Tres confirmaciones en tres comunidades
distintas un mismo día. Un total de cinco horas de
navegación. Calor asfixiante e insoportable. Varios kekes, tortas y
bandejas de bocaditos. Confesiones y ensayos al paso. Cuatro botellas de agua y
vasos de gaseosas variadas. Retrasos, comidas tardías, toques de campana,
aplausos e incontables fotos. Esta aventura, quizás única en la vida, merece
contarse con más detalle.
Llegué a Pebas casi a las 11 de la noche… y me
encontré con la velada a la Purísima, en plena fiesta patronal. Mi cabeza me
decía “vete a acostar ya, que mañana es un día duro y tienes que madrugar”,
pero ¿cómo no iba a danzar al menos una pieza? ¿Cómo rechazar ese plato de
caldo de carne de res? Estaba buenazo. Me fui a la cama más de las
12 y puse la alarma a las 4:30.
La yincana sacramental de aquel sábado
comenzó con el viaje tempranero a Cochiquinas: dos horas y tanto en deslizador Amazonas
abajo: allá la confirmación, programada para las 8, empezó a las 9; como a su
vez el desayuno estaba previsto para después de la misa, se dio más tarde de
las 10:30. Es decir, las primeras seis horas de este día bien apretadito las
pasamos sin probar bocado. Para más emoción.
El sol ese rato no pegaba tan durísimo, pero
ya apuntaba maneras. ¿Podían haberse desplazado los confirmandos para lograr
hacer una celebración en lugar de tres? Probablemente, pero se hubiera perdido la
fiesta del Espíritu Santo en las comunidades, con la presencia significativa
del ministro. Doña Lastenia nos puso calabresa con patacones, y rumbo a la
segunda estación.
Para cuando encostamos en San Francisco y
comenzó la misa, era ya mediodía. Las planchas de calamina del tejado se
tornaron incandescentes, y la capilla una parrilla. Todo el mundo sofocado,
abanicándose con lo que se pillara; yo me secaba a cada momento el sudor, el
pañuelo enseguida ya no servía de lo enguachinado que estaba. El santo
crisma estaba en un bote con la boca muy ancha, de modo que se chorreaba por la
palma de la mano; y a la vez sentía cómo el sudor caía fluyendo por mi espalda,
las gotas resbalando por mis piernas mojando el pantalón... Me acordé del salmo
133:
¡Qué bueno y agradable es que los hermanos
vivan unidos!
Es como el óleo perfumado derramado sobre la cabeza, que desciende por la barba de Aarón hasta el borde de sus vestiduras.
Es como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía el Señor la bendición, la vida para siempre.
Es como el óleo perfumado derramado sobre la cabeza, que desciende por la barba de Aarón hasta el borde de sus vestiduras.
Es como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía el Señor la bendición, la vida para siempre.
Parece que el chorreo generoso del crisma,
como aquel despilfarro de perfume de nardo en Jn 12, 1-8, tiene que ver con el
brote de la vida, la armonía, la fraternidad; el
pastor es el símbolo de la unidad, y por eso llega, derrochando esfuerzos y
sudores, a ofrecer el don del Espíritu. Las lenguas de fuego no podían ser
representaciones más oportunas y concordantes con el clima emocional y
atmosférico. Me tuve que cambiar de polo después de cada Eucaristía, porque
terminaban empapados.
El jalón hasta la tercera parada es más
larguito, y ni siquiera el aire del río mitiga el bochorno. El sol se cuela por
los laterales del bote y nos castiga, y continúa pertinaz en Triunfo, en donde nos
hemos presentado con dos horas de tardanza. La comunidad acude presta, caras
sonrientes. Sigo tomando sorbos de agua, pero noto mi voz ya más desgastada.
Las velas (para contribuir a la temperatura), las renuncias a Shapishico,
la imposición de las manos, los confirmandos colocados a mis costados en la
consagración, la interminable sesión fotográfica final… todo transcurre
gratamente, y creo que le gente se va contenta.
Son pasadas las 4:30 de la tarde y solo ahora, según
el programa, se viene el almuerzo. Los papás de Edia nos invitan a
doncella, pero casi no tengo hambre. El trayecto de regreso lo haremos ya anochecido,
despacito y ayudándose d. Félix de un potente foco. A la hora de dormir, estoy
tan cansado que no oigo la música de la “noche de talentos” en la plaza y me
quedo como una piedra. Seguramente también por la satisfacción que siento
después de una jornada rebosante, con tantos momentos de felicidad y fe
compartidas.





