sábado, 30 de marzo de 2019

PUNCHANA


Es un caserón viejo y destartalado en el corazón de Iquitos. Un recinto enorme con varias viviendas, oficinas por todas partes, dos perras y dos gatos y una gran maloka con goteras. Los dormitorios son dobles, los baños compartidos, no hay casi ventiladores y ni siquiera se puede decir que la comida sea buena. Me pregunto entonces por qué me gusta tanto ir a Punchana, a la sede administrativa y logística del Vicariato San José del Amazonas, y por el momento no hallo respuesta.

Como somos un Vicariato franciscano, realmente es un convento donde los misioneros, cuando todos eran frailes, descansaban y vivían cuando venían a Iquitos desde los puestos de misión, algunos realmente lejanos. La noche que dormí en uno de estos cuartos por primera vez imaginaba a aquellos religiosos legendarios y heroicos de paso por la ciudad para ir al médico, de compras o al banco, con sus hábitos pardos, su acento del Canadá y sus barbas en cascada, agotados por el largo viaje, conversando por el patio u orando laudes en la capilla.

Hoy día, 74 años después de la fundación del Vicariato, los inquilinos han cambiado aunque me temo que la casa no tanto. Los misioneros son en su mayoría laicos, religiosas y algún cura diocesano despistado. Allí te puedes encontrar con cualquiera, sobre todo antes o después de algún encuentro vicarial, y por eso Punchana es lugar para convivir y estar juntos; un privilegio teniendo en cuenta las distancias geográficas que nos separan y las pocas veces al año que nos vemos.

También Punchana es el escenario de reuniones y de trabajos. Nos vemos las comisiones responsables de preparar la asamblea vicarial o el encuentro de animadores, por ejemplo. El tiempo que tenemos para estar en Iquitos es a veces limitado, de manera que hay que exprimirlo al máximo; los ratos libres que nos dejan las sesiones o las conversaciones aprovechamos para ir a las oficinas a despachar los más diversos asuntos: temas económicos con Anna o Jorge, envíos por la lancha con Gilmer, papeleos con Verónica, pasajes con Percy, listas o cartas con Nerlita… De pronto les invadimos y les volvemos locos, pero ya lo saben y están acostumbrados.

Como el ferry sube un día el Amazonas desde la frontera y baja al día siguiente alternativamente, hay ocasiones en que llego un miércoles, trajino el jueves y esa misma madrugada me embarco de vuelta a casa. Entonces la estancia es como una gymkana en la que intento hacer contra reloj todo lo que necesito. Porque en Iquitos también hacemos muchas compras de cosas que no encontramos en Islandia o son mucho más baratas. Acá compré los juguetes para la chocolatada navideña o el motor de 15 CV para nuestro bote.

Claro, por la noche hay que intentar salir a pasear, a dar una vuelta por la urbe a comer una pizza, pollo con papas y por supuesto tomar un helado en la plaza o paseando por el malecón, rodeados de tenderetes de artesanías, turistas de todo pelaje y payasos callejeros. La peña de los helados tiene un cabecilla, que ya se pueden imaginar quién es. Otra alternativa es pasar por casa de Dominik y Anna a trincar un vodka polaco y conversar arreglando el Vicariato y el mundo mundial.

La casa es agradable también porque alberga al espíritu de Pacífico, un hermano franciscano que vivió acá mucho tiempo y murió el año pasado. Continúa deambulando en la noche, como lo hacía siempre, y la capilla, la sala de estar y los pasillos están impregnados de su sentido del humor y su sencillez. El otro día noté cómo se burlaba cuando por descuido pisé en sandalias el gras del patio y al toque se me subieron los ysangos dándome un picor insoportable.

En fin, no sé si me he contestado a la pregunta, pero el caso es que Punchana me encanta. Acá fue donde llegué cuando conocí el Vicariato (ver "Pakrachu Madrina" - 21 de agosto de 2017), donde me llevé el primer impacto y donde sentí en el corazón ese chispazo insensato e inequívoco: “yo me tengo que venir aquí”. Por cierto, Punchana en kichwa significa "amanecer". 

domingo, 24 de marzo de 2019

SEMBRAR EN EL RÍO



Estamos en plena creciente, y en esta época del año da gusto recorrer el Yavarí. El río inunda con su periodicidad inapelable gran parte de la selva, de manera que navegamos por lo que hace dos meses era monte, flanqueados por árboles enterrados en el agua, como hitos de silencio. Las travesías son más cortas y el viaje es más descansado, pero no por ello menos aburrido, porque en este río nuestro en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa.

De hecho, al llegar a Santa Rita nos quedamos asombrados a causa de la magnitud de la inundación. Hay tanta agua que hace falta canoa para ir de una casa a otra. El nivel llega a las pantorrillas cuando intentas andar por la vereda, pero resbala mucho por el verdín que se crea en el cemento. Toda la vida queda condicionada sin remedio: la escuela tendrá que retrasar al menos un mes el comienzo de las clases (los niños corren riesgo, los cuadernos se mojan), las yucas se sumergen, las papayas y los plátanos se malogran porque las raíces se pudren…

Como no soy capaz de caminar sin caerme, voy nadando a casa de Miguel, el agente municipal; pero con cuidado porque tres metros más hacia el cauce la corriente jala cantidad. Y para visitar a doña Otilia vamos en el bote… En fin, todo se vuelve muy complicado (me pregunto cómo harán para hacer sus necesidades, sobre todo las sólidas). Por supuesto no pudo haber reunión, pero los promotores de salud nos entregaron un documento en el que la comunidad solicita un botiquín. Veremos la manera de conseguirlo.

El diario dice que de Santa Rita fuimos a Remanso. Encontramos a casi todos los hombres en la escuela limpiando, y aprovechamos para saludarles. Nos cuentan que están preocupados porque este año tampoco va a haber maestro, y los niños tendrán que ir a estudiar a Pobre Alegre, a media hora de navegación; también hay un problema con un trozo de su territorio comunal que ha salido titulado a nombre de un particular. Les invitamos a la reunión de la tarde para conversar más y prometemos apoyarles. En ese rato, tras un fuerte calor, caerá una tremenda tormenta tropical y veremos la película “En busca de la felicidad”, que a todos les impactó.

Siguiente parada: Japón. Acá fue donde el año pasado bautizamos a más de 40, pero ahora nos hemos quedado sin animador, así que pasamos el día buscando uno nuevo, sin éxito. En la noche debemos esperar casi dos horas para poder comenzar la reunión con un grupo de personas, en su mayoría mujeres y niños (¿dónde está aquella muchedumbre de papás y padrinos…?). La oración resulta bien, en torno el texto de la pesca milagrosa y un gesto con unos peces de cartulina que les ayuda a participar. Al final conectamos con la necesidad del animador. Tras darle bastantes vueltas al asunto se elige a Gastón (a pesar de que no está presente…) y a una señora, Verónica, a quienes invitamos al toque al encuentro de abril.

A Buen Suceso nos interesa llegar pronto porque hemos oído que en la mañana hay una reunión del alcalde con representantes de todos los caseríos de la zona para pedir la construcción de un centro de salud en esta comunidad. El salón comunal está lleno a las 11, y en cuanto me ven llegar me sientan con las autoridades, e incluso me piden que dirija unas palabras. Luego hay almuerzo para todos y saludo a bastante gente: “el botiquín está funcionando bien, padre”; “¿cuándo pasamos a recoger el microscopio”? Me siento orgulloso porque veo que nos van conociendo como Iglesia que está al lado de la gente, escuchando y apoyando en lo que podemos.

Más tarde, Carlos el motorista se marchó al cercano Dos de Mayo a jugar un partido y quedarse a dormir, pero regresó al rato: “La hija de Melita y Nelson el animador se ha puesto de parto”. Nos quedamos a cuadros porque no habíamos notado nada. En la noche Melita llegó a decir que efectivamente su hija había dado a luz a un varón. Casi nace en el bote… “¿Cómo se llama?” – le pregunté. “Todavía no tiene nombre. No tiene padre…”. En fin… la pequeñez y precariedad de esta iglesia del Yavarí. Tal vez dentro de 30 o 40 años de trabajo se empiece a ver algo. De momento, es casi como sembrar en el río; y el niño se va a llamar Carlos.

martes, 19 de marzo de 2019

PARTIDOS DE MUERTE


Gustavo Molina, compañero de la diócesis de Toledo, me contactó por whatsapp. Recién le han pedido el servicio de coordinación de la OCSHA (Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, es decir los curas españoles fidei donum) en Perú, y estaba comprobando datos. “Trabajo en Villa el Salvador” – me contó. “Cuando vengas por Lima avisas y nos vemos”. A mí me interesaba conocer alguno de los “conos” de la capital, de modo que allí me planté. Corchete hervete.

Los “conos” son áreas de Lima Metropolitana llamadas así por la proyección espacial del centro histórico a la periferia. “Pueblos jóvenes” que comenzaron siendo invasiones en los cerros desérticos que rodean a la capital y que poco a poco se van integrando como parte de la gran ciudad, aunque siguen cargando con el estigma de zonas “pobres”, “conflictivas” o “marginales”. Las distancias son impresionantes; para llegar a Villa el Salvador tuve que ir en bus durante una hora y después en el “tren eléctrico” aéreo otra media hora más. El viaje me ofreció la visión del desierto ocupado (más que habitado) que siempre me impacta.

Villa es una enormidad de más de medio millón de habitantes construida sobre la arena, una aglomeración ganada al desierto que con el paso de los años se va ordenando y modernizando. Se aprecian casitas precarias, huellas de los primeros aluviones de gente de provincias, como si fueran ejemplares fósiles; y también los arañazos del proceso de urbanización, las avenidas trazadas en medio de las cuestas de los cerros y defendidas con uñas y dientes de las invasiones, que no cesan. A la vista, a pocos kilométros, Villa María va más retrasada en esta carrera.

Como sigue sin haber electricidad, ni saneamientos, ni agua potable en muchas partes del distrito, se ven los camiones cisterna abasteciendo las viviendas y por todos lados enganches de luz que son ilegales. Gustavo y su compañero Javi me cuentan que es un lugar bastante peligroso; en su casa han sufrido varios robos, como te descuides te quitan hasta el agua del tanque de la casa. Y con la llegada masiva de venezolanos, las ocupaciones de terreno continúan aún más. Ellos tienen varias construcciones provisionales de este tipo junto a unas salas de la parroquia, pero “¿qué hacemos?” – se preguntan.

Llama la atención la basura. Las montañas de basura acumulada en explanadas. Al verlas pensaba que, si el agua no corriera, el Amazonas también estaría así, qué asquito. Qué dimensiones tendrá la basura sumergida, los desechos que recorren el río y nos van envenenando poco a poco…

El sol no se ve pero se siente su opresión implacable, que nos va sancochando mientras caminamos por la arena, como en una especie de playa montañosa. Quieren mostrarme “el cementerio de los personajes famosos, porque el otro está más allá, cercado”. Las celebridades locales reposan en tumbas con las que te topas paseando, en medio de algunas flores y la habitual suciedad. Las lápidas recuerdan a los primeros misioneros que se dejaron acá el pellejo, algún vecino promocionado y el busto de María Elena Moyano, la regidora asesinada por Sendero. Y ahí, al ladito de las paredes de nichos, un campo de fútbol.

“Una continuidad de lo más natural, pensé yo, la alegría del juego propia de los niños junto a la meditación cotidiana de la brevedad de la vida”. Nada de eso. Simplemente me sacudió la miseria, la falta de espacio comparable a Islandia; vislumbré el hecho de que cada uno vive y muere como y donde puede, defendiéndose según la ley de la selva sin estar en ella; me sobresaltó la posibilidad de que los difuntos reciban balonazos que los perturben (seguro que ocurre un día sí y otro también), o que se rompan jarrones de flores de plástico. Y en esas estaba cuando uno de los toledanos, creo que Gustavo, dijo: “Aquí se juegan partidos de muerte”. Jaja.

martes, 12 de marzo de 2019

DÍA DE LA MUJER


Casi cada año por estas fechas me pregunto si realmente es efectivo y conveniente dedicar una jornada a reivindicar la igualdad de derechos de la mujer. Lo digo por el regusto que me dejan algunos comentarios de diversos pelajes ideológicos, y también por el despropósito que colorea actos y discursos que terminan siendo versiones torpes del machismo que por desgracia todos llevamos instalado de serie en nuestra programación cultural.

Hay un cierto machismo oportunista y condescendiente que me avergüenza: “Por supuesto que estamos todos muy concienciados de la importancia de la mujer, y que hay que darle el lugar que le corresponde en la sociedad”. ¿Y quién lo tiene que “dar”? ¿Serán los políticos? En un país como el Perú, donde solo hay 8 mujeres alcaldesas en los 1872 municipios entre distritales y provinciales. Me da la impresión de que la campaña la utiliza el sistema, en buena medida, para legitimarse… y que todo siga exactamente como está.

Luego hay una clase de feminismo reactivo, el de quienes afirman que la mujer y el hombre son algo así como idénticos. Creen que liquidando el lenguaje inclusivo se alcanzarán hitos de equidad, y ahí aparecen “las miembras” y otras lindezas. Tal vez a eso se refería el Papa con lo de “machismo con falda”. Pero el varón y la mujer son diferentes y complementarios; tienen la misma dignidad, y ambos, juntos como “el ser humano completo”, son semejantes a Dios según el mensaje bíblico.

Además están los intentos por realzar el valor de la mujer… reivindicando su rol tradicional de esposa, madre y cuidadora. Ay Diosito. En el folleto de actividades (que por cierto consisten en un campeonato de futsal y un pasacalles) de la municipalidad de Islandia con motivo del 8 de marzo hay unas citas de lo más ilustrativas: “Mujer!!! Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu permiso” (¿con su permiso sí?). “Después de las mujeres, las flores son lo más hermoso que Dios le ha dado al mundo”. “Puede ser que el gallo cante pero… es la gallina quien lleva los huevos”. Esta última mejor no la comentamos.

Claro, es que por acá no tenemos muchas alcaldesas ni astrofísicas que poner como ejemplo… Sencillamente porque en nuestra región el 41% de los alumnos abandona la escuela primaria, y de ellos el 53% son niñas. El índice de embarazos adolescentes está por las nubes; chivolas a las que se les acaba la vida muy temprano, y ya no tienen más aspiraciones que criar bebés. Cosa muy linda, pero no necesariamente incompatible con los estudios secundarios y la universidad. Y cada año, en la fiesta nacional y el aniversario del distrito, un evento fijo del programa es el reinado: concurso de belleza para niñas de 14 a 18 años, exhibición pública del cuerpo femenino. No puede ser para más mayores porque casi no las hay que no sean mamás o estén embarazadas, y claro, ya no son tan bellas.

De modo que recarguemos la demagogia anual por estas fechas. Y salgamos al pasacalles, donde encontraremos a las trabajadoras municipales con disfraces y pancartas, un puñado de personas más y alguna burla entre la indiferencia general; desolador, casi es preferible no hacerlo. ¿No sería mejor hablar menos, dejarnos de tantos lazos y globos violetas, y ponernos a trabajar más desde la base? Sustanciar la promoción de la mujer en programas electorales claros y concretos, hacer leyes que protejan la igualdad, currículos escolares no sexistas, liquidar el reinado... tantas cosas. Nosotros en la misión posibilitar que las chicas estudien secundaria apoyando a los papás económicamente, animar a las mujeres para que asuman cada vez más responsabilidades en las comunidades, luchar contra el maltrato, el abuso y la trata de personas…

Para terminar dejando buen sabor, algo hermoso que me he encontrado en un libro de sabiduría oriental que estoy leyendo: “Dios, en el último momento del sexto día, creó a la mujer (…). La última creación fue la mujer (…). Esto significa que la mujer es un refinamiento del hombre, una forma más purificada (…). En lo que respecta a la humanidad, la mujer es lo más elevado (…). Dios creó a la mujer después de crear al hombre porque solo la podía crear después. Primero tienes que crear la energía en bruto para después poderla refinar (…). Y hay un mensaje en esta alegoría: que todos los hombres se tienen que volver femeninos antes de alcanzar el séptimo centro (…). Las cualidades femeninas son más elevadas que las del hombre, surgen del hombre, florecen a partir del hombre”.

martes, 5 de marzo de 2019

"UNO DE NOSOTROS"


A estas horas de la mañana del sábado 2 de marzo, mientras esto escribo, se desarrolla la ceremonia de consagración del nuevo arzobispo de Lima, el padre Carlos Castillo. Anoche estuve corrigiendo parte de la entrevista que me concedió hace hoy dos semanas. Aquella conversación en su casa (que Religión Digital publicará los próximos días) me sirvió para comprender el porqué de su nombramiento y calibrar la dimensión de este personaje que abre hoy una nueva era en la Iglesia peruana.

Nos habíamos encontrado antes, en la Eucaristía de clausura del encuentro nacional del Instituto Bartolomé de las Casas; yo estaba en ese mismo lugar, el Colegio de Jesús, haciendo ejercicios, y me acerqué porque deseaba conocer al obispo electo. Había en el ambiente una gran expectación. Salieron a concelebrar el padre Carlos y dos viejitos: a un costado, Jorge Álvarez Calderón, luchador durante años en las bases eclesiales, en la acción católica, en los movimientos sociales, en la formación del clero, en la universidad, incombustible en la militancia por una Iglesia abierta y pegada a la realidad; a otro costado, Gustavo Gutiérrez, fundador de la teología de la liberación y figura clave en la Iglesia latinoamericana del siglo XX y lo que va del XXI.

Conviene precisar que el p. Carlos ha participado muchísimas veces en este y en otros encuentros y actividades similares durante años, en sintonía con los valores que por allí circulan. Muchos de los asistentes laicos, religios@s y sacerdotes presentes lo reconocen como compañero de visión teológica y pastoral. De hecho comenzó diciendo algo tan claro como hermoso: “Uno de nosotros ha sido elegido para este servicio de guiar la diócesis de Lima”. Pero fue mayor el simbolismo de los gestos, sin necesidad de muchos pies de foto.

En el Evangelio, en lugar de dar él la bendición al lector, pidió a Gustavo y a Jorge Álvarez que se le dieran a él. Después, en la homilía, habló de un Israel dominado por los sacerdotes (que habían liquidado al rey y expulsado a los profetas) a lo largo de los seis siglos anteriores a Jesús, y cómo el Nazareno procede del resto fiel al Señor, paciente y esperanzado a pesar de todo. “Durante casi veinte años de silencio hemos echado raíces, hemos profundizado y meditado, ha sido como un retiro”.

Llegó el Cordero de Dios, Eduardo Salas lo entonó en forma de marinera, y el p. Carlos comenzó a acompañar el “recutecu” con palmas; muy lejos de la formalidad y “dignidad” litúrgicas que se estilan en Lima. Más tarde, a la hora de la despedida, al más puro estilo del Papa Francisco, nos pidió a todos que le bendijéramos a él. E inmediatamente los saludos y las fotos; el presbiterio se convirtió en un improvisado photocall donde todos se acercaban al arzobispo electo, que abrazaba sin pudor y se dejaba inmortalizar con gusto y la sonrisa en alto. Hubo que esperar un rato hasta que pudieron presentármelo.

Un momento antes, Gustavo Gutiérrez, con voz temblorosa y visiblemente emocionado, había agradecido a Dios que le haya permitido “vivir para ver esto”. Seguro que se encuentra en estos momentos en la catedral de Lima, acompañando a su alumno, compañero y ahora obispo. A pesar de haber tenido la suerte de  asistir a parte de este proceso de cerca, a día de hoy no salgo de mi asombro. El Papa quiere una Iglesia distinta; más amable e implicada con la realidad de la gente, menos ensimismada, más preocupada por los más pobres, más ecológica, más laical. Y nombra a obispos en consecuencia, incluso si hace falta “voltear la tortilla” con tanta claridad, sin disimulos ni componendas ni cuotas.

“En esta hora crucial en que la Iglesia  parece hundirse como el Titanic, no cabe continuar tocando la misma música”, me dijo el padre Carlos. Así es. Francisco quiere música nueva, la melodía de Jesús y la del pueblo, el “recutecu”. Y para interpretarla, uno de nosotros. Y en ese “nosotros” me incluyó a mí. De modo que desde entonces vivo tan conmovido como orgulloso.