miércoles, 18 de diciembre de 2013

UNA FLOR DE COL A LA VUELTA DE LA ESQUINA


Me encanta el mercadillo de los viernes en mi pueblo. Es una gozada, sobre todo en días soleados, pasear por él, ver los tenderetes, si hay muebles hoy, o chucherías, mirar calzoncillos, zapatos o pimientos... No suelo comprar , me gusta mezclarme con la gente y simplemente saludar. "¿Cómo está tu padre?". "Vaya usted con Dios". "¡Ohh esta niña, qué grande!"... etc. Alternar, bromear, ver a este o a la otra... El papa Francisco lo llama "el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente (...), la intensa experiencia de ser pueblo (...), que nos llena de alegría y nos otorga identidad" (Evangelii Gaudium 268-274).

El viernes pasado, Jose Mari, que tiene un puesto de plantas y macetas, me regaló esta preciosidad de flor. Nos conocemos solo de vernos ahí en el mercata y meternos con David, pero ya la simpatía fluye. La amabilidad sencilla de las personas es apabullante. Es la elegancia que mejor rima con la pequeñez de Dios en el belén. Qué bonito ser pueblo.

Pasan los días, y a medida que la Navidad asoma, el cansancio se hace sólido en mí. Como cada año. No sé si quizá la gente lo intuye, pero el caso es que se me siembra el camino de detalles. Doy la comunión y recibo a cambio el aguinaldo en forma de caja de bombones, o aparecen en el despacho unas flores de miel, hermoseadas de cariño.

Las fatigas ajenas se me imponen, ineludibles, y más estos días. "Si pudiera dormirme y despertarme el 7 de enero, sería feliz, mirusté". A veces, como esta mañana, escucho a una persona y siento cómo su dolor se me pega a la piel, su pena me impregna, se me mete dentro, hasta el fondo del alma. Acabo extenuado.

Por la tarde, las confesiones. Primero los niños, que me desperezan la sonrisa con sus pecados sabor a chupachup y a colacao. "Me río de mis amigos... cuando se tropiezan". Luego los mayores, y siempre algún corazón abierto con poder de revitalizar mis entrañas castigadas: "Yo siento a Dios. Lo necesito como el aire que respiro, sé que nunca me abandona"... Qué buena es la gente. Qué suerte ser pueblo, y este pueblo.

Y así ha transcurrido este día. Nada especial, lo sé. Un capítulo cualquiera del tortuoso devenir de la vida, por el que me encuentro con una flor de col en el rincón más insospechado. Una seña cómplice de Dios, como si fuera mi compañero del mus: "tira palante que tengo treinta y una".

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