sábado, 11 de enero de 2025

GUADIANA DE LA SOLIDARIDAD


Un día de mayo pasado, Fede, el delegado de misiones de Mérida-Badajoz, me avisó de que Miguel Sánchez Murillo me había ingresado en el obispado un donativo de 1500 € para la misión de parte de su parroquia de Guadiana. Me llevé una sorpresa porque este compañero y yo apenas nos conocíamos de vista, no había habido mucha relación; pero la generosidad tiene ese componente imprevisible de lo divino.

Como es natural, le escribí agradeciéndole; ese dinero fue empleado en diferentes necesidades (el programa de becas para estudios de jóvenes y diversas ayudas a la infancia), y la vida continuó los meses siguientes. Vine a España, pasaron algunas semanas, se acercaba la Navidad y un día Miguel me llamó para invitarme al festival que en Guadiana organizan todos los años con los niños y los padres de catequesis. Agarré algunos regalitos y allí me presenté el sábado 21 de diciembre sin sospechar lo que iba a presenciar.

Quedamos a las 4 de la tarde para tomar un café, reconocer nuestros rostros después de más de diez años, y acordar que yo diría unas palabras al principio del evento, que empezaba media hora más tarde. Guadiana es un pueblo nacido entre 1949 y 1951, cuando 276 colonos junto con sus familias procedentes de distintos lugares de Extremadura y Andalucía fueron instalados allí en el marco del Plan Badajoz. Hoy cuenta con más de 2500 habitantes.

La iglesia, grande y nueva, estaba repleta de niños, adolescentes, sus papás y mamás, y las catequistas, todas ellas mujeres. Se veían muchos gorros navideños, y lo presidía todo el misterio, ya ubicado a los pies del altar. Después de mi intervención, en la que di las gracias y conté cosas de la selva, comenzaron a pasar los distintos grupos de catequesis cantando los villancicos que habían preparado. Las catequistas, de rodillas frente a los chicos, dirigían las actuaciones y fueron coordinando toda la actividad.

Finalizada la parte musical, Miguel invitó a todos a las eucaristías de estas fiestas y se despidió porque tenía que irse a su otro pueblo, Alcazaba. Me dejó a cargo de Manuel, su “diácono sin ordenación”, como lo llama. Con él me dirigí al local municipal, donde me quedé impactado de lo que vi y escuché. Estaba también a full, y ambientado con esas estufas que parecen setas gigantes, como el templo.

Las catequistas y las mamás de los niños arman cada año un mercadillo navideño en el que venden artesanías y adornos que ellas mismas realizan, o bien compran y traen. Además, hacen un chocolate con keke a 1 € el vaso y 1 € la porción, y doy fe de que estaban bien ricos; las familias colaboran para los implementos: cacao, leche, huevos… Y todos acaban siendo sus propios clientes, me contaban divertidas las catequistas.


Mientras Elena (no se me olvidará su nombre) iba de mesa en mesa vendiendo papeletas para la rifa de una paleta (jamón pequeño, pa que lo entiendan los del Perú) y una botella de vino, Manuel me seguía refiriendo cosas del pueblo: esta iniciativa lleva más de 35 años celebrándose, lo recaudado se mandaba siempre al comedor de Sorochuco que llevaba Josely, y ahora han decidido colaborar con San José del Amazonas. Sin que nadie lo pidiera; es más, era la primera vez que yo ponía el pie en ese lugar.

Este bello compartir encaja en la personalidad de Guadiana, una población tradicionalmente muy solidaria, que se vuelca con los más vulnerables a través de muchas acciones: tómbola, carrera “Guadiatón”, coordinación con el Banco de Alimentos, apoyo a diferentes asociaciones y colectivos… Tal vez su ADN de emigrantes que al llegar empezaron viviendo muy precariamente en barracones les haya dado esta sensibilidad, que los hijos sin duda aprenden e incorporan. Para ayudar a los damnificados por la dana, enviaron a Valencia un trailer cargado de alimentos y productos de limpieza; lo condujeron el dueño del camión y el alcalde, pero con ellos sin duda iban todos los vecinos.

Recuerdo que esta localidad cambió de nombre hace cuatro o cinco años: era “Guadiana del Caudillo” y se quitó el apellido, pero muy bien podría haberlo reemplazado por “Guadiana de la solidaridad”. Le caería como un guante por el corazón tan grande de su gente. Gracias Guadiana por esta ráfaga de amor demostrado con hechos (1 Jn 3, 18) sencillos, pero veraces, efectivos y constantes. Linda manera de arrancar el año.

sábado, 4 de enero de 2025

¿QUÉ TAL SI REEMPLAZAMOS A LOS POLÍTICOS POR LA IA?


Ya no es solamente que la IA aparte a los políticos y los obligue a ser comediantes, como en el programa especial de Nochevieja de José Mota, sino que de frente los sustituya al mando de las instituciones. Tal vez nos iría mejor y no tendríamos que sufrir las acostumbradas raciones de bochorno e indignación.

Leí días atrás que, en Perú, el salvaje asesinato a balazos de una abogada destapó una presunta red de prostitución en el Congreso. Parece que el jefe de la Oficina Constitucional del Parlamento – nada menos- habría contratado a meretrices en su despacho, haciéndolas pasar por asesoras o secretarias, con el fin de ofrecerlas a algunos diputados para “prestarles servicios”. Sinceramente, no me imagino a Los Chunguitos urdiendo algo semejante.

Las pesquisas señalan que el pata organizaba fiestas en casas alquiladas donde brindaba las atenciones de las mujeres víctimas de la red - reclutadas por la letrada finada -, y todo a cambio de conseguir votos en diferentes mociones y proyectos de ley en el pleno. Digno de una mala película de serie B. Claro, que no tan gore como la performance de las fuerzas del orden disparando contra los manifestantes en diciembre de 2022. Tenemos un gobierno que directamente mata a sus ciudadanos en lugar de protegerlos.

Por otra parte, un magistrado del TC se descolgó con unas declaraciones en las que ponía en duda la existencia de los pueblos indígenas en aislamiento. No importa que el Estado disponga de 269 evidencias documentadas y recogidas en reportes oficiales, solo de los años 2022 y 2023, que detallan la presencia y desplazamiento de estas comunidades en la Amazonía peruana. Él cree que no hay, y punto; debe ser del equipo del ministro de educación, aquel de las “prácticas culturales” que ya comenté.


Pero ejemplares de estos premios nóbeles que rigen nuestros destinos los hay por todas las latitudes. En España está la gente entretenida con una trama que implica al partido reinante: dinero que circula en cajas B y sobres, adjudicaciones de obras amañadas, pelotazos con la venta de mascarillas en lo más crudo de la pandemia, y hasta un alquiler de más de 2000 € mensuales para pagar el piso de una amante en pleno alarido nacional por el precio de la vivienda.

Extremadura, que es mi región, junto con Ceuta y Melilla, son los únicos territorios que aún no han recuperado los niveles económicos de 2019; es decir, como muchos enfermos, acá no levantan cabeza después del coronavirus. Mientras tanto, la Asamblea extremeña no logra sacar adelante los presupuestos, es decir las migajas que nos dejan. Por lo visto el tratamiento de los inmigrantes es uno de los mayores escollos para el acuerdo. Pero sin ellos, su trabajo y sus afiliaciones a la Seguridad Social, el sistema camina hacia el hundimiento total…

Mejor ya no hablemos del tren catastrófico, o de las listas de espera interminables para el especialista, o de la carretera N-432 con sus habituales accidentes y obras de ampliación aparentemente iniciadas pero detenidas sine diePoco importan el bien común y las necesidades de la población; tampoco las ideologías de derechas o izquierdas en el caso de que existan (como los PIACI). Prevalecen los cálculos del tacticismo partidista, la obsesión por conservar el poder a toda costa y los desmanes propios de cintura para abajo: el bolsillo y la bragueta.

Sexo, dinero, poder, pasiones tan viejas como el mundo. Pero como la IA está formada por máquinas, en teoría estarían libres de todo eso que a los humanos hace perder pie, ¿cierto? Entonces quizás salgamos ganando si despedimos a nuestros inefables dirigentes y colocamos en su lugar a ese artilugio, antes de que los algoritmos imiten lo peor de la especie.

Digo yo que saldría barato porque los políticos no necesitarían casi tuneado o maquillaje para su nueva profesión teatral, como hemos visto en la tele; aunque más que cómicos, son patéticos.

sábado, 28 de diciembre de 2024

EL MINISTERIO DE PÁRROCO EMÉRITO


Cuando estoy en España me gusta pasar por las parroquias donde serví antes de irme al Perú, hace ya diez años. Trato de cuadrar calendario para ir a celebrar la Eucaristía y así ver de golpe a bastante gente. Lo prometí cuando me despedí y lo hago con mucho gusto, con esfuerzo y en la medida de lo posible; y lo vivo como un grato deber.

Esta vez la visita transcurre en una época del año totalmente desacostumbrada para mí. El invierno es duro en mis queridos pueblos del sur de Extremadura, con frío, días cortos y mucho silencio. No tiene nada que ver con septiembre y sus fiestas, o con la patrona Santa Ana, el personal en la calle y misas concurridas y engalanadas. Pero participar, aunque sea puntualmente, en la realidad cotidiana tiene su encanto.

Un impacto evidente es el estrago del paso del tiempo: todos vamos siendo mayores. Yo era un niño de 34 años cuando llegué a mis primeros destinos, y ahora soy un hombre maduro (esperemos) de 54, con la cabeza más despejada en varios sentidos y buenas raciones de experiencia. Y nuestra gente sigue esencialmente la misma, la mayoría mujeres con 15 o 20 años más, hay poco relevo en las feligresías; nunca me ha gustado esta palabra.

Es lindo toparse con los vestigios del propio paso por los lugares, objetos que pueden ser trasunto de la huella que dejamos en las personas: los archivadores de un despacho, la puerta de la casa que se reparó, un cáliz de cerámica, una cartelera, un micrófono plano de altar. Ojalá quede algo de mí en el devenir de mis pueblos, en las pequeñas historias personales y familiares que van moldeando el día a día.

Contemplé emocionado un par de atriles de madera y los sagrarios de los Valles, restaurados primorosamente por mi mamá, que se conservan como hitos de su cariño y agradecimiento a esas comunidades que ella sabía que me cuidaban con esmero. Cuántas condolencias me han expresado estos días, a la vez que me preguntaban por mi papá. Su memoria me acompaña y permanece en la sencillez de tantos que siempre intuyeron que quererlos a ellos era quererme a mí.

En la misa dominical de 1 de Valencia del Ventoso había un nutrido grupo de asistentes, y entre ellos bastantes niños y jóvenes. Estaba muy bien preparada, y se notaba la dedicación de los catequistas, casi todas mamás en la treintena. Fue estupendo presidir esa Eucaristía ágil, dinámica y por momentos divertida. Me alegró apreciar que lo que se sembró hace 20 años se va desarrollando, va evolucionando y da sus frutos.

La tarea fue igual de entusiasta en los sitios más pequeños y humildes: Atalaya, La Lapa, Matamoros; pero ahí noté un arañazo de nostalgia, pueblos y por tanto parroquias que se van apagando, que cuentan por decenas los que cada año se marchan al abrazo de Diosito. En Valverde de Burguillos además habían entrado a robar esa misma mañana, en la impunidad que otorga la vaciedad de las calles, y todo estaba patas arriba, los cajones de la sacristía abiertos y la Virgen de los Dolores sin sus anillos. Qué tristeza.

Mirado desde donde estoy ahora, me cuestiona mucho la manera de atender estos pueblos, ya el término no es muy agraciado. Hay un compañero que tiene cuatro parroquias (denota mucho ese lenguaje posesivo), y por tanto le toca celebrar cuatro misas de domingo, con lo cual unos salen mejor parados que otros en los horarios. Y es así porque, desafortunadamente, todo sigue dependiendo de los curas. Creo que hay que replantear globalmente la pastoral en estos ámbitos rurales, a partir de equipos de presbíteros y buenos organismos zonales de coordinación donde los laicos sean protagonistas y realmente corresponsables.

En mis diferentes adioses siempre dije que me sentía feliz de haber sido vecino y párroco de mis pueblos: “es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompañará siempre”. Lindo título ser párroco emérito; implica un vínculo espiritual con mis parroquias, por las que sigo velando aun en la distancia, me duelen y endulzan mi corazón. Por eso siempre intento regresar, para no olvidar de dónde vengo y perseverar en la gratitud, pues mucho bien recibí.

Feliz año nuevo.

sábado, 21 de diciembre de 2024

UNA TAZA DE VINO BIEN CALIENTE

 
“¿Prefieres que busquemos una misa en español?” – me preguntó Almudena. “No no, quiero ir a una Eucaristía dominical normal y corriente en la parroquia alemana, a ver cómo es”. En este caso, en el barrio de Riedberg, en Frankfurt, son los sábados; así que allí nos encajamos la víspera del primer domingo de Adviento a las 6:30 de la noche con 2 grados de temperatura.

Mientras caminamos se oye el segundo toque; me explica que hubo que bajar las campanas porque se malograron, fueron reparadas, y todavía no consiguen reinstalarlas por falta de medios. “Este tiempo los protestantes, que tienen su iglesia en la esquina, nos prestan las suyas haciendo ellos la llamada para nuestras misas”. Eso debe ser el famoso y teológico “ecumenismo”; qué bonito.

Y, sí: el par de campanas estaban ubicadas al frente, como se aprecia. La iglesia católica es una capillita con un salón multiusos más grande que permite ampliarla por un costado: abriendo una mampara y girando el altar y el ambón, se arma la Eucaristía. En este local se suceden muchas actividades durante la semana: guardería, taller de yoga para mayores, grupo bíblico, club de lectura, catequesis para los niños… Pero la misa es solo los sábados. Y no hay bancas, sino sillas.

La parroquia funciona pues como un pequeño pulmón social del barrio. Hay WiFi y cocina, asesoría, meditación, se puede ir a reuniones, estudiar o leer, y avisaron de que aquellas personas que estén solas pueden llegar a la parroquia a pasar Nochebuena, porque van a organizar una cena. Y para los que no puedan moverse de casa, la comunidad ofrece voluntarios para ir a acompañarlos esa noche. Me gusta que inviertan plata en esas cuestiones antes que en las campanas o en la decoración, que es muy sencilla, con el sagrario de madera.

El sacerdote es indio, pero se nota a la primera que no se trata del párroco, tal y como se entiende habitualmente. Lo sé porque hay otras personas que dirigen la Eucaristía: una señora, algún joven y un hombre de unos 40 años que está revestido pero no lleva ninguna estola, y es quien hace la homilía. Cada cual agarra su libro de himnos a la entrada, y se canta con acompañamiento de piano. La música armoniosa y meditativa, junto con la iluminación baja, crean un ambiente sereno e intimista. Almudena me cuenta que hay un coro que es compartido con todas las iglesias de la zona; incluso acá vienen los anglicanos a realizar sus cultos, de nuevo el ecumenismo real y cotidiano.

Nos dan una cartulina amarilla con una vela dibujada y nos invitan a que escribamos motivos de esperanza al comienzo del Adviento. Luego colocan todas las cartulinas en un panel, y sobre él una llama de cartón, de modo que aparece una vela gigante compuesta entre todos. El celebrador lee algunos mensajes: “la amistad”, “estar juntos”, “el sol”, “la próxima primavera”… Recién empiezo a comprender el sentido de la corona de Adviento, de la importancia de la luz (a los alemanes les encantan las velas, las hay por todas partes) en este clima tan frío con un invierno tan largo y oscuro. Para nosotros la corona es un mero adorno litúrgico.


La gente se cansa de los días cortos, de la obligación de estar en la casa con la calefacción, de la ausencia del sol. El Adviento es mucho más relevante que en el sur, es un itinerario de celebración familiar: todos se reúnen el domingo en el desayuno y prenden la luz, en la espera del Señor, del buen tiempo, de la vida renacida. Nosotros también lo hicimos, y cada cual tuvo su detalle, el primero del calendario: un bombón, un acertijo, un juego, una galleta (a los alemanes también les chiflan)… Y así cada día hasta la Navidad.

Llegó el momento de la comunión y me percaté de que el padre pasó directamente a distribuirla junto con el ministro. Solo al final, y junto con todos los niños y jóvenes, monaguillos y no, él comulgó. Después, tres laicos salieron a pronunciar cada una de las invocaciones de la bendición solemne, y todos contestábamos “amén”, algo que me sorprendió y agradó, y que pienso copiar.

A la salida, un compartir comunitario: saludos, conversaciones, había vino caliente y especiado que, con la helada que estaba cayendo, entraba de maravilla. También unos panes que tuestan al fuego pinchados en unos palos largos, y por supuesto ¡galletas!
Feliz Navidad.

sábado, 14 de diciembre de 2024

DANZAR ES SANADOR


Esto me lo escribió en un whatsapp Fernando Flórez, cuando le conté que íbamos a ir a Puerto Refugio al evento de danza tradicional murui con motivo de la fiesta patronal. Jamás voy a olvidar aquel día y aquella noche, en la capilla y en la maloka; quiero intentar expresar lo que viví, pero no sé si acertaré.

La cosa comenzó con un max mix de sacramentos, algo habitual por esta orilla colombiana del Putumayo. Joaquín, el obispo de Puerto Leguízamo, el vicariato hermano gemelo en la frontera, es asiduo de esta fecha de San Bartolomé, y como otros años celebró Bautismo, Confirmación y primera Eucaristía con su estilo cercano y humilde.

Sobre las tres de la tarde el manguaré llamaba porque ya habían llegado los grupos de las tres comunidades invitadas: Lagarto Cocha, Yarinal y San José. Nosotros también nos fuimos ya a la maloka y presenciamos las presentaciones y bienvenidas, junto con las primeras danzas que cada delegación ofreció. El cacique de Refugio iba saliendo a bailar y así las acogía. En el descanso que siguió, durante el que nos invitaron a almuerzo, se acercó también a nosotros a saludarnos. Eran más o menos las cinco.

Al anochecer, la maloka estaba a full; cada comunidad visitante había colgado sus hamacas en una zona, como en los tres lados de un cuadrado, dejando el área central para el baile y el cuarto lado para la entrada; a un costadito de ella encontramos acomodo. Frente a nosotros, en el espacio del mambeadero, se sentaban las autoridades tradicionales. Observé que mucha gente tomaba coca y chupaba ambil, las plantas sagradas que conectan con la divinidad.

Iber me explicó que la danza es algo profundamente espiritual y armonizador. Las palabras que contienen los cantos, los movimientos, el ritmo y la repetición ayudan a los participantes a regenerar sus cuerpos, a alinearlos con su alma y así restañar los daños y sanar las enfermedades o heridas. Se reconstituye la fuerza de la persona y se intensifican los vínculos comunitarios. Me animó a bailar y únicamente me dijo: “déjate llevar”.

Realmente no me decidía, pero unas mujeres de San José bien simpáticas me jalaron diciendo “hay que bailar”. Me encontré seguro porque todo el rato están los brazos o las manos enlazadas, son varios corros ligados, una mancha de 30 o 40 personas que se mueve al unísono (hubo momentos en los que participaba mucha más gente que en la foto). Normalmente hay un grupo de varones donde están los abuelos sabedores de las letras, y frente a ellos las mujeres.

Los pasos son bastante fáciles hasta para mí. Siempre se da una patada hacia adelante que marca la cadencia, girando un poco el cuerpo; este gesto rotundo es a veces más seguido, y en otros pasos un poquito más complicados va precedido de una especie de pausa, unos pasitos cortos que hacen que la multitud balanceante se quede como suspendida un instante antes de aventarse.

Los cantos son lo difícil y la clave. De hecho, el encuentro tiene como uno de sus principales objetivos practicar y aprender canciones. Los hombres pronuncian la frase, y las mujeres la terminan con esa especie de gritos fuertes tan especiales, que lanzan en un preciso contrapunto y con una afinación muy peculiar - y pienso que difícil. Ahí está la raíz de la tradición, en esa hermosa complementariedad.

Fui uniéndome a las danzas conforme me salía. Era un gringo, pero era un invitado, y por tanto aceptado y apreciado como parte de la Iglesia. Percibí naturalidad y confianza, las sonrisas de las señoras de San José me animaban. Me sentí en armonía, discurrieron por mi cuerpo varios de los últimos malestares, grandes y pequeños, conmigo y con los demás. Todo es parte; y todo estaba bien. Yo también sonreía.

A partir de medianoche ya puede cantar cualquiera, chicos y grandes, de un lugar u otro. Las letras y los desplazamientos contienen una sabiduría ancestral que se in-corpora, así la cultura se reproduce, la espiritualidad fluye conectando a las personas, posibilitando compartir el bienestar, la esperanza y la satisfacción de ser cada cual quien es y estar donde debe estar.