sábado, 16 de abril de 2016
INDULGENCIA PLENARIA Y PLÁTANOS VERDES
No dejaba de pensar que el Papa Francisco hubiera disfrutado celebrando con nosotros el día de la Divina Misericordia, la jornada central del Jubileo en Limabamba. Un encuentro sencillo, divertido, ligero y con toques de esa ternura y candor propios de esta gente que cada día me enamora más.
¿Cómo se puede combinar la solemnidad rancia de la indulgencia y el purgatorio con la entrañable misericordia de Diosito, que es el fruto más fresco de su corazón? Pues fácil, con un programa de escenificaciones del Evangelio, canciones, mimos y pancartas al más puro estilo guayacho. Se le añaden una buena ración de bromas, risas y aplausos, y se culmina con un almuerzo para toditos y ya está armada la fiesta.
Jaja. Y eso que el padre misericordioso de la parábola estaba doblao como una alcayata de lo viejo que era. Pero cuando vio a su hijo pequeño regresar, le dio un abrazo enooorme; mandó matar a todos los animales para el banquete, y los bichos eran varios niños con disfraces de chancho, elefante y spiderman (la gente se partía de risa). Luego el papá convenció a su hijo mayor para entrar en la fiesta, este vio a su hermano el fugado y le pegó un empujón. “Pero ¡eso no viene en el texto!” – dije yo viendo el ensayo. “No pasa nada padrecito, ya verás como acaba perdonándole”. Y así fue; lo perdonó, como el padre bueno, y acabaron todos juntos bailando cumbias a pesar de la artrosis. No podía ser de otra manera, el amor de Diosito es contagioso.
“¿Cómo podemos corresponder a la misericordia de Dios?” – pregunté en la homilía. “Ve y haz tú lo mismo que hizo el samaritano”. Y no hacían falta más explicaciones porque lo habíamos visto, los de Shocol lo interpretaron magníficamente, con todo y burro para cargar al herido, al que por cierto dieron una buena paliza antes de robarle, jaja. Misael ha resultado ser un actor de categoría.
La trasera de la iglesia se había convertido ya en un camerino donde circulaban ropas de cualquier tipo a modo de disfraz, túnicas de monaguillo, gorros, corbatas, ternos, ponchos. Qué capacidad para caracterizarse, al toque te maquillaban si hacía falta. A mí me embrocaron una de las vestimentas de los apóstoles en el lavatorio de los pies, un sombrero y ea, a representar el juicio final. Las ovejas hacían beeee y las cabras hacían muuuu, y yo solo escuchaba las carcajadas del público. Quizá porque me tocó en la parte de los malditos, ay madre.
La Eucaristía fue para mí como la vigilia que no tuve, así de emocionado me sentí con el ritmo de los cantos, las palmas, las sonrisas. Cayó como natural después de los teatritos y el pasacalles con las pancartas por el pueblo. Varias niñas venían por el pasillo bailando con las ofrendas, y a mí me entraron ganas de salir a bailar con ellas. El amor de Diosito es grande, inmerecido, desbordante, bello, el agradecimiento te sale por el cuerpo, las palabras se quedan chicas.
Y para terminar, locro y su segundo a base de arroz, mondonguito y plátano. Servido en el salón parroquial, en medio de ese delicioso desbarajuste en medio del cual sabes que todo va a salir bien. No podía ser de otra manera porque casi todos los ingredientes los han traído los participantes de los diferentes caseríos de esta zona. A las 7 de la mañana había sonado la puerta, y allí estaba doña Tiburcia con su falda pollera y una piña de plátanos verdes. “Para el almuercito de hoy”. No sé si se confesarán, pasarán por la puerta santa, comulgarán y rezarán un credo por las intenciones del Papa, pero estoy seguro de que estos campesinos irán de frente al cielo, sin escalas.
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