Un día de mayo pasado, Fede, el delegado de misiones de
Mérida-Badajoz, me avisó de que Miguel Sánchez Murillo me había ingresado en
el obispado un donativo de 1500 € para la misión de parte de su parroquia de
Guadiana. Me llevé una sorpresa porque este compañero y yo apenas nos
conocíamos de vista, no había habido mucha relación; pero la generosidad tiene
ese componente imprevisible de lo divino.
Como es natural, le escribí agradeciéndole; ese dinero fue
empleado en diferentes necesidades (el programa de becas para estudios de
jóvenes y diversas ayudas a la infancia), y la vida continuó los meses
siguientes. Vine a España, pasaron algunas semanas, se acercaba la Navidad y
un día Miguel me llamó para invitarme al festival que en Guadiana organizan
todos los años con los niños y los padres de catequesis. Agarré algunos
regalitos y allí me presenté el sábado 21 de diciembre sin sospechar lo que iba
a presenciar.
Quedamos a las 4 de la tarde para tomar un café, reconocer
nuestros rostros después de más de diez años, y acordar que yo diría unas
palabras al principio del evento, que empezaba media hora más tarde. Guadiana
es un pueblo nacido entre 1949 y 1951, cuando 276 colonos junto con sus
familias procedentes de distintos lugares de Extremadura y Andalucía fueron
instalados allí en el marco del Plan Badajoz. Hoy cuenta con más de 2500
habitantes.
La iglesia, grande y nueva, estaba repleta de niños,
adolescentes, sus papás y mamás, y las catequistas, todas ellas mujeres. Se
veían muchos gorros navideños, y lo presidía todo el misterio, ya ubicado
a los pies del altar. Después de mi intervención, en la que di las gracias y
conté cosas de la selva, comenzaron a pasar los distintos grupos de catequesis
cantando los villancicos que habían preparado. Las catequistas, de rodillas
frente a los chicos, dirigían las actuaciones y fueron coordinando toda la
actividad.
Finalizada la parte musical, Miguel invitó a todos a las
eucaristías de estas fiestas y se despidió porque tenía que irse a su otro
pueblo, Alcazaba. Me dejó a cargo de Manuel, su “diácono sin ordenación”, como
lo llama. Con él me dirigí al local municipal, donde me quedé impactado de
lo que vi y escuché. Estaba también a full, y ambientado con esas
estufas que parecen setas gigantes, como el templo.
Las catequistas y las mamás de los niños arman cada año un mercadillo
navideño en el que venden artesanías y adornos que ellas mismas realizan, o
bien compran y traen. Además, hacen un chocolate con keke a 1 € el vaso y 1
€ la porción, y doy fe de que estaban bien ricos; las familias colaboran
para los implementos: cacao, leche, huevos… Y todos acaban siendo sus
propios clientes, me contaban divertidas las catequistas.
Mientras Elena (no se me olvidará su nombre) iba de mesa en
mesa vendiendo papeletas para la rifa de una paleta (jamón pequeño, pa que
lo entiendan los del Perú) y una botella de vino, Manuel me seguía refiriendo
cosas del pueblo: esta iniciativa lleva más de 35 años celebrándose, lo
recaudado se mandaba siempre al comedor de Sorochuco que llevaba Josely, y
ahora han decidido colaborar con San José del Amazonas. Sin que nadie lo
pidiera; es más, era la primera vez que yo ponía el pie en ese lugar.
Este bello compartir encaja en la personalidad de Guadiana, una
población tradicionalmente muy solidaria, que se vuelca con los más vulnerables
a través de muchas acciones: tómbola, carrera “Guadiatón”, coordinación con
el Banco de Alimentos, apoyo a diferentes asociaciones y colectivos… Tal vez su
ADN de emigrantes que al llegar empezaron viviendo muy precariamente en barracones
les haya dado esta sensibilidad, que los hijos sin duda aprenden e incorporan. Para
ayudar a los damnificados por la dana, enviaron a Valencia un trailer
cargado de alimentos y productos de limpieza; lo condujeron el dueño del camión
y el alcalde, pero con ellos sin duda iban todos los vecinos.
Recuerdo que esta localidad cambió de nombre hace cuatro o
cinco años: era “Guadiana del Caudillo” y se quitó el apellido, pero muy
bien podría haberlo reemplazado por “Guadiana de la solidaridad”. Le caería
como un guante por el corazón tan grande de su gente. Gracias Guadiana por esta
ráfaga de amor demostrado con hechos (1 Jn 3, 18) sencillos, pero veraces, efectivos
y constantes. Linda manera de arrancar el año.