Pero debía ir. Ya no tengo ganas de más viajes, llevo por
esos mundos desde el 1 de octubre, solo quiero regresar a mi selva, estar en
mi casa, sentarme en mi cuarto, acostarme en mi cama y colocar mi trasero en mi
silla. Pero ni modo: ya nos habíamos comprometido desde hace tiempo, y los
pasajes estaban comprados, oleados y sacramentados. Loquillo “nunca quiso ir a
L. A.”, pero yo acá estoy.
El primer impacto es el clima. En esta región
supuestamente tan cálida, donde en las películas todo son palmeras y sol
radiante, nos encontramos bajo una fría lluvia que durará tres días, y eso
que supuestamente “It never rains in California”, vaya mentiroso ese Albert
Hammond. En lugar de pavorosos incendios, tenemos 9 grados de temperatura, mis
dientes castañeando y paracetamoles al coleto.
Hemos venido invitados por Mission Doctors Association,
nuestro socio americano, los médicos que nos salvan la vida en el hospital de
Santa Clotilde y los amigos que nos abren puertas en USA. Brian y Toni, matrimonio
de misioneros médicos que trabajaron varios años en el Napo, que nos siguen
ayudando y nos acogieron en Chicago en mi anterior viaje, van a recibir un
premio que reconoce su trayectoria y su compromiso con la misión. Lindo
momento el que vivimos anoche.
En una “gala” (geila) no puedes ir vestido wachiturro,
así que, acá en San Gabriel, la comunidad claretiana donde amablemente nos
acogen, me han prestado un terno para la ocasión. Es una cena benéfica, el
cubierto a 250 $ o así, con los objetivos de recaudar fondos, sensibilizar, y
sobre todo hacer contactos y crear vínculos para la misión. Pasan videos de
África y de Perú, algunos con imágenes muy impactantes y claramente disonantes
con la comida que tenemos en la mesa, mientras las donaciones caen y los
discursos y aplausos se suceden. Tomo vino y no puedo dejar de pensar en Skid
Row.
Juan Carlos Montenegro es un salesiano laico que conocí de
refilón en Tabatinga, y conectamos bien. Él nos mostró el Youth Center que
dirige, saludamos a los niños y jóvenes, nos explicaron qué hacen... Después,
Juan Carlos nos llevó por Skid Row, lugar en pleno L. A. Downtown (el centro de
la ciudad) donde la salvaje desigualdad de este país se exhibe y agrede: en
las veredas sobrevive una muchedumbre en improvisadas carpas, guareciéndose
de la lluvia y el sol con plásticos, maderas, lo que sea. Basura, drogas, suciedad…
es desolador. En lugar de las enormes limusinas donde se movilizan los famosos en
las series, se ven autocaravanas desvencijadas que hacen de precarias viviendas
a los rostros zombis de la miseria en la tierra de las oportunidades y el american
dream.
Pero en realidad estamos acá el obispo Javier, Anna la
ecónoma y yo para pedir help: plata y personas. Lo mismo de siempre, ay
este vicariato inestable y carente. El Arzobispo de Los Ángeles nos recibió y
escuchó atentamente, pero nos espetó que su diócesis, una de las más grandes
de EEUU, tiene que afrontar indemnizaciones a víctimas de abusos por una
astronómica suma, millones de dólares. La reunión con el obispo de la
diócesis de Orange fue diferente; este hombre ya mayor pero muy inspirador nos
contó cómo siendo joven sacerdote aprendió español para poder celebrar la
misa a los mexicanos cuyo restaurante frecuentaba a la hora de la cena. ¡Qué
tipazo! A veces aciertan con los nombramientos.
Y esto nos lleva al tema estrella de las conversaciones de
estos días: millones de inmigrantes de este país viven aterrorizados por la
loca xenofobia del presidente. La cocinera de los claretianos, mexicana,
nos hablaba de que tienen miedo de que los deporten “por nuestra piel”,
fue su expresión. En la parroquia están llevando a cabo un taller para informar
de sus derechos a la gente. El famoso eslogan Let tus make America great
again (“Hagamos América grande de nuevo”) significa en realidad “Hagamos
América blanca de nuevo”. Estamos en la cuna de los derechos civiles,
pero parece que teletransportados al siglo XVIII.
Ya tengo que ir acabando. Dio tiempo a turistear también.
Fuimos a las carreras de caballos, donde apostamos 5 $ y ganamos 6, chueca opción
para financiar el Vicariato. Paseamos por la playa de Santa Mónica, donde solo
me pude mojar los pies a pesar de que había llevado mi bañador. Nos asombramos
ante la catedral de cristal. Deambulamos por las afueras de Disney y almorzamos
en una bolera. Admiramos el panorama de esta ciudad infinita desde el
observatorio Griffith. Comimos cheeseburger y tomé root beer, que
me encanta. Incluso merodeamos el Staples Centre, admirando las estatuas de los
legendarios lakers Abdul Jabbar, Magic y Kobe Bryant. Y recorrimos Hollywood
boulevard, pisando las estrellas y haciéndonos fotos en el Dolby. En la entrada
del Teatro Chino están marcadas las manos y los pies de Robin Williams y una
frase: “Carpe diem”.
Pero lo que más me gustó, con diferencia, fue estar entre
personas a quienes les importa la misión. Elise, Toni y Brian, Elsa, Hortensia,
Amie, Laurie, la gente de MDA y Lay Mission Helpers. Sin estos “loquillos”
más bien locazos, no serían posibles tantas historias de humanidad,
solidaridad y ternura en los cinco continentes. Por ellos sí que ha
merecido la pena venir a L. A. ¡Gracias!
Posdata: en California, cierras los ojos y de nuevo te
encuentras en México. Escuchas íjoles, comes mole y pozole y suenan
rancheras. Este gran viaje terminó así, como empezó, como una antífona, en “el
ombligo del mundo”. Y por supuesto, en todo momento, ella: Tonantzin.
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