sábado, 22 de febrero de 2025

ESCUCHA ABIERTA Y VULNERABLE

 
Esta expresión, que he encontrado como un tesoro en el libro “Conversación espiritual, discernimiento y sinodalidad”, obra de los jesuitas Juan Antonio Guerrero y Óscar Martín que recomiendo vivamente, me ha hecho de exquisita banda sonora estos días de ejercicios espirituales de CONFER en Chaclacayo, en los que he participado como acompañante.

Esta historia comienza hace un par de años, en la sorpresa que supuso este mismo retiro, guiado por Simón Pedro y su comunidad benedictina. Entonces ya conté que había dedicado algunos tiempos a la confesión, y ahí ponderé como nunca antes la urgencia del acompañamiento en la vida religiosa, misionera o presbiteral. De modo que el año pasado me ofrecí a la CONFER para venir, pero sin hacer ejercicios, nomás para acompañar, y Mª Inés me dijo ¡graciaaaas! (y eso que soy diocesano…).

Llegué, junto con todo el grupo de unas 45 personas, y armé mi cuadro para anotarse con bastantes espacios diarios disponibles para conversar con las hermanas (solo había dos varones). Me da alegría ofrecer todo mi tiempo, creo que es importante que las personas sientan que cuentan con esa posibilidad, y siempre en la libertad que nada entre la cautela ante alguien desconocido, la confianza y el menester.

La experiencia ha superado todas mis expectativas en cantidad (han sido 13 ejercitantes y un total de 22 encuentros) pero sobre todo en condición. Diosito me ha desbordado de manera divergente, por riqueza y oportunidad de crecimiento para mí. Qué importante es ser acogido-a y escuchado-a profundamente; la escucha es el big bang del discernimiento, la raíz de la vida espiritual.

Y qué complicado hallar a alguien que te acompañe, según la mayoría de las religiosas que he atendido. Los sacerdotes “no tienen tiempo”, “no se pueden detener” en medio de tantísimas cosas, o “no tanto comprenden”... Triste pero real, y en hermanas de variadas edades y situaciones, en la ciudad y en el campo, perpetuas o temporales.

Dominó muchos diálogos cómo transitar la etapa crepuscular de la vida. Muchas eran mayorcitas, en situación de despedida de la primera línea después de décadas de entrega y batallas a veces muy duras. Algunas misioneras heroicas pistoleras, como Asunta, 53 años en el corazón de la Amazonía y de pronto cuadrada en la ruidosa Lima. Y además asistiendo a la reducción de hermanas, el cierre de casas, lo que parece el final de una época… Inevitable preguntarse: “después de tanto trabajo, mi vida ¿para qué ha sido? si esto se hunde”.


También hubo jóvenes con problemáticas clásicas y actuales, hijas de este mundo hiperconectado y sin embargo anegado por la soledad, también en las congregaciones. Con propósitos amplios de amistad auténtica con Jesús, de estar con la gente de abajo, de estudio y buena preparación, y deseos sinceros de una vida comunitaria realmente cálida y significativa. Lindas y bravas chicas, complejo horizonte.

Porque, sí, la comunidad es el gran tema, recurrente en cada coloquio. Es el quid de la cuestión de la vida consagrada, la piedra de toque, la zona sensible, el caballo de batalla, la madre del cordero, el argumento clave. Que requiere, a mi juicio, un serio discernimiento y un paquete de reformas valientes, y mientras eso se va dando, generosas dosis de humanidad, ternura y humor.

Al estar cuatro personas acompañando, y uno de ellos Simón Pedro con todas sus horas llenas, no había demasiada aglomeración. Fue posible así realizar un pequeño proceso con algunas de ellas, en dos o tres momentos, tratando aspectos de su cotidianidad, e incluso, más “técnicamente”, acerca de cómo les iba en ese retiro concreto, dándoles “algunos spirituales exercicios convenientes y conformes a la necesidad de la tal ánima así agitada”, como dice el número 17 de los Ejercicios.

Ha sido muy agradable concelebrar cada día con Simón Pedro, un hombre de Dios y un profeta con 50 años en Perú. Y haciéndole de “lazarillo”, según sus propias palabras, porque padece alguna dificultad para estar de pie quieto mucho rato. Todo un privilegio; la imagen deja constancia.

En fin, se trataba fundamentalmente de escuchar. De manera abierta: con los cinco sentidos y el corazón de par en par, incondicionalmente, sin la mínima traza de juicio. Y vulnerable: sin miedo a mostrar heridas propias, compartir certezas e incertidumbres como hermano, dejándote afectar, dispuesto a aprender y cambiar.

Espero haber ayudado en algo. Para mí ha sido un sustancioso e iluminador obsequio del Espíritu. ¡Gracias!

sábado, 15 de febrero de 2025

ASAMBLEA ECLESIAL DE LA AMAZONÍA PERUANA

 
Durante muchos años los misioneros de los ocho vicariatos apostólicos de la selva se reunían en enero en Lima, junto con sus obispos, para reflexionar, formarse, converger, planificar. Llegó un momento en que se incorporaron más personas, especialmente indígenas. Pero ahora, el habitual encuentro ha evolucionado a “asamblea eclesial”, nada más y nada menos.

Y ha sido un proceso similar a la cristalización de los minerales, la lenta y progresiva decantación y construcción de una identidad y una tarea, en condiciones favorables y con naturalidad. De pronto, este año nos hemos reconocido como Asamblea Eclesial de la Amazonía peruana: obispos, misioneros, laicos, indígenas; protagonistas y corresponsables de un camino compartido, y por lo tanto con la competencia de diseñar el futuro.

El campo semántico de “competencia” refiere, por una parte, a talento, destreza, saber; y ciertamente entre los participantes hay, como siempre hubo, un capital acumulado en experiencia, conocimiento y trayectoria muy apreciables. Agentes de pastoral con muchas horas de vuelo; Diego Clavijo aportando todo el bagaje de la misión con los achuar; representantes de diferentes pueblos originarios (asháninkas, murui, tikuna…); líderes y lideresas de organizaciones; pero también jóvenes con su ilusión intacta, y además Amparo Zaragoza, memoria viviente.

Pero, por otro lado, “competencia” alude a capacidad, es decir, a incumbencia, atribución, jurisdicción, autoridad. Ser asamblea eclesial, con el reflejo de la CEAMA, y ya no un mero evento recurrente, implica asumir una dimensión más ejecutiva, una facultad para producir y encaminar decisiones concretas que marquen rumbo. Y eso son ya palabras luminosamente mayores en nuestra Iglesia, todavía con demasiados tics clericalistas.

Se trata de una competencia inequívocamente sinodal. Porque esta Asamblea eclesial es primariamente un espacio donde nos escuchamos, como recalcó varias veces Miguel Ángel Cadenas, el obispo de Iquitos. El micrófono estaba abierto y pasaba de mano en mano con rauda horizontalidad, de modo que todos sentíamos que en cualquier momento podíamos expresarnos en completa libertad.

“Un paso clave hacia una Iglesia amazónica más organizada, participativa y comprometida con el cuidado de la casa común”. “El objetivo (…) es proponer acciones conjuntas para la construcción de un plan pastoral intervicarial”. “Un espacio histórico”, etc. La crónica la pueden leer acá, y luego quedan las sensaciones, el poso que nos ha dejado este acontecimiento, tan sencillo como innovador. Sé que hay satisfacción por el paraje eclesial adonde hemos llegado, pero sobre todo detecto una gran esperanza. La convicción de que estas son la ruta y la manera, sazonada con la ración de sorpresa que llevan aparejadas las cosas de Dios.

Por esta quebrada nos adentramos, conscientes de nuestras muchas debilidades como iglesias casi nacientes, pero con decisión y pujanza. Los remos son las comisiones intervicariales, a veces un tanto chuecas y limitadas, pero que están funcionando. Contamos con una cada vez mejor conectividad, con aliados que permitan financiación, y más que nada con la afinidad, el cariño y el apoyo mutuo.

Se sueña mejor juntos. Unidos se pueden soñar los sueños de Dios. No conocemos las siguientes fases de este desarrollo ni adónde nos llevará nuestra navegación común. Sabemos que Dios desea una Iglesia con rostro amazónico, y esperamos ir discerniendo sus contornos, atentos al impulso del Espíritu. De momento, en la travesía ya hay felicidad, el gozo de estar en algo grande, vivo y hermoso, como la misma Amazonía.

sábado, 8 de febrero de 2025

ENCUBRIDORES POR DEFECTO


Tramas recientes relacionadas con abusos sexuales y de poder en el mundo y en la esfera eclesial me tienen desazonado y pensativo. Me pregunto si, a pesar de los pasos que se han dado, estamos haciendo suficiente en la Iglesia, y tristemente debo contestarme que no.

El caso de Giselle Pericôt, que tanta repercusión ha tenido, es muy esclarecedor si lo colocamos en paralelo con algunos de nuestros horrores eclesiales. Su marido la sedaba para violarla él y al menos otros 51 hombres. Podríamos considerar esta sumisión química similar a la sumisión moral de los niños y niñas que han sido abusados por quienes eran sus referentes religiosos y sus modelos. Su voluntad quedaba anulada ante el poderío y prestigio de sus victimarios: “si cuentas algo, nadie te va a creer, total es tu palabra contra la mía”.

“La vergüenza debe cambiar de bando” declaró Giselle Pericôt, acuñando un nuevo eslogan del movimiento Mee Too. De hecho, esta mujer se ha enfrentado al juicio completo a cara descubierta, sin miedo a que salga todo a la luz, sea lo que sea y con todas las consecuencias. En cambio, las víctimas de abusos en la Iglesia frecuentemente viven lidiando con los destrozos ocasionados a su salud mental, paralizadas por la vergüenza, espantadas ante la posibilidad de que lo que les pasó salga en los medios, de que sus familiares pudieran llegar a enterarse.

Este secretismo establecido es una patología eclesial y un modus operandi que continúa alimentando la impunidad. Todo lo relacionado con los abusos lo conversamos a media voz, o directamente no hablamos de ello, como si así se fueran a exorcizar esos fantasmas o disipar los delitos. La falta de fluidez y naturalidad en el discurso (habitualmente defensivo) y en el manejo público de este tema, es un síntoma de que queda mucho camino por recorrer. Ruta que el número 55 del documento final del Sínodo de la Sinodalidad marca con acierto.

La opacidad entorpece la posibilidad de denuncia, pero es la denuncia la primera herramienta para que pase algo, para combatir a este monstruo. Acierto a comprender que es duro denunciar a alguien a quien apreciabas y admirabas, con quien tenías una conexión, y que es muy bien considerado por la mayoría. En la última Macroencuesta de violencia sobre la mujer en España, solo en el 17,5% de los casos los victimaros eran hombres desconocidos. El resto: padres, hermanos, tíos, amigos, abuelos.

Ilustración de Daniel Mauri

La experiencia dice que las víctimas se atreven a denunciar cuando detectan receptividad, valor y entereza ante este asunto, y sobre todo
cuando encuentran dentro de la Iglesia a alguien en quien realmente pueden confiar, que antepone la persona a la imagen de la institución. Lo normal es que haya que animarlos mucho a efectuar la denuncia, con la promesa de que de verdad se va a hacer algo, de que la justicia frenará a los abusadores para que no puedan seguir haciendo daño. No es suficiente esperar a que se acerquen, como he leído hace poco: hay que ir a buscarlos, informarles, motivarles.

La palabra del investigador queda comprometida. Y se crea un vínculo con las víctimas. No se puede evitar implicarse personalmente, como rostro visible y parte de una Iglesia que les ha quitado algo de enorme valor. Estremecen la dimensión de las heridas y la dignidad vulnerada pero entera. Angustia la lentitud de los procesos, una vez que el informe fue enviado a donde corresponde. Cuesta obtener siquiera un feed-back acerca de cómo se desarrolla el procedimiento, si han recibido la documentación, si están trabajando. Irrita ver a los acusados seguir con sus vidas y tareas, como si no hubiera pasado nada, las medidas cautelares inexistentes y la revictimización rampante y lacerante.

Creo que tenemos que agilizar y mejorar los mecanismos, construir lenguajes más claros y valientes, pero sobre todo generar una sensibilidad nueva, más inequívocamente empeñada en acabar con esta lacra. Nadie puede decir “a mí no me toca”, “es cosa de Doctrina de la Fe”, etc. Todos somos responsables, yo el primero, y todo lo que no sea hacer lo máximo en la lucha contra los abusos resulta ser encubrimiento, pecado de omisión.

Como Iglesia deberíamos estar enviando siempre el mensaje, con acciones concretas, de que no vamos a parar. Sin componendas ni medias tintas. Cuando no es así, caemos en lo que alguien ha llamado “encubrimiento sistémico”. Una lamentable y ya demasiado vieja complicidad por defecto.

sábado, 1 de febrero de 2025

UN PAÍS MARAVILLOSO

 

Cuando el avión desciende, la visión de los cerros poblados de casitas pardas presenta un paisaje mineral, de una belleza desolada. Pero no estamos aterrizando en la luna, sino en Lima, capital del Perú.

Los ratos que el sol se exhibe, insolente, la sensación es abrasadora; pero si las nubes se imponen, uno recuerda al toque que estamos a orillas del Pacífico. La brisa marina compite contra la panza de burro, y pierde.

Ejercer de peatón equivale a adentrarse en un caos de asfalto, fierro, cláxones y gritos. Cruzar la calle casi siempre supone un peligro letal, pues los pasos de cebra están de adorno, y esos semáforos numéricos pueden pasar del 39 al 0 en un segundo.

Mujeres con polleras y chullos o sombreros de la sierra acarrean cestas con paquetitos de maní o roscas de almidón de yuca, ofreciendo su mercancía mientras jalan o cargan a bebés de diferentes edades y todos con los cachetes rojos.

Todito está colapsado: el hospital, las combis, el tren eléctrico. En el Metropolitano las colas van creciendo a medida que los buses pasan repletos y no hay un hueco para un pasajero más. Un hombre se ha encaramado a la puerta, gira con ella cuando se cierra y logra quedar dentro, pero media mochila circula asomando, como si al vagón le hubiera salido un granito.

Puedes comer de todo al paso: emoliente, keke, sopa de quinua, jugo de naranjas que te exprimen al toque, sándwich de chicharrón de chancho, tajadas de mango, torta de crema volteada, arroz con pollo (por supuesto)… solo acá no veo aguaje.

Se aprecian insólitos trabajos y ocupaciones: paseador-a de perros; encargante que cuida carteras, mochilas o folders mientras sus dueños están dentro de un consulado haciendo trámites; monitor callejero de pilates o fitness o lo que sea; el que coloca los cartones sobre los sillines de las motos para que, cuando regresen los choferes, no se achicharren el poto por un sol; los que guardan cola por ti en el RENIEC a veinte solcitos.

En la puerta del edificio A del Rebagliati veo pasar una, dos, seis, diez mujeres embarazadas, que me parecen todas demasiado niñas. Si eso trae suerte, ya debería tocarme la tinka pronto.

El panorama en Larcomar es bellísimo. El morro solar con el Cristo de Odebrech. El restaurante La Rosa Naútica, quintaesencia de la pituquería y la categoría, y los puestos ambulantes de choclo con queso en Gamarra. La delicada cítara de las agustinas y los montones de basura al costado de la panamericana. Contrastes.

Gatos de todos los pelajes se amontonan en el parque Kennedy, siempre con ese aire indolente y suficiente, domesticando las miradas de los humanos. A su espalda, los cuadros expuestos por los artistas callejeros escoltados por un torito de Pukará tamaño mutante.

Bienvenido de nuevo a Perú, un país maravilloso en el que cualquier cosa puede ocurrir. Adornado con primor por el carácter de su gente linda, amable y sonrisueña. Todo fluye y me resulta familiarmente encantador, y esta hermosura sencilla me cautiva como el primer día.