martes, 14 de julio de 2020

LAS FAUCES DE LA INIQUIDAD


Necesitamos médicos en Santa Clotilde. Tenemos en total tres para un hospital y trece establecimientos rurales de salud con una población total de más de 20.000 habitantes a lo largo de 500 kilómetros entre los ríos Napo y Curaray. En una pandemia tan destructiva como ésta, es como intentar parar un tren de alta velocidad con un cojín de dormir la siesta.

Una cifra raquítica y ridícula ya en la era pre-coronavirus. ¿Cómo es posible que en un territorio tan enorme haya tan poco personal? La red sanitaria del Napo la gestiona el Vicariato hace años en convenio con la Dirección Regional de Salud de Loreto (DIRESA). Un convenio que especifica que corresponde a la DIRESA “realizar los contratos y la asignación del personal” (artículo 2.4). Un convenio que la administración tradicionalmente no cumple a cabalidad.

En estos momentos la micro-red tiene 77 trabajadores, cuando según el convenio debería tener 112; el virus la pilló con 35 profesionales menos, un número muy respetable cuando todos los brazos son pocos. De entre las carencias, la más lacerante es la de los médicos. Y en mayo estábamos peor: solo teníamos dos médicas y una de ellas apunto de renunciar, como hizo, agotada, después de trabajar meses a todas horas, sin posibilidad de turnos y con un contrato eventual en que le pagaban poco y tarde.

Desesperados, llamamos al Director Regional de Salud y no paramos hasta que vino a la casa a conversar con el obispo. En aquella conversación nos prometió tres médicos más, adicionales a las dos que ya teníamos. “Algo es algo” –suspiramos más aliviados, “tendremos cinco médicos” (es triste valorar como una conquista extraordinaria lo que simplemente te corresponde por ley). ¿Qué ocurrió después? Que pasaron muchos días con esas plazas ofertadas… y silencio. Nadies venía a postular a esos contratos.

Por esas fechas (fiesta de San Juan) comencé a patearme las oficinas de DIRESA para reclamar, recordar compromisos, ingresar documentos, pelear por pagos atrasados… La administradora me atendió muy amablemente y me mostró en su computadora el presupuesto dispuesto por el Director, pero “padrecito, es que los médicos no quieren venir, muchas plazas quedan vacantes en Loreto”. Normal: son contratos CAS-COVID por tres meses, y luego ya no se sabe; además no computan a la hora de acceder al “nombramiento” (plaza de por vida). ¿Quién va a dejar otro trabajo o simplemente viajar hasta el confín de la selva, con calor y mosquitos, con esas condiciones?

Tres semanas después, la médica que teníamos accedió a esta modalidad de contratación y dos nuevos doctores felizmente sí quisieron, de modo que hemos pasado de dos a tres. Profesionales que deberían ser estables en el hospital, con contratos largos, pagados con los recursos financieros ordinarios de DIRESA. Pero no: son contratados únicamente por tres meses, con un dinero puntual que llega del Estado a causa de la emergencia sanitaria, y que deberían sumarse al personal habitual. Conclusión: la DIRESA no tiene plata. Lo que maneja hoy día es a causa del coronavirus. ¿Dónde están los fondos públicos para la salud de nuestra región?

Seguramente perdidos en los recovecos de ese laberinto administrativo que, a base de horas, estoy comenzando a descifrar. El COVID desnuda la realidad de la desatención estructural de la salud en nuestro territorio, especialmente en las zonas más alejadas y vulnerables. El sistema está torcido. La corrupción es tan profunda, de una magnitud tal, que el Estado se ve atado de pies y manos, el dinero se queda en bolsillos intermedios, se ofrecen contratos chuecos, no hay médicos ni los habrá.

En la práctica, la vida de los indígenas kichwas del Napo vale menos que la de los limeños, por ejemplo. Se viola sistemáticamente el derecho humano a la salud, y esto se ha agravado en esta pandemia. El monitor de la señora fue para mí como asomarme la caja de Pandora de la injusticia (y eso que ella hace lo máximo que puede, y se lo agradecemos mucho);  el descubrimiento informático de la infamia; la visión aterrada de las fauces de la iniquidad. Como cuando Frodo se ponía el anillo y el Enemigo le miraba.

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