicos entre los cuales está el director del hospital; él aguarda por si puede saludarle y pedirle ayuda, pero el hombre está rodeado de gente. Entretanto, como no tiene noticias del manómetro, llama al supuesto mediador, que le contesta y entonces mi compañero descubre que está a dos metros, junto al director,  y que es el responsable de materiales del hospital; le dice bajito que “su amigo” se lo deja en 700 soles mirándole a los ojos e indicándole, con su dedo en los labios, que no diga nada. Los del párrafo anterior podrían ser calificados de “vivos” o “desalmados”, pero a este yo lo llamaría de frente “canalla”.


Nosotros nos dedicamos a lo contrario. Recuerdo que en el aeropuerto, cargando cajas, un señor se dirigió a mí: “¿Ustedes son de la Iglesia?”. “Sí. Esto son ayudas que nos llegan y enviamos a lugares de extrema pobreza” – le expliqué. “Ah… El Señor les va a bendecir”. Damos oxígeno a gente que ni conocemos, pero que nos suplica porque algún familiar lo necesita inmediatamente. El otro día presté un balón que me han devuelto hoy, y no sabía si las lágrimas eran de agradecimiento o de aflicción porque, a pesar de todos los esfuerzos, el abuelito falleció. Echar una mano en estos tiempos tan crueles es maravilloso. Los sinvergüenzas se lo pierden. Y además el balón me lo han devuelto lleno.

sábado, 6 de junio de 2020

COMO LOS MISIONEROS CLÁSICOS


El trabajo incesante de las últimas semanas es en cierto modo como el cumplimiento de un sueño infantil, un candoroso deseo de ayudar a los demás. Ser misionero significaba viajar a países lejanos dejando todo atrás para socorrer a los más pobres del mundo y remediar el hambre, la ignorancia y la miseria. Noble ideal que al llegar se te desmonta y luego reaparece en versiones más realistas y atroces, como en esta pandemia.

Las huchas de las Misiones, con su metálico run run, acompañaban nuestras carreras por las calles de Mérida, preadolescentes de los Salesianos que invaden ascensores, tocan timbres y de paso gamberrean un poco por escaleras y rellanos. “Una peseta pal DOMUND”, pedíamos casi canturreando al estilo de los niños de la Lotería de Navidad. Pero en vez de dar millones, los recogíamos tacita a tacita, titánica tarea para tan magnánimo fin.

Las pegatinas con los negritos y los indiecitos recordaban a los donantes que gracias a su generosidad se construirían escuelas y dispensarios, se harían pozos de agua potable, los más abandonados tendrían comida y medicinas, tal vez luz eléctrica… Saldrían del subdesarrollo y la indigencia gracias a esos paladines de la fe, los misioneros, que salían en las diapositivas de clase de Religión y a veces hasta venían a darnos una charla rodeados de tapices, arcos, plumas y misteriosas máscaras de madera. Yo quería ser uno de ellos.

Cuando llegué al Perú, un compañero me dijo: “Olvídate de proyectos de educación o salud, para eso tiene plata el Estado”. Vaya por Dios. Parecía que lo nuestro era la “evangelización explícita”, o sea los sacramentos y la misa ante todo. Luego, ya en la selva, se trataba más de acompañar y de apoyar en lo que se podía, porque en el Yavarí la pobreza es apremiante. Pero sin caer en paternalismos trasnochados, con discreción. Hasta que se desencadenó esta horrenda crisis.

Han traído una carga del aeropuerto. Son equipos de protección personal que vamos a hacer llegar a través de nuestros misioneros a unos 70 puestos rurales de salud del territorio vicarial. Bajamos las cajas, las abrimos, contamos lentes, paquetes de mascarillas y guantes, overoles, mandiles… y volvemos a armar cajas para los diferentes lugares. Sellar, colocar rótulos, precintar, mandar por lancha, ponguero o avioneta. Prosaicas y urgentes faenas que nos jalan todo nuestro tiempo.

Si los “epps” se antojan un poco modernos, qué les parece esto: enviamos alimentos no perecederos, alcohol, lejía y productos de limpieza. Fideos, arroz, sacos de limón, jengibre, hojas de eucalipto, aceite, fósforo, jabón… Parece que estoy escuchando las canciones del Padre Carreño. Con las donaciones de la campaña compramos medicamentos específicos para COVID, y además paracetamol y aspirina en cantidad. Instrumentos de diagnóstico y oxígeno medicinal: balones y concentradores. Las jornadas pasan y nos agotamos en atender las necesidades más perentorias de la gente, como los antiguos.

Sin sutilezas ni disimulos: nos dedicamos a intentar que la gente viva. Lo demás no nos importa. Así de claro. Chambeamos con una mezcla de satisfacción y pesar, acogotados por la gravedad de lo que está ocurriendo y con el dejo agridulce de cumplir con nuestro deber. Llegamos hasta donde buenamente podemos con las ayudas que nos están remitiendo; los héroes los dejamos para los comics de Spiderman, nosotros hacemos lo que tenemos que hacer, con más consternación que romanticismo.

No hay misa ni catequesis, pero ¿puede haber una evangelización más explícita? Creo que no. Hemos regresado a la época de “las barbas floridas” por emergencia, no por devoción. Vuelta a lo que la Iglesia siempre se consagró: el bienestar de los más pequeños, a velar por la salud, a dar pan y educación cuando nadie lo hacía. Aquella Iglesia sobrevivió a la Inquisición, y esta tal vez resista los escándalos de pedofilia, pesadillas de distinto calibre histórico. No lo sé, no me importa; nosotros a lo nuestro. “No queda de otra”, decimos por acá.