sábado, 15 de marzo de 2025

EL ROSTRO AMABLE DE LOS FINANCIADORES

 
Hacer una visita es grato, y a veces muy conveniente, como ya conté a propósito de mi viaje a Alemania. Pero que te la devuelvan es un deleite y un privilegio inusitados. Y eso es lo que ahora quiero narrar: cómo la dra. Martina Fornet, ejecutiva de Adveniat, uno de los principales financiadores de nuestro pobre Vicariato, ha llegado a la selva, y el optimista regusto que su paso nos ha dejado.
 
Aquella noche de noviembre, en su casa, cenando con su esposo y sus dos hijos, ya cambiamos impresiones acerca de su intención de venir. Martina vivió un año en Perú, haciendo una experiencia de voluntariado en Lima, y conoce por tanto un poco nuestro país, pero nunca había respirado el aire de la Amazonía. Lo había intentado, pero circunstancias se habían cruzado y lo habían impedido.
 
Esta vez, como buena alemana, a comienzos de año agendó su recorrido por algunas jurisdicciones peruanas de entre las muchas que Adveniat apoya. Entre ellas San José del Amazonas. La gripe me impidió ir a recogerla al aeropuerto, tal y como ella había hecho conmigo en la estación de Colonia, pero nuestro obispo y nuestra ecónoma fueron una mejor representación.
 
Aquella noche fuimos en busca de pollo a la brasa junto con otros misioneros; era el día de la mujer, los restaurantes en Iquitos estaban a full, el ruido era ensordecedor, pululaban los happy birthdays, pero Martina sonreía y parecía divertirse. Y lo cierto es que así ha sido durante toda su estadía: a todo se ha adaptado sin problema, no ha reclamado nada, siempre conforme y contenta.
 
Y eso que ha vivido la realidad cruda de los desplazamientos, las distancias y la precariedad. A la mañana siguiente salimos al río en mitad del diluvio universal: un tremendo aguacero que duró desde las dos de la madrugada hasta mediodía. Guareciéndonos con las sombrillas llegamos a Mazan, donde nos invitaron amablemente a desayuno; de ahí a Indiana en motocar bajo la lluvia; y de ahí una hora de navegación en peque peque hasta nuestro destino: Timicuro Grande.
 
En Timicuro debía esperarnos la comunidad para celebrar la Eucaristía en su capilla, una de las que Adveniat ayudó a construir hace cuatro años. Pero la lluvia desbarata los planes, y finalmente solo un pequeño grupo de personas se reunió, cuando el temporal ya ha había remitido. Le dieron las gracias a Martina en su manera sencilla, y nos ofrecieron un rico almuerzo: arroz con pato. Y Martina, agradecida, disfrutó de todo. Ni se quejó de los ysangos, y mira que ahí son bravos.


Al regresar, casi nos quedamos atorados en la barricada de guama que prácticamente tapaba la quebrada. Bromeamos, pero… jeje, bienvenida a la misión. En la noche, al terminar la Eucaristía de la parroquia de Indiana, la gente linda volvió a aplaudir a Martina, feliz de conocer rostros concretos de personas cuya vida mejora un poquito gracias a su labor y la de su equipo.
 
Al día siguiente, de nuevo en Iquitos tras dos horas de viaje en ponguero, Martina decía que “he descubierto los puestos de misión y comunidades más próximas… y hemos tomado todo un día por lo lejos que están, jaja”. En las varias reuniones que hubo en la oficina, Martina escuchó con atención, muy interesada y atenta, abriendo posibilidades de nuevas ayudas, y en todo momento trató de facilitar las farragosas tareas de informes y rendiciones de cuentas, simplificando, quitando hierro, flexibilizando los plazos, transmitiendo que confía en nosotros, que valora nuestro trabajo y comprende la parquedad de medios y personas. Un encanto.
 
Ayer hubo una reunión del equipo de coordinación pastoral donde evaluamos esta visita. Soledad dijo que es reconfortante saber que alguien piensa en nosotros, que hay a quienes les importan las iglesias nacientes, la pobreza, la Amazonía, y se unen con su oración, su cariño, su esfuerzo y su aporte a lo que soñamos e intentamos plasmar. Para mí, este estilo de colaboración económica, tan humano, es una primorosa manera de cuidado a la misión. En la noche invitamos a esta doctora culta, inteligente e humilde, a cenar en la Casa de Fierro; pero ni eso ni nada puede pagar todo lo que ella hace, y cómo lo hace. Gracias con todo el corazón, Martina.

sábado, 8 de marzo de 2025

NO TENGO NADA QUE ESCRIBIR

 
Llega el sábado y nada preparado, ninguna historia en el bolsillo. Podría ser que la Asamblea Vicarial de la semana pasada fue un exitazo, la mejor que recuerdo, pero no tengo fuerzas. Un virus maligno me ha dejado KO, fulminante y mortífero como un gancho de izquierdas, y me ha empaquetado en la cama.

Durante el regreso de Indiana llovió, y el faldón del ponguero en que veníamos, en lugar de proteger, estaba doblado de una manera que le convertía en un embudo que acopiaba agua y nos la botaba encima a Raquel Peralta y a mí (Diosito, ¿cómo estará ella?). Me mojé todito a las primeras de cambio y luego recibí el viento húmedo de dos horas de bajada por el Amazonas. Ahí empezó todo.

El lunes primero sentí un bruto calor como encerrado dentro de mí, ocluido, sin sudor. Y en la tarde ya escalofríos, los dientes tiritando a pesar de los 30º de temperatura, como en las malarias. De pronto, en un santiamén, el virus te maniata la energía y apunta sin piedad a la línea de flotación del optimismo. La cantidad de tareas que intuyes que no vas a poder hacer los próximos días se te vuelven un muro o la ola gigante de un tsunami. Y te acuestas para que te aplaste.

Siento la garganta como si me estuviera mordiendo una piraña, pero no hay placas. A medida que los ibuprofenos y paracetamoles van desfilando, rompo a transpirar. Y es un sudor paralelo al ardor anterior: feroz, desbordante. Las sábanas, los polos y los piyamas acaban empapados. Las lavadoras se suceden; las pongo por las mañanas, cuando estoy un poco más entero. No tienes cabeza para nada, pongo modo avión para que no me angustien mensajes de trabajo… ¿Cómo hará el Papa para seguir escribiendo textos desde el Gemelli? Qué trome.

Y así, en plena lucha contra lo que fuera, comenzó la cuaresma. Alguien bromeó: “que te lleven la ceniza a la cama”. Pero no hacía falta, porque mis penitencias eran el dolor de garganta y de cabeza, y los 39 de fiebre; el ayuno, no poder tragar casi nada; la oración, “Diosito, que pase una buena noche y mañana ya esté mejor”. No necesité ceniza para meditar acerca de lo poco que somos, del peso de mi vulnerabilidad, de las dentelladas de las pasividades de disminución.

Hubo momentos muy lastimosos. Te preguntas para qué “tanta cosa”, tanto trabajo, “tanto penar para morirse uno”, en palabras de Miguel Hernández. Y se te viene todo encima. Justo hace un año estaba yo con mi mamá, en sus últimos días… lo que tuvo que sentir, la tristeza, la soledad, a pesar de que estábamos todos a su lado… La extraño muchísimo. Siempre trataba de ocultarle estos percances de salud para que no se preocupara y porque no podía hacer nada desde tan lejos, pero sabía que estaba ahí. Pero ahora…

Me acusan de mal enfermo porque no hago caso, no consiento en ir al hospital, no quiero tomar antibióticos. Cuando estás así, tan débil, sin poder dar un paso, sin ganas de nada, no vale que te regañen. Necesitas que te consideren, que se acuerden de que existes, te echen de menos si no te ven por la casa; que te atiendan, que te cariñen, y hasta te engrían y te pregunten: “¿qué te apetece para almorzar?”. Qué bonita palabra, el cuidado.

En fin. Estamos a viernes, quinto día de batalla contra ese enemigo invisible pero bravo. Y parece que vamos salir de esta. Anoche me atreví a recoger la ropa y uf, fue como correr la maratón de Nueva York; pero hoy tal vez me anime a alcanzar el comedor por mi propio pie. Esta mañana me miré al espejo y vi a un tipo todo ojos y con una barba como la del conde de Montecristo después de escapar del Castillo de If.

Está comprobado que a los Reyes hay que pedirles salud, lo demás importa un pepino. Salud; solo caemos en la cuenta de lo preciosa que es cuando la perdemos. Eso es todo. Disculpen que esta vez no tenía nada que contar.

sábado, 1 de marzo de 2025

NUNCA QUISE IR A L. A.


Pero debía ir. Ya no tengo ganas de más viajes, llevo por esos mundos desde el 1 de octubre, solo quiero regresar a mi selva, estar en mi casa, sentarme en mi cuarto, acostarme en mi cama y colocar mi trasero en mi silla. Pero ni modo: ya nos habíamos comprometido desde hace tiempo, y los pasajes estaban comprados, oleados y sacramentados. Loquillo “nunca quiso ir a L. A.”, pero yo acá estoy.

El primer impacto es el clima. En esta región supuestamente tan cálida, donde en las películas todo son palmeras y sol radiante, nos encontramos bajo una fría lluvia que durará tres días, y eso que supuestamente “It never rains in California”, vaya mentiroso ese Albert Hammond. En lugar de pavorosos incendios, tenemos 9 grados de temperatura, mis dientes castañeando y paracetamoles al coleto.

Hemos venido invitados por Mission Doctors Association, nuestro socio americano, los médicos que nos salvan la vida en el hospital de Santa Clotilde y los amigos que nos abren puertas en USA. Brian y Toni, matrimonio de misioneros médicos que trabajaron varios años en el Napo, que nos siguen ayudando y nos acogieron en Chicago en mi anterior viaje, van a recibir un premio que reconoce su trayectoria y su compromiso con la misión. Lindo momento el que vivimos anoche.

En una “gala” (geila) no puedes ir vestido wachiturro, así que, acá en San Gabriel, la comunidad claretiana donde amablemente nos acogen, me han prestado un terno para la ocasión. Es una cena benéfica, el cubierto a 250 $ o así, con los objetivos de recaudar fondos, sensibilizar, y sobre todo hacer contactos y crear vínculos para la misión. Pasan videos de África y de Perú, algunos con imágenes muy impactantes y claramente disonantes con la comida que tenemos en la mesa, mientras las donaciones caen y los discursos y aplausos se suceden. Tomo vino y no puedo dejar de pensar en Skid Row.


Juan Carlos Montenegro es un salesiano laico que conocí de refilón en Tabatinga, y conectamos bien. Él nos mostró el Youth Center que dirige, saludamos a los niños y jóvenes, nos explicaron qué hacen... Después, Juan Carlos nos llevó por Skid Row, lugar en pleno L. A. Downtown (el centro de la ciudad) donde la salvaje desigualdad de este país se exhibe y agrede: en las veredas sobrevive una muchedumbre en improvisadas carpas, guareciéndose de la lluvia y el sol con plásticos, maderas, lo que sea. Basura, drogas, suciedad… es desolador. En lugar de las enormes limusinas donde se movilizan los famosos en las series, se ven autocaravanas desvencijadas que hacen de precarias viviendas a los rostros zombis de la miseria en la tierra de las oportunidades y el american dream.

Pero en realidad estamos acá el obispo Javier, Anna la ecónoma y yo para pedir help: plata y personas. Lo mismo de siempre, ay este vicariato inestable y carente. El Arzobispo de Los Ángeles nos recibió y escuchó atentamente, pero nos espetó que su diócesis, una de las más grandes de EEUU, tiene que afrontar indemnizaciones a víctimas de abusos por una astronómica suma, millones de dólares. La reunión con el obispo de la diócesis de Orange fue diferente; este hombre ya mayor pero muy inspirador nos contó cómo siendo joven sacerdote aprendió español para poder celebrar la misa a los mexicanos cuyo restaurante frecuentaba a la hora de la cena. ¡Qué tipazo! A veces aciertan con los nombramientos.

Y esto nos lleva al tema estrella de las conversaciones de estos días: millones de inmigrantes de este país viven aterrorizados por la loca xenofobia del presidente. La cocinera de los claretianos, mexicana, nos hablaba de que tienen miedo de que los deporten “por nuestra piel”, fue su expresión. En la parroquia están llevando a cabo un taller para informar de sus derechos a la gente. El famoso eslogan Let tus make America great again (“Hagamos América grande de nuevo”) significa en realidad “Hagamos América blanca de nuevo”. Estamos en la cuna de los derechos civiles, pero parece que teletransportados al siglo XVIII.


Ya tengo que ir acabando. Dio tiempo a turistear también. Fuimos a las carreras de caballos, donde apostamos 5 $ y ganamos 6, chueca opción para financiar el Vicariato. Paseamos por la playa de Santa Mónica, donde solo me pude mojar los pies a pesar de que había llevado mi bañador. Nos asombramos ante la catedral de cristal. Deambulamos por las afueras de Disney y almorzamos en una bolera. Admiramos el panorama de esta ciudad infinita desde el observatorio Griffith. Comimos cheeseburger y tomé root beer, que me encanta. Incluso merodeamos el Staples Centre, admirando las estatuas de los legendarios lakers Abdul Jabbar, Magic y Kobe Bryant. Y recorrimos Hollywood boulevard, pisando las estrellas y haciéndonos fotos en el Dolby. En la entrada del Teatro Chino están marcadas las manos y los pies de Robin Williams y una frase: “Carpe diem”.

Pero lo que más me gustó, con diferencia, fue estar entre personas a quienes les importa la misión. Elise, Toni y Brian, Elsa, Hortensia, Amie, Laurie, la gente de MDA y Lay Mission Helpers. Sin estos “loquillos” más bien locazos, no serían posibles tantas historias de humanidad, solidaridad y ternura en los cinco continentes. Por ellos sí que ha merecido la pena venir a L. A. ¡Gracias!

Posdata: en California, cierras los ojos y de nuevo te encuentras en México. Escuchas íjoles, comes mole y pozole y suenan rancheras. Este gran viaje terminó así, como empezó, como una antífona, en “el ombligo del mundo”. Y por supuesto, en todo momento, ella: Tonantzin.


sábado, 22 de febrero de 2025

ESCUCHA ABIERTA Y VULNERABLE

 
Esta expresión, que he encontrado como un tesoro en el libro “Conversación espiritual, discernimiento y sinodalidad”, obra de los jesuitas Juan Antonio Guerrero y Óscar Martín que recomiendo vivamente, me ha hecho de exquisita banda sonora estos días de ejercicios espirituales de CONFER en Chaclacayo, en los que he participado como acompañante.

Esta historia comienza hace un par de años, en la sorpresa que supuso este mismo retiro, guiado por Simón Pedro y su comunidad benedictina. Entonces ya conté que había dedicado algunos tiempos a la confesión, y ahí ponderé como nunca antes la urgencia del acompañamiento en la vida religiosa, misionera o presbiteral. De modo que el año pasado me ofrecí a la CONFER para venir, pero sin hacer ejercicios, nomás para acompañar, y Mª Inés me dijo ¡graciaaaas! (y eso que soy diocesano…).

Llegué, junto con todo el grupo de unas 45 personas, y armé mi cuadro para anotarse con bastantes espacios diarios disponibles para conversar con las hermanas (solo había dos varones). Me da alegría ofrecer todo mi tiempo, creo que es importante que las personas sientan que cuentan con esa posibilidad, y siempre en la libertad que nada entre la cautela ante alguien desconocido, la confianza y el menester.

La experiencia ha superado todas mis expectativas en cantidad (han sido 13 ejercitantes y un total de 22 encuentros) pero sobre todo en condición. Diosito me ha desbordado de manera divergente, por riqueza y oportunidad de crecimiento para mí. Qué importante es ser acogido-a y escuchado-a profundamente; la escucha es el big bang del discernimiento, la raíz de la vida espiritual.

Y qué complicado hallar a alguien que te acompañe, según la mayoría de las religiosas que he atendido. Los sacerdotes “no tienen tiempo”, “no se pueden detener” en medio de tantísimas cosas, o “no tanto comprenden”... Triste pero real, y en hermanas de variadas edades y situaciones, en la ciudad y en el campo, perpetuas o temporales.

Dominó muchos diálogos cómo transitar la etapa crepuscular de la vida. Muchas eran mayorcitas, en situación de despedida de la primera línea después de décadas de entrega y batallas a veces muy duras. Algunas misioneras heroicas pistoleras, como Asunta, 53 años en el corazón de la Amazonía y de pronto cuadrada en la ruidosa Lima. Y además asistiendo a la reducción de hermanas, el cierre de casas, lo que parece el final de una época… Inevitable preguntarse: “después de tanto trabajo, mi vida ¿para qué ha sido? si esto se hunde”.


También hubo jóvenes con problemáticas clásicas y actuales, hijas de este mundo hiperconectado y sin embargo anegado por la soledad, también en las congregaciones. Con propósitos amplios de amistad auténtica con Jesús, de estar con la gente de abajo, de estudio y buena preparación, y deseos sinceros de una vida comunitaria realmente cálida y significativa. Lindas y bravas chicas, complejo horizonte.

Porque, sí, la comunidad es el gran tema, recurrente en cada coloquio. Es el quid de la cuestión de la vida consagrada, la piedra de toque, la zona sensible, el caballo de batalla, la madre del cordero, el argumento clave. Que requiere, a mi juicio, un serio discernimiento y un paquete de reformas valientes, y mientras eso se va dando, generosas dosis de humanidad, ternura y humor.

Al estar cuatro personas acompañando, y uno de ellos Simón Pedro con todas sus horas llenas, no había demasiada aglomeración. Fue posible así realizar un pequeño proceso con algunas de ellas, en dos o tres momentos, tratando aspectos de su cotidianidad, e incluso, más “técnicamente”, acerca de cómo les iba en ese retiro concreto, dándoles “algunos spirituales exercicios convenientes y conformes a la necesidad de la tal ánima así agitada”, como dice el número 17 de los Ejercicios.

Ha sido muy agradable concelebrar cada día con Simón Pedro, un hombre de Dios y un profeta con 50 años en Perú. Y haciéndole de “lazarillo”, según sus propias palabras, porque padece alguna dificultad para estar de pie quieto mucho rato. Todo un privilegio; la imagen deja constancia.

En fin, se trataba fundamentalmente de escuchar. De manera abierta: con los cinco sentidos y el corazón de par en par, incondicionalmente, sin la mínima traza de juicio. Y vulnerable: sin miedo a mostrar heridas propias, compartir certezas e incertidumbres como hermano, dejándote afectar, dispuesto a aprender y cambiar.

Espero haber ayudado en algo. Para mí ha sido un sustancioso e iluminador obsequio del Espíritu. ¡Gracias!

sábado, 15 de febrero de 2025

ASAMBLEA ECLESIAL DE LA AMAZONÍA PERUANA

 
Durante muchos años los misioneros de los ocho vicariatos apostólicos de la selva se reunían en enero en Lima, junto con sus obispos, para reflexionar, formarse, converger, planificar. Llegó un momento en que se incorporaron más personas, especialmente indígenas. Pero ahora, el habitual encuentro ha evolucionado a “asamblea eclesial”, nada más y nada menos.

Y ha sido un proceso similar a la cristalización de los minerales, la lenta y progresiva decantación y construcción de una identidad y una tarea, en condiciones favorables y con naturalidad. De pronto, este año nos hemos reconocido como Asamblea Eclesial de la Amazonía peruana: obispos, misioneros, laicos, indígenas; protagonistas y corresponsables de un camino compartido, y por lo tanto con la competencia de diseñar el futuro.

El campo semántico de “competencia” refiere, por una parte, a talento, destreza, saber; y ciertamente entre los participantes hay, como siempre hubo, un capital acumulado en experiencia, conocimiento y trayectoria muy apreciables. Agentes de pastoral con muchas horas de vuelo; Diego Clavijo aportando todo el bagaje de la misión con los achuar; representantes de diferentes pueblos originarios (asháninkas, murui, tikuna…); líderes y lideresas de organizaciones; pero también jóvenes con su ilusión intacta, y además Amparo Zaragoza, memoria viviente.

Pero, por otro lado, “competencia” alude a capacidad, es decir, a incumbencia, atribución, jurisdicción, autoridad. Ser asamblea eclesial, con el reflejo de la CEAMA, y ya no un mero evento recurrente, implica asumir una dimensión más ejecutiva, una facultad para producir y encaminar decisiones concretas que marquen rumbo. Y eso son ya palabras luminosamente mayores en nuestra Iglesia, todavía con demasiados tics clericalistas.

Se trata de una competencia inequívocamente sinodal. Porque esta Asamblea eclesial es primariamente un espacio donde nos escuchamos, como recalcó varias veces Miguel Ángel Cadenas, el obispo de Iquitos. El micrófono estaba abierto y pasaba de mano en mano con rauda horizontalidad, de modo que todos sentíamos que en cualquier momento podíamos expresarnos en completa libertad.

“Un paso clave hacia una Iglesia amazónica más organizada, participativa y comprometida con el cuidado de la casa común”. “El objetivo (…) es proponer acciones conjuntas para la construcción de un plan pastoral intervicarial”. “Un espacio histórico”, etc. La crónica la pueden leer acá, y luego quedan las sensaciones, el poso que nos ha dejado este acontecimiento, tan sencillo como innovador. Sé que hay satisfacción por el paraje eclesial adonde hemos llegado, pero sobre todo detecto una gran esperanza. La convicción de que estas son la ruta y la manera, sazonada con la ración de sorpresa que llevan aparejadas las cosas de Dios.

Por esta quebrada nos adentramos, conscientes de nuestras muchas debilidades como iglesias casi nacientes, pero con decisión y pujanza. Los remos son las comisiones intervicariales, a veces un tanto chuecas y limitadas, pero que están funcionando. Contamos con una cada vez mejor conectividad, con aliados que permitan financiación, y más que nada con la afinidad, el cariño y el apoyo mutuo.

Se sueña mejor juntos. Unidos se pueden soñar los sueños de Dios. No conocemos las siguientes fases de este desarrollo ni adónde nos llevará nuestra navegación común. Sabemos que Dios desea una Iglesia con rostro amazónico, y esperamos ir discerniendo sus contornos, atentos al impulso del Espíritu. De momento, en la travesía ya hay felicidad, el gozo de estar en algo grande, vivo y hermoso, como la misma Amazonía.

sábado, 8 de febrero de 2025

ENCUBRIDORES POR DEFECTO


Tramas recientes relacionadas con abusos sexuales y de poder en el mundo y en la esfera eclesial me tienen desazonado y pensativo. Me pregunto si, a pesar de los pasos que se han dado, estamos haciendo suficiente en la Iglesia, y tristemente debo contestarme que no.

El caso de Giselle Pericôt, que tanta repercusión ha tenido, es muy esclarecedor si lo colocamos en paralelo con algunos de nuestros horrores eclesiales. Su marido la sedaba para violarla él y al menos otros 51 hombres. Podríamos considerar esta sumisión química similar a la sumisión moral de los niños y niñas que han sido abusados por quienes eran sus referentes religiosos y sus modelos. Su voluntad quedaba anulada ante el poderío y prestigio de sus victimarios: “si cuentas algo, nadie te va a creer, total es tu palabra contra la mía”.

“La vergüenza debe cambiar de bando” declaró Giselle Pericôt, acuñando un nuevo eslogan del movimiento Mee Too. De hecho, esta mujer se ha enfrentado al juicio completo a cara descubierta, sin miedo a que salga todo a la luz, sea lo que sea y con todas las consecuencias. En cambio, las víctimas de abusos en la Iglesia frecuentemente viven lidiando con los destrozos ocasionados a su salud mental, paralizadas por la vergüenza, espantadas ante la posibilidad de que lo que les pasó salga en los medios, de que sus familiares pudieran llegar a enterarse.

Este secretismo establecido es una patología eclesial y un modus operandi que continúa alimentando la impunidad. Todo lo relacionado con los abusos lo conversamos a media voz, o directamente no hablamos de ello, como si así se fueran a exorcizar esos fantasmas o disipar los delitos. La falta de fluidez y naturalidad en el discurso (habitualmente defensivo) y en el manejo público de este tema, es un síntoma de que queda mucho camino por recorrer. Ruta que el número 55 del documento final del Sínodo de la Sinodalidad marca con acierto.

La opacidad entorpece la posibilidad de denuncia, pero es la denuncia la primera herramienta para que pase algo, para combatir a este monstruo. Acierto a comprender que es duro denunciar a alguien a quien apreciabas y admirabas, con quien tenías una conexión, y que es muy bien considerado por la mayoría. En la última Macroencuesta de violencia sobre la mujer en España, solo en el 17,5% de los casos los victimaros eran hombres desconocidos. El resto: padres, hermanos, tíos, amigos, abuelos.

Ilustración de Daniel Mauri

La experiencia dice que las víctimas se atreven a denunciar cuando detectan receptividad, valor y entereza ante este asunto, y sobre todo
cuando encuentran dentro de la Iglesia a alguien en quien realmente pueden confiar, que antepone la persona a la imagen de la institución. Lo normal es que haya que animarlos mucho a efectuar la denuncia, con la promesa de que de verdad se va a hacer algo, de que la justicia frenará a los abusadores para que no puedan seguir haciendo daño. No es suficiente esperar a que se acerquen, como he leído hace poco: hay que ir a buscarlos, informarles, motivarles.

La palabra del investigador queda comprometida. Y se crea un vínculo con las víctimas. No se puede evitar implicarse personalmente, como rostro visible y parte de una Iglesia que les ha quitado algo de enorme valor. Estremecen la dimensión de las heridas y la dignidad vulnerada pero entera. Angustia la lentitud de los procesos, una vez que el informe fue enviado a donde corresponde. Cuesta obtener siquiera un feed-back acerca de cómo se desarrolla el procedimiento, si han recibido la documentación, si están trabajando. Irrita ver a los acusados seguir con sus vidas y tareas, como si no hubiera pasado nada, las medidas cautelares inexistentes y la revictimización rampante y lacerante.

Creo que tenemos que agilizar y mejorar los mecanismos, construir lenguajes más claros y valientes, pero sobre todo generar una sensibilidad nueva, más inequívocamente empeñada en acabar con esta lacra. Nadie puede decir “a mí no me toca”, “es cosa de Doctrina de la Fe”, etc. Todos somos responsables, yo el primero, y todo lo que no sea hacer lo máximo en la lucha contra los abusos resulta ser encubrimiento, pecado de omisión.

Como Iglesia deberíamos estar enviando siempre el mensaje, con acciones concretas, de que no vamos a parar. Sin componendas ni medias tintas. Cuando no es así, caemos en lo que alguien ha llamado “encubrimiento sistémico”. Una lamentable y ya demasiado vieja complicidad por defecto.

sábado, 1 de febrero de 2025

UN PAÍS MARAVILLOSO

 

Cuando el avión desciende, la visión de los cerros poblados de casitas pardas presenta un paisaje mineral, de una belleza desolada. Pero no estamos aterrizando en la luna, sino en Lima, capital del Perú.

Los ratos que el sol se exhibe, insolente, la sensación es abrasadora; pero si las nubes se imponen, uno recuerda al toque que estamos a orillas del Pacífico. La brisa marina compite contra la panza de burro, y pierde.

Ejercer de peatón equivale a adentrarse en un caos de asfalto, fierro, cláxones y gritos. Cruzar la calle casi siempre supone un peligro letal, pues los pasos de cebra están de adorno, y esos semáforos numéricos pueden pasar del 39 al 0 en un segundo.

Mujeres con polleras y chullos o sombreros de la sierra acarrean cestas con paquetitos de maní o roscas de almidón de yuca, ofreciendo su mercancía mientras jalan o cargan a bebés de diferentes edades y todos con los cachetes rojos.

Todito está colapsado: el hospital, las combis, el tren eléctrico. En el Metropolitano las colas van creciendo a medida que los buses pasan repletos y no hay un hueco para un pasajero más. Un hombre se ha encaramado a la puerta, gira con ella cuando se cierra y logra quedar dentro, pero media mochila circula asomando, como si al vagón le hubiera salido un granito.

Puedes comer de todo al paso: emoliente, keke, sopa de quinua, jugo de naranjas que te exprimen al toque, sándwich de chicharrón de chancho, tajadas de mango, torta de crema volteada, arroz con pollo (por supuesto)… solo acá no veo aguaje.

Se aprecian insólitos trabajos y ocupaciones: paseador-a de perros; encargante que cuida carteras, mochilas o folders mientras sus dueños están dentro de un consulado haciendo trámites; monitor callejero de pilates o fitness o lo que sea; el que coloca los cartones sobre los sillines de las motos para que, cuando regresen los choferes, no se achicharren el poto por un sol; los que guardan cola por ti en el RENIEC a veinte solcitos.

En la puerta del edificio A del Rebagliati veo pasar una, dos, seis, diez mujeres embarazadas, que me parecen todas demasiado niñas. Si eso trae suerte, ya debería tocarme la tinka pronto.

El panorama en Larcomar es bellísimo. El morro solar con el Cristo de Odebrech. El restaurante La Rosa Naútica, quintaesencia de la pituquería y la categoría, y los puestos ambulantes de choclo con queso en Gamarra. La delicada cítara de las agustinas y los montones de basura al costado de la panamericana. Contrastes.

Gatos de todos los pelajes se amontonan en el parque Kennedy, siempre con ese aire indolente y suficiente, domesticando las miradas de los humanos. A su espalda, los cuadros expuestos por los artistas callejeros escoltados por un torito de Pukará tamaño mutante.

Bienvenido de nuevo a Perú, un país maravilloso en el que cualquier cosa puede ocurrir. Adornado con primor por el carácter de su gente linda, amable y sonrisueña. Todo fluye y me resulta familiarmente encantador, y esta hermosura sencilla me cautiva como el primer día.

sábado, 25 de enero de 2025

"Mi LLEGADA YA SABE DE ADIÓS"

 
Ya han pasado ¡tres meses! No puede ser, ¿tan rápido? Han sido las vacaciones (o lo que sea) más largas en los últimos 10 años, pero se han escurrido igualito que las más breves, allá por junio de 2015. Entonces recordaba aquella canción del p. Carreño titulada “La vuelta del misionero”, que me gustó desde niño, y que en la tercera estrofa decía: “Ya lo sé, la visita es muy corta / mi llegada ya sabe de adiós”.

Toca hacer balance de este tiempo. Se trataba de acompañar a mi papá y atravesar junto con mi familia el trance de la primera Navidad sin mi mamá. También de lograr “un reposo apacible, lento, sereno. Un descanso profundo, consciente”, según mis propias palabras. Bueno… he hecho lo que he podido, y luego la vida está jalonada de sorpresas que no se pueden programar.

Curiosamente, no importa si la estancia dura más o menos, el hecho es que no se consigue ver a todas las personas que pretendes, nunca alcanza. Y no solo porque es mucha peña y yo uno solo: el ritmo de vida es tan alto, todo el mundo tiene tantas historias, hay tan poco tiempo, que en ocasiones hallar huecos en las agendas ha sido como resolver un sudoku de los de nivel diabólico.

El estar en Badajoz y ya no más en Mérida no ha facilitado más de una cita. Y además me he visto en la tesitura de despedirme de mi casa y recoger mis cosas. El piso familiar, escenario de mi infancia y mi adolescencia, allá donde regresé varias veces, ya no es una referencia para mí desde que no está mi mamá. He experimentado de manera nueva aquello de “no tener dónde reclinar la cabeza” de Lc 9, 58. Y no ha sido fácil: recorrer junto a la Mártir Santa Eulalia las calles de mi niñez supuso encontrar a mi madre a cada paso, y al mismo tiempo decir adiós a Mérida, cerrar una etapa de mi vida.

“Siempre fueron muy cortos los besos / pero los que guardé para ti / en el cielo sin fin van impresos”, sigue la estrofa. Aunque aquel día –y otros- lloré, veo que los Ejercicios me prepararon para este paso adelante afectivo. Detecto una cosecha de gran libertad, certezas y serenidad. Ciertamente Diosito me ha concedido nuevas luces, pacificar y reubicar aspectos, ahondar en las vetas de mi entusiasmo y disponerme para remar hacia aguas más profundas.

Algunas otras impresiones de estos meses: el montonazo de gente comprando en el centro comercial, que haya tremendas colas hasta para tomarse un café, lo alto que habla todo el mundo… El hecho de que vas por la vereda y te tienes que tragar el humo de los que han salido de los locales a fumar, y dejan todo perdido de colillas, un asco. Y, claro, la cantidad de personas mayores que van a las iglesias en comparación con los pocos niños… Ya lo sabía, pero me impacta.

Hemos sobrevivido a la nostalgia de la Navidad, con su síndrome de “silla vacía”. Mis hermanas han sido valientes, porque se han esmerado en preparar los platillos que siempre hacía mi mamá: pierna de cordero al horno, bacalao de Natal, canelones, bomba de helado, dátiles con nueces acompañando el vermut del aperitivo… Tradiciones de años que nos han permitido sentirla con nosotros a través de sus comidas.

Menos mal que estaban mis sobrinos, con esa juventud desprovista de gravedad, el humor, las corbatas para la fiesta de Nochevieja, las acostumbradas y personalizadas bromas… Al empacar “mis tesoros” de adolescente me topé con viejos objetos, pequeñas cosas cargadas de candor: reloj del Atleti, boli de madera, pisapapeles, libreta de cuero, afilalápiz mecánico, bote de colonia en forma de pipa marca Avon… Mágicamente han reaparecido como regalos para mis sobrinos, así de ingeniosos son los Reyes.

En fin: una paliza emocional que necesito metabolizar estos días. Regreso a la vida misionera, en la que se suele decir que, desde que llegamos a un lugar, nos estamos despidiendo. Somos provisionales, siempre interinos, estamos de paso. Pero así es en realidad toda existencia. Me insufla esperanza el tener a mis sobrinos, y a otros hijos e hijas fruto de la misión: la vida continúa en ellos.

Ya me vuelvo a la grande faena / reza tú que allí brille la fe / cuando acabe la vida terrena / a ti, madre buena / juntito estaré.

sábado, 18 de enero de 2025

POR FIN, EL PIN


Hacía tiempo que tenía marcada esta fecha, la convivencia navideña del presbiterio de mi diócesis de Mérida-Badajoz, donde cada año se homenajea a aquellos que cumplen sus bodas de oro y plata sacerdotales… porque este año me tocaba a mí. Y disfruté plenamente del momento.

Sí, me ordené en el 2000, y, como ya conté, empecé a celebrarlo junto a la Virgen de Guadalupe, y continué saboreándolo y profundizándolo durante los ejercicios en Loyola. Más tarde armamos un día de encuentro en Sevilla con mis compañeros salesianos de la misma quinta, programado desde ¡abril del año pasado! para lograr coincidir. No hubo condecoraciones aquel viernes de diciembre, pero sí mucho afecto.

Con ellos fue reconfortante apreciar que la distancia y el paso del tiempo no los han convertido en extraños para mí, sino que la conexión sigue vigente a pesar de la divergencia de rutas vitales. Además, nos noté en general mejorados por la experiencia acumulada, más serenos; los mismos jovencitos que llegamos al postulantado en Cádiz (yo tenía 19 años), pero con el conocimiento y el empaque propios de quien ha recorrido ya buena parte del camino. Una jornada estupenda.

Con los salesianos, en Sevilla

Pero el día D era el 7 de enero, y confieso que ya llegué un poco nervioso al seminario. Es una oportunidad en la que se saluda a muchos sacerdotes, pero esta vez con el matiz del reconocimiento por los 25 años. A los homenajeados nos ubicaron en la primera fila del salón de actos. En mi grupo de plata éramos seis, y me ocurría casi lo contrario que con los salesianos en cuanto a relación: había dos africanos nuevos en la diócesis, dos compañeros que conocía de vista y solo con José Antonio Sequeda he tenido más contacto por los veranos, cuando él atiende la capilla de Isla Cristina.

Antonio Manuel salió a pronunciar unas palabras en nombre de nuestro grupo. La verdad es que, si hubiera tenido que hacerlo yo, no creo que hubiese sido capaz, porque estaba muy emocionado. Me venían a la memoria mis inicios en la diócesis, lo arduo de llegar de fuera e integrarte en un colectivo, los compañeros que me acogieron y me ayudaron a dar los primeros pasos como párroco novato: Joaquín Obando y Ángel Vinagre, que ya se fueron con Diosito, José Antonio Salguero, Lolo (que también es de esta promoción), Guadi, autor de la imagen de cabecera de esta entrada, gracias… Y también quienes, más adelante, me sostuvieron y creyeron en mí: Paco Sayago, Antonio Becerra, Juan Román, Antonio Sáenz y otros, todos allí presentes. Qué alegría.

Extrañé mucho a Manolo Calvino, porque además era el delegado del clero y organizaba estos eventos con primor (la comida hubiera sido mucho mejor sin duda con él detrás). Se me saltaban las lágrimas, y ahorita también mientras escribo, recordando sus detalles, su escucha, su delicadeza, su sagacidad evangélica y su camaradería con sabor a crema de queso en su casa de Oliva. Me sigue haciendo mucha falta y sé que se habrá recreado desde el cielo viéndome alcanzar el borrego.

Llegó la hora de subir a recibir la distinción, que es simplemente un pin de plata con el símbolo de la diócesis: el cordero que identifica a San Juan Bautista, nuestro patrón. Aunque era el único que no llevaba alzacuellos, me había comprado, asesorado por mis hermanas Susana y Berta, una chaqueta para la ocasión; pero pucha, no tiene ojal, así que el arzobispo encontró sus dificultades para colocarme la insignia y al final me la puso en el jersey. Así ha sido mi vida en Mérida-Badajoz: como un parto difícil, pero con desenlace feliz; siempre distinto, pero uno más.

Luego, los agasajados nos colocamos entre los concelebrantes principales ¡y con casulla! Unos leyeron las peticiones y a mí me tocó llevar el cáliz. Más tarde, en el almuerzo, ocupamos asientos en la mesa presidencial. Eso fue todo, con algunas fotos entre medio. Por eso me gusta esta celebración, muy sencilla, discreta y fraterna. Ya estoy “empinado”, como dice con chispa Eugenio Campanario, y ya terminaron los festejos. El 6 de mayo, si paro en Iquitos, me iré a tomar un helado de aguaje.

Pero sigo en estado de agradecimiento y una mijita de orgullo, disculpen ustedes. El pin del borrego es como la estrella del mundial sobre el escudo de la selección: nadies te lo puede quitar. La señal de una historia -trancas y barrancas, aciertos y batacazos- plenamente vivida y lograda.

sábado, 11 de enero de 2025

GUADIANA DE LA SOLIDARIDAD


Un día de mayo pasado, Fede, el delegado de misiones de Mérida-Badajoz, me avisó de que Miguel Sánchez Murillo me había ingresado en el obispado un donativo de 1500 € para la misión de parte de su parroquia de Guadiana. Me llevé una sorpresa porque este compañero y yo apenas nos conocíamos de vista, no había habido mucha relación; pero la generosidad tiene ese componente imprevisible de lo divino.

Como es natural, le escribí agradeciéndole; ese dinero fue empleado en diferentes necesidades (el programa de becas para estudios de jóvenes y diversas ayudas a la infancia), y la vida continuó los meses siguientes. Vine a España, pasaron algunas semanas, se acercaba la Navidad y un día Miguel me llamó para invitarme al festival que en Guadiana organizan todos los años con los niños y los padres de catequesis. Agarré algunos regalitos y allí me presenté el sábado 21 de diciembre sin sospechar lo que iba a presenciar.

Quedamos a las 4 de la tarde para tomar un café, reconocer nuestros rostros después de más de diez años, y acordar que yo diría unas palabras al principio del evento, que empezaba media hora más tarde. Guadiana es un pueblo nacido entre 1949 y 1951, cuando 276 colonos junto con sus familias procedentes de distintos lugares de Extremadura y Andalucía fueron instalados allí en el marco del Plan Badajoz. Hoy cuenta con más de 2500 habitantes.

La iglesia, grande y nueva, estaba repleta de niños, adolescentes, sus papás y mamás, y las catequistas, todas ellas mujeres. Se veían muchos gorros navideños, y lo presidía todo el misterio, ya ubicado a los pies del altar. Después de mi intervención, en la que di las gracias y conté cosas de la selva, comenzaron a pasar los distintos grupos de catequesis cantando los villancicos que habían preparado. Las catequistas, de rodillas frente a los chicos, dirigían las actuaciones y fueron coordinando toda la actividad.

Finalizada la parte musical, Miguel invitó a todos a las eucaristías de estas fiestas y se despidió porque tenía que irse a su otro pueblo, Alcazaba. Me dejó a cargo de Manuel, su “diácono sin ordenación”, como lo llama. Con él me dirigí al local municipal, donde me quedé impactado de lo que vi y escuché. Estaba también a full, y ambientado con esas estufas que parecen setas gigantes, como el templo.

Las catequistas y las mamás de los niños arman cada año un mercadillo navideño en el que venden artesanías y adornos que ellas mismas realizan, o bien compran y traen. Además, hacen un chocolate con keke a 1 € el vaso y 1 € la porción, y doy fe de que estaban bien ricos; las familias colaboran para los implementos: cacao, leche, huevos… Y todos acaban siendo sus propios clientes, me contaban divertidas las catequistas.


Mientras Elena (no se me olvidará su nombre) iba de mesa en mesa vendiendo papeletas para la rifa de una paleta (jamón pequeño, pa que lo entiendan los del Perú) y una botella de vino, Manuel me seguía refiriendo cosas del pueblo: esta iniciativa lleva más de 35 años celebrándose, lo recaudado se mandaba siempre al comedor de Sorochuco que llevaba Josely, y ahora han decidido colaborar con San José del Amazonas. Sin que nadie lo pidiera; es más, era la primera vez que yo ponía el pie en ese lugar.

Este bello compartir encaja en la personalidad de Guadiana, una población tradicionalmente muy solidaria, que se vuelca con los más vulnerables a través de muchas acciones: tómbola, carrera “Guadiatón”, coordinación con el Banco de Alimentos, apoyo a diferentes asociaciones y colectivos… Tal vez su ADN de emigrantes que al llegar empezaron viviendo muy precariamente en barracones les haya dado esta sensibilidad, que los hijos sin duda aprenden e incorporan. Para ayudar a los damnificados por la dana, enviaron a Valencia un trailer cargado de alimentos y productos de limpieza; lo condujeron el dueño del camión y el alcalde, pero con ellos sin duda iban todos los vecinos.

Recuerdo que esta localidad cambió de nombre hace cuatro o cinco años: era “Guadiana del Caudillo” y se quitó el apellido, pero muy bien podría haberlo reemplazado por “Guadiana de la solidaridad”. Le caería como un guante por el corazón tan grande de su gente. Gracias Guadiana por esta ráfaga de amor demostrado con hechos (1 Jn 3, 18) sencillos, pero veraces, efectivos y constantes. Linda manera de arrancar el año.

sábado, 4 de enero de 2025

¿QUÉ TAL SI REEMPLAZAMOS A LOS POLÍTICOS POR LA IA?


Ya no es solamente que la IA aparte a los políticos y los obligue a ser comediantes, como en el programa especial de Nochevieja de José Mota, sino que de frente los sustituya al mando de las instituciones. Tal vez nos iría mejor y no tendríamos que sufrir las acostumbradas raciones de bochorno e indignación.

Leí días atrás que, en Perú, el salvaje asesinato a balazos de una abogada destapó una presunta red de prostitución en el Congreso. Parece que el jefe de la Oficina Constitucional del Parlamento – nada menos- habría contratado a meretrices en su despacho, haciéndolas pasar por asesoras o secretarias, con el fin de ofrecerlas a algunos diputados para “prestarles servicios”. Sinceramente, no me imagino a Los Chunguitos urdiendo algo semejante.

Las pesquisas señalan que el pata organizaba fiestas en casas alquiladas donde brindaba las atenciones de las mujeres víctimas de la red - reclutadas por la letrada finada -, y todo a cambio de conseguir votos en diferentes mociones y proyectos de ley en el pleno. Digno de una mala película de serie B. Claro, que no tan gore como la performance de las fuerzas del orden disparando contra los manifestantes en diciembre de 2022. Tenemos un gobierno que directamente mata a sus ciudadanos en lugar de protegerlos.

Por otra parte, un magistrado del TC se descolgó con unas declaraciones en las que ponía en duda la existencia de los pueblos indígenas en aislamiento. No importa que el Estado disponga de 269 evidencias documentadas y recogidas en reportes oficiales, solo de los años 2022 y 2023, que detallan la presencia y desplazamiento de estas comunidades en la Amazonía peruana. Él cree que no hay, y punto; debe ser del equipo del ministro de educación, aquel de las “prácticas culturales” que ya comenté.


Pero ejemplares de estos premios nóbeles que rigen nuestros destinos los hay por todas las latitudes. En España está la gente entretenida con una trama que implica al partido reinante: dinero que circula en cajas B y sobres, adjudicaciones de obras amañadas, pelotazos con la venta de mascarillas en lo más crudo de la pandemia, y hasta un alquiler de más de 2000 € mensuales para pagar el piso de una amante en pleno alarido nacional por el precio de la vivienda.

Extremadura, que es mi región, junto con Ceuta y Melilla, son los únicos territorios que aún no han recuperado los niveles económicos de 2019; es decir, como muchos enfermos, acá no levantan cabeza después del coronavirus. Mientras tanto, la Asamblea extremeña no logra sacar adelante los presupuestos, es decir las migajas que nos dejan. Por lo visto el tratamiento de los inmigrantes es uno de los mayores escollos para el acuerdo. Pero sin ellos, su trabajo y sus afiliaciones a la Seguridad Social, el sistema camina hacia el hundimiento total…

Mejor ya no hablemos del tren catastrófico, o de las listas de espera interminables para el especialista, o de la carretera N-432 con sus habituales accidentes y obras de ampliación aparentemente iniciadas pero detenidas sine diePoco importan el bien común y las necesidades de la población; tampoco las ideologías de derechas o izquierdas en el caso de que existan (como los PIACI). Prevalecen los cálculos del tacticismo partidista, la obsesión por conservar el poder a toda costa y los desmanes propios de cintura para abajo: el bolsillo y la bragueta.

Sexo, dinero, poder, pasiones tan viejas como el mundo. Pero como la IA está formada por máquinas, en teoría estarían libres de todo eso que a los humanos hace perder pie, ¿cierto? Entonces quizás salgamos ganando si despedimos a nuestros inefables dirigentes y colocamos en su lugar a ese artilugio, antes de que los algoritmos imiten lo peor de la especie.

Digo yo que saldría barato porque los políticos no necesitarían casi tuneado o maquillaje para su nueva profesión teatral, como hemos visto en la tele; aunque más que cómicos, son patéticos.