martes, 31 de diciembre de 2013
FABULOSO 2013
A pesar de que este 31 de diciembre ha empezado torcido por un maldito virus que me hizo pasar una noche toledana, no pienso dejar que lo hecho polvo que me encuentro empañe mi visión de este año que termina. 2013 ha sido estupendo y uno de los más decisivos de mi vida, ha superado todas las expectativas.
"Somos el tiempo que nos queda", escribí hace más o menos un año. Así lo creo: somos futuro, esperanza que busca cuajar, camino que apenas se vislumbra. Pero somos también lo vivido, soy los abrazos compartidos, soy la dureza y la levedad de los días, la brillantez de la risa, la áspera soledad, el sabor de la melancolía, una colección de momentos recibidos y contemplados como un prodigio.
Y luego está la gente. Soy lo que en mí cría cada persona, soy lo que me regalan aquellos a quienes amo, su ser entregado que pronuncia mi nombre. Gratuitamente. Mi sobrina Pilar, a sus 6 años, me ha pintado sonriendo, y me ha clavado, porque así me siento: feliz y afortunado.
Gracias al Señor por este año magnífico, por tanto don. Gracias a quienes me queréis. Y gracias a quienes leéis estos trozos de mi vida que vuelan por el ciberespacio. Seguiremos conectados en 2014, que también promete... ¡FELIZ AÑO NUEVO!
viernes, 27 de diciembre de 2013
POESÍAS DE DICIEMBRE
Texto: Eugenio Campanario
Este mes es el de los niños por excelencia. Por eso hoy traigo a Gabriela. Gabriela es una mágica niña de 8 años que cultiva con esmero las semillas del embrujo (con unas sólidas raíces familiares) y del teatro. Como brujos del siglo XXI utilizamos la escoba actual (el whatsapp) para encontrarnos. Yo le propongo de vez en cuando un tema, unas palabras… y ella desarrolla en unos segundos una historieta maravillosa, llena de vida, de ritmo, de alegría y movimiento. A estas imágenes yo les pongo unos versos finales.
Al resultado le llamamos “suspiversos”. Suspiros de teatro y versos, unidos. Presento dos ejemplos: la Mariposa (Gabriela hizo una puesta en escena fantástica que acabó con la vida de unas cortinas de su casa, que fueron sus alas) y La lámpara enfadada, cuyo origen es exclusivamente suyo. Se presentó como una lámpara furiosa, indignada porque “nadie me enciende”. Es una fuerza creativa en formación que transforma todo a su alrededor.
Este mes es el de los niños por excelencia. Por eso hoy traigo a Gabriela. Gabriela es una mágica niña de 8 años que cultiva con esmero las semillas del embrujo (con unas sólidas raíces familiares) y del teatro. Como brujos del siglo XXI utilizamos la escoba actual (el whatsapp) para encontrarnos. Yo le propongo de vez en cuando un tema, unas palabras… y ella desarrolla en unos segundos una historieta maravillosa, llena de vida, de ritmo, de alegría y movimiento. A estas imágenes yo les pongo unos versos finales.
Al resultado le llamamos “suspiversos”. Suspiros de teatro y versos, unidos. Presento dos ejemplos: la Mariposa (Gabriela hizo una puesta en escena fantástica que acabó con la vida de unas cortinas de su casa, que fueron sus alas) y La lámpara enfadada, cuyo origen es exclusivamente suyo. Se presentó como una lámpara furiosa, indignada porque “nadie me enciende”. Es una fuerza creativa en formación que transforma todo a su alrededor.
LA LÁMPARA ENFADADA
En un rincón, polvorienta
porque nadie la limpiaba,
de rabia se consumía
una lámpara enfadada.
“¿Cómo es posible..?”, decía;
“¿Cómo es posible…?””, pensaba,
“¿ que con lo que valgo y luzco
no me enciendan en la casa?”
“Nadie me enciende”, decía;
“Nadie me enciende. ¡Qué rabia!
Lo menos hace mil años
que la luz por mí no pasa”.
Y así se pasan sus días,
aunque grita y aunque canta.
Nadie la enciende, ¡qué pena!
LA MARIPOSA
La mariposa volaba…
y era tan bella!
Era joven y alegre,
con alas negras.
Volando y volando
se siente reina.
¡Ay, si quien la envidia
pudiera verla!
De tanto distraerse…
va y se la pega.
Tras porrazo tan grande
da pena verla.
Terminamos con pupa,
sin moraleja.
Pero si tienes alas,
nunca las
pierdas.
domingo, 22 de diciembre de 2013
TRISTE Y TRAICIONERA ALEGRÍA NAVIDEÑA
Es una costumbre en mi pueblo, como en otros muchos: salir por la calle a cantar villancicos a quien se ponga por delante y entrar en varias casas de gente mayor a ofrecer nuestro arte por si no se han enterado de que estamos en Navidad.
La cosa empieza en los Pisos Titulados a la hora del café de media tarde. Conchi, Mello y Eugenio nos tenían preparada una merendola a base de anís, polvorones, caramelos y chuches para los niños. Como este año los guitarristas éramos unos aficionados (faltaba el maestro), las coplas sonaban más "caseras". Otros años Celes y Antonia Rosca han sacado a bailar a Avelino. Los ancianos escuchan los gallos con caras entre la resignación y la perplejidad. Pero es un momento bonito, y hasta José el vallero se ha arrancado a cantar.
Es un recital indiscriminado, pero también tiene sus objetivos claros y tradicionales: los más mayores de Los Barrios. Y hacia allí pusimos rumbo enseguida, haciendo una parada en el Abanico para hacernos esta foto. A Faísco lo hemos entallao este año en casa de su hija Carmen, y nos ha recibido tan contento como siempre. Como en el libreto no teníamos su villancico favorito, Los Campanilleros, pues lo ha cantado él. La estrofa que más le gusta es la que dice:
A la puerta de un rico avariento
llegó Jesucristo y limosna pidió,
y en lugar de darle una limosna
los perros que había se los azuzó.
Pero quiso Dios, ...
que al momento los perros murieran
y el rico avariento pobre se quedó.
Jejeje, la vida está hecha de ritos... Luego, por supuesto, Saturnino y Agustina, que ya nos estaban esperando. Y finalmente Juanico, con su particular show. Me ha dado varios abrazos mientras me decía: "¡que se esté usté muchos años con nosotros!", y me invitaba a su Alameda a coger higos, que hay muchos. Remedios sacó otra ronda de anisete, los cachetes de Isabel pasaron a carmesí, los zagales se tomaron una cocacola, Mari Carmen había vendido ya varias papeletas de la rifa del pavo y... cada mochuelo a su olivo hasta el año que viene.
Al llegar a casa me aplastó un poco el silencio. En el paladar notaba el regusto de esa especie de alegre tristeza de la Navidad. Una soledad que te palpita en las sienes, lenta pero implacable. El rumor de todas las amarguras de la vida, de lo que pudo ser y no fue, todo regresa por momentos como escombro o como cansancio que oscurece y atolondra. La tonadilla de la dedicatoria de Ana María Matute en "Olvidado Rey Gudú":
A todo lo que olvidé.
A todo lo que perdí.
Sí. Es una melancolía impostora, envuelta en belenes, turrón o adornos, que encuentra en estas fechas su caldo de cultivo. Reaparece sin paliativos, porque todos tenemos heridas, pero queriendo ser íntima con la excusa de no entorpecer el general jolgorio, y así logra permanecer a salvo de aceites y vinos (Lc 10, 34) sanadores. Pero a mí me aturrulla, e intento espantarla escribiendo esto. Perdonen los hooligans de la Navidad.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
UNA FLOR DE COL A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Me encanta el mercadillo de los viernes en mi pueblo. Es una gozada, sobre todo en días soleados, pasear por él, ver los tenderetes, si hay muebles hoy, o chucherías, mirar calzoncillos, zapatos o pimientos... No suelo comprar ná, me gusta mezclarme con la gente y simplemente saludar. "¿Cómo está tu padre?". "Vaya usted con Dios". "¡Ohh esta niña, qué grande!"... etc. Alternar, bromear, ver a este o a la otra... El papa Francisco lo llama "el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente (...), la intensa experiencia de ser pueblo (...), que nos llena de alegría y nos otorga identidad" (Evangelii Gaudium 268-274).
El viernes pasado, Jose Mari, que tiene un puesto de plantas y macetas, me regaló esta preciosidad de flor. Nos conocemos solo de vernos ahí en el mercata y meternos con David, pero ya la simpatía fluye. La amabilidad sencilla de las personas es apabullante. Es la elegancia que mejor rima con la pequeñez de Dios en el belén. Qué bonito ser pueblo.
Pasan los días, y a medida que la Navidad asoma, el cansancio se hace sólido en mí. Como cada año. No sé si quizá la gente lo intuye, pero el caso es que se me siembra el camino de detalles. Doy la comunión y recibo a cambio el aguinaldo en forma de caja de bombones, o aparecen en el despacho unas flores de miel, hermoseadas de cariño.
Las fatigas ajenas se me imponen, ineludibles, y más estos días. "Si pudiera dormirme y despertarme el 7 de enero, sería feliz, mirusté". A veces, como esta mañana, escucho a una persona y siento cómo su dolor se me pega a la piel, su pena me impregna, se me mete dentro, hasta el fondo del alma. Acabo extenuado.
Por la tarde, las confesiones. Primero los niños, que me desperezan la sonrisa con sus pecados sabor a chupachup y a colacao. "Me río de mis amigos... cuando se tropiezan". Luego los mayores, y siempre algún corazón abierto con poder de revitalizar mis entrañas castigadas: "Yo siento a Dios. Lo necesito como el aire que respiro, sé que nunca me abandona"... Qué buena es la gente. Qué suerte ser pueblo, y este pueblo.
Y así ha transcurrido este día. Nada especial, lo sé. Un capítulo cualquiera del tortuoso devenir de la vida, por el que me encuentro con una flor de col en el rincón más insospechado. Una seña cómplice de Dios, como si fuera mi compañero del mus: "tira palante que tengo treinta y una".
sábado, 14 de diciembre de 2013
TODOS SOMOS COMO LA MORRONGA
“No os quejéis unos de otros”, dice Santiago. Madre, como nos vayan a evaluar en
esto, vamos fritos. Anda, que si lo abreviamos: “No os quejéis…”, entonces ya nos caemos con todo el equipo. Porque
todos somos como la Morronga, nos
dedicamos a la queja y el alarido.
La Morronga era una mujer del Valle que vivía en un casumbo al pie de la calle Colón. Resulta que, cuando los zagales salían de la escuela y pasaban por su casa, la insultaban, le tiraban piedras… y ella salía encendida como un tizón a gritarles soltando por esa bica todo tipo de lindezas. Pero lo gracioso es que, los días que pasaban y no le decían nada, ella, que estaba esperando, salía a pincharles, a provocarles para iniciar la pelea verdulera. Jejeje.
¡Cuánto nos quejamos! Vivimos en una permanente insatisfacción. Y la queja es una manera de llamar la atención, de vivir centrados en nosotros, en nuestras penas. Ayer una persona me preguntó que cómo estoy, que si estoy mejor (con efecto retroactivo, porque estuve malo hace dos meses, a mediados de octubre); contesté que sí y ya ella no me dejó hablar más, porque se puso a contarme todos sus males: “pues yo, mirusté, tengo unos dolores…”. Y es que ay, nadie está peor que yo. Pobrecito…
La Palabra es una llamada a atrevernos a estar alegres, una invitación descarada a la alegría. Una alegría que no depende de nada exterior: del placer, del tener ciertas cosas… Alegría que no supone la ausencia de problemas en la vida, de tristeza y sufrimiento, que eso nadie nos lo puede quitar. Es una alegría más sólida, construida sobre roca, sostenida cuando el viento arrecia. No es resignación fatalista porque “esto es lo que hay”, sino paciencia sensible y trabajadora: “robusteced las rodillas vacilantes”. Una variedad de esperanza que está injertada de alegría, como las nectarinas, porque al final todo será “alegría perpetua; (…) Pena y aflicción se alejarán”.
¡Probemos a sonreír! Una sonrisa lo cambia todo, hagamos la prueba (no es lo mismo entrar en la frutería sonriendo que con “cara de vinagre”, como dice el Papa, jaja). Tenemos razones más que de sobra, “lo que estáis viendo: los ciegos ven, los cojos andan…”. La sonrisa se nutre de los elementos luminosos y positivos de la realidad, que los hay, y muchos. Siempre podemos encontrarlos…
“Me acuerdo de la historia de un prisionero del nazismo. El pobre hombre era torturado todos los días. Un día lo cambiaron de celda. En la nueva celda había una claraboya, por la que podía ver un pedazo de azul durante el día, y algunas estrellas por la noche. El hombre quedó extasiado y escribió a los suyos sobre esa gran suerte.
Recuerdo que leí una novela sobre un prisionero en un campo de concentración soviético, en Siberia. El pobre hombre era despertado a las cuatro de la mañana; le daban un pedazo de pan. Él pensó: "Es mejor guardar un poco de este pan, porque puedo necesitarlo por la noche. No puedo dormir de tanta hambre. Si como de noche, tal vez duerma. Después de trabajar todo el día, se echó en la cama, con el cobertor que apenas lo abrigaba y pensó: "Hoy fue .un buen día. Hoy no tuve que trabajar en el viento helado. Y esta noche, si me despierto con hambre, tengo un pedazo de pan, me lo como y duermo bien." (Tony de Mello)
Estamos rodeados de pequeñas señales de que el Señor está en la vida de cada día y la sostiene en sus manos, no va a la deriva. Él trabaja en la realidad, Él obra en ti y en mí, nos hace madurar, nos prepara. Así que confiemos, dejémonos llevar, tranquilos y contentos. Que Él “viene en persona”; llegará, como las “lluvias tardías”, pero vendrá a borrar todas las lágrimas. No nos quejemos y sonriamos como las embarazadas cumplías porque estamos a punto de contemplar el rostro precioso de un bebé.
La Morronga era una mujer del Valle que vivía en un casumbo al pie de la calle Colón. Resulta que, cuando los zagales salían de la escuela y pasaban por su casa, la insultaban, le tiraban piedras… y ella salía encendida como un tizón a gritarles soltando por esa bica todo tipo de lindezas. Pero lo gracioso es que, los días que pasaban y no le decían nada, ella, que estaba esperando, salía a pincharles, a provocarles para iniciar la pelea verdulera. Jejeje.
¡Cuánto nos quejamos! Vivimos en una permanente insatisfacción. Y la queja es una manera de llamar la atención, de vivir centrados en nosotros, en nuestras penas. Ayer una persona me preguntó que cómo estoy, que si estoy mejor (con efecto retroactivo, porque estuve malo hace dos meses, a mediados de octubre); contesté que sí y ya ella no me dejó hablar más, porque se puso a contarme todos sus males: “pues yo, mirusté, tengo unos dolores…”. Y es que ay, nadie está peor que yo. Pobrecito…
La Palabra es una llamada a atrevernos a estar alegres, una invitación descarada a la alegría. Una alegría que no depende de nada exterior: del placer, del tener ciertas cosas… Alegría que no supone la ausencia de problemas en la vida, de tristeza y sufrimiento, que eso nadie nos lo puede quitar. Es una alegría más sólida, construida sobre roca, sostenida cuando el viento arrecia. No es resignación fatalista porque “esto es lo que hay”, sino paciencia sensible y trabajadora: “robusteced las rodillas vacilantes”. Una variedad de esperanza que está injertada de alegría, como las nectarinas, porque al final todo será “alegría perpetua; (…) Pena y aflicción se alejarán”.
¡Probemos a sonreír! Una sonrisa lo cambia todo, hagamos la prueba (no es lo mismo entrar en la frutería sonriendo que con “cara de vinagre”, como dice el Papa, jaja). Tenemos razones más que de sobra, “lo que estáis viendo: los ciegos ven, los cojos andan…”. La sonrisa se nutre de los elementos luminosos y positivos de la realidad, que los hay, y muchos. Siempre podemos encontrarlos…
“Me acuerdo de la historia de un prisionero del nazismo. El pobre hombre era torturado todos los días. Un día lo cambiaron de celda. En la nueva celda había una claraboya, por la que podía ver un pedazo de azul durante el día, y algunas estrellas por la noche. El hombre quedó extasiado y escribió a los suyos sobre esa gran suerte.
Recuerdo que leí una novela sobre un prisionero en un campo de concentración soviético, en Siberia. El pobre hombre era despertado a las cuatro de la mañana; le daban un pedazo de pan. Él pensó: "Es mejor guardar un poco de este pan, porque puedo necesitarlo por la noche. No puedo dormir de tanta hambre. Si como de noche, tal vez duerma. Después de trabajar todo el día, se echó en la cama, con el cobertor que apenas lo abrigaba y pensó: "Hoy fue .un buen día. Hoy no tuve que trabajar en el viento helado. Y esta noche, si me despierto con hambre, tengo un pedazo de pan, me lo como y duermo bien." (Tony de Mello)
Estamos rodeados de pequeñas señales de que el Señor está en la vida de cada día y la sostiene en sus manos, no va a la deriva. Él trabaja en la realidad, Él obra en ti y en mí, nos hace madurar, nos prepara. Así que confiemos, dejémonos llevar, tranquilos y contentos. Que Él “viene en persona”; llegará, como las “lluvias tardías”, pero vendrá a borrar todas las lágrimas. No nos quejemos y sonriamos como las embarazadas cumplías porque estamos a punto de contemplar el rostro precioso de un bebé.
lunes, 9 de diciembre de 2013
GOLPES DE MIS SOBRINOS III
Mi sobrina Pilar es muy lista. Llego el otro día y me la encuentro leyendo un cuento sobre Jesús (que probablemente le habrá traído el rey Baltasar...). "Explícamelo, tito". Lo vamos viendo y llegamos a la pasión: "¿Qué es crucificar?" (ay madre). "Es que eran muy bestias -le digo- y les clavaban en un tronco, etc.". Paso la página y me doy cuenta de que menos mal que viene la resurrección, y se ve en el dibujo al ángel anunciándosela a las mujeres. Alivio inexistente:
- "¿Y qué quiere decir que Jesús ha resucitado?". Jejeje.
- "Pues mira, que aunque había muerto, Dios le ha devuelto la vida y ya no muere más".
(Me mira fijamente en silencio)
- "Y eso le pasa solo a Jesús?"
- Noooo hija, eso nos pasa a todos.
(Otra pausa procesando información)
- "Pues no, tito, porque mi bisabuela se murió y yo no la veo por aquí".
- "Claro, porque Dios nos resucita pero aquí no, en la vida eterna".
- "¡ME LO TEMÍA!"
Jajajajaja!!! Tiene 6 años.
Muy graciosa, pero su primo Guille, a sus 7 años, es un profesional de la muerte, como lo era su madre. Ella cuenta que iban andando camino del cole y de repente le suelta:
- "Mamá, ¿cuántos años te quedan de vida?"
Jeje. Por la tarde, en casa, está en el baño y vuelve a la carga: "Pero mamá, los científicos inventarán algo para que no nos muramos, ¿no?". Yo me escachurro.
Y es que no hay peor cuña que la de la misma madera. Que se lo pregunten a mi hermana Mª Elena con su hijo Carlos. Ella, que es tan radical, siempre les está dando la castaña con "made in China" a los niños y a mi cuñao, "que hay que ver, que los chinos invaden el mercado, que esas cosas las fabrican seguramente niños que no pueden estudiar, y además son productos de malísima calidad", etc. etc. etc. Vamos, como para explotarte la cabeza, y lo digo por experiencia propia, que nos llevamos año y medio ¿eh?
Por lo visto la semana pasada a la madre se le metió en la cabeza comprarle a Carlete unas zapatillas que fueran medio zapatos, para ir un poco más arreglao. El niño no quería, y ella erre que erre, ahí, sin piedad, intentando convencerlo. Hasta que fue y le compró las zapatillas de vestir... en una tienda de chinos. Mi sobrino, de 9 años, las ve y dice:
- "Que sepas que son horrorosas. Y además de horrorosas, ¡HECHAS EN CHINA! ¡Usas a los chinos para lo que te interesa!
Me lo imagino: es igualito que su madre. Jejejeje.
- "¿Y qué quiere decir que Jesús ha resucitado?". Jejeje.
- "Pues mira, que aunque había muerto, Dios le ha devuelto la vida y ya no muere más".
(Me mira fijamente en silencio)
- "Y eso le pasa solo a Jesús?"
- Noooo hija, eso nos pasa a todos.
(Otra pausa procesando información)
- "Pues no, tito, porque mi bisabuela se murió y yo no la veo por aquí".
- "Claro, porque Dios nos resucita pero aquí no, en la vida eterna".
- "¡ME LO TEMÍA!"
Jajajajaja!!! Tiene 6 años.
Muy graciosa, pero su primo Guille, a sus 7 años, es un profesional de la muerte, como lo era su madre. Ella cuenta que iban andando camino del cole y de repente le suelta:
- "Mamá, ¿cuántos años te quedan de vida?"
Jeje. Por la tarde, en casa, está en el baño y vuelve a la carga: "Pero mamá, los científicos inventarán algo para que no nos muramos, ¿no?". Yo me escachurro.
Y es que no hay peor cuña que la de la misma madera. Que se lo pregunten a mi hermana Mª Elena con su hijo Carlos. Ella, que es tan radical, siempre les está dando la castaña con "made in China" a los niños y a mi cuñao, "que hay que ver, que los chinos invaden el mercado, que esas cosas las fabrican seguramente niños que no pueden estudiar, y además son productos de malísima calidad", etc. etc. etc. Vamos, como para explotarte la cabeza, y lo digo por experiencia propia, que nos llevamos año y medio ¿eh?
Por lo visto la semana pasada a la madre se le metió en la cabeza comprarle a Carlete unas zapatillas que fueran medio zapatos, para ir un poco más arreglao. El niño no quería, y ella erre que erre, ahí, sin piedad, intentando convencerlo. Hasta que fue y le compró las zapatillas de vestir... en una tienda de chinos. Mi sobrino, de 9 años, las ve y dice:
- "Que sepas que son horrorosas. Y además de horrorosas, ¡HECHAS EN CHINA! ¡Usas a los chinos para lo que te interesa!
Me lo imagino: es igualito que su madre. Jejejeje.
miércoles, 4 de diciembre de 2013
¿QUÉ TIENE QUE VER PLANCHAR CON LA CORRESPONSABILIDAD DE LOS LAICOS?
Sí, ya sé que no es muy glamuroso, pero esto es lo que se ve la mitad de los días en la puerta del cura de Santa Ana, cuando el sol se decide a rociar un poquito de su yesca en la parte delantera de mi casa, calle el Cuerno, 14 (que no 16). Más o menos a la hora del vermú.
Mi vecina Josefita es la que habitualmente orea mi colada en su terraza y su doblao, pero se ha puesto una rodilla nueva y está en el dique seco, así que he descubierto que secar la ropa es una cuestión de ingenio y de perseverancia. Como tantas otras cosas en la vida. Hay que ir rastreando una mijina de sol y buscando fuentes domésticas de calor: calzoncillos bronceándose, el tendedero portátil en la entrada, calcetines tostaditos al brasero, toallas ante estufas o radiadores... Esta rectoría tiene que parecer un mercadillo después de un chaparrón.
¡Qué días de frío, madre! Es horroroso. Para estar por casa, te pones el pijama con un chándal y la bata encima. El aceite se vuelve impracticable, se congela y tapona la boquilla del porrón con un carámbano; si vas untar galletas, al bote de Nocilla hay que trabajarlo con escoplo, sacar pegotes y meterlos en el microondas. Descongelar la comida es otro drama que también entra en el circuito textil: hay que traer el taper al salón, porque la cocina está a menudo a menos temperatura que los 5 grados del frigo, y no es broma (que se lo pregunten a Manolo Alegre). Y al terminar de ducharme, saco una mano por una rendija que abro en la mampara, agarro la toalla y me seco dentro, con los dientes acompañando sevillanas a pesar de que el calefactor está a toda marcha. Ay, qué fresquito es mi pueblo.
Otra experiencia totalmente choc es la plancha: como de eso se encargaba también Josefita, resulta que llevo dos meses en los que he planchado más que en los 43 años anteriores. Y oyes, le estoy cogiendo el truquillo, eeeh? Las camisas me imponían porque, cuando me había visto en el trance de planchar alguna, había echado media tarde y había acabado con los riñones aplastaos. Pero ahora, fiuuuuuuu, plancho como quien come pipas, mientras hablo con mi madre por teléfono o preparo la homilía del domingo. Y la camisas me quedan... que no se ven debajo del jersey.
Digo yo que será por la práctica, aprendemos a base de repetir. Esa es la pedagogía de los Ejercicios. Y eso le servirá, ahora que lo pienso, a la gente de mis parroquias. Si yo, con lo torpe que soy, plancho ahora con los ojos cerrados, los laicos de aquí pueden coordinar sectores completos de la pastoral, preparar reuniones y celebraciones, acompañar a los padres y padrinos, etc. Al principio cuesta un poco lanzarse, pero luego, por el camino, vamos adquiriendo destrezas, aprendemos equivocándonos, ensayando y atreviéndonos. La necesidad nos apremia y la vida, con sus repeticiones, nos capacita.
Se lo voy a cascar en la siguiente reunión: ¿qué tienen que ver el frío, secar la ropa, la plancha y la corresponsabilidad de los laicos en la misión? ¿Eeeeeh?
domingo, 1 de diciembre de 2013
SEAMOS ESPERANZA
Así me ha quedado la homilía del primer domingo de Adviento. Por si sirve.
Tenemos atrofiada la esperanza. La vida nos la han convertido en un paraíso artificial del consumo, del botón, de la satisfacción inmediata, del zapping, de la evasión… Es una vida futboleizada, perdida en historias sin importancia que nos distraen y nos domestican el corazón.
Es una distracción que a menudo lleva a la tristeza, a la vaciedad, a vivir la vida como “porque sí”, “porque toca”, conformándose uno con sobrevivir, que no es poco “con la que está cayendo”. ¿Quién se atreve a intentar decididamente ser feliz y no solo “ir tirando” y salir del paso como se pueda?
Nuestra fe es el anuncio de la salvación. Un anuncio sólido, sin paliativos, sin dudas: “el día se echa encima”. Podemos atrevernos a soñar. Aquello que más deseamos: que podamos ser hermanos, que haya paz, que no exista la pobreza, que todo ser humano sea feliz, sin lágrimas ni dolor, eso, todo eso, es posible y será realidad. Todo será nuevo y distinto. Aunque nos parezca increíble, aunque temamos la maldad del ser humano, la luz llegará, las espadas se transformarán en arados. Es más, ya está aquí: “el día se echa encima”.
“La esperanza se construye silenciosamente por las zonas de penumbra”, dice García Roca. Está despuntando el día. Hay mucha oscuridad todavía, pero el caminante sabe que la salida del sol es imparable. Y es necesario reconocer las señales del amanecer (“Daos cuenta del momento en que vivís”):
- el cuidado amoroso de tantos hijos a sus padres y familiares ancianos sin cobrar…
- los jóvenes que se levantan cada mañana para ir al instituto o a la universidad y luego se queman las cejas estudiando…
- las madres que se dejan la vida todo el día de aquí para allá, por su familia, por sus hijos…
- los trabajadores que luchan por defender los derechos de sus compañeros, y no solo los propios
- quienes, en medio de una tragedia o una catástrofe, son héroes que se entregan y salvan vidas…
- los que, sin hacer ruido, en el anonimato de cada día, quieren a los demás y les sirven…
…
Está abriendo el día. Pero hemos de coscarnos, de darnos cuenta de ello. Para que la corriente de pesimismo no nos arrastre. Para recargar la esperanza en nosotros. Para hacernos hermano en esperanza para los demás, compañero de esperanza en este camino que es vivir.
Y no depende de qué o cuánto hagamos (dos moliendo juntas…), sino de cómo seamos: forjar arados con las espadas es una tarea lenta, pequeña, constante, una artesanía de todos los días, y se hace con la sonrisa, con el cariño, con la acogida del otro, con el perdón. No hace falta irse de misionero ni “dejarse quemar vivo”, basta con tocar cada día la canción de nuestra propia vida con dulzura, con atención, con delicadeza. Es ser guitarra que acompaña el canto de mis hermanos, que lo sostiene y lo realza, con generosidad. Es ser la melodía que posibilita la llegada del Señor, el Reino aquí y ahora.
¡Saquemos la sonrisa y ánimo! ¡Feliz adviento! Todo será nuevo y distinto. ¡Confiemos! Aunque nos parece increíble, pero es que ya está sucediendo: el día se echa encima. Marchemos con alegría y seamos esperanza.
Tenemos atrofiada la esperanza. La vida nos la han convertido en un paraíso artificial del consumo, del botón, de la satisfacción inmediata, del zapping, de la evasión… Es una vida futboleizada, perdida en historias sin importancia que nos distraen y nos domestican el corazón.
Es una distracción que a menudo lleva a la tristeza, a la vaciedad, a vivir la vida como “porque sí”, “porque toca”, conformándose uno con sobrevivir, que no es poco “con la que está cayendo”. ¿Quién se atreve a intentar decididamente ser feliz y no solo “ir tirando” y salir del paso como se pueda?
Nuestra fe es el anuncio de la salvación. Un anuncio sólido, sin paliativos, sin dudas: “el día se echa encima”. Podemos atrevernos a soñar. Aquello que más deseamos: que podamos ser hermanos, que haya paz, que no exista la pobreza, que todo ser humano sea feliz, sin lágrimas ni dolor, eso, todo eso, es posible y será realidad. Todo será nuevo y distinto. Aunque nos parezca increíble, aunque temamos la maldad del ser humano, la luz llegará, las espadas se transformarán en arados. Es más, ya está aquí: “el día se echa encima”.
“La esperanza se construye silenciosamente por las zonas de penumbra”, dice García Roca. Está despuntando el día. Hay mucha oscuridad todavía, pero el caminante sabe que la salida del sol es imparable. Y es necesario reconocer las señales del amanecer (“Daos cuenta del momento en que vivís”):
- el cuidado amoroso de tantos hijos a sus padres y familiares ancianos sin cobrar…
- los jóvenes que se levantan cada mañana para ir al instituto o a la universidad y luego se queman las cejas estudiando…
- las madres que se dejan la vida todo el día de aquí para allá, por su familia, por sus hijos…
- los trabajadores que luchan por defender los derechos de sus compañeros, y no solo los propios
- quienes, en medio de una tragedia o una catástrofe, son héroes que se entregan y salvan vidas…
- los que, sin hacer ruido, en el anonimato de cada día, quieren a los demás y les sirven…
…
Está abriendo el día. Pero hemos de coscarnos, de darnos cuenta de ello. Para que la corriente de pesimismo no nos arrastre. Para recargar la esperanza en nosotros. Para hacernos hermano en esperanza para los demás, compañero de esperanza en este camino que es vivir.
Y no depende de qué o cuánto hagamos (dos moliendo juntas…), sino de cómo seamos: forjar arados con las espadas es una tarea lenta, pequeña, constante, una artesanía de todos los días, y se hace con la sonrisa, con el cariño, con la acogida del otro, con el perdón. No hace falta irse de misionero ni “dejarse quemar vivo”, basta con tocar cada día la canción de nuestra propia vida con dulzura, con atención, con delicadeza. Es ser guitarra que acompaña el canto de mis hermanos, que lo sostiene y lo realza, con generosidad. Es ser la melodía que posibilita la llegada del Señor, el Reino aquí y ahora.
¡Saquemos la sonrisa y ánimo! ¡Feliz adviento! Todo será nuevo y distinto. ¡Confiemos! Aunque nos parece increíble, pero es que ya está sucediendo: el día se echa encima. Marchemos con alegría y seamos esperanza.