sábado, 28 de diciembre de 2024

EL MINISTERIO DE PÁRROCO EMÉRITO


Cuando estoy en España me gusta pasar por las parroquias donde serví antes de irme al Perú, hace ya diez años. Trato de cuadrar calendario para ir a celebrar la Eucaristía y así ver de golpe a bastante gente. Lo prometí cuando me despedí y lo hago con mucho gusto, con esfuerzo y en la medida de lo posible; y lo vivo como un grato deber.

Esta vez la visita transcurre en una época del año totalmente desacostumbrada para mí. El invierno es duro en mis queridos pueblos del sur de Extremadura, con frío, días cortos y mucho silencio. No tiene nada que ver con septiembre y sus fiestas, o con la patrona Santa Ana, el personal en la calle y misas concurridas y engalanadas. Pero participar, aunque sea puntualmente, en la realidad cotidiana tiene su encanto.

Un impacto evidente es el estrago del paso del tiempo: todos vamos siendo mayores. Yo era un niño de 34 años cuando llegué a mis primeros destinos, y ahora soy un hombre maduro (esperemos) de 54, con la cabeza más despejada en varios sentidos y buenas raciones de experiencia. Y nuestra gente sigue esencialmente la misma, la mayoría mujeres con 15 o 20 años más, hay poco relevo en las feligresías; nunca me ha gustado esta palabra.

Es lindo toparse con los vestigios del propio paso por los lugares, objetos que pueden ser trasunto de la huella que dejamos en las personas: los archivadores de un despacho, la puerta de la casa que se reparó, un cáliz de cerámica, una cartelera, un micrófono plano de altar. Ojalá quede algo de mí en el devenir de mis pueblos, en las pequeñas historias personales y familiares que van moldeando el día a día.

Contemplé emocionado un par de atriles de madera y los sagrarios de los Valles, restaurados primorosamente por mi mamá, que se conservan como hitos de su cariño y agradecimiento a esas comunidades que ella sabía que me cuidaban con esmero. Cuántas condolencias me han expresado estos días, a la vez que me preguntaban por mi papá. Su memoria me acompaña y permanece en la sencillez de tantos que siempre intuyeron que quererlos a ellos era quererme a mí.

En la misa dominical de 1 de Valencia del Ventoso había un nutrido grupo de asistentes, y entre ellos bastantes niños y jóvenes. Estaba muy bien preparada, y se notaba la dedicación de los catequistas, casi todas mamás en la treintena. Fue estupendo presidir esa Eucaristía ágil, dinámica y por momentos divertida. Me alegró apreciar que lo que se sembró hace 20 años se va desarrollando, va evolucionando y da sus frutos.

La tarea fue igual de entusiasta en los sitios más pequeños y humildes: Atalaya, La Lapa, Matamoros; pero ahí noté un arañazo de nostalgia, pueblos y por tanto parroquias que se van apagando, que cuentan por decenas los que cada año se marchan al abrazo de Diosito. En Valverde de Burguillos además habían entrado a robar esa misma mañana, en la impunidad que otorga la vaciedad de las calles, y todo estaba patas arriba, los cajones de la sacristía abiertos y la Virgen de los Dolores sin sus anillos. Qué tristeza.

Mirado desde donde estoy ahora, me cuestiona mucho la manera de atender estos pueblos, ya el término no es muy agraciado. Hay un compañero que tiene cuatro parroquias (denota mucho ese lenguaje posesivo), y por tanto le toca celebrar cuatro misas de domingo, con lo cual unos salen mejor parados que otros en los horarios. Y es así porque, desafortunadamente, todo sigue dependiendo de los curas. Creo que hay que replantear globalmente la pastoral en estos ámbitos rurales, a partir de equipos de presbíteros y buenos organismos zonales de coordinación donde los laicos sean protagonistas y realmente corresponsables.

En mis diferentes adioses siempre dije que me sentía feliz de haber sido vecino y párroco de mis pueblos: “es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompañará siempre”. Lindo título ser párroco emérito; implica un vínculo espiritual con mis parroquias, por las que sigo velando aun en la distancia, me duelen y endulzan mi corazón. Por eso siempre intento regresar, para no olvidar de dónde vengo y perseverar en la gratitud, pues mucho bien recibí.

Feliz año nuevo.

sábado, 21 de diciembre de 2024

UNA TAZA DE VINO BIEN CALIENTE

 
“¿Prefieres que busquemos una misa en español?” – me preguntó Almudena. “No no, quiero ir a una Eucaristía dominical normal y corriente en la parroquia alemana, a ver cómo es”. En este caso, en el barrio de Riedberg, en Frankfurt, son los sábados; así que allí nos encajamos la víspera del primer domingo de Adviento a las 6:30 de la noche con 2 grados de temperatura.

Mientras caminamos se oye el segundo toque; me explica que hubo que bajar las campanas porque se malograron, fueron reparadas, y todavía no consiguen reinstalarlas por falta de medios. “Este tiempo los protestantes, que tienen su iglesia en la esquina, nos prestan las suyas haciendo ellos la llamada para nuestras misas”. Eso debe ser el famoso y teológico “ecumenismo”; qué bonito.

Y, sí: el par de campanas estaban ubicadas al frente, como se aprecia. La iglesia católica es una capillita con un salón multiusos más grande que permite ampliarla por un costado: abriendo una mampara y girando el altar y el ambón, se arma la Eucaristía. En este local se suceden muchas actividades durante la semana: guardería, taller de yoga para mayores, grupo bíblico, club de lectura, catequesis para los niños… Pero la misa es solo los sábados. Y no hay bancas, sino sillas.

La parroquia funciona pues como un pequeño pulmón social del barrio. Hay WiFi y cocina, asesoría, meditación, se puede ir a reuniones, estudiar o leer, y avisaron de que aquellas personas que estén solas pueden llegar a la parroquia a pasar Nochebuena, porque van a organizar una cena. Y para los que no puedan moverse de casa, la comunidad ofrece voluntarios para ir a acompañarlos esa noche. Me gusta que inviertan plata en esas cuestiones antes que en las campanas o en la decoración, que es muy sencilla, con el sagrario de madera.

El sacerdote es indio, pero se nota a la primera que no se trata del párroco, tal y como se entiende habitualmente. Lo sé porque hay otras personas que dirigen la Eucaristía: una señora, algún joven y un hombre de unos 40 años que está revestido pero no lleva ninguna estola, y es quien hace la homilía. Cada cual agarra su libro de himnos a la entrada, y se canta con acompañamiento de piano. La música armoniosa y meditativa, junto con la iluminación baja, crean un ambiente sereno e intimista. Almudena me cuenta que hay un coro que es compartido con todas las iglesias de la zona; incluso acá vienen los anglicanos a realizar sus cultos, de nuevo el ecumenismo real y cotidiano.

Nos dan una cartulina amarilla con una vela dibujada y nos invitan a que escribamos motivos de esperanza al comienzo del Adviento. Luego colocan todas las cartulinas en un panel, y sobre él una llama de cartón, de modo que aparece una vela gigante compuesta entre todos. El celebrador lee algunos mensajes: “la amistad”, “estar juntos”, “el sol”, “la próxima primavera”… Recién empiezo a comprender el sentido de la corona de Adviento, de la importancia de la luz (a los alemanes les encantan las velas, las hay por todas partes) en este clima tan frío con un invierno tan largo y oscuro. Para nosotros la corona es un mero adorno litúrgico.


La gente se cansa de los días cortos, de la obligación de estar en la casa con la calefacción, de la ausencia del sol. El Adviento es mucho más relevante que en el sur, es un itinerario de celebración familiar: todos se reúnen el domingo en el desayuno y prenden la luz, en la espera del Señor, del buen tiempo, de la vida renacida. Nosotros también lo hicimos, y cada cual tuvo su detalle, el primero del calendario: un bombón, un acertijo, un juego, una galleta (a los alemanes también les chiflan)… Y así cada día hasta la Navidad.

Llegó el momento de la comunión y me percaté de que el padre pasó directamente a distribuirla junto con el ministro. Solo al final, y junto con todos los niños y jóvenes, monaguillos y no, él comulgó. Después, tres laicos salieron a pronunciar cada una de las invocaciones de la bendición solemne, y todos contestábamos “amén”, algo que me sorprendió y agradó, y que pienso copiar.

A la salida, un compartir comunitario: saludos, conversaciones, había vino caliente y especiado que, con la helada que estaba cayendo, entraba de maravilla. También unos panes que tuestan al fuego pinchados en unos palos largos, y por supuesto ¡galletas!
Feliz Navidad.

sábado, 14 de diciembre de 2024

DANZAR ES SANADOR


Esto me lo escribió en un whatsapp Fernando Flórez, cuando le conté que íbamos a ir a Puerto Refugio al evento de danza tradicional murui con motivo de la fiesta patronal. Jamás voy a olvidar aquel día y aquella noche, en la capilla y en la maloka; quiero intentar expresar lo que viví, pero no sé si acertaré.

La cosa comenzó con un max mix de sacramentos, algo habitual por esta orilla colombiana del Putumayo. Joaquín, el obispo de Puerto Leguízamo, el vicariato hermano gemelo en la frontera, es asiduo de esta fecha de San Bartolomé, y como otros años celebró Bautismo, Confirmación y primera Eucaristía con su estilo cercano y humilde.

Sobre las tres de la tarde el manguaré llamaba porque ya habían llegado los grupos de las tres comunidades invitadas: Lagarto Cocha, Yarinal y San José. Nosotros también nos fuimos ya a la maloka y presenciamos las presentaciones y bienvenidas, junto con las primeras danzas que cada delegación ofreció. El cacique de Refugio iba saliendo a bailar y así las acogía. En el descanso que siguió, durante el que nos invitaron a almuerzo, se acercó también a nosotros a saludarnos. Eran más o menos las cinco.

Al anochecer, la maloka estaba a full; cada comunidad visitante había colgado sus hamacas en una zona, como en los tres lados de un cuadrado, dejando el área central para el baile y el cuarto lado para la entrada; a un costadito de ella encontramos acomodo. Frente a nosotros, en el espacio del mambeadero, se sentaban las autoridades tradicionales. Observé que mucha gente tomaba coca y chupaba ambil, las plantas sagradas que conectan con la divinidad.

Iber me explicó que la danza es algo profundamente espiritual y armonizador. Las palabras que contienen los cantos, los movimientos, el ritmo y la repetición ayudan a los participantes a regenerar sus cuerpos, a alinearlos con su alma y así restañar los daños y sanar las enfermedades o heridas. Se reconstituye la fuerza de la persona y se intensifican los vínculos comunitarios. Me animó a bailar y únicamente me dijo: “déjate llevar”.

Realmente no me decidía, pero unas mujeres de San José bien simpáticas me jalaron diciendo “hay que bailar”. Me encontré seguro porque todo el rato están los brazos o las manos enlazadas, son varios corros ligados, una mancha de 30 o 40 personas que se mueve al unísono (hubo momentos en los que participaba mucha más gente que en la foto). Normalmente hay un grupo de varones donde están los abuelos sabedores de las letras, y frente a ellos las mujeres.

Los pasos son bastante fáciles hasta para mí. Siempre se da una patada hacia adelante que marca la cadencia, girando un poco el cuerpo; este gesto rotundo es a veces más seguido, y en otros pasos un poquito más complicados va precedido de una especie de pausa, unos pasitos cortos que hacen que la multitud balanceante se quede como suspendida un instante antes de aventarse.

Los cantos son lo difícil y la clave. De hecho, el encuentro tiene como uno de sus principales objetivos practicar y aprender canciones. Los hombres pronuncian la frase, y las mujeres la terminan con esa especie de gritos fuertes tan especiales, que lanzan en un preciso contrapunto y con una afinación muy peculiar - y pienso que difícil. Ahí está la raíz de la tradición, en esa hermosa complementariedad.

Fui uniéndome a las danzas conforme me salía. Era un gringo, pero era un invitado, y por tanto aceptado y apreciado como parte de la Iglesia. Percibí naturalidad y confianza, las sonrisas de las señoras de San José me animaban. Me sentí en armonía, discurrieron por mi cuerpo varios de los últimos malestares, grandes y pequeños, conmigo y con los demás. Todo es parte; y todo estaba bien. Yo también sonreía.

A partir de medianoche ya puede cantar cualquiera, chicos y grandes, de un lugar u otro. Las letras y los desplazamientos contienen una sabiduría ancestral que se in-corpora, así la cultura se reproduce, la espiritualidad fluye conectando a las personas, posibilitando compartir el bienestar, la esperanza y la satisfacción de ser cada cual quien es y estar donde debe estar.

sábado, 7 de diciembre de 2024

EL OFICIO DE AGRADECER


“¿Tan lejos has ido? Los misioneros siempre pidiendo” – me escribió alguien el otro día como respuesta a una foto de la catedral de Frankfurt. Y es cierto, la misión necesita tantos recursos, que casi vivimos con la palma extendida; pero esta vez el objetivo primordial era dar las gracias, un trabajo mestizado con el privilegio y el disfrute.

Ya tenemos experiencia de lo positivo que es propiciar el contacto directo con los financiadores, encuentros personales con quienes conocemos a través de pantallas y correos electrónicos. Por eso tenía que aprovechar este tiempo más prolongado de descanso para hacer una escapada a Alemania, donde hay varios organismos que velan por nosotros. Si no fuera por su solidaridad más la de algunos otros, y por Propaganda Fide, simplemente no podría haber misión.

Esta imagen está tomada en las oficinas del arzobispado de Colonia. A la derecha, la doctora Martina Fornet, responsable de Perú dentro del equipo Países Andinos de Adveniat. Recuerdo los primeros mensajes intercambiados con ella hace más de seis años, apenas tanteos para ver si podríamos acceder a una ayuda puntual para el encuentro vicarial de animadores. El Vicariato había perdido buena parte de su credibilidad ante las agencias por el colapso financiero de 2011, pero Martina recibió la solicitud y Adveniat confió en nosotros.

Después hemos ido aumentando la colaboración con proyectos más grandes, y últimamente incluso plurianuales. Adveniat posibilita muchas reuniones de coordinación pastoral, apoya para las visitas a las comunidades, los encuentros de formación de agentes de pastoral, la asamblea vicarial, la pastoral social, los sueldos de la asesora legal y la secretaria de la oficina de Defensa de la vida y de la cultura… de todo. Un aliado de primera categoría.

Martina me fue a recoger a la estación de tren en bicicleta con sus dos hijos María y Rafi, me llevó a su casa con su esposo Tomás, me invitó a cenar, me acompañó a la curia y hasta me hizo de guía turística. Habla perfectamente español. Una ejecutiva con una generosidad y un entusiasmo en sintonía con los principios de su institución: Adveniat recoge pequeños y grandes compartires de los fieles católicos alemanes para que la Iglesia pueda mejorar la vida de los más pobres en países lejanos.

A la derecha de Martina, más chatita y con lentes, tenemos a Silvia Schmitz, encargada de Perú y otros muchos países dentro del Departamento Iglesia Universal de la Arquidiócesis de Colonia. Con ellos tenemos una deuda de más de 100.000 soles, unos 26.000 €, que en su día ellos concedieron, pero que no fueron empleados en el fin para el que se habían pedido. Por tanto, hay que rembolsarlos. Problemón.

Como saben que estamos misios, la manera de subsanar ese bandidaje es que Colonia continúa aprobándonos proyectos, pero en ellos el Vicariato coloca una buena cantidad de aporte propio, que se computa como devolución de la deuda. Es decir, no solo no nos denuncian ni nos borran de su lista de beneficiarios, sino que nos siguen favoreciendo para que nos recuperemos. ¿No es magnífico?

Pasé también por Königstein, un pueblo cercano a Frankfurt donde está la sede de la famosa fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada. Me esperaba el limeño Luis Vildoso, jefe de la sección Lationamérica y nuestro interlocutor habitual. Esta organización tiene una mística especial, se respira fe por los cuatro costados, sus trabajadores suelen ir de retiro como parte de su labor, presidí la Eucaristía que cada día celebran… Están muy comprometidos con la Iglesia martirizada y sufriente, y también con los que pasamos por graves apuros para sostenernos. Pude percibir cuál es la fuente de esa caritativa robustez.

También hubo un café con Bárbara Schirmel, de MISEREOR, que nos amparó y sustentó en el peor momento y sigue siendo uno de nuestros principales socios. Con todas estas personas fue lindo mirarnos a los ojos, apreciar el tono de voz, bromear, y también aclarar puntos, recibir información de primera mano, orientaciones para el futuro, e incluso cerrar algún “negocio”.

Y me falta la guinda: de amarillo, junto a mí, tenemos a Yolanda Luna Rasero, la compañera de Silvia que va asumir sus tareas cuando ella se jubile, y que por tanto será pronto nuestro nuevo enlace con Colonia. Yolanda es alemana, pero sus papás son de Fregenal de la Sierra… ¿Una casualidad, un golpe de fortuna? No: un guiño de bendición. Como cuando veo los bufeos durante un recorrido y siento: “todo va a ir bien”.

sábado, 30 de noviembre de 2024

HACER EJERCICIOS EN UN MONUMENTO


Ni más ni menos. Porque eso es lo que es Loyola: una belleza hecha edificio, una suerte de materialización de la historia y la espiritualidad ignacianas, el emplazamiento de encuentros profundos con Dios de miles de personas durante quinientos años, entre ellas Ignacio, Arrupe y tantos otros. Ha sido un regalo inmenso hacer ejercicios acá; ocho días que recordaré toda mi vida.

Lo necesitaba imperiosamente: no dar ni preparar nada yo, sino que me dieran ejercicios a mí. Y quería no una tanda específica para sacerdotes o religiosos, sino algo abierto, donde pudiera participar cualquier persona, y yo como uno más, discípulo, llegando con mi realidad, atento a escuchar lo que el Señor me quisiera ofrecer, dispuesto a todo.

Estas fechas me cuadraban, y el facilitador era un jesuita llamado Javier Alberdi; pregunté por ahí pero nadie decía conocerlo, de modo que formaba parte de eso de llegar sin nada preconcebido. Javier es ya mayorcito y vasco vasco, solo le faltaría ponerse la txapela, pero ha pasado casi toda su vida en Venezuela. Esa experiencia -que constantemente él traía-, junto con su modo de ser, su manera directa y simple de hablar, su imagen de Dios tan entrañable, y su humor (por momentos parecía un monologuista), han hecho de los puntos ratos únicos. Las carcajadas resonaban en la sala y alguna de las monjitas se escandalizaba un poco.

De hecho el grupo era bien variopinto. Había varios laicos, entre ellos un matrimonio; tres o cuatro sacerdotes, y el resto religiosas. Se apreciaba el fenómeno que creo que es casi general en el personal religioso en España: la gente joven, todos sudamericanos, indios o africanos; los mayores, españoles. Una hermana era peruana, de Cutervo. Y había dos canarias, mamás de familia, Lourdes y Mariella, que son con quienes mejor he conectado. Qué bien han hecho los ejercicios, cómo han entrado, qué bonito ejemplo me han dado.

Me sorprendió de entrada que los puntos fueran antes de almorzar, a las 12:45, y a las 9:45 ¡de la noche! Ahí Javier ofrecía la propuesta para la mañana del día siguiente. Al principio me costó un poco, pero después le encontré el sabor. Durante la noche, mientras duermes, la mente y el corazón rumian lo que has escuchado, y ya te levantas “no dando lugar a unos pensamientos ni a otros”, más bien centrado en “lo que voy a contemplar”, como explica San Ignacio en los números 73 y 74 de los Ejercicios. Y en general Javier daba poco material, de manera que te quedaba mucho tiempo para organizarte y hacer también otras cosas que te apetecían o necesitabas. Incluso dejó todo un día libre. ¡Me ha encantado!


La casa de por sí es la primera ayuda para sintonizar con el Espíritu. Todo está exquisitamente cuidado y decorado con elegancia y gusto: las capillas, las salas, Gogartea, las habitaciones, el solarium… La comida, magnífica: jamón en el desayuno y máquina de café y bebidas variadas todo el día. Lavandería donde se seca la ropa al toque. Hay un inmenso espacio natural para poder pasear, algo esencial en los ejercicios. El jardín es espectacular y subir al monte, saludando a las ovejas, permite disfrutar de un paisaje y de un silencio realmente inigualables. Desde lo alto se ve la veleta de la basílica, una preciosa iglesia redonda construida junto a la casa-torre natal de San Ignacio, el corazón del todo el complejo.

Pero si hay un rincón especialmente impregnado de vida en Dios es la capilla de la conversión, los antiguos aposentos de la casa-torre donde el santo, convaleciente de la herida en la pierna, leyendo libros, descubrió a Jesús. Ha sido el escenario de los instantes más intensos, de mayor intimidad y carga afectiva, al menos para mí. Mirando la leyenda “Aquí se entregó a Dios Íñigo de Loyola” he atesorado las inspiraciones, claridades, reformas que he de consolidar y trabajos interiores necesarios que Diosito me ha inspirado. Y las cuestiones en las que, definitivamente, no me puedo engañar.

La bonita interacción entre los componentes del grupo, en total silencio los ocho días, ha sumado para que todo haya sido redondo. La última noche nos despachamos a gusto compartiendo, y sin darnos cuenta hemos sido importante unos para otros. Con Mariella y Lourdes comentábamos cuánta sed de espiritualidad, tal vez no de “religión”, vemos que hay hoy en día, en medio de la tan cacareada superficialidad… Es esperanzador.

Y por supuesto, como era de esperar, he pasado todos estos días con mi Mamá. Recordando, llorando, aceptando, aprendiendo, y sobre todo agradeciendo. La encontré por todas partes, muy dentro de mí, con dolor, pero con serenidad, y también con orgullo y mucho amor. Amor que “desciende de arriba” (Ejercicios 184 y 237), de ella, de Dios.

domingo, 24 de noviembre de 2024

ENSANCHAR LA VIDA

Ya no recordaba la última vez que fui a una jornada, simposio, congreso o algo así: entrada, acreditaciones, folder, bolsito, escenario, discursos, aparición fugaz de los políticos… Y aunque el comienzo respondió a lo habitual, lo que siguió fue una sorpresa que me rompió muchos esquemas y nos hizo vivir un total carrusel de emociones.

La Asociación Cuidándonos de Badajoz forma parte de una red llamada Compassionate Communities creada en 2016 por profesionales de los cuidados paliativos con el propósito de “sensibilizar, concienciar, formar y capacitar a la comunidad en el acompañamiento y cuidado de las personas con enfermedades avanzadas o en situación de final de vida”.

El origen de este movimiento de ciudades compasivas está en la necesidad de promover los cuidados paliativos, y por eso estábamos mis hermanas y yo allí. La vivencia de acompañar a mi mamá en sus últimos días, y la ayuda que nos prestaron a todos Miguel Ángel y Montaña, nuestros paliativistas, nos han marcado. Semanas antes se habían agotado las inscripciones. El aforo se completó al toque.

Tras los saludos protocolarios, lo primero fue un breve concierto de cuatro violinistas de la Orquesta Barroca de Badajoz. La finura y elegancia de sus melodías concedió a la jornada la belleza y el ornato de sensibilidad que se requiere al abordar el tema de la muerte desde la perspectiva de una vida plena, ensanchada y acompañada hasta el fin.

La ponencia estrella fue la de Enric Benito, una autoridad internacional en cuidados paliativos, con décadas de recorrido en el acompañamiento de enfermos “terminales”, y lo pongo entre comillas porque me impresionó escuchar de un hombre como él que “No somos seres humanos con una dimensión espiritual, sino seres espirituales con una dimensión humana”. Todo está “bien organizado” por una conciencia universal de amor con la que podemos conectar, y el “murimiento” es como el nacimiento, el paso a una realidad de plenitud y bienestar definitivos.

Desde su perspectiva, la muerte como final no existe, y eso inspira para atender a los enfermos con amor y delicadeza, respetando sus decisiones, ayudándoles a aceptar y a soltar, a no resistirse, superando el miedo y venciendo la tristeza con la esperanza y el cariño.  Me impactó profundamente que la práctica vocacional de los cuidados paliativos abre de manera natural a la experiencia creyente o espiritual, la intuición profunda de que “no estamos desamparados”.

Así ocurrió siempre para el ser humano: el misterio de la muerte es una puerta a la pregunta por el sentido de la vida y al presentimiento espontáneo de la Trascendencia. Y por tanto, la llamada silenciosa a la espiritualidad, que se manifiesta en la diversidad de religiones. Javier Melloni expresa esta distinción con precisión y hermosura: “Podríamos decir que las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse”. Esto me sigue haciendo pensar.

Se fueron sucediendo intervenciones en un tono muy ameno, alejado del academicismo, con formatos ágiles y participativos, incluyendo la música y la danza. Cuando tomaban la palabra los familiares de personas ya fallecidas y contaban cómo habían vivido el proceso de la despedida, nos estremecíamos y nos agarrábamos de las manos, nos volvía todo. Pero también hubo espacio para el humor, la risa y hasta algún bailoteo.

En enfoque de esta asociación pretende ir más allá del mundo de los cuidados paliativos. El proyecto “Badajoz Compasiva” trabaja para promover un modelo de liderazgo colaborativo a través de la inteligencia conectiva para fomentar la participación de familiares, amigos, vecinos, voluntarios, instituciones públicas, empresas, colegios profesionales, escuelas, universidades, asociaciones (…) en la creación de redes de cuidados con el objetivo de formar “Comunidades que Cuidan””. Además de cursos de formación, potencian acciones de sensibilización como los Death Café o Árboles para el recuerdo. Se puede conocer más en su web https://www.badajozciudadcompasiva.com/.

Los cuidados paliativos son un paradigma de la misma vida. Acoger a cada persona con toda su dignidad, acompañar para que pueda concluir su camino en esta tierra sana, serena, sin dolor, con calidad y conciencia, dueña de las circunstancias y los modos de su muerte. Un instrumento clave para ello puede ser el Documento de Voluntades Anticipadas. Lo tengo que estudiar con detenimiento.

Ojalá tengamos la dicha de ultimar esta etapa acompañados por personas que nos cuiden como un privilegio, no como una carga. Que su esmero nos ayude a mirar el tránsito cara a cara, con agradecimiento y lucidez, libres del temor, como un momento espiritual. Que, siendo manos y rostro de la ternura divina, ellos nos faciliten ensanchar la vida hasta su último segundo. Morir rodeados de amor.

viernes, 15 de noviembre de 2024

TAREAS DOMÉSTICAS

 
Este tiempito que paso en España se trata de acompañar a mi papá, estar con mi familia, descansar, ver a los amigos, parar, leer, cuidarme… descansar. Una de las cosas que más disfruto es algo tan sencillo como poder hacer las tareas de la casa. Pa que veas.

En esta vida que llevo, tan repleta de reuniones, trabajos administrativos, y siempre de acá para allá encadenando un viaje con otro, no me da tiempo ni a rascarme el sobaco. Vivo en una casita que la señora Rosa limpia regularmente, entrando en mi cuarto cuando estoy fuera, para que a mi regreso esté presentable. Almuerzo en el comedor común, con los misioneros que estén de paso y el personal de la oficina del Vicariato, de manera que no me tengo que preocupar de la comida.

Salgo a comprar ya cuando no queda de otra: o eso, o no me ducho, ni me afeito, ni voy al baño... Sí que hago la colada, porque eso me encanta (es un gen de mi mamá): pongo la lavadora una vez a la semana y a diario lavo y cuelgo mis trusas y pañuelos. Así las de la ODEC saben que estoy en Iquitos, me tienen controlado, y se burlan.

Pero acá encuentro tiempo y condiciones, por ejemplo, para cocinar, ¡y cuánto hacía que no tenía ese placer! En Islandia había un turno y cada viernes me tocaba arreglar pescado, arroz, ensalada, frejoles… y casi siempre tortilla de papas. Pero estos cinco últimos años, nada de nada. Así que me estoy desquitando guisando garbanzos con espinacas, lentejas con chorizo, o preparando brócoles, acelgas, pasando solomillo, y hasta dorada a la sal.

La cocina me relaja, implica calma, dedicación y cariño. Con la olla destapada y con un partido de Champions en la tele como ruido de fondo, voy condimentando y rectificando de sal, y practico de alguna manera mi profesión de químico. Pruebo con pimienta negra, eneldo, escamas de pimentón de la Vera... Mi papá dice que está “todo bueno”, aunque no sé si fiarme mucho de su criterio, condicionado sin duda por la amabilidad y porque no se hace problema por nada. Y qué gozo comer tu propia sazón.

Aparte de esto, ni que decir tiene que hay que lavar (no “fregar”, que significa “fastidiar” o “j…der”) los cacharros, recoger la cocina, barrer, trapear el piso, componer el sofá del salón, sacar la basura (convenientemente separada, por supuesto) y después poner lavadoras, colgar, secar y juntar la ropa, y alguna vez hasta planchar, aunque ese oficio no tanto me entusiasma, y menos a mis riñones. La compra normalmente la hace mi papá, y el resto de faenas las hacemos entre los dos, con la valiosa ayuda de la señora Isabel, que viene un par de veces a la semana.

Vivir en un departamento y poder realizar las labores domésticas me hace sentirme una persona “normal”, alguien ordinario, “uno de tantos” (Fil 2, 7). Esa fue la experiencia en mis queridos pueblos, donde era simplemente un vecino más, parte de una comunidad humana como todo el mundo. Beleza, dicen los brasileros. A veces los sacerdotes, religiosos o misioneros vivimos en casas que son como castillos, enormes, algunos casi inexpugnables, muy distintos de los hogares de la gente.

Eso, las vestimentas y los símbolos, junto con las costumbres y estilos de vida, en ocasiones nos separan del pueblo menudo, dándonos un halo de excepcionalidad, mitificándonos o directamente haciéndonos raros. Pero no somos diferentes a los demás, ni mejores ni especiales; somos como todos, corrientes y molientes, parte de la humanidad, aunque alguno-a parezca que vive en otro planeta.

Somos pueblo, tenemos la dicha de compartir las vicisitudes y el destino de la inmensa mayoría, como hijos y hermanos. Qué suerte paladear ese “gusto espiritual” (EG 268), sabroso como el bacalao o un buen cocido. Las tareas de casa me igualan y me ayudan a vivirme así. Y esta es la historia de hoy, nada aventurera o exótica, puramente cotidiana.

sábado, 9 de noviembre de 2024

CAMINAR SOBRE UNA MONTAÑA DE BASURA

 
Eso es lo que tiene uno que hacer en los puertos de Iquitos cuando baja el nivel del río. La imagen no es tan buena, pero puede dar idea de lo que ocurre, disculpen si daña la sensibilidad. Pero es un hecho: el Amazonas se ha convertido en un “inmenso depósito de porquería”, en palabras del Papa Francisco en Laudato Si nº 21.

Intento no mirar abajo cuando camino por las maderas o voy por las gradas, porque lo que se ve es una auténtica asquerosidad: una amalgama nauseabunda de plásticos, barro, tela, vidrios, desperdicios… que es inapreciable durante la época de creciente pero que, al secarse el río, emerge amenazante y desoladora.

Es decir, cuando hay mucha agua, ¡toda esa basura está también ahí! Habrá una parte que se mueva y se vaya quedando río abajo, contaminando y ensuciando toda la ribera, incluso seguro que porciones apreciables de cochinada llegan hasta el Atlántico, pero es evidente que la gran ciudad que es Iquitos genera muchísimos residuos que van de frente al Amazonas y allá se depositan.

Hay puertos en que no queda otra que brincar por ese lodo infestado y repugnante, que además hiede más o menos según las zonas. Cuando llego a casa procuro lavarme los pies, si es que llevo sandalias, y si iba en zapatillas, las limpio. Realmente es un espectáculo repulsivo y deprimente.

Más allá de consideraciones acerca de la costumbre de botar todo al río sin pensar, o la necesidad de separar y reciclar, o la urgencia de la educación para el cuidado de la naturaleza etc. etc., me he preguntado mil veces cómo es posible que ocurra esto. ¿Cómo es posible que las autoridades permitan que los puertos estén en esas condiciones?

Son lugares de acceso al río de pasajeros y mercancías indistintamente, mezclados, embarullados. Hay alguna escalera de cemento, pero la mayoría son de madera, precarias, empinadísimas pero medio rotas, resbaladizas cuando llueve, en las que te tienes que apartar si viene un chauchero cargado con un costal, una piña de plátanos o lo que sea. A veces casi no hay espacio, como el otro día que un hombre subía la loma con una lavadora a cuestas.

Eso o el barrizal sucio y atestado de desechos, o ambas cosas, es lo que ven los turistas cuando llegan a Iquitos o zarpan a otros lugares. ¿Las orillas tal vez no son competencia del municipio, y sí de la marina, y por eso no hacen nada…? No lo acabo de entender, y cada año igual o peor, esa agresión a la salud, a la integridad de la creación, a la belleza del Amazonas, al sentido común.

sábado, 2 de noviembre de 2024

AHORA COMPRENDO A LOS MEXICANOS

 
Transcurren los días y voy captando lo importante que ha sido ir a México. Me he llevado una gratísima sorpresa, mi mente se ha limpiado, he contemplado, me he divertido y he disfrutado de cosas nuevas… aunque no tanto, porque de alguna manera muchas me eran familiares a través de los misioneros del Vicariato, porque un tercio de ellos son mexicanos (nada menos).

Por supuesto que en Indiana había comido tacos de varios tipos, mole (que me encanta) y enchiladas; en Tamshiyacu pozole y sopes; en San Pablo quesadillas; en Caballo Cocha chilaquiles y carne estofada; en Pebas tomé tequila… Hasta sé hacer tortillas, ¿eh? Colocarlas en el comal y voltearlas hasta que se hinchan -ya te puedes casar- y están listas. Los mexicanos preparan y comen comida mexicana… ¿cero en inculturación? Más bien querencia por sus raíces, y que son ellos mismos los que cocinan.

En el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México (que ya no es “distrito federal”), impresionante, colosal, asombroso y se me acaban los adjetivos, se aprende que los mexicas ya preparaban tortillas hace un milenio, ahí están los meros utensilios que lo atestiguan. ¡Pero si tenían incluso dioses protectores del maíz! Esta gente ama su nación, y ahora les comprendo totalmente.

Y es que este país es un collage de culturas extremadamente bello y al mismo tiempo lleno de contrastes. La capital es ya un exceso, con más de 30 millones de habitantes y unas distancias inasumibles. El territorio es enorme, cuatro veces España, mayor incluso que el Perú; lo he recorrido un poco, de centro a oeste, de México a Guadalajara, y hasta Colima, en la costa del Pacífico. Viajes de 10 y 11 horas en bus.

La Virgen de Guadalupe está en todas partes; si en una iglesia no la veía, me extrañaba y preguntaba hasta que me la mostraban. Es un pueblo profundamente religioso. En la diócesis de Guadalajara son más de 1200 sacerdotes; en San Juan de los Lagos tienen 480 seminaristas… el vicario general me contó que los jóvenes que están en el propedéutico (año introductorio antes de ingresar al seminario) son tantos, que lo hacen por arciprestazgos porque de otro modo no cabrían. Qué poderío.

Notas el fervor, y sin embargo este país está infectado por la violencia extrema. Estando allí saltó la noticia de que el alcalde de la ciudad de Chilpancingo, en el estado sureño de Guerrero, fue asesinado tras apenas seis días en el cargo: le cortaron la cabeza. Parece que las brutalidades que narran las novelas y las series son superadas por la realidad.


Es el único lugar donde he visto asientos y vagones enteros del metro y del autobús reservados solo para mujeres, a tal nivel han llegado los abusos en esas aglomeraciones humanas de la urbe. Me quedo a cuadros, y también al tratar de atravesar la nube feligresa para entrar en la Iglesia de San Hipólito y San Casiano, santuario nacional de San Judas Tadeo. Tremenda industria de objetos religiosos de todo pelaje. Compré un velador como habría hecho mi mamá, me senté en un banco y comenzó la misa con unos mariachis que salieron entonando “Las mañanitas”. Se me saltaron las lágrimas.

Me llevaron a Teotihuacán y quedé maravillado de las pirámides del sol y la luna, ante el ingenio y la maestría de aquella civilización. No quise almorzar en todos esos restaurantes turísticos que orlan el monumento, así que nos fuimos a comer en la mera calle, para sentir la vida de la gente, y más en México, donde la gastronomía es un lenguaje que lo atraviesa todo. Las salsas están dispuestas en bandejas, cada cual se sirve lo que desea según el gusto (o la tolerancia) por el pique.

El centro me gustó menos, quizá por la avalancha de turistas que invade sin piedad el zócalo y la zona aledaña, correlativa a la proliferación de tenderetes por doquier. Ves la catedral, y junto a ella los escasos restos del templo mayor, y sabes que allí debieron destruir a lo bestia para construir semejante mole. Te lo corrobora la Plaza de las Tres Culturas, donde los mismos ladrillos de piedra volcánica de las edificaciones del pueblo Tlatelolca fueron utilizados para levantar la iglesia de Santiago. Esto, unido a las anacrónicas y patéticas reclamaciones de López Obrador, abona un cierto runrún antiespañol en las conversaciones.

Más allá del turismo, conocer las casas de las congregaciones presentes en el Vicariato me ha enseñado mucho sobre las religiosas y los sacerdotes: el estilo de cada tribu, su forma de vivir, cómo se posiciona en la misión y tantos otros detalles. Además, este contacto con la Iglesia mexicana me ha hecho entender mentalidades, hábitos, enfoques… Ahora me encajan aspectos como la dedicación a los bienhechores, la piedad popular o el interés por la pastoral vocacional, que en México la trabajan a conciencia (y tienen resultados, como he comprobado).

No me extraña tampoco que mis compañeros celebren tantísimo las fiestas patrias mexicanas. ¡Qué país tan extraordinario! Realmente México lindo y querido, ahora también para mí. Me queda en el paladar del alma ese agradable afecto, como el gusto exquisito del chile jalapeño. Ojalá Diosito me regale la oportunidad de volver.



sábado, 26 de octubre de 2024

MULTIMEZCLA


Recordarán que me quedé varado una semana completa de agosto en Soplín Vargas, en el alto Putumayo. Aquel contratiempo floreció en descubrimientos, encuentros y experiencias que me enriquecieron y enseñaron. Por ejemplo, el día en que preparamos “multimezcla”.

Qué palabro, ¿no? Se trata de un complemento alimenticio para bebés, adultos mayores y enfermos elaborado artesanalmente a base de harinas, leches de vaca y soja en polvo, cáscaras de huevo y algún ingrediente más del que no me acuerdo. Es una de las acciones a través de las cuales Misión Putumayo trabaja el empoderamiento de la mujer, su participación social, su independencia económica y emocional, y también su incorporación activa a la vida de la comunidad cristiana.

Coincidió aquellos días la primera ocasión en que se armaba la multimezcla en Soplín. Y ahí estuvimos los viajeros atorados, colaborando y aprendiendo. Para tostar las harinas de plátano, trigo y maíz, las mujeres rapidito apañaron dos candelas de leña - si hubiera tenido que prenderlas yo, todavía estaríamos allá. Hay que remover constantemente, igual que se hace con la fariña, para que no se queme. El calor nos asediaba por todas partes bajo la calamina ardiente.

Una vez listas las harinas, toca extenderlas en una mesa grande sobre papel y menear para enfriarlas. A eso me dediqué, intentando que no se llenara todo de polvo. A esa hora ya se había iniciado el proceso del almuerzo, una parrillada de carne de res al estilo colombiano, completada con delicioso tacacho y ensalada de palta.

Cuando están los componentes fríos, se revuelve todo bien y se recoge en un gran timbo de plástico. Dentro de dos domingos, después de la Eucaristía, se explicará qué es, se entregará y se invitará a las mujeres a otro taller de capacitación. Para ayudar a una correcta nutrición y cuidado de los hijos, al manejo de la economía familiar, mejora en autoestima, prevención de la violencia en el hogar


Un par de días después, ahora estamos sentados en “la sala de usos múltiples”: unos toscos pero eficaces bancos de madera que Jimmy ha construido y colocado bajo la sombra de los árboles de la misión. Es el momento de la reunión semanal de los jóvenes, y la afluencia ha desbordado cualquier previsión. Hay chicos y chicas del pueblo y también del internado, que acoge a estudiantes de secundaria de toda la ribera. Las moscas nos machacan a piques, mis tobillos arden, pero estar acá es fabuloso.

Conversamos, intercalando algunas canciones, comemos canchitas y hay gaseosa también. Muchas risas, preguntas, espontaneidad, pero a la vez mucha docilidad. A estos muchachos no hay que llamarles la atención, ni menos levantarles la voz, obedecen al toque y escuchan con candor. La presencia de los visitantes extranjeros les sugiere que el mundo es grande, la conversación les abre la mente. La mayoría jamás ha salido del Putumayo.

Los días de atasco en Soplín, los adolescentes fueron nuestra compañía más habitual. Hubo una noche de peli con el proyector en la iglesia y una tarde de ir a bañarse a la playa; hubo partido de fútbol y presentación de los bailes que ensayan con un profesor del colegio; hubo juegos, dinámicas, ensayo de cantos, lecturas para ellos en la misa del domingo y hasta danza de despedida todos juntos.

Cualquier actividad que hubiéramos propuesto hubiera sido un éxito. De hecho, están planeando hacer una obra de teatro, una convivencia con gente de otras comunidades y no sé cuántas cosas más. Los niños y los jóvenes acá son como tierra reseca, deseosa de novedad, de estar juntos, de relaciones positivas, del alimento vigorizante que es el cariño expresado.

Mujeres, jóvenes, consejo de pastoral, el portero de la Muni, don Luciano, los niños que vienen a pedir agua, el amable tendero… hermosa multimezcla de rostros, necesidades, camino, procesos, sueños, lucha, dureza, futuro, sonrisas. El lado sagradamente humano de la vida”, con palabras de Eduardo Meana, en este confín de la Amazonía. Gracias por esos impactos.



sábado, 19 de octubre de 2024

ITINERANTES


La misión te permite conocer a personas fabulosas, gente excepcional que anda por esos ríos, gigantes del amor por la Amazonía y portentos de radicalidad. Todo eso, pero con un quintal de originalidad y de bravura, son los miembros del Equipo Itinerante.

Para San José del Amazonas son amigos de años, porque nuestro vicariato es una especie de hub entre países, regiones e iglesias en frontera, que es su hábitat. Y también porque, en el momento más difícil, allá por los años 2011-2013, ellos ayudaron a procesar el trauma catalizando el diálogo entre los misioneros, posibilitando la catarsis y gestando así la curación de la herida.

Con varios de ellos sufrimos el confinamiento, esa experiencia tan límite que nos marcó a todos. Les habíamos pedido que nos facilitasen el corazonar los documentos del Sínodo de la Amazonía, recién salidos del horno vaticano, y su presencia fue una bondad de Diosito: sin ellos jamás hubiéramos podido gestionar, recibir y enviar la cantidad de solidaridad en forma de insumos sanitarios con que logramos ayudar a todas las postas de salud de nuestro territorio.

Así que, cuando vienen acá, llegan a su casa. En el reciente encuentro de la Red Itinerante Amazónica saboreamos su estilo directo, ameno y casi artístico de trabajar sus temas; pero la clave, más allá de la puesta en escena o los contenidos, que son excelentes, son sus propias personas, lo que sus figuras transmiten y contagian (por lo menos a mí).

Cuando Fernando López, jesuita, expresa con todo su cuerpo los principios estructurantes del universo (unidad – diversidad – relación) o las dimensiones necesarias de la misión en conjunto (inserción – itinerancia – institucionalidad), es su pasión lo que se muestra a borbotones, y él mismo y sus compañeros son el testimonio viviente desde hace 26 años de lo que él dice.

Porque ellos, siguiendo una intuición genial, navegan por toda la panamazonía de un lugar a otro. Conviven con la gente, se van a la chacra, escuchan, comparten y registran lo que descubren en cada comunidad. No se quedan mucho tiempo, pero su bagaje de conocimiento práctico de los pueblos indígenas y ribereños es inmenso. Esta dinámica exige una entereza, una valentía y una libertad evangélicas que me siempre me han asombrado.

El equipo está conformado por religiosos, laicos y sacerdotes, varones y mujeres, es decir, es una vida comunitaria totalmente “inter”. Y no es sencillo: requiere mucha honestidad, trabajarse uno mismo en sus vulnerabilidades, optimizar la comunicación, pedirse muchas veces perdón. Pero es un fogonazo de profecía. Los itinerantes hace años que ya experimentan, con todas las limitaciones, lo que todos estamos llamados a vivir: sumarnos en diversidad de carismas, instituciones, nacionalidades y pelajes.

Ya casi ninguna tribu eclesial puede disponer de un grupo de tres para hacerse cargo de un puesto misionero. Lo sabemos y en las solicitudes pedimos una hermana, un presbítero o laicos para formar parte de un equipo inter. Rai, Joaninha, Fernando, Arizete, Geni, Marita, Óscar… estos fenómenos han demostrado que es posible y son estrellas que nos marcan la ruta.

Como los grandes de verdad, los itinerantes son humildes. No hay en ellos aparato ni vedetismo, se respira naturalidad. Su conversación es abierta, a veces en portiñol; se mueven con medios modestos, duermen en hamaca, se las apañan para comer, padecen diarreas y malarias como el resto de los mortales y se manchan los pies con el barro del pueblo menudo y lindo; son sin duda dignos de él.

Tejen relaciones entre iglesias fronterizas, conectan cuencas, acompañan a nuevos misioneros, levantan datos geográficos, ubican a indígenas no contactados, activan proyectos, propician sinergias… El equipo itinerante es una fuerza de la sinodalidad amazónica, una potente inspiración en estos tiempos tan decisivos para esta misión. Los admiro y los quiero. Y me da roche salir con ellos en la foto; y más que me estimen y me valoren, porque no les llego ni a la suela de las sandalias marca hawaianas.

Feliz día del DOMUND.

sábado, 12 de octubre de 2024

EL OMBLIGO DE LA LUNA

 
Hay algo fuertemente inspirador en este lugar; único, especial, magnético, envuelto en energía y a la vez pletórico de quietud por una presencia conmovedora. Apenas llevaba en México 24 horas y sentía que en la Basílica de Guadalupe ya había visto todo lo que tenía que ver. Era una certeza a medias.

Impresiona encontrar allá a tanta gente. No importa la hora, si hay misa o no… siempre una multitud a los pies de la Morenita del Tepeyac*. Bajo el altar mayor hay una cinta mecánica como la de los aeropuertos, pero cortita, de manera que las personas pueden pararse y contemplar el cuadro de la Virgen, y es un continuo río humano que se desliza, la veneración endulzando la vista alzada.

La celebración por los 75 años de los Misioneros de Guadalupe reúne a muchos sacerdotes y varios obispos, y es muy solemne, litúrgicamente impecable, ágil, bien preparada y conducida. Después de la comunión mencionan a los invitados llegados del extranjero para la ocasión, y nos vamos poniendo de pie: no creo haber recibido jamás un aplauso tan numeroso. A la salida, algunos curas no podemos resistir la tentación de hacernos unas fotos piratas (nos habían prohibido antes de comenzar) con la Madre de las Américas a la espalda. Reíamos, o yo cerraba los ojos, por la regañina del sacristán...

Desde que pisé la iglesia, todo el rato pensaba en mi mamá. Ese espacio me conectaba intensamente con ella, el recuerdo de sus últimos días, el consuelo doloroso de poder acompañarla, el amor que te brota a borbotones. Resultaba extraño y emocionante, porque ella nunca en su vida estuvo en México, pero justo allí la encontraba de forma genuina.

Un rato más tarde, durante la cena, a una cuadra, en la sede de Obras Misionales, nos anunciaron que algunos de los participantes íbamos a tener el gran privilegio de subir al camarín y ver a Tonantzin** muy de cerca. Igual que en nuestra tierra extremeña, la Virgen se voltea, y por detrás del altar se la puede contemplar ahicito, a centímetros. Solo permiten dos veces al mes, en grupos reducidos y previa solicitud al cardenal. Ninguno de los misioneros de Guadalupe, todos ellos mexicanos, había tenido esa oportunidad jamás, y yo, en mi primer día en este país, iba a disfrutarla. No lo podía creer.

Los canónigos, guardianes de Nuestra Señora, cuidan con esmero este momento. A los que estábamos en la selecta lista nos fueron nombrando para hacernos pasar a una sala contigua. Allí nos dieron unas instrucciones: serían tres minutos en grupos de 8; se puede tocar pues hay una mica protectora, pero con delicadeza; se permiten fotos, pero con el compromiso de no subirlas a las redes. A continuación, el p. Víctor Torres nos ofreció una breve charla acerca de la simbología de la Guadalupana que nos preparó a vivir el instante y me ayudó muchísimo. Gracias.

La imagen está impresa en el ayate o tilma, una especie de capa habitual en los indígenas que usaba Juan Diego, hecha de fibra de maguey (cactus). Cuando estuve ante Ella, un poderoso silencio me embargó, sus ojos se posaban sobre mí. No tenía casi nada que decir, porque Ella conocía lo que hay en mi vida. Apoyé mi frente en su manto, toqué su rodilla caminante con mi anillo, y la mano fue a mi corazón. Todo lo vivido estaba ahí, pero supe que la Madre estará atenta al futuro. Como mi mamá en sus últimos días. Sentí una ternura honda y confiada.

Esos tres minutos abarcaron mis 10 años como misionero en Perú, en América; también comenzó ahí la celebración de mis 25 años de ordenación; y arrancó este tiempo de pausa, de paréntesis. Estaba ante María entero, pero cansado; no estoy quemado, no estoy extenuado o al límite, pero necesito un reposo apacible, lento, sereno. Un descanso profundo, consciente, que me permita pacificar cosas, reubicar otras, rearmarme con la templanza, bucear en las vetas de mi entusiasmo, disponerme para remar hacia aguas más profundas. Todo esto Ella lo veía, y sonreía.

La Virgen está de pie sobre la luna. En su túnica está grabada la flor de cuatro pétalos Nahui Ollin, máximo símbolo náhuatl que representa el sol que va a nacer, la presencia de Dios, la plenitud, el centro del mundo. La palabra “México” se traduce como “el ombligo de la luna”; este país, este lugar es el centro del mundo, y la Guadalupana es el ombligo de ese centro. El ombligo me mantuvo unido a mi mamá, y ahora la conexión vital es a través de Ella. Nahui Ollin estaba también bordada en mi estola, y es signo de “siempre en movimiento”, de cambio, hacia adelante.

Continúo bajo el impacto de ese instante. Sé que debo regresar a la Basílica, solo, antes de irme a España. Y… también tendré que volver a México, el ombligo de la luna, junto a ella.


* El cerro donde tuvo lugar la aparición de María a Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 12 de diciembre de 1531. Significa "cima o nariz de la colina".

** “Nuestra madre” en náhuatl: diosa azteca de la fertilidad, la creación, el nacimiento y la maternidad; patrona de la vida y de la muerte.

sábado, 5 de octubre de 2024

CALORAZO

 
Escribo a las 2 de la madrugada porque no puedo dormir. Todo el día hizo un calor espantoso, y a esta hora el termómetro de mi cuarto marca unos aterradores 30 grados con un 70% de humedad, y mejor no mirar la tabla de sensación térmica para no agobiarse más y porque no hace falta: el ambiente es asfixiante y la noche muy larga.

Leo en Facebook que “hoy 2 de octubre se alcanzarán en Iquitos temperaturas entre 36 y 37 grados bajo sombra, con una sensación térmica de hasta 45 grados”, y doy fe: a las 6 de la mañana, con el sol apenas asomando, la impresión era amenazadoramente tórrida. Estás sudando al levantarte y así será durante toda la alegre jornada de verano amazónico.

Prendemos los ventiladores del techo (estamos de retiro para los misioneros del Vicariato, en la casa Kanatari) pero casi es por gusto. Las botellas de agua se empinan y las franelitas dan pasadas una y otra vez por las frentes sudorosas. El sol se eleva, implacable, y arrasa literalmente con todo, abrasando gente, motocarros, derritiendo el asfalto, burlándose de gorros o sombrillas. Es tremendo.

Noto cómo las gotas de sudor van resbalando por mis piernas, bajo mis pantalones. Es un bochorno pegajoso y persistente al que no te puedes enfrentar porque te rodea, te sancocha, se cuela por todas partes y te exprime lentamente. Hay que acordarse de beber, aunque no tengas sed, si no quieres deshidratarte. La ropa queda completamente embebida en sudor, hay que tenderla antes de meterla en la bolsa de ropa sucia.

Las horas de la siesta son particularmente sofocantes, aunque logré adormecerme un rato. Los techos de calamina crepitan y reverberan, multiplicando el ardor. Perseguiremos como yonquis una brizna de aire en movimiento, un rincón sombrío que nos alivie, el abanico momentáneamente paliativo. No hay cómo sobrellevar esta calorina.

Anochece y observo cómo la gente saca las sillas y butacas a la puerta de las casas buscando un poco de fresco, como en la mejor tradición de nuestros pueblos extremeños. Pero ni modo: el sofoco pertinaz anuncia una noche como la que estamos padeciendo. La cama quema, la almohada se empapa, el flujo del ventilador incomoda al chocar contra mi piel mojada… Al menos acá hay electricidad, ¿cómo deben estar los pobres de las comunidades?

Me levanto y casi puedo palpar en la oscuridad la atmósfera densa, tórrida y pesada. Bajo el flexo de la mesa, miro mis brazos perlados de sudor mientras tecleo, mis hombros están chorreantes, noto picores por el cuerpo, que protesta por este calorón impropio y desmesurado. Insoportable de veras.

Se me acaba la página y creo que iré a estirancarme a la mecedora, que es de tiras plásticas y deja correr un poco el aire por la espalda y los riñones, a ver si agarro un hilo de sueño antes de que amanezca. O tal vez me doy una ducha fresquita antes; ajá, eso mejor.


Nada. Ahora son las 4:45, casi la hora de levantarme. Sumando todas las mijinas de cabezada, no habré pegao la pestaña ni una hora, vaya nochecita. Pero yo tranquilo, sin renegar, aceptando la situación y descansando lo más posible. Voy a prepararme un café (no muy hirviente) y en marcha. O mucho me equivoco, o a este bruto calor seguirá un lluvión tropical más pronto que tarde. Qué bonita es la selva, con su clima peculiar, ¿no? Sí: la amo.

sábado, 28 de septiembre de 2024

10 AÑOS EN PERÚ


Increíble pero así es: el 29 de septiembre de 2014 aterricé en Lima, comenzaba mi gran viaje. Desde hace días vivo impresionado por la rotundidad y la contundencia de esta fecha. El tiempo ha transcurrido veloz, y a la vez me parece que ha pasado un siglo en lugar de una década.

“Una vida dentro de la vida”, escribí una madrugada como esta, rodeado de maletas justo antes de embarcar. No sabía bien hasta qué punto esas palabras iban a ser verdaderas. Han ocurrido tantas cosas, tantísimas… este silencio es pletórico de recuerdos y experiencias, habitado por un mosaico inmenso de rostros, el escozor de algunas cicatrices y la resonancia de muchas sonrisas.

Sin embargo, casi nada se ha realizado de la manera en que lo imaginé. Fui enviado a la diócesis de Chachapoyas pero pronto conocí la Amazonía y, en un seísmo interior de sorpresa y convicción, supe que este era mi destino, lo que Dios realmente quería para mí. Estoy donde debo y elijo, y eso me otorga alegría.

Nunca he estado solo, como también intuía en aquel momento. Mi familia, mis amigos, las personas que quiero, me han acompañado siempre. Incluso mi mamá ahora es parte de las presencias benéficas de la selva, y late acá como inspiración y como fuerza, dentro de mí.

He intentado amar y ser amado, a veces torpemente, pero he recibido muchas satisfacciones. Creo que en los lugares donde he servido (Mendoza, Islandia, Indiana) me han apreciado, y he encontrado amigos del alma con quienes compartir, llorar y festejar. Con algunos de ellos celebraré este aniversario.

Vine “a ofrecer mi corazón”, como dice la canción de Fito Páez. No a trabajar, no a estar, no a pasar de refilón; sino a entregarlo todo, sin guardarme ninguna carta, “sin diseños ni intentos”, toditos los nombres escritos en la frente, y esta realidad completa, transida de injusticia, miseria, lucha y esperanza dentro de mis ojos. Una navegación a puro remo.

Por eso la felicidad está entretejida con el cansancio. Doy las gracias por tanto, y me siento agotado. Las dos cosas. Necesito una pausa, alejarme un poco, tomar perspectiva, sosegarme. Cuidarme y también cuidar a mi papá; por eso los próximos tres meses los pasaré en España con los míos.

Es hora de balances, de reconocer desaciertos y de agradecer, pero también de mirar adelante. Porque el Señor es el Dios del futuro. Pronto terminará este servicio que me encomendaron, realmente no sé qué será después, dónde estaré, qué haré… no lo visualizo.

Como hace diez años, la neblina del río da un poco de miedo. Pero la invitación es inequívoca: seguir remando hacia aguas más profundas (Lc 5, 4). Diosito que te pide más y te da más. Intentaré ser lo que Él quiere que yo sea, y para ello mi plegaria, como entonces: dame una buena ración de amor y de gracia, "que eso me basta" (EE 234).

sábado, 21 de septiembre de 2024

DE UNA TRIPLE FRONTERA A OTRA


En menos de 24 horas. O en apenas dos días, sumando todos los desplazamientos colaterales. Eso fue lo que nos tocó hacer para lograr salir de Soplín Vargas y llegar a los compromisos que teníamos fijados. Unos 750 km de un costado a otro del Perú. Una barbaridad. “Esta historia la tenés que contar, ché”, me dijo Vero. Pues acá va.

Hay que mirar el mapita de arriba para comprender. Estamos en Soplín, en el río Putumayo, frontera con Colombia. Llevamos varados una semana por un error de la agencia; parece que esta vez sí, este miércoles podremos tomar la hidroavioneta y regresar a Iquitos. Pues no: el martes nos llaman: “Padre, recojan sus cosas que se marchan ya”. “¿Pero no es mañana???”.

Resulta que no hay hidroavión con patines, sino avioneta con llantas, pero en Soplín no hay pista, así que hay que surcar el Putumayo en bote hasta un campo militar llamado Gueppí, ya frente al Ecuador. “Y no se puede hacer el mismo día del vuelo porque se corre el riesgo de llegar tarde, y peor con el río seco porque hay que dar más vueltas, y los militares no esperan, padrecito”. Así fue como tres minutos de apacible bajada al río para subir al avión se convirtieron en siete horas de navegación en bote de madera con asientos sin respaldo y pagando 80 soles. Lo tomas o lo dejas.

Ni siquiera sabíamos dónde íbamos a dormir, ni a qué hora estaba programado el vuelo al otro día. Nomás cerramos las mochilas a todo trapo y salimos corriendo, casi no nos alcanzó a despedirnos bonito. Bien pertrechados en la paciencia misionera y loretana, arribamos al atardecer a un lugar llamado tres Fronteras, un pueblito a 5 km de la base del ejército; es el enclave peruano en esa triple frontera Colombia-Ecuador-Perú. Se puede ver en el cartel de la foto que la distancia recorrida había sido de 102 km.


Por suerte sí había hospedaje, y ahí nos abalanzamos los pasajeros. Los cuartos no estaban preparados, de modo que nos los fueron adjudicando mientras esperábamos a que tendieran las camas. Había individuales y dobles. La chica me preguntó, al verme con Vero:
- ¿Ustedes son pareja?
- Sí.
- ¿Duermen en la misma cama?
- No.
 
Había también mosquiteros, luz eléctrica con generador, cena y desayuno por encargo… las instalaciones eran aceptables y la encargada simpática. Incluso dando una vuelta hallamos por ahí conexión a internet y pudimos dar señales de vida, ¿qué más podríamos pedir? Con el cansancio del día, yo estaba amortizado y me dormí a las 8:30; un rato más tarde avisaron de que el vuelo despegaría de Iquitos al día siguiente a las 10 de la mañana.

Cuando salió el sol, todo el mundo estaba muy tranquilo. Vero me informó de la hora y empecé a calcular que no llegaríamos a Iquitos hasta las 3 de la tarde, casi sin tiempo para nada más que para irnos de frente al ferry… Pero al momento alguien pasó la voz de que la avioneta iba a salir no a las 10 sino a las 7:40: de nuevo el apuro, empacar al toque, tomar desayuno como los pavos y vuelta al río.

No permiten a los pasajeros ingresar en el campamento militar, sino que a 15 minutos te desembarcan en un barro por el que tienes que caminar con tus bultos hasta acceder a la pista. Menos mal que no había llovido… Una vez en el sitio, aplastados por el sol, vienen los habituales rituales del documento, te nombran, cargan las maletas y esta vez nos hicieron colocarnos mascarilla porque había un brote de meningitis meningocócica en Estrecho. Fue un horroroso flashback para completar el cuadro.

Realmente fue rápido, el avión estuvo allí solamente media hora, así que al mediodía ya estábamos en la casa de Punchana. Qué alivio, tenemos un rato sosegado hasta las 4 de la tarde para ducha, recorte de barba, rehacer el equipaje, descansar… Pero ni modo: a las 2 me llaman urgentemente para que nos vayamos ya al ferry, porque con la sequía no entra en su puerto sino a la salida del puente Nanay, y va a zarpar antes. Ooootra vez a preparar la mochila a toda velocidad y salir zumbando, ni siesta ni nada.

Al menos dio para hacer unos sándwiches. A las 5 de la tarde el barco inició la bajada del Amazonas, logramos dormir bastante, Verónica se quedó en Caballo Cocha a las seis de la mañana y yo alcancé la triple frontera Brasil-Colombia-Perú sobre las ocho, 46 horas después de decir adiós a Soplín Vargas. De un rincón a otro del Perú en un viaje alucinante, peligroso, atropellado, incierto, agotador y un poco loco, la verdad.

domingo, 15 de septiembre de 2024

LA VIRGEN RIBEREÑA

 
Este 12 de septiembre no he podido acudir a la cita con la Virgen del Valle de Valencia del Ventoso. En los últimos 20 años habrá ocurrido esto unas cuatro veces como máximo, así que he extrañado mucho la fiesta de mi querido pueblo. Me ha aliviado participar en la festividad de Nuestra Señora de la Natividad, patrona de Tamshiyacu, a dos horas río Amazonas arriba. Una linda experiencia, tan distinta y tan paralela.

Esta localidad tiene unos 140 años de fundación, y en su origen están los borjeños, habitantes de la región San Martín que vinieron emigrantes a establecerse en esta orilla fértil. Ellos, devotos de María, trajeron la imagen de la Virgen de la Natividad, que desde entonces es venerada.

Acá la fiesta del distrito, la conmemoración de su instauración, coincide con la fiesta patronal; en muchos otros lugares está duplicada y la parte religiosa va perdiendo fuerza con el paso del tiempo. Pero en Tamshiyacu, los dos argumentos están fusionados a pesar de que hay otras iglesias y confesiones (evangélicas, etc.). La Virgen está en la entraña de este pueblo, es su historia, su carácter y su identidad. Como en Valencia.

El festejo se extiende una semana completa de actividades muy variadas: feria agropecuaria y artesanal, elección de miss, concursos varios (de canoa a remo, de danza, canto, dibujo…), cuñushqueada y poncheteada (toma de masato y ponche), carrera de motos, baño en la collpa, desfile, ginkana, verbena, show infantil y de adultos, baile… De todo un poco.

El Paseo Amazónico es ya tradicional y se celebra el 6 de septiembre. Se sale de la iglesia con la imagen de María a la caída de la tarde. El anda camina hacia el puerto envuelta en una música suave de flauta, tambor y violín, y del silencio respetuoso de los fieles. Ese es un momento muy hermoso. Aguarda un bote grande, dispuesto para acoger a la Virgen, con focos de colores y parlantes.

La concurrencia, numerosa, se acomoda en esa embarcación, arropando a la Patrona; y cuando ya está llena, hay otras canoas y hasta un ponguero grande, una especie de autobús fluvial. Comenzamos a surcar hasta la boca del Tahuayo. Don Grimaldo en la popa, dirigiendo todo, e Ysaías de proero. Vamos cantando y rezando el rosario, aunque a la megafonía le cuesta remontar el ruido del motor.

Es una travesía muy apacible. Entre medias hay alguna conversa, risas, descubrimos que esta chalupa se usa habitualmente para transportar arena porque estamos manchados, diostesalvemariallenaeresdegracia, y se ha hecho de noche. Las bombillas están prendidas, miss Tamshiyacu va con su corona junto al padre Juan. No hay banda de música como en Valencia, la calle mayor es el lecho del río y como estandarte miramos la luna que asoma. Pero todo concuerda.

Llegamos al punto de retorno y los motores se detienen porque vamos a emprender la bajada a bubui, es decir, como nos lleve la corriente. Ahora la calma embellece las voces y las melodías. María de la Natividad es ribereña, es indígena, es amazónica, es la mujer que navega junto a sus hijos, que vive en medio de su gente, una como nosotros, una madre a quien parecerse y a quien confiarse.

Al día siguiente hay misa en el escenario de la plaza, y me sorprende lo bien que resulta, la atención, la acogida. Justo después se arma la velada, la danza espiritual, la expresión corporal del fervor, el cariño piadoso del pueblo menudo de la selva hacia la Virgen. Por supuesto que salgo a danzar con mi pañuelo, sudo a chorros, intento mover mi cadera y mis hombros y no me sale, pero me siento relajado y feliz.

Los adolescentes del grupo juvenil quieren que Gris y yo los llevemos a la cama elástica con las bolas gigantes. Mientras brincan, patean y lanzan carcajadas, pienso que son lo más parecido a los hijos después de sobrinos y ahijados. Y ahí siento que la fe que he visto acá trasciende las geografías y las culturas, porque se mama en el amor de la madre y se moldea en el amor a la madre. Son los amores más puros, preciosos y eternos.