- “¡Y ahora, vamos a armar por grupos una torre humana, y
la más alta será el grupo ganador!” (aplausos)
- “Padre, tú que eres grande te colocas abajo, con los varones”.
- “¡Eso, y las chicas que se suban encima!”.
😨 Diosito – pensé yo. Estos huambros creen que uno tiene 18 años…
- “Padre, tú que eres grande te colocas abajo, con los varones”.
- “¡Eso, y las chicas que se suban encima!”.
😨 Diosito – pensé yo. Estos huambros creen que uno tiene 18 años…
La torre humana me jundió la espalda, pero es que
después hubo que formar una especie de oruga gigante, todos sentados, y ahí te
pateaban feo los riñones. Y lo peor fue el juego de hacer una fila con las
piernas abiertas e ir pasando por debajo… arrastrarse entre las piernas de
una adolescente como Anahí, por ejemplo, que medirá 1,50 m, me arrasó las
rodillas… todavía no sé cómo fui capaz. Bienvenidos al encuentro vicarial
de jóvenes.
¿Cómo no voy a disfrutar de tres días en medio de un río
de 80 chicos y chicas llegados de 13 puestos de misión del Vicariato? No sería
yo mismo. Y supongo que se me nota por la cantidad de tonteras, bromas,
risas y chorradas que digo, me la paso fastidiando a todo el mundo. He contado esta experiencia tantas veces, que los lectores se van a cansar y creo que ya
voy a ir cerrando este blog: con los jóvenes todo coincide, todo cuadra, ahí
es… Para mí, una transfusión de energía, optimismo y
esperanza.
Esta vez, Vero y Juancho han desarrollado un taller con
enfoque y metodología totalmente experienciales, una maravilla (¡gracias!). Nos
invitaron a los “adultos” a no quedarnos fuera, a involucrarnos y participar
plenamente de cada momento, a hacer lo mismo que los muchachos. Y qué
hermosura, de veras. Una de las técnicas nos regresaba al vientre de nuestra
mamá; teníamos los ojos vendados, la música y la voz nos guiaban.
Cuando los chicos compartieron lo que habían vivido, escuchamos
auténticos tesoros:
- “Me he reconocido”.
- “Me he encontrado conmigo mismo”.
- “He sentido cuánto valgo”.
- “Me he reconocido”.
- “Me he encontrado conmigo mismo”.
- “He sentido cuánto valgo”.
También yo me reconocí entre ellos, me sentía
profundamente “yo mismo”, y como ligero, prístino, conectado con mi raíz,
desembarazado de las porquerías que acumulamos los “adultos”, que nos
disputamos parcelas de poder, o defendemos con uñas y dientes nuestros
intereses…
Las fotos me recuerdan momentos de compartir a corazón
abierto sentimientos, conmociones y vivencias pasadas que las distintas técnicas
removían en los adolescentes. Un chaval de mi grupo comenzó a llorar sin poder contenerse,
y se dieron varios casos similares. Las familias están a menudo
desestructuradas, los hijos no reciben la atención que necesitan, hay muchos
abusos y ausencias, y las heridas emocionales son sangrantes.
Atreverse a soñar grande; crecer como personas, y para ello sanar
lo que duele, identificar y emprender tareas de maduración; creer escuchando el
Evangelio, tras los pasos de Jesús; servir, descubriendo el sueño de Dios y
respondiendo a su llamado. Más o menos así fue el esquema de “vocación” que
se fue desplegando en actividades de silencio e interiorización, diálogo en
los grupos de vida, expresión corporal y artística, cantos, dramatizaciones… Beleza,
dicen los brasileros.
Un par de días no hubo “misa” como tal (lo cual acarreó
alguna protesta), pero sí celebraciones engastadas en las tareas, y en la noche,
la fiesta de la vida: traer lo cosechado durante la jornada e hilar
reflexión y Palabra con música, baile y expansión. No solo no es imposible,
sino que resultó sencillo y natural para los muchachos, además de innovador e
inspirador.
Y al final, el envío: la maloka se iluminó de deseos y
horizontes, siempre puros y amplios, siempre más allá. Los jóvenes están en
época de creciente en nuestro Vicariato: llenan, alegran y fertilizan la
misión. Sacuden y despiertan a nuestra pequeña iglesia amazónica, y le otorgan
lozanía y empuje. ¡Gracias jóvenes!
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