sábado, 28 de diciembre de 2024

EL MINISTERIO DE PÁRROCO EMÉRITO


Cuando estoy en España me gusta pasar por las parroquias donde serví antes de irme al Perú, hace ya diez años. Trato de cuadrar calendario para ir a celebrar la Eucaristía y así ver de golpe a bastante gente. Lo prometí cuando me despedí y lo hago con mucho gusto, con esfuerzo y en la medida de lo posible; y lo vivo como un grato deber.

Esta vez la visita transcurre en una época del año totalmente desacostumbrada para mí. El invierno es duro en mis queridos pueblos del sur de Extremadura, con frío, días cortos y mucho silencio. No tiene nada que ver con septiembre y sus fiestas, o con la patrona Santa Ana, el personal en la calle y misas concurridas y engalanadas. Pero participar, aunque sea puntualmente, en la realidad cotidiana tiene su encanto.

Un impacto evidente es el estrago del paso del tiempo: todos vamos siendo mayores. Yo era un niño de 34 años cuando llegué a mis primeros destinos, y ahora soy un hombre maduro (esperemos) de 54, con la cabeza más despejada en varios sentidos y buenas raciones de experiencia. Y nuestra gente sigue esencialmente la misma, la mayoría mujeres con 15 o 20 años más, hay poco relevo en las feligresías; nunca me ha gustado esta palabra.

Es lindo toparse con los vestigios del propio paso por los lugares, objetos que pueden ser trasunto de la huella que dejamos en las personas: los archivadores de un despacho, la puerta de la casa que se reparó, un cáliz de cerámica, una cartelera, un micrófono plano de altar. Ojalá quede algo de mí en el devenir de mis pueblos, en las pequeñas historias personales y familiares que van moldeando el día a día.

Contemplé emocionado un par de atriles de madera y los sagrarios de los Valles, restaurados primorosamente por mi mamá, que se conservan como hitos de su cariño y agradecimiento a esas comunidades que ella sabía que me cuidaban con esmero. Cuántas condolencias me han expresado estos días, a la vez que me preguntaban por mi papá. Su memoria me acompaña y permanece en la sencillez de tantos que siempre intuyeron que quererlos a ellos era quererme a mí.

En la misa dominical de 1 de Valencia del Ventoso había un nutrido grupo de asistentes, y entre ellos bastantes niños y jóvenes. Estaba muy bien preparada, y se notaba la dedicación de los catequistas, casi todas mamás en la treintena. Fue estupendo presidir esa Eucaristía ágil, dinámica y por momentos divertida. Me alegró apreciar que lo que se sembró hace 20 años se va desarrollando, va evolucionando y da sus frutos.

La tarea fue igual de entusiasta en los sitios más pequeños y humildes: Atalaya, La Lapa, Matamoros; pero ahí noté un arañazo de nostalgia, pueblos y por tanto parroquias que se van apagando, que cuentan por decenas los que cada año se marchan al abrazo de Diosito. En Valverde de Burguillos además habían entrado a robar esa misma mañana, en la impunidad que otorga la vaciedad de las calles, y todo estaba patas arriba, los cajones de la sacristía abiertos y la Virgen de los Dolores sin sus anillos. Qué tristeza.

Mirado desde donde estoy ahora, me cuestiona mucho la manera de atender estos pueblos, ya el término no es muy agraciado. Hay un compañero que tiene cuatro parroquias (denota mucho ese lenguaje posesivo), y por tanto le toca celebrar cuatro misas de domingo, con lo cual unos salen mejor parados que otros en los horarios. Y es así porque, desafortunadamente, todo sigue dependiendo de los curas. Creo que hay que replantear globalmente la pastoral en estos ámbitos rurales, a partir de equipos de presbíteros y buenos organismos zonales de coordinación donde los laicos sean protagonistas y realmente corresponsables.

En mis diferentes adioses siempre dije que me sentía feliz de haber sido vecino y párroco de mis pueblos: “es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompañará siempre”. Lindo título ser párroco emérito; implica un vínculo espiritual con mis parroquias, por las que sigo velando aun en la distancia, me duelen y endulzan mi corazón. Por eso siempre intento regresar, para no olvidar de dónde vengo y perseverar en la gratitud, pues mucho bien recibí.

Feliz año nuevo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonito recoger la cosecha , pero que triste que nuestros pueblos se vayan vaciando y se vayan hechando las llaves a tantas puertas que quizás solo la abran los hijos a la vuelta de la ciudad.
Un abrazo