sábado, 28 de junio de 2025

ENAMORADO DE LA HISTORIA DE NUEVA FRANCIA, CUNA DE SAN JOSÉ DEL AMAZONAS

 
Me atraía conocer Canadá más que los Estados Unidos, pero no me podía figurar cuánto me iba a gustar Quebec, la región francófona del país, la cuna de nuestro Vicariato; la cultura desde la que partieron los fundadores que comenzaron a escribir esta aventura misionera, que llega ahora a los 80 años. Fue poner el pie allá y sentirme a l’aise, a gusto, cómodo, tranquilo.

Los primeros misioneros fueron quebequenses, hijos de esta provincia, que es nación reconocida como tal por Canadá en 2006, de ADN francés y católico, herederos de una fabulosa historia de conquista y después sumisión, de fe que se expande en servicio al desarrollo, de resistencia y fidelidad a unos valores humanistas y cristianos. Pasear por la ciudad de Quebec es como estar en una Francia americana, encantadora y llena de sabor, orgullosa de su raíz.

La colonia francesa se estableció con la llegada de Jacques Cartier en 1534 (Pizarro había llegado a Perú dos años antes nomás) y la fundación de Quebec por Samuel de Champlain en 1608. Poco después, en 1658, François de Laval fue nombrado vicario apostólico de la Nueva Francia. Este obispo y las congregaciones religiosas misioneras llegadas de la metrópoli resultaron claves en la construcción del país naciente y en la gestación de su identidad.

A Laval no le interesó levantar su catedral, sino que casi lo primero que creó fue el seminario, en 1663. Quería tener sacerdotes bien formados, misioneros que salieran a los lugares más alejados e ignotos del territorio. Por todas partes hicieron escuelas, puestos sanitarios, posibilitaron servicios básicos y mejor calidad de vida, pero siempre cuidando a las comunidades autóctonas, preservando sus culturas ancestrales con clarividencia y respeto.

Es increíble el papel que las religiosas jugaron en este proceso de fraguar Canadá. Visitamos el museo de las Ursulinas en Quebec y aprendimos cómo se adelantaron a su época educando a mujeres instruidas y empoderadas, fungiendo de constructoras, empresarias, promotoras de cultura, igualdad y progreso. ¡Qué personalidad la de su fundadora, María de la Encarnación! Y qué extraordinaria labor la de las misioneras, teniendo en cuenta además que eran monjas ¡de clausura! como todas en el siglo XVII…

El paralelismo con la misión de los pioneros franciscanos canadienses en nuestro Vicariato es enorme: ellos iniciaron la educación, la atención a la salud y tantos otros servicios en este rincón de la Amazonía donde el Estado peruano no había llegado en los años 50. Del San Lorenzo al Amazonas. Ahora comprendo y amo más todavía la historia de nuestra iglesia selvática, que también me cautivó desde el primer minuto. Pero sigamos con esta pequeña reseña.

En 1760 Canadá fue conquistado por los ingleses, pasando a ser colonia británica en 1763 con el Tratado de París, el mismo en el que España perdió Florida y Francia recuperó las plantaciones de caña de azúcar de la isla de Guadalupe. La ocupación trajo la expansión del inglés y la hegemonía de la cultura británica con la religión protestante. Los rasgos del Quebec francófono y católico fueron debilitándose, más aún con el impacto de la Revolución Francesa poco después, en 1789, y el posterior empuje globalizador de los EEUU hasta hoy.

Claude y Marie-Josée, que me alojaron amablemente en su casa, me decían que Quebec siempre ha resistido al invasor inglés como la aldea de Astérix. A partir de los años 60, con la “Revolución tranquila”, los quebequenses promovieron las familias numerosas y la defensa del francés, rehusando a hablar inglés; apostaron por la formación superior de cuadros dirigentes, por conservar y fomentar las tradiciones, recordando y actualizando sus fuentes europeas.

Creo que la batalla continúa, pero no puedo evitar intuir que no se puede ganar. He visto una sociedad muy envejecida, de crecimiento natural de la población negativo (mueren más personas que nacen) y el catolicismo relegado a los monumentos y los topónimos, aunque moteada de brotes de esperanza: rostros de inmigrantes jalados por el donaire de la flor de lis, como yo. Lo cuento mejor en la siguiente entrada.

sábado, 21 de junio de 2025

EL CORAZÓN CON LAS MALETAS HECHAS

 
El otro día tuve el privilegio de ser testigo de un hecho insólito: una congregación de religiosas misioneras se despide de “su” puesto de misión, donde han estado trabajando veintitrés años, para trasladarse a otro más lejano, más desafiante, más incómodo, más difícil. Por decisión propia. Guau (“interjección para expresar admiración o entusiasmo”, según la RAE).

Las protagonistas de tal resolución son las Misioneras Eucarísticas de María Inmaculada (MEMIs), que llegaron a Tamshiyacu en 2002 procedentes de Colima (México), y han escrito una bella historia de entrega, acompañamiento sencillo al pueblo, perseverancia y generosidad clarividente y sinodal. Ellas, hoy día Martha, Soledad y Griselda, han creído en los laicos, han apostado por su formación y han promovido que asuman con madurez responsabilidades importantes en la parroquia. Lo he ido apreciando en este tiempo que vengo visitando Tamshiyacu.

Las MEMIs además, por su valía, preparación, y por la proximidad geográfica con Iquitos, llevan años siendo piezas clave en tareas de coordinación vicarial. De modo que, además de la gente de Tamshiyacu, soy uno de los principales damnificados por este cambio, porque Gris y Sol son mis manos derecha e izquierda, mis pies, mi cabeza en muchos momentos… Pero ni modo. Su ADN misionero de pura cepa las impulsa a ir más allá, adonde el Espíritu les susurre.

La breve crónica de aquel 31 de mayo se puede leer acá. Para mí fue una experiencia muy luminosa. Había estado antes allí, a principios de abril, para dar la mala noticia al consejo de pastoral y en las eucaristías del domingo, y la reacción fue de sorpresa, desagrado y desolación: las hermanas se van. “¿Por qué? ¿Están molestas con algo? ¿Se cansaron? ¿Nos hemos portado mal?”. Pero luego, durante dos meses, la gente fue haciendo un proceso de encajar, comprender sus motivos y aceptar; y solo se puede recorrer ese trecho en la fe.

El día del adiós paladeamos un collage de sentimientos. Había en las hermanas y en la comunidad tristeza, ciertamente, pero también satisfacción por lo que han compartido, todo lo que han vivido juntos. Y determinación, serena pero firme. Convicción de que la llamada de Diosito está detrás de esa mudanza (nn. 89 y 318 de los Ejercicios) y, sobre todo, la contemplación, en todo su encanto y radicalidad, de la vocación misionera plasmada en estas mujeres, destellos de la vida de Jesús.

Y sí, de hecho hemos celebrado, las risas entreveradas con lágrimas. Hemos agradecido a Dios por ellas, hemos admirado cómo, tras un discernimiento honesto, han seguido la invitación a salir de su zona de confort; podían haber continuado allí donde controlan todo, donde son queridas… pero se marchan a una realidad desconocida, más necesitada, como Yanashi.

En la homilía dije que “los misioneros estamos siempre de paso y hemos de tener el corazón libre, sin apegarnos a nada ni a nadie, con la disposición de marchar adonde Jesús nos pida”. Recuerdo siempre a otra religiosa que me contaba que sus inicios en la congregación le resultaron duros, hasta el punto de que pasó meses y meses con su maleta lista bajo la cama, por si tenía que irse a su casa al toque. Quizá sea ese aspecto el que me resultó más sugerente y enriquecedor: las hermanas tienen el corazón con las maletas hechas, siempre preparadas para salir.

Es verdad que al día siguiente acarreamos bultos enormes en el traslado material, pero ellas viven una itinerancia interior, van ligeras. No significa que los misioneros no amemos ni seamos amados, por supuesto que sí; ese lindo equipaje afectivo lo llevamos con nosotros, pero no nos puede estorbar ni hacernos tropezar cuando queremos avanzar y necesitamos cambiar. A diferencia de personas cuyos amarres les hacen aferrarse a un determinado lugar, o tarea, o cargo, qué hermoso fue dejarse impactar por esa libertad de las MEMIs. “Reflectir para sacar algún provecho” (Ej 114), ojalá se me haya pegado algo.

Al final de la eucaristía, toda la comunidad parroquial envió a las hermanas (no solo las “dejó ir”), y la comunidad entera fue a la vez enviada, tomando el relevo, con más compromiso y fidelidad a la misión. Después hubo un programa, varias tortas, regalos de todo pelaje, cientos de fotos… Los discursos contuvieron palabras muy sentidas, de gratitud, de admiración. Las misioneras recibieron una catarata de cariño en sus últimas horas en Tamshiyacu. Pensé que era como el reverso de esa donación gratuita y genuina, ese ofrecer la vida sin decirlo ni darse importancia. El mejor premio del pueblo lindo, que olfatea y reconoce la autenticidad.

sábado, 14 de junio de 2025

SIERVO DE NUESTRA ALEGRÍA

 
Ha pasado un mes largo desde la elección de Robert Prevost y, ahora que veo que en RD empieza a haber noticias que no se refieren al nuevo Papa, y después de bastantes conversaciones con unos o con otros, me animo a escribir algunas impresiones sencillas acerca de estos primeros pasos de León XIV. Sin pretender darle consejos ni pedirle que haga nada; el pobre hombre ya tiene bastante encima.

La aparición en el balcón fue crucial, por las palabras y por la expresión gestual. El discurso, tan preciso, tan bien armado, con tanta intención, tan exhaustivo… me hace pensar que la noche anterior, incluso los días previos, el bueno de Mons. Robert Francis debió intuir que le podía tocar. Eso no se escribe en diez minutos, y menos bajo presión… “paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Maravilla comunicacional por eficacia, impacto y concisión.

Una parte de la alocución fue en español, y dirigiéndose directamente a su diócesis de Chiclayo, en Perú. Alguien me hizo notar el otro día que Francisco, en la misma situación en 2013, no habló en español, a pesar de que era su lengua materna, y no la es de Prevost; y esto es muy relevante por la dimensión del mundo latino dentro de la Iglesia, y el especial contexto de tensión de los migrantes en USA. El Papa se mostró como un pastor genuino y como un valiente profeta, el que tenga oídos para oír que oiga.

La gesticulación fue muy contenida, discreta… pero su rostro lo revelaba todo. Un comentario en mi blog decía que “Me emocioné cuando le vi salir por primera vez al balcón. No vi un papa, vi un hombre emocionado, sencillo, humano, espiritual, sobrecogido por la nueva misión. Sí. Se le notaba un poco desbordado por las circunstancias, sin tiempo para encajar bien lo que le estaba pasando, por momentos a punto de llorar, conmovido pero determinado.

En la misa de inicio de su pontificado, el domingo 18 de mayo, León XIV se presentó como “como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”. Me sigue iluminando esta declaración. El Papa se piensa como servidor de la alegría del pueblo, catalizador del gozo de la fe y el seguimiento de Jesús. Recuerdo aquellas primeras jornadas y descubro sorprendido que era justamente la alegría el sentimiento predominante, y lo sigue siendo hasta hoy, a pesar de que, para mucha gente, Prevost era un total desconocido.

Veamos más comentarios de mi entrada sobre el viaje en el bote que olía a chancho:
- Qué alegría tan grande. Cuánto me alegro
- Pues lo pensé, dije: A lo mejor César ha estado con él en Perú, y no me equivoqué. Qué alegría tan grande, César. Me alegro mucho por ti. Algún día podrás ir a visitarlo a Roma. Me encanta este Papa desde que lo vi salir al balcón. Me emocionó. Un abrazo
- Pensé en ti y estaba deseando que escribieras algo... qué alegría más grande que lo hayas conocido… tiene cara de muy buena persona
- Hola César, que alegría que estés tan contento. Un abrazo

Es como si, con este hombre, Diosito nos hubiera concedido lo que se pide en la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales: “gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”. La felicidad más grande es cuando gozamos de la dicha del otro, como hacen los amigos verdaderos. La alegría y el gozo auténticos están descentrados, y son contagiosos, gestores de sinodalidad: el Papa León está abrumado, pero sereno y contento, y eso tiene un efecto multiplicador, todo el mundo parece estar encantado con él.

A principios de febrero de 2019 fui a Huacho, en la costa al norte de Lima, a un cursillo sobre el proceso rápido de nulidad matrimonial que el Papa Francisco estaba implantando. Había allí varios obispos, y el primer día, el seminarista que conducía el evento los iba mencionando para que los más de 200 participantes los conociéramos y saludáramos. Cuando llegó a Prevost, la aclamación fue enorme y atronadora: “¡Un aplauso para Monseñor Robert Francis!”. Se paró y saludó con la mano, esa sonrisa tímida que ahora vemos por todas partes. La gente lo quería mucho. Lo recuerdo muy bien porque me impactó.

Se me va acabando el espacio, solo añado que estoy convencido de que las reformas van a continuar y se van a profundizar, con un estilo de consolidación firme y tranquilo, como si actuara la mano izquierda de Francisco, menos espectacular y protagonista, pero más integradora. En concreto espero que se den pasos adelante con el Rito amazónico. Y un último comentario especialmente lúcido:

“Por su trayectoria, es una persona con importantes cualidades y capacidades para desempeñar este cargo. Si bien toda misión no depende de uno mismo, y se ve influenciada por la estructura en la que se contextualiza. Ojalá los corazones estén abiertos al soplo del Espíritu y no se empañen con resistencias estructurales que anclan las almas en el pasado. Pido para él que su determinación y coraje sean más fuertes que las presiones y miedos que puedan salirle al paso”.

sábado, 7 de junio de 2025

UN VIAJE DE 34 HORAS

 
Siempre hay que contar con que las programaciones en cualquier momento pueden irse al agua (nunca mejor dicho) y peor cuando el viaje implica a San Pablo, debería haberlo sospechado. El deslizador Zoe Alexa se malogró, yo tenía que llegar a Indiana al encuentro vicarial de pastoral social, y no quedó más remedio que embarcar en una la lancha para surcar 300 kilómetros de río Amazonas.

La lancha Charles es uno de esos barcos grandes, de carga y pasajeros, que hacen la ruta ida y vuelta de Iquitos hasta la triple frontera. Son muy planas, con poca quilla, lo que les permite navegar en la época de vaciante, cuando baja el nivel del agua del río. Disponen una gran bodega y dos o tres pisos para los viajeros, con capacidad, en este caso, para unas 150 personas.

Los espacios para el público están vacíos y preparados para colgar las hamacas, de modo que, cuando subes, tienes que encontrar lugar para acomodarte, colocando tu mochila y tus cosas debajo, siempre con un ojo atento para prevenir robos, que no son raros. Y así comienza una prueba de paciencia, resistencia y aguante, una lucha contra el aburrimiento y la inactividad que esta vez duró desde el domingo 30 de marzo a medianoche hasta el martes 1 de abril a las 10 de la mañana, cuando encostamos en Indiana.

Esta motonave además es especialmente lenta porque vende cosas, como una inmensa tienda flotante: cemento, ladrillos, cerveza, abarrotes… Y así se va deteniendo en muchísimas poblaciones de la ribera. Varias veces salí al balcón delantero a mirar dónde estábamos, y así pude saludar a gente que conozco de estos años de visitas: en Triunfo, Santa Isabel de Pichana, Cochiquinas… Todo el mundo se acerca al arribo de la motonave, para comprar, descargar, para montarse o chismear; en Breo me gritaban: “¿Padre, cuando vas a veniiiir?”. Y yo: “¿Hay masatooo?”. Se reían.

Claro, cuando aparecen pasajeros nuevos, tienes que irte a ocupar tu sitio en la hamaca, porque si no, te arriesgas a que alguien cuelgue la suya a diez centímetros y todo el rato se te eche encima, haya choques de cuerpos, y no puedas dormir. Yo me colocaba sentado con mis piernas abiertas, maletín y bolsas a ambos lados, para disuadir a quienes recién ingresaban de que se acoplaran a mis costados. El hacinamiento es quizá lo que menos me gusta de esta forma de viajar, no es ameno ir como anchovetas en lata.

Y luego está la pesadez, barajar el parsimonioso y desesperante paso de horas y horas, tratando de llenar el interminable tiempo de alguna manera. Duermes, estiras las piernas, te sientas y lees, charlas, das una cabezada, tomas un café (había un pequeño bar en mi planta), vas a cotillear dónde nos hemos parado de nuevo, te conectas a internet (hay WIFI), se te acaban los temas de conversación, terminas una novela y empiezas otra… Matías dice que ahora entiende mejor lo que significa estar en la cárcel, aunque allá creo que tienen espacio para hacer algo de ejercicio.

Por supuesto, te ofrecen comida: un poco de arroz adornado con cinco tallarines más trozo de pollo microscópico para almuerzo y cena, y un vaso de avena con un pancito en el desayuno. Pero el hambre arrecia y el personal va comprando galletas, trozos de keke, gaseosa, platos de comida en serio. Los desperdicios van proliferando por el suelo entre hamacas y bolsos, a pesar de que hay tachos.  Y la mugre se acumula en los habitáculos que son a la vez WC y ducha, disminuyendo proporcionalmente las ganas de usarlos.

Dos noches amontonado entre hamacas, un bebé que llora a metro y medio, un par de mujeres que incomprensiblemente no paran de hablar en alto a la 1 de la madrugada, la lluvia que se mete por estribor y te moja, más la inactividad, el tedio, la indolencia… te agotas y terminas reventao. Pero a la vez con una especie de síndrome de Estocolmo fluvial: total, ahí no tienes que hacer nada, todo el día tirao de la vida, te alimentan más o menos, estás conectado… Mejor me quedo a vivir en la lancha. Pero no todavía; ya, si eso, más adelante.



martes, 3 de junio de 2025

NADIE NOS DA PALMADITAS EN LA ESPALDA


Definitivamente, ser “jefe” es una 💩, y memos mal que está el emoticono, porque si no, seguro que el algoritmo censuraría la lisura. Viendo el balance de ventajas e inconvenientes, le dan a uno ganas de salir corriendo; me anima pensar que se trata algo temporal y terminará (digo yo).

La autoridad es un servicio esforzado; la responsabilidad, una pesada carga. Pero ¿realmente los demás lo ven así? A veces lo dudo. En tal caso tendría que llegarte algún feed back en clave de “ánimo, adelante, no te vengas abajo, estamos contigo, etc.”. Pero ni modo.

La dura realidad es que trabajas muchísimo más de lo que deberías, te ves metido en fregaos que no te corresponden y como premio te llevas bastantes bofetadas perdidas y buenas raciones de críticas, algunas de lo más crueles. Es una desproporción tan injusta que me da rabia. Mi amiga Luisa, que vive en una situación paralela, dice que nadie nos da palmaditas en la espalda, en todo caso palmetazos😄…

“Mandar” quema muchísimo, te aísla de la gente y te convierte en el culpable de casi todo. Me llegan comentarios sobre mí que son absolutamente falsos, rebasan el límite del respeto y no entiendo cómo alguien puede propagarlos. Chismes que te convierten en una espacie de déspota que disfruta fastidiando de manera dictatorial y arbitraria a quienes supuestamente te caen mal.

Pero por favooorr -dice Luisa- no caigamos en la autocompasión y el victimismo. Cuando estamos enfadados, “hay que dejar que las sensaciones y sentimientos se asienten, y solo después se puede comenzar a procesar. Esto nos moldea y se recoloca el centro de gravedad, que no está en nosotros mismos; solo somos cauces para que el río pase, no somos el río”.

Es cierto que “no tenemos el dominio sobre los corazones y mentes de los demás, aunque estén llenos de maldad”; yo más bien creo que se trata de prejuicios unidos siempre al desconocimiento. ¿Cómo se puede deducir que el tono de unos mensajes totalmente neutros es “agresivo”? Solo si el que los lee está ya cargado y los interpreta desde esa imagen deformada que tiene de ti.

¿Y por qué esto? ¿Es por resistencia o temor al cambio, a lo desconocido, a la pérdida de poder o control, como si uno fuera una amenaza? Tal vez; “nadie se rebota si no es porque percibe una amenaza”, dice Luisa. Miedo a que le muevas su pequeño reino, a que le cuestiones, a que le saques de la zona de confort, a que le cantes las verdades del barquero. Por eso tienes que pedir perdón casi a diario, a eso me dedico.

¿Qué hacer? Más bien, la cuestión es cómo hacer. ¿Callar, tratar de no intervenir? Ya lo he intentado, pero Henry me dijo: “con tu silencio estás hablando todo el tiempo”. No te libras de ser juzgado. Entonces, ¿escuchar más? Para eso tienen que permitirte acercarte, que al menos te concedan el beneficio de la duda, que estas de su parte, que quieres ayudar.

Tal vez escuchar e interpelar, cuestionar; más que afirmar o dar sugerencias. Con una actitud más heurística, en la perspectiva de descubrir juntos, encontrar posibles inconsistencias y aciertos, apuntar al objetivo, plantear preguntas constructivas y correctas. No lo sé. Tengo que profundizarlo más.

Por el momento, no aspiro a que me aplaudan todo el rato, solo a que no me machaquen, aunque ya me han advertido que es mucho pedir. Sí tengo claro, como mi hermana Berta, que es capital elegir buenas personas para trabajar codo con codo: “hace que los sin sabores de la gestión sean más llevaderos; la responsabilidad compartida y bien dirigida es la clave para que los equipos crezcan, avancen y logren metas”, dijo en su discurso de toma de posesión como decana.

Y no perder de vista que hay en el mundo gente que me quiere, me valora y cree en mí. No vaya uno a tragarse el papel de villano que otros intentan endosarle. Los palmetazos con abrazos son menos.