lunes, 15 de octubre de 2012

"CUÁNTA PUTA COSA"


Se nos marchó Pruden como siempre fue él: discreto al máximo. Un hombre sencillo, sin artificios ni complicaciones, sin afán alguno de sobresalir o de aparentar; un cura de pueblo de esos "de abajo", pegado como por instinto a la realidad del día a día, caminante asiduo por la prosa de la vida, ajeno a poderes o notoriedades. Cuánta falta nos hacen este tipo de personas distinguidas con la humildad que da el sentido común.

Pruden me llamó una mañana, cuando yo estaba en Zafra; no recuerdo bien qué historia me contó sobre el coche... Total, que lo había tenido que dejar en el taller y que si lo podía acercar a Salvatierra. "Claro" - le dije yo. "Dime dónde te recojo y voy". Yo escuchaba sonriente las cosas que me decía mientras conducía, y luego tomando un café con el que me quiso agradecer el detalle.

Porque, eso sí, con Pruden te dabas las gordas de reír. En las reuniones arciprestales, jeje, cuando hablábamos de la cantidad de sobres, documentos, cartas, convocatorias... etc. que a los curas nos llegan del obispado, siempre decía: "¡cuánta puta cosa!". Y es una frase que utilizamos a menudo y nos partimos.

Me acuerdo sobre todo de una reunión: era después de Semana Santa, llegábamos todos un poco reventaos y sin muchas ganas de tratar un tema muy serio, fffff. Rezamos un rato y luego Pedro Maya, que era el arcipreste, dijo: "hoy la reunión consiste en charlar tranquilamente y compartir". Santo remedio; Pruden al principio estaba como remiso, pero Joaquín Macarro le pinchaba: "Pruden, cuenta lo de la Estrelli y el Cohete". Ellos habían escuchado las historias de Pruden mil veces, yo no, pero ya nos reíamos con sus propias carcajadas cuando apenas había iniciado la anécdota. Recuerdo que acabó llorando de risa... y nosotros también, como siempre.

Todavía no había llegado a los 70 años, pero se sentía cansado. Y el obispo lo liberó de la responsabilidad de párroco y lo nombró vicario de La Parra. Dio así con Fran, que ha sido un hermano para él: todos los días echaban un rato, siempre los veías juntos, lo atendió magníficamente. Por eso sé que, cuando aquella mañana de sábado llamaron a Fran, fue su corazón el que se rompió.

De esa manera regresó Pruden a su primer pueblo, donde pasó los 18 primeros años de su vida sacerdotal. Me lo imagino joven y vivaracho, con más pelo, trabajando a tope, batallando, echando un tinto y riendo a gusto con los hombres en el bar. Todo el pueblo pasó por delante de su cuerpo para rendirle homenaje; yo veía los rostros de personas a quienes él bautizó, a quienes repartió el Pan, a quienes bendijo con sus manos... Y ese silencio, esa emoción, me parecían el reverso del amor que él sintió por su pueblo, de la experiencia que Pruden vivió como misacantano.

Entonces, al concluir el pésame, varios curas revestidos cargamos el ataúd con los restos de nuestro compañero. Recordé cómo me hizo reir cuando lo llevé en mi coche y sentí una curiosa mezcla de orgullo y tristeza que me sirvió para despedirme de él. ¡Hasta la vista, hermano!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nueve meses de mi vida de seminarista (año de experiencia pastoral) vividos y disfrutados a su lado. Me dio mucha pena enterarme de su muerte y de estar a unos cientos de kilómetros y no poder asistir a su entierro.
Una magnifica persona...es lo mejor que se puede decir de uno...lo demás entra en el epígrafe de : "cuantos puta cosa".
Nacho.

Anónimo dijo...

Yo lo tuve de párroco en Hornachos y con él me fui al seminario.Siempre lo recordare y ese día como a todos algo se rompió dentro del corazón de este " andaluz" como me decía a mi cuando tenía dificultades con las "s". le pido que nuestra santisima Madre lo tenga en su gloria e interceda por los sacerdotes para que seamos santos en el ministerio
Apolo