“No os quejéis unos de otros”, dice Santiago. Madre, como nos vayan a evaluar en
esto, vamos fritos. Anda, que si lo abreviamos: “No os quejéis…”, entonces ya nos caemos con todo el equipo. Porque
todos somos como la Morronga, nos
dedicamos a la queja y el alarido.
La Morronga era una mujer
del Valle que vivía en un casumbo al
pie de la calle Colón. Resulta que, cuando los zagales salían de la escuela y
pasaban por su casa, la insultaban, le tiraban piedras… y ella salía encendida
como un tizón a gritarles soltando por esa bica todo tipo de lindezas. Pero lo
gracioso es que, los días que pasaban y
no le decían nada, ella, que estaba esperando, salía a pincharles, a
provocarles para iniciar la pelea verdulera. Jejeje.
¡Cuánto nos quejamos!
Vivimos en una permanente insatisfacción. Y la queja es una manera de llamar la
atención, de vivir centrados en nosotros, en nuestras penas. Ayer una persona
me preguntó que cómo estoy, que si estoy mejor (con efecto retroactivo, porque estuve malo hace dos meses, a mediados de
octubre); contesté que sí y ya ella no me dejó hablar más, porque se puso a
contarme todos sus males: “pues yo,
mirusté, tengo unos dolores…”. Y es que ay, nadie está peor que yo.
Pobrecito…
La Palabra es una
llamada a atrevernos a estar alegres, una invitación descarada a la alegría. Una
alegría que no depende de nada exterior: del placer, del tener ciertas cosas…
Alegría que no supone la ausencia de problemas en la vida, de tristeza y sufrimiento,
que eso nadie nos lo puede quitar. Es una alegría más sólida, construida sobre
roca, sostenida cuando el viento arrecia. No es resignación fatalista porque
“esto es lo que hay”, sino paciencia sensible y trabajadora: “robusteced las rodillas vacilantes”.
Una variedad de esperanza que está injertada de alegría, como las nectarinas,
porque al final todo será “alegría
perpetua; (…) Pena y aflicción se alejarán”.
¡Probemos
a sonreír! Una sonrisa lo cambia todo, hagamos la prueba (no es lo mismo entrar
en la frutería sonriendo que con “cara de vinagre”, como dice el Papa, jaja).
Tenemos razones más que de sobra, “lo que
estáis viendo: los ciegos ven, los cojos andan…”. La sonrisa se nutre de
los elementos luminosos y positivos de la realidad, que los hay, y muchos.
Siempre podemos encontrarlos…
“Me acuerdo de la historia de un prisionero del
nazismo. El pobre hombre era torturado todos los días. Un día lo cambiaron de
celda. En la nueva celda había una claraboya, por la que podía ver un pedazo de
azul durante el día, y algunas estrellas por la noche. El hombre quedó
extasiado y escribió a los suyos sobre esa gran suerte.
Recuerdo que leí una novela sobre un prisionero en
un campo de concentración soviético, en Siberia. El pobre hombre era despertado
a las cuatro de la mañana; le daban un pedazo de pan. Él pensó: "Es mejor
guardar un poco de este pan, porque puedo necesitarlo por la noche. No puedo
dormir de tanta hambre. Si como de noche, tal vez duerma. Después de trabajar
todo el día, se echó en la cama, con el cobertor que apenas lo abrigaba y
pensó: "Hoy fue .un buen día. Hoy no tuve que trabajar en el viento helado.
Y esta noche, si me despierto con hambre, tengo un pedazo de pan, me lo como y
duermo bien." (Tony de Mello)
Estamos rodeados de pequeñas señales de que el Señor
está en la vida de cada día y la
sostiene en sus manos, no va a la deriva. Él trabaja en la realidad, Él obra
en ti y en mí, nos hace madurar, nos prepara. Así que confiemos, dejémonos
llevar, tranquilos y contentos. Que Él “viene
en persona”; llegará, como las “lluvias
tardías”, pero vendrá a borrar todas las lágrimas. No nos quejemos y
sonriamos como las embarazadas cumplías
porque estamos a punto de contemplar el rostro precioso de un bebé.
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