jueves, 21 de marzo de 2013
UN PAPA QUÍMICO
El joven Jorge Mario Bergoglio probablemente no pudo admirar la estructura de la doble hélice del ADN, porque Watson y Crick la descubrieron en 1953. No conoció los modelos 3D para moléculas complejas como los clusters de iones de molibdeno y azufre. Ni utilizó un cromatógrafo de gases o un microscopio electrónico de barrido. Pero sin duda se maravilló ante la belleza de un precipitado de cobre azul o verde, o se emocionó ante el sorprendente cambio de color del permanganato potásico. Porque el Papa estudió química con apenas 20 años, antes de irse al noviciado jesuita.
Los químicos somos concretos y prácticos. No como los físicos, que especulan con modelos matemáticos en los que siempre es despreciable el rozamiento del aire... Los químicos estamos pegados a la realidad. Hacemos cálculos, claro, pero luego tenemos que pesar sólidos, medir volúmenes, calibrar instrumentos, comprobar la concentración de disoluciones...
Aquí y ahora, sin divagar ni teorizar. Es lo propio de los sabios hábiles para aplicar su experiencia, su conocimiento y su bagaje, a los problemas reales. Los químicos somos científicos, no teólogos (ya intentaron convencerme en la facultad de que la teología es una ciencia, pero sigo sin creerlo); y parece que es el momento de analizar, echar cuentas, proponer tratamientos y actuar.
En el laboratorio hay que ser ordenados y limpios. Estamos todo el rato fregando matraces y buretas, lavando embudos y enjuagando probetas o placas de Petri. Hay que seguir el protocolo, ser sistemáticos con la receta de reacciones, pero siempre ensayamos, innovamos, intuimos qué podría pasar si calentamos esto o si agregamos lo otro... y lo probamos.
El Papa sabe que hay cosas que limpiar, o sea, que extirpar suprimir, erradicar. Elementos que alejar. Desinfectar e higienizar, y probablemente por eso lo han elegido, porque lleva zapatos viejos y se le presume capaz de ello. Necesitará gafas de protección, obligatorias siempre, y más ante procesos violentos, reacciones que desprenden llamas o gases. Purificar sustancias, cristalizar Evangelio.
Con bata y guantes, también deberá pulir y abrillantar tantas bellezas de la Iglesia. Quizá recuerde cuando hacía valoraciones ácido-base, añadiendo gota a gota el clorhídrico sobre la sosa. Hay que ser paciente, persistente, suave y a la vez enérgico agitando el matraz, con delicadeza y decisión a la vez. La fenolftaleína va perdiendo el color rosa hasta volver el medio transparente; es precioso. Muchas cosas han de cambiar en nuestra Iglesia.
Además de valoraciones y neutralizaciones, le tocará hacer dismutación, que también se llama desproporción: un compuesto que se oxida y se reduce en la misma reacción, el vanadio o el mercurio se transforman en contrarios, avanzan y retroceden a la vez, dan productos antagónicos. Solo la desproporción en ternura y en humildad desarman a los adversarios y suman a los opuestos. Y me da que el químico que va en metro tiene corazón para sentirla.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Si es que lo que no haga un químico....verdad Cesar?
Solo tu podrias mezclar la quimica con un Papa y con la Iglesia, de esta manera tan magistral. No sabia que era quimico asi que le sumo otra de mis razones por las que me gusta. Zafra. Tu ya sabes.
Publicar un comentario