sábado, 14 de diciembre de 2013

TODOS SOMOS COMO LA MORRONGA

“No os quejéis unos de otros”, dice Santiago. Madre, como nos vayan a evaluar en esto, vamos fritos. Anda, que si lo abreviamos: “No os quejéis…”, entonces ya nos caemos con todo el equipo. Porque todos somos como la Morronga, nos dedicamos a la queja y el alarido.

La Morronga era una mujer del Valle que vivía en un casumbo al pie de la calle Colón. Resulta que, cuando los zagales salían de la escuela y pasaban por su casa, la insultaban, le tiraban piedras… y ella salía encendida como un tizón a gritarles soltando por esa bica todo tipo de lindezas. Pero lo gracioso es que, los días que pasaban y no le decían nada, ella, que estaba esperando, salía a pincharles, a provocarles para iniciar la pelea verdulera. Jejeje.

¡Cuánto nos quejamos! Vivimos en una permanente insatisfacción. Y la queja es una manera de llamar la atención, de vivir centrados en nosotros, en nuestras penas. Ayer una persona me preguntó que cómo estoy, que si estoy mejor (con efecto retroactivo, porque estuve malo hace dos meses, a mediados de octubre); contesté que sí y ya ella no me dejó hablar más, porque se puso a contarme todos sus males: “pues yo, mirusté, tengo unos dolores…”. Y es que ay, nadie está peor que yo. Pobrecito…

La Palabra es una llamada a atrevernos a estar alegres, una invitación descarada a la alegría. Una alegría que no depende de nada exterior: del placer, del tener ciertas cosas… Alegría que no supone la ausencia de problemas en la vida, de tristeza y sufrimiento, que eso nadie nos lo puede quitar. Es una alegría más sólida, construida sobre roca, sostenida cuando el viento arrecia. No es resignación fatalista porque “esto es lo que hay”, sino paciencia sensible y trabajadora: “robusteced las rodillas vacilantes”. Una variedad de esperanza que está injertada de alegría, como las nectarinas, porque al final todo será alegría perpetua; (…) Pena y aflicción se alejarán”.

¡Probemos a sonreír! Una sonrisa lo cambia todo, hagamos la prueba (no es lo mismo entrar en la frutería sonriendo que con “cara de vinagre”, como dice el Papa, jaja). Tenemos razones más que de sobra, “lo que estáis viendo: los ciegos ven, los cojos andan…”. La sonrisa se nutre de los elementos luminosos y positivos de la realidad, que los hay, y muchos. Siempre podemos encontrarlos…

“Me acuerdo de la historia de un prisionero del nazismo. El pobre hombre era torturado todos los días. Un día lo cambiaron de celda. En la nueva celda había una claraboya, por la que podía ver un pedazo de azul durante el día, y algunas estrellas por la noche. El hombre quedó extasiado y escribió a los suyos sobre esa gran suerte.
Recuerdo que leí una novela sobre un prisionero en un campo de concentración soviético, en Siberia. El pobre hombre era despertado a las cuatro de la mañana; le daban un pedazo de pan. Él pensó: "Es mejor guardar un poco de este pan, porque puedo necesitarlo por la noche. No puedo dormir de tanta hambre. Si como de noche, tal vez duerma. Después de trabajar todo el día, se echó en la cama, con el cobertor que apenas lo abrigaba y pensó: "Hoy fue .un buen día. Hoy no tuve que trabajar en el viento helado. Y esta noche, si me despierto con hambre, tengo un pedazo de pan, me lo como y duermo bien." (Tony de Mello)

Estamos rodeados de pequeñas señales de que el Señor está en la vida de cada día y  la sostiene en sus manos, no va a la deriva. Él trabaja en la realidad, Él obra en ti y en mí, nos hace madurar, nos prepara. Así que confiemos, dejémonos llevar, tranquilos y contentos. Que Él “viene en persona”; llegará, como las “lluvias tardías”, pero vendrá a borrar todas las lágrimas. No nos quejemos y sonriamos como las embarazadas cumplías porque estamos a punto de contemplar el rostro precioso de un bebé.

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