Esta entrada es para alguien que está con un pinzamiento de columna tirá en la cama, para que no te aburras tanto y vayas leyendo algo esta tarde. Resulta que mañana tengo que predicar en Zafra sobre el perdón, y el tema pega estupendamente con el Evangelio del domingo, que consiste en los maravillosos cuentos de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Así que aquí tienes lo que se me ha ocurrido, espero que te sirva.
Los cuentos del Evangelio de hoy tratan sobre cómo es Dios, sobre cómo nos invita a ser a nosotros; expresan con el lenguaje y la inteligencia de los relatos la cualidad de su amor, y esa versión del amor que es el PERDÓN.
La moneda se perdió, pero no perdió su valor; la oveja seguía siendo amada por el pastor, no perdió su amor a pesar de perderse en el bosque. Y el hijo, que libremente se perdió de su padre, jamás dejó de ser su hijo. Dios nos quiere de manera indestructible, respeta exquisitamente nuestras decisiones (incluso si éstas nos llevan lejos de Él) y vive esperando el momento de abrazarnos.
Profundizamos un poco más:
El perdón es al amor:
- fuerte, acorazado contra el rencor, y por tanto…
- …amnésico (como Dory el pez de Nemo) que olvida el daño del otro
- auténtico, que busca sólo y por encima de todo el bien del otro, más que el amor propio (el hijo mayor está herido en su amor propio).
La experiencia del perdón requiere:
HUMILDAD Y GENEROSIDAD en el que pide perdón: piensa y reconoce, se acerca (se “abaja”) y pide perdón. Y sabe recibirlo con generosidad, como un regalo (hay que saber aceptarlo). Cuánto nos cuesta esto:
• nunca nos equivocamos (“no me arrepiento de nada”, “volvería a hacerlo igual”); hay gente infalible, que siempre hace todo bien…
• “que se abaje él/ella”; y no damos el paso
• y hay relaciones que quedan rotas, a veces para siempre (“no me hablo con él/ella”)
HUMILDAD Y GENEROSIDAD en el que debe perdonar: no necesita que el otro se acerque, si es preciso va él con la intención de arreglar las cosas, y ya ha perdonado interiormente antes de hablar. Cuánto nos cuesta esto:
• “perdono pero no olvido”: mantenemos las formas pero no hemos perdonado de corazón. A veces olvidar está “a contrapelo” de nuestra afectividad, somos humanos… Pero el perdón debería estar incorporado a nuestra sensibilidad, como conducir, tendríamos que vivir perdonando sin darnos cuenta…
• dar el perdón “perdiendo”, sin ganar nada a cambio, gratuitamente
• y sin dejar en el corazón un poso de rencor: “arriaitos somos y por el caminito nos encontraremos”.
El perdón es la versión más acabada del amor porque es una experiencia de SANACIÓN:
- contra el rencor, que sólo hace sufrir a quien lo siente, sin llegar siquiera al otro
- contra la perseverancia en el error o en el mal, muchas veces por ignorancia
- contra la culpa mal vivida, que nos destruye, nos cierra a la recuperación, como le pasa a Judas
La sanación se verifica en Pedro: es capaz de recuperarse, de rectificar y de seguir caminando, porque a pesar de la torpeza lo más importante no se ha roto: “tú sabes que te quiero”.
El padrenuestro vincula el perdón entre nosotros con el perdón que recibimos de Dios:
- al derecho:
porque nos sentimos perdonados, somos capaces de perdonar; la experiencia sanadora y regeneradora del amor-perdón de Dios dispone nuestro corazón… Si Dios me quiere con lo que yo soy, ¿cómo no voy yo a aceptar al otro?
- al revés:
como somos capaces de perdonar, Dos nos perdona; y si no perdonamos a los demás, el perdón de Dios no puede llegar hasta nosotros. No porque Dios no quiera, sino porque no puede: con nuestro corazón duro incapaz de dar perdón, nos cerramos al amor-perdón de Dios, nos incapacitamos para acogerlo y hacerlo vida nuestra.
El perdón de Dios, su fuerza para reconstruir nuestro corazón, se juega y se vive en el tejido de nuestras relaciones con los hermanos. El perdón del Padre nos llega a través del perdón de los demás, las manos con las que Dios nos abraza y nos perdona son las manos de los demás ¿Cómo lo sabemos? Porque así lo ha querido Jesús, y lo hacemos signo y gracia en el sacramento de la reconciliación. En él celebramos la ternura de Dios, que sana nuestras heridas, restaura lo que está roto, pone en pie lo caído y reconstruye lo destruido.