martes, 30 de octubre de 2012

DUELE PASAR DE LARGO


Unas pancartas te sorprenden pasando por un badén al cruzar Jerez de los Caballeros; frenas, miras a izquierda y derecha y comprendes: los trabajadores del Grupo Alfonso Gallardo en huelga indefinida, en pie de angustia, en estado de protesta un tanto agónica ante lo que se avecina, ante lo irremediable.

Me lo cuenta Isidro el otro día tomando una cerveza: "quieren despedir a setentaitantos trabajadores de los poco más de cien de la fábrica de corrugados". Con él siempre te ríes un montón, y realmente lo refiere con gracia, pero por momentos la voz se le agria: "llevo trabajando desde los doce años. He visto a mis compañeros heridos, con manos destrozadas, mutilados... Varios han muerto en el tajo, no sabes cómo me duelen los huesos... Nos hemos dejado las entrañas ahí... para esto".

Durante la época de la burbuja inmobiliaria, España se superpobló de pisos, que proliferaron como setas; hizo falta hierro a manta, y claro, la fundición de Gallardo se forró. La empresa creó mucho empleo, en gran medida tan ficticio como la solidez de las inversiones en construcción; se contrató a mucha gente, se pagaron muchos sueldos con dinero que venía de la Junta de Extremadura, que así se endeudaba salvajemente como el resto del país. Ahora no hay obras, apenas quedan tres o cuatro empresas de corrugados en España, los bancos no dan un euro, la refinería se fue al garete, la Junta cerró el grifo... al empresario no le salen las cuentas y decide cortar por la parte más débil.

Por si fuera poco, la reforma laboral abarata el despido: 20 días por año. A Isidro, que lleva más de 28 años currando, le corresponden 17.000 Euros, unos 10.000 menos que con la ley anterior. Una miseria, una vergüenza. Pero es que además, quieren pagárselos en 30 meses... y ellos temen que en ese tiempo la empresa quiebre del todo y sus indemnizaciones pasen al limbo, o al rescate... total, "que nos vamos a quedar sin ná".

Paso, voy a una misa, vuelvo, voy a una reunión, los veo... no son una masa, está Toni, está Piñuela... Paso y me siento como el sacerdote de la parábola del samaritano; paso de largo muy ocupado en "mis rezos"; y me siento fatal. Voy a Badajoz dos veces, quemo un montón de neuronas en reflexionar sobre la evangelización... y cuando paso junto a ellos, parados, reivindicando sus derechos, me doy de bruces con la realidad y su dolor me zarandea, me despierta. ¿Cómo estar, como Iglesia, ahí, en el ojo del huracán, donde se gestan las pequeñas y grandes tragedias humanas de todos los días? Y dejarnos de rollos y de divagar: ir sin paliativos junto al que sufre, salir de nuestro "sistema", de nuestras misas, grupos y estructuras, dejar nuestra seguridad y jugárnosla en medio del barro de la vida real.

Voy a ir. Aunque sea a echar un rato con ellos. No va a servir de nada, lo mismo trae problemas o acarrea sonrisas maliciosas. O anima un poco, yo qué sé. Pero al menos que me sienta como cura implicado con lo que a mi gente le quita el sueño; porque ese mogollón de repente al paro supone un golpe mortal para la comarca, para mi pueblo. Veremos cómo salimos de esta. Y yo no puedo pisar tranquilamente los pedales de mi coche mientras el personal está casi con los pies recolgando.

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