viernes, 12 de diciembre de 2025

CHORREA EL CRISMA Y CHORREA EL SUDOR

 
Tres confirmaciones en tres comunidades distintas un mismo día. Un total de cinco horas de navegación. Calor asfixiante e insoportable. Varios kekes, tortas y bandejas de bocaditos. Confesiones y ensayos al paso. Cuatro botellas de agua y vasos de gaseosas variadas. Retrasos, comidas tardías, toques de campana, aplausos e incontables fotos. Esta aventura, quizás única en la vida, merece contarse con más detalle.

Llegué a Pebas casi a las 11 de la noche… y me encontré con la velada a la Purísima, en plena fiesta patronal. Mi cabeza me decía “vete a acostar ya, que mañana es un día duro y tienes que madrugar”, pero ¿cómo no iba a danzar al menos una pieza? ¿Cómo rechazar ese plato de caldo de carne de res? Estaba buenazo. Me fui a la cama más de las 12 y puse la alarma a las 4:30.

La yincana sacramental de aquel sábado comenzó con el viaje tempranero a Cochiquinas: dos horas y tanto en deslizador Amazonas abajo: allá la confirmación, programada para las 8, empezó a las 9; como a su vez el desayuno estaba previsto para después de la misa, se dio más tarde de las 10:30. Es decir, las primeras seis horas de este día bien apretadito las pasamos sin probar bocado. Para más emoción.

El sol ese rato no pegaba tan durísimo, pero ya apuntaba maneras. ¿Podían haberse desplazado los confirmandos para lograr hacer una celebración en lugar de tres? Probablemente, pero se hubiera perdido la fiesta del Espíritu Santo en las comunidades, con la presencia significativa del ministro. Doña Lastenia nos puso calabresa con patacones, y rumbo a la segunda estación.

Para cuando encostamos en San Francisco y comenzó la misa, era ya mediodía. Las planchas de calamina del tejado se tornaron incandescentes, y la capilla una parrilla. Todo el mundo sofocado, abanicándose con lo que se pillara; yo me secaba a cada momento el sudor, el pañuelo enseguida ya no servía de lo enguachinado que estaba. El santo crisma estaba en un bote con la boca muy ancha, de modo que se chorreaba por la palma de la mano; y a la vez sentía cómo el sudor caía fluyendo por mi espalda, las gotas resbalando por mis piernas mojando el pantalón... Me acordé del salmo 133:

¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!
Es como el óleo perfumado derramado sobre la cabeza, que desciende por la barba de Aarón hasta el borde de sus vestiduras.
Es como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía el Señor la bendición, la vida para siempre.

Parece que el chorreo generoso del crisma, como aquel despilfarro de perfume de nardo en Jn 12, 1-8, tiene que ver con el brote de la vida, la armonía, la fraternidad; el pastor es el símbolo de la unidad, y por eso llega, derrochando esfuerzos y sudores, a ofrecer el don del Espíritu. Las lenguas de fuego no podían ser representaciones más oportunas y concordantes con el clima emocional y atmosférico. Me tuve que cambiar de polo después de cada Eucaristía, porque terminaban empapados.

El jalón hasta la tercera parada es más larguito, y ni siquiera el aire del río mitiga el bochorno. El sol se cuela por los laterales del bote y nos castiga, y continúa pertinaz en Triunfo, en donde nos hemos presentado con dos horas de tardanza. La comunidad acude presta, caras sonrientes. Sigo tomando sorbos de agua, pero noto mi voz ya más desgastada. Las velas (para contribuir a la temperatura), las renuncias a Shapishico, la imposición de las manos, los confirmandos colocados a mis costados en la consagración, la interminable sesión fotográfica final… todo transcurre gratamente, y creo que le gente se va contenta.

Son pasadas las 4:30 de la tarde y solo ahora, según el programa, se viene el almuerzo. Los papás de Edia nos invitan a doncella, pero casi no tengo hambre. El trayecto de regreso lo haremos ya anochecido, despacito y ayudándose d. Félix de un potente foco. A la hora de dormir, estoy tan cansado que no oigo la música de la “noche de talentos” en la plaza y me quedo como una piedra. Seguramente también por la satisfacción que siento después de una jornada rebosante, con tantos momentos de felicidad y fe compartidas.

sábado, 6 de diciembre de 2025

PASIVIDADES DE DISMINUCIÓN 2ª parte

 
Han pasado más de tres años desde que me atreví a escribir alguna consideración acerca de esta realidad inevitable. Y en este corto o largo tiempo, he seguido constatando que la cara oculta de la vida va invadiendo poco a poco el cuerpo, las metas, las relaciones y las energías. Una merma que no es reversible, como la del río, sino imparable y definitiva.

¿Cómo negociar con esta disminución que parece tener la última palabra? Teilhard habla de superar la muerte “descubriendo a Dios en ella. Y lo divino se hallará con ello instalado en nuestro propio corazón, en el último reducto que parecía poder escapársele”. Solo hay respuesta en Dios, igual que para tantas situaciones humanas que aparentemente no tienen remedio.

Y no es que “El Señor es la solución a todos los problemas”, como vi una vez escrito en un cartel a la entrada de un templo pentecostal. No. No se trata de negar ingenuamente el mal o de espiritualizarlo, se trata de combatirlo, se trata de reducirlo al mínimo, sabiendo que, en esa lucha y al final de esa lucha, nos abandonamos a nuestro Padre del cielo, conscientes en todo momento de que “el mal será siempre uno de los misterios más inquietantes del universo”.

La resignación, para ser verdaderamente cristiana, pasa por la resistencia activa: “mientras la resistencia sea posible se alzará el cristiano… contra aquello que merece ser apartado o destruido”. ¡Lo dice Teilhard! Así el cristiano encuentra a Dios en su esfuerzo de resistir al mal, “a través del Mal; a Dios, que está más profundo que el Mal”. ¿Cómo podríamos remontarnos yendo a lo más profundo, para vislumbrar el rostro de la Bondad en nuestros escombros de egoísmo, interés y maldad, y sus estragos?

“¿Qué posees tú que antes no hayas recibido?” (p. 43). Es una humildad con ojos abiertos que transfigura la disminución, la vuelve fecunda. Saber que, en todo momento, “Me recibo, más que me hago a mí mismo”. Estoy siempre, misteriosamente, en manos de Dios, que, más que conducir mi vida, “me hace ser” en medio de la contradicción humana. En expresión de Pedro salinas: “Qué alegría, vivir sintiéndome vivido”.

Para comprender sin entender la dinámica de mi minoración, necesito abandonarme, que fluya, como buen loco de Dios. Renunciar a manejar y aprender a contemplar, ir desocupando de mi ego el espacio de mi vida y dejarle sitio a Dios, según la intuición de San Juan: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30).

Teilhard dice además que “El alma humana (…) es inseparable, en su nacimiento y maduración, del Universo en que ha nacido” (p. 27). En palabras de Leonardo Boff: “Ha llegado la hora de armonizar el paso de nuestra conciencia con el curso de la Tierra, Casa Común”. Esa es otra pista en la hoja de ruta para sintonizar de manera fértil con la mengua personal y comunitaria.

Una luz, una esperanza y un alivio: es la experiencia de que, por más que uno decrece y desciende, siempre hay alguien que te quiere; personas cuyo amor resiste a todos los desgastes, las pérdidas, los descalabros y los menoscabos. Que permanecen, con la tenacidad un tanto insensata del amor verdadero. Lo saboreamos trayendo este diálogo final de la película “Tomates verdes fritos”:

- Ninny: Tú me has hecho pensar en lo más importante que puede darnos la vida. ¿Sabes qué es… lo que creo que es?
- Evelyn: No.
- Ninny: Amigos, buenos amigos.

sábado, 29 de noviembre de 2025

HACEMOS LO QUE PODEMOS, CON LO QUE TENEMOS Y LOS QUE SOMOS

 
Y estos somos, los de la foto: 10 sacerdotes y uno que se prepara. Faltaban 3, porque en total somos 13 presbíteros para 16 puestos de misión (hay 6 puestos que no tienen) en un territorio inmenso, mayor que países como Guatemala, Grecia, El Salvador o Bélgica, y habitado por más de 650 comunidades a lo largo de ríos y quebradas en plena selva amazónica. Ahora vas y lo cascas, como se decía en tiempos.

Los últimos años estamos logrando armar un encuentro con ayuda del Fondo Nueva Evangelización de la Conferencia Episcopal Española (¡gracias!), porque desplazarnos es costoso, a pesar de que ha aumentado la cantidad de movilidades, sobre todo en el Amazonas. Son dos días y medio de oro para convivir, formarnos, dialogar e incluso descansar.

A pesar de que es un presbiterio (la palabra se me queda grande) diminuto, procedemos de cinco países con solo cuatro curas locales, y constatamos distancias culturales, formativas y generacionales que es un reto superar, con el sueño y la responsabilidad de sumar diferencias, concepciones de la misión, motivaciones, bagajes, expectativas, maneras, experiencias… Mucha riqueza y muchos mundos distintos, un encanto y un lío.

El delegado del clero (también tenemos, ¿eh?), se vale de materiales ofrecidos en las jornadas nacionales de agosto - conferencias, textos, pistas para la reflexión…- para organizar sesiones de formación, con resonancias y diálogos. Pero esta vez le pedimos que dejara tiempos para que pudiéramos conversar libremente acerca de asuntos de la vida que nos afectan de lleno como sacerdotes y como grupo humano. Durante el primer día, uno de nosotros fue recogiendo propuestas de temas.

Alcanzamos a rescatar dos espacios, que resultaron muy valiosos. Tenemos acontecimientos recientes que nos afligen, sobre todo la renuncia de un compañero joven; hay malestar en torno a traslados muy seguidos, decisiones del obispo no bien explicadas o controvertidas, cuestiones más prácticas de la pastoral en las que necesitamos converger… Se trata de crear entre todos un ámbito seguro, de escucha y asertividad. De cuidado mutuo.

Y así lo vivimos. Cada cual se expresa con calma y espontaneidad; desde su experiencia, desde lo que le duele, con claridad y franqueza. Hay desacuerdos, pero no violencia. Es estupendo acoger la necesidad, compartir la perplejidad, comprender la encrucijada del otro, sus frustraciones y sus satisfacciones, tan cercanas a las mías. Y muy sanador poder reclamar a alguien, pedir ayuda, mostrar la propia vulnerabilidad y juntarla con la del otro, tan gemela.

El último día no había programado “trabajo”, solo esparcimiento. Nos fuimos a un recreo con piscina, pedimos un almuerzo rico, tomamos unas cervecitas, nos bañamos. Las conversas adquirieron otra sazón, entreveradas con bromas y risas, se dieron confidencias, comunicación veraz, pero en diferente longitud de onda. Facilitó conocernos, relacionarnos llanamente, con ligereza y familiaridad. Qué alivio sentir que soy uno de ellos, uno más, y unir chistes y carcajadas.

En la homilía que me tocó traje esta frase, que escuché hace tiempo al misionero Juancho Fuentes, y que se me quedó: “hacemos lo que podemos, con lo que tenemos y los que somos”. Somos muy pocos, pero tratamos de responder a Diosito entregándonos al pueblo lindo, y creo que Él no nos pide más. Brindando nuestra limitación, regalando nuestra pobreza lo mejor que podemos. Y buscando estar acompañados, algo clave para nuestra supervivencia vocacional.

Me he ido convirtiendo en experto en pedir ayuda: hablar con obispos, invitar a instituciones, congregaciones y misioneros a unirse a nosotros; incluso vienen a conocer, y se les ve entusiasmados, casi decididos, yo esperanzado… y al final siempre hay muchos motivos para quedarse (todos respetables, por puesto) y se te rompe el cántaro, como a la lechera. Quién se compra el pleito de la misión, a quién le importa de verdad… Es una frustración recurrente.

Por eso, si algún sacerdote con inquietud misionera lee esto, por favor, ¿podrías plantearte venir a trabajar al Vicariato San José del Amazonas? Aunque sea un tiempito. Te aseguro que serás feliz, nos ayudarás enormemente y encontrarás buenos compañeros.

sábado, 22 de noviembre de 2025

AJEBEKO-URUE: UN PUEBLO QUE BUSCA SU IDENTIDAD

 
Hasta hace unos meses, jamás había oído hablar de un pueblo originario llamado ajebeko-urue. De hecho, si uno busca en Google y se lo pregunta a la IA, lo más parecido es un restaurante francés-japonés Akabeko en París, cuyo nombre deriva de un juguete folclórico japonés en forma de vaca roja con la cabeza bamboleante. Pero el caso es que los ajebeko están a solo cuarenta minutos de Soplín Vargas, puesto de misión del alto Putumayo, en el río Penella. ¿Quiénes son estas gentes?

“¿Quiénes somos?”, cuenta Enrique que se preguntaron años atrás. Fue después de que los del gobierno llegaran a darles el título de propiedad de su tierra, inscribiendo a la comunidad como “nativa murui”. Poco después vinieron los maestros bilingües, pero resulta que, aunque eran murui, ¡nadie los entendía! y solo podían enseñar a los niños en castellano. Ahí se dieron cuenta de que no eran quienes hasta entonces habían creído.

Y es que muchos de ellos se llaman de apellido Caimito, un fruto bien dulce y también el nombre de uno de los clanes de la etnia murui-muinane. Hay una teoría que dice que los ajebeko son un clan escindido de los murui en la antigüedad, tras una guerra; de hecho, parece que su territorio-fuente estaría también en el Caquetá. Pero entonces, ¿cómo se explica que las lenguas sean tan diferentes? Otra hipótesis es que este pueblo proviene del tronco común de la gran familia huitoto, pero es de hecho distinto.

Hemos atracado en Santa Teresita y ya nos están esperando en el puerto. Se han ataviado con sus vestimentas tradicionales y varios hombres llevan sus coronas de plumas. Estrechamos todas las manos y ahí mismo hay una primera danza, un círculo rítmico que nos rodea dándonos la bienvenida. Nos invitan a pasar a su maloka, que me fijo que es de concreto y calamina. Allí piden que se sienten “los vejucos”, es decir, los adultos*. A pesar de que somos desconocidos, percibimos buen humor y bromas.

Hay más danzas. Noto que solo algunos abuelos saben las canciones, los pasos son vacilantes, inciertos… Pero participan los niños, hay un interés por mostrar y transmitir lo suyo. Lo mismo ocurre con las comidas, que en un momento llenan las mesas que han dispuesto. Son platillos muy similares a los de otras etnias, a base de yuca y pescado, sobre todo, pero tienen sus propios nombres. La mujer que nos los presenta evita decir la palabra “kawana” cuando toma la jarra con esa bebida a base de piña y almidón, porque ese es el término murui.

Se suceden varios discursos: el cacique (que es mestizo), la promotora del internado que nos acompaña, el padre… los blancos y mestizos acaparan la palabra y yo, mirando las caras de los moradores, sé que no se están enterando ni de la mitad porque su español es justito. Yo tampoco entiendo casi nada hasta que por fin ellos mismos, los indígenas, comienzan a hablar.

El señor Enrique narra que “No somos murui, pero pensábamos que sí. Nuestros abuelos y padres nos contaron la historia, pero nos preguntamos quiénes somos nosotros, cómo hemos llegado hasta acá”. Otro vecino dice que hay una franja de selva, en el Angosilla, donde vivieron antes, donde están enterrados sus antepasados. “Ahí ingresamos, cazamos, pescamos, pero no está titulado a nuestro nombre”. Es parte de su territorio ancestral.

La profesora también tiene claro que no son murui: “no mambeamos coca, no chupamos ambil (tabaco). No necesitamos las plantas para comunicarnos con Dios”. Muchos son evangélicos, y es probable que los misioneros hace décadas les prohibieran el mambe; pero no se pueden definir como cultura de manera negativa o por oposición, y de hecho “tenemos nuestros cuentos, adivinanzas, saberes medicinales, la historia de nuestros orígenes. La lengua no está escrita, estamos en ello, hay reuniones donde discutimos cómo escribir las palabras, con qué letras y signos”. Es increíble.

Recién comencé a captar en qué situación están, y lo apasionante que sería poder acompañar a esta gente. Un pueblo originario que indaga sus raíces, que busca reconstruir sus señas de identidad, que trabaja para conocer quiénes son y sueña con serlo de verdad. Qué hermosura. Queda un largo camino para lograr un reconocimiento “oficial”, pero ellos ya están remando. “La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (Laudato Si 145), y por tanto ayudar a que una cultura reviva y perviva es un servicio que “enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo”, dijo el Papa Francisco en Puerto Maldonado.

¡Qué envidia me dan mis compañeros misioneros acá en Soplín! Porque solo precisan escuchar, mirar, estar con ellos. No les den muchos discursos ni les hagan muchas propuestas de hacer cosas. Solo respaldar, preguntar, aprender, dialogar, contemplar. Y recibir, como por ejemplo yo, una corona de regalo. Con un abrazo y una cuestión sonriente: “¿cuándo vas a regresar?”

* Es un juego de palabras sarcástico: “bejuco” es cualquier liana o planta trepadora de la selva, que acá suplanta a viej-uco, viejuno, viejo.



sábado, 15 de noviembre de 2025

TEMPORADA DE CONFIRMACIONES


Como es habitual cada final de año, la chamba primordial son las celebraciones de la Confirmación, que motean el calendario y acaparan buena parte de los esfuerzos por todo el Vicariato. Para mí son una labor de sustitución y ayuda al obispo, que es el ministro propio; y como este año es probable que sean las últimas oportunidades, intento disfrutar al máximo esas experiencias.

La temporada comenzó el fin de semana pasado en Tamshiyacu, un lugar donde me siento especialmente a gusto y bien recibido. El sábado en la noche han programado los últimos preparativos y las confesiones. El ensayo es una ocasión para conectar con los confirmandos, en su mayoría adolescentes y jóvenes de entre 15 y 20 años, y favorecer así que la celebración fluya.

Es la primera vez que nos vemos, así que me saco una batería de bromas cuya eficacia está sobradamente probada hace años: “¿están nerviosos?”, “hablen más alto que solo se ha enterado el cuello del polo”, o bien fastidiar a los que se equivocan en el diálogo de la crismación: “y con tu espíritu, amén” o burlarme de esa coreografía que tienen que hacer los confirmandos al entregar las ofrendas: venia, vuelta, reverencia, etc. Sus sonrisas despiden relax y confianza.

Las confesiones son medio obligadas por la solemne ocasión, pero es curioso que siempre aparecen temas bien delicados y fuertes, salpicados con abundantes lágrimas, especialmente de las chicas. Los episodios vitales que jamás se atreven a contar pueden escapar en ese ámbito de máxima reserva. Lástima que normalmente no se confiese casi nadie; estoy seguro que, si trabajáramos mejor este sacramento con buenas catequesis, se ayudaría mucho.

Domingo en la mañana, día d y hora H. Me voy a la puerta a esperar a los muchachos mientras llegan tarde casi todos (les habían insistido en que a las 7:30, pero ni modo). Ahora los chistes infalibles son contra los atuendos de Sissi emperatriz o los ternos y camisas: “están tan elegantes que no parecen ni ustedes mismos”. Voy probando los nombres -alguno muy difícil- leyendo los solapines, me prendo el de la más tardona. Hay más risas, rapidito les recuerdo las respuestas de la renovación de las promesas bautismales y el crisma, la iglesia está casi llena.

A esas alturas, ya somos colegas, y el contacto visual va allanando la comunicación y contribuyendo a que cada gesto sea entendido y vivido lo mejor posible. Porque es un día único, y no es cuestión de estar distraídos o perdidos. Cuando se logra empatizar así con la asamblea y se la implica en la reflexión acerca del Evangelio con preguntas, más chanzas y alusiones a la vida cotidiana (la minga, el cumpleaños, la creciente del río…), la liturgia llega, une, enseña y hace festejar lindo.

En cada imposición de manos y en cada crismación, hay una mirada y un intercambio de sonrisas silenciosas. Me siento muy satisfecho por ser instrumento humilde del Espíritu, repartidor ocasional y gratuito de los dones de Dios y facilitador de la llegada de la gracia divina a estos jóvenes plenos de futuro. Orgulloso de poder prestar este servicio tan genuinamente misionero. Privilegiado de entregarles lo mejor el día que nos conocemos, acaso no volvamos a vernos… ¿Pero no es siempre así?

La catarata de fotos forma parte del festejo, casi como una rúbrica más del ritual. Uno a uno, los confirmandos, sus padrinos, sus familias y yo vamos posando. “Felicitación” voy diciendo a cada protagonista, todos encantados. Y obtengo a cambio infinidad de “gracias”; porque acá la gente es muy hábil para agradecer, con esa humildad que te desarma y a mí me enamora. La mamá de Jenda me dice: “padre, le invito ahorita”. Ese “desayuno” (son las 10 de la mañana) resulta ser un platazo de arroz con pato.

Y, sí. Puesto que ya me queda poco de esta cosa de vicario general (queriendo Dios), me voy despidiendo de presidir confirmaciones; que, por si no se había notado, es de lo poquito que me gusta de este-a cargo-a. Alguna ventaja tendría que tener, ¿no? De modo que voy a aprovechar, porque la gira por diez puestos de misión no ha hecho más que empezar.