Todo está lleno de árboles, porque tienen cuidado de plantar y reforestar; por algo en la bandera de Canadá hay una hoja de arce roja. Veo barrios de viviendas bajas, limpieza y orden, autobuses escolares todos amarillos, residencias de mayores acá y allá, separación de residuos y reciclaje, carros eléctricos que cargas en tu propia cochera. Y en casa de Marie-Josée y Claude y sus alrededores, un silencio total.
Esta pareja me ha acogido en Victoriaville, nuestra primera
parada en Canadá. Forman parte de la Comunidad del Desierto, de la que hablaré
en la próxima entrada. Es una casa de dos pisos, con ventanas herméticas y
tremendos aislamientos. Hemos venido en verano, cuando la temperatura oscila
entre 11 y 28 o incluso 30 grados, pero en la temporada invernal puede
llegar a 30 bajo cero. Diosito.
El nivel de vida es mejor que en Estados Unidos, me
parece. No vemos muchos mendigos o transeúntes, tal vez más en Montreal y
Ottawa. Sí muchos concesionarios de carros, autocaravanas, camiones, vehículos
industriales y agrícolas. Hay silos de grano, bastantes factorías de leche en
esta zona, y por supuesto vastos sembríos de canneberge, arándanos rojos,
que se cosechan inundando los campos para que los frutos floten. En este país
hay pocos pobres, variadas ayudas sociales y mucha demanda de empleo (“Nous
embauchons” por todas partes).
Desde que la educación pública es aconfesional, la
Iglesia católica ha ido menguando de manera drástica. No hay relevo
generacional, y eso que hablamos de Quebec: pocos católicos y de edad,
escasas vocaciones, cantidad de sacerdotes y religiosas ancianos, tremendos
edificios históricos costosos de mantener y que suponen un considerable pasivo
económico… Fuimos a la misa del domingo y concelebramos con el párroco, un
hombre de mediana edad a cargo de varias poblaciones junto con otros tres curas,
dos de los cuales tienen más de 80 años.
En la Eucaristía, los únicos niños y jóvenes eran
inmigrantes, en este caso colombianos, con los que conversamos al final. Hay
también en Canadá muchos asiáticos y africanos, pero mi impresión es que en
Estados Unidos la Iglesia tiene más dinamismo, está más más rejuvenecida por la
transfusión de vida multicultural. De la parroquia fuimos al almuerzo y
probamos la poutine, el plato típico: patatas fritas con trozos
de un queso fresco que al masticarlo hace “cuic cuic” (esa es la clave), y una
salsa característica. No me lo pude acabar, y eso que era el tamaño pequeño
(acá todo es XXL).
En Montreal, un mundo más urbano, empiezas a advertir muchos
letreros en inglés. Pero visitando el casco antiguo te reencuentras con la
raíz francesa de esta nación, especialmente con los vestigios de los misioneros
que la construyeron. De hecho, su historia se representa a través de las
vidrieras de la basílica de Notre-Dame, la iglesia más famosa de Canadá, una
maravilla de arquitectura neogótica y originalísima policromía.
Pasamos también una jornada en Ottawa, la capital, donde ya
todo está escrito en los dos idiomas, y todo el mundo habla inglés. Los
edificios oficiales son mastodónticos y más al estilo británico. El parlamento
me recordó al Big Ben. Yves me explicaba que es una ciudad realista, donde
Carlos III es aclamado; porque, aunque Canadá es independiente, reconoce al rey
de Inglaterra como Jefe de Estado (es una monarquía constitucional, igual
que España) y forma parte de la Commonwealth. Lo cual ahora le viene bien para
protegerse de las locuras anexionistas de Trump.
Pero lo que me ha fascinado es Quebec, ese precioso
pedazo de Europa. Pasamos en ferry el San Lorenzo, desde donde comenzó todo
para nuestro Vicariato. Es un río enorme y muy parecido al Amazonas: ambos
parten de una anchura de un kilómetro y medio para irse expandiendo; el
Amazonas gana en longitud (6.400 km frente a 1.197), pero el San Lorenzo es el
estuario más grande del mundo, alcanzando entre 30 y 50 km de ancho. Acá
cargó sus barcos Dámaso Laberge, soñando con la selva peruana.
Quebec me ha sabido dulce pero discreto, como la miel de
arce (sirop d'érable). Acabo de despedirme y ya me gustaría volver,
señal de que me ha encantado. Y además he podido comunicarme, mi francés
kpayo, mal que bien, me ha servido. Merci et à tout à l'heure!