domingo, 1 de diciembre de 2013

SEAMOS ESPERANZA

Así me ha quedado la homilía del primer domingo de Adviento. Por si sirve.


Tenemos atrofiada la esperanza. La vida nos la han convertido en un paraíso artificial del consumo, del botón, de la satisfacción inmediata, del zapping, de la evasión… Es una vida futboleizada, perdida en historias sin importancia que nos distraen y nos domestican el corazón.

Es una distracción que a menudo lleva a la tristeza, a la vaciedad, a vivir la vida como “porque sí”, “porque toca”, conformándose uno con sobrevivir, que no es poco “con la que está cayendo”. ¿Quién se atreve a intentar decididamente ser feliz y no solo “ir tirando” y salir del paso como se pueda?

Nuestra fe es el anuncio de la salvación. Un anuncio sólido, sin paliativos, sin dudas: “el día se echa encima”. Podemos atrevernos a soñar. Aquello que más deseamos: que podamos ser hermanos, que haya paz, que no exista la pobreza, que todo ser humano sea feliz, sin lágrimas ni dolor, eso, todo eso, es posible y será realidad. Todo será nuevo y distinto. Aunque nos parezca increíble, aunque temamos la maldad del ser humano, la luz llegará, las espadas se transformarán en arados. Es más, ya está aquí: “el día se echa encima”.

“La esperanza se construye silenciosamente por las zonas de penumbra”, dice García Roca. Está despuntando el día. Hay mucha oscuridad todavía, pero el caminante sabe que la salida del sol es imparable. Y es necesario reconocer las señales del amanecer (“Daos cuenta del momento en que vivís”):
- el cuidado amoroso de tantos hijos a sus padres y familiares ancianos sin cobrar…
- los jóvenes que se levantan cada mañana para ir al instituto o a la universidad y luego se queman las cejas estudiando…
- las madres que se dejan la vida todo el día de aquí para allá, por su familia, por sus hijos…
- los trabajadores que luchan por defender los derechos de sus compañeros, y no solo los propios
- quienes, en medio de una tragedia o una catástrofe, son héroes que se entregan y salvan vidas…
- los que, sin hacer ruido, en el anonimato de cada día, quieren a los demás y les sirven…


Está abriendo el día. Pero hemos de coscarnos, de darnos cuenta de ello. Para que la corriente de pesimismo no nos arrastre. Para recargar la esperanza en nosotros. Para hacernos hermano en esperanza para los demás, compañero de esperanza en este camino que es vivir.

Y no depende de qué o cuánto hagamos (dos moliendo juntas…), sino de cómo seamos: forjar arados con las espadas es una tarea lenta, pequeña, constante, una artesanía de todos los días, y se hace con la sonrisa, con el cariño, con la acogida del otro, con el perdón. No hace falta irse de misionero ni “dejarse quemar vivo”, basta con tocar cada día la canción de nuestra propia vida con dulzura, con atención, con delicadeza. Es ser guitarra que acompaña el canto de mis hermanos, que lo sostiene y lo realza, con generosidad. Es ser la melodía que posibilita la llegada del Señor, el Reino aquí y ahora.

¡Saquemos la sonrisa y ánimo! ¡Feliz adviento! Todo será nuevo y distinto. ¡Confiemos! Aunque nos parece increíble, pero es que ya está sucediendo: el día se echa encima. Marchemos con alegría y seamos esperanza.

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