Cada mes, la gente del grupo de pastoral de la salud de la parroquia organizamos una partida de bingo con los ancianos de los pisos titulados del pueblo. Es un momento sencillo y bonito para estar juntos y reirnos un rato, no tiene muchas más pretensiones, pero realmente vale su peso en oro.
El asunto empieza a las 6, justo detrás del café de la merendilla. Sobre el mueble de la sala están los premios preparados por Conchi mientras Celes va sacando las bolas y cantando los números; las mujeres del equipo se ponen junto a los ancianos y les van ayudando a rellenar el cartón, no vaya a ser que alguno se despiste por los nervios. Mientras tanto menudean las bromas.
"¡El 24, mi edad! ¡El 62, este lo tiene Avelino! Hay que vigilar al Breva que hace trampa!" Van cayendo números hasta que alguien canta "¡línea!" Como hay nueve hombres y dos mujeres, es necesario prever premios de varios tipos, pero siempre tenemos juerga a cuenta de esto; a uno le tocó una pequeña caja de caudales que nos dejó extrañados a todos; otro ganó un kit completo de higiene bucal y dental, y alguien dijo: "¡pero si no tiene dientes!"
"¡El 8! ¡El 37!" La emoción va aumentando, se masca la tensión, hay quejas por el calor que hace (...), "¡el 15, la niña bonita! ¡El 76! ¡BIIINGO!" Enhorabuena: unos calcetines; o un cepillo de señora; o una bolsa de bizcochos; o, como el otro día, un jabón Dove con juego de tres manoplas para la ducha. Es que aquí somos mu limpios.
Anita solía ganar, y yo le decía que había tongo o tráfico de influencias; la echamos de menos. Isabel un día no estaba porque había ido a Portugal a hacerse la dentadura, y alguien dijo: "¡a ver si va a volver hablando en portugués!"- jejejeje. Y a María, que lleva poco tiempo en los pisos, le tocó un pañuelo, regalo de bienvenida.
Porque Dios da el pan de la acogida a los que, sin dientes, necesitan atenciones y achuchones; porque el respeto a nuestros mayores se convierte, embellecido por la fe, en cuidados y en preocupación. Como la de Jesús. A los ancianos les toca la lotería del cariño y la solidaridad; y nosotros nos llevamos esas sonrisas en la caja de caudales de nuestro corazón. Y oyes, hasta nos invitan a un cafelito al final; y con bizcochos y tó.
miércoles, 30 de marzo de 2011
domingo, 27 de marzo de 2011
COMUNIDAD, ASAMBLEA Y PROYECTO (I)
Hemos celebrado ayer tarde en Valle de Santa Ana nuestra asamblea parroquial, en la que se trataba de culminar el camino de elaboración del proyecto parroquial que comenzamos a finales del curso pasado. Me siento muy satisfecho, muy contento con el proceso y también con el resultado; y es algo nuevo para mi como cura, porque nunca antes me había dado tiempo a cuajar (o al menos empezar) un proyecto parroquial, algo que creo absolutamente necesario. ¡Así que estoy chiripitiflaútico!
En mayo pasado echamos a andar esto en el Consejo de Pastoral, decidimos cuál iba a ser itinerario y se lo explicamos al personal en la asamblea de final de curso. La cosa ha sido así:
- en esa asamblea de junio habíamos sacado unas líneas generales para este 2010-11
- con eso en la base, cada grupo en septiembre hizo su programación para este curso
- teniendo eso como base, durante el primer trimestre, los grupos (Liturgia, Cáritas, Consejo de Asuntos Económicos, Equipo de Catequistas, etc.) han realizado su parte del proyecto parroquial, es decir, como una programación pero más amplia: "¿qué queremos conseguir en esta dimensión durante los próximos tres años?" Y además han aportado, con palabras sencillas, a esta crucial pregunta: ¿qué nos parece fundamental para toda la parroquia en los próximos tres años?
- ese trabajo ha ido al Consejo de Pastoral, que en enero y febrero lo revisó, hizo sugerencias, miró al plan docesano de pastoral... Y diseñó un borrador de los objetivos generales del proyecto
- en marzo todo ese gran borrador ha ido presentándose en reuniones donde se juntaban dos o tres grupos; así todos han podido conocer lo que los demás han hecho, tener una visión global de la parroquia y hacer propuestas a todo, en especial a los posibles objetivos generales.
Y con eso en la retina llegamos a ayer: la asamblea parroquial. Varios coordinadores de grupos repasaron los aspectos más importantes de sus trabajos; y enseguida pasamos a ver, comentar, criticar, completar, poner o quitar los objetivos generales, es decir, nos imaginamos nuestra parroquia, decidimos cómo queremos que sea, por dónde creemos que hemos de caminar, qué cosas potenciar y cuidar, qué hay que modificar... Todo sin grandes tecnicismos, con ojos de pueblo, con sencillez y sentido común.
Todo según el espíritu de los panes y los peces: cada cual comparte lo que tiene, pone a disposición lo que es, para ir construyendo una comunidad. Porque el proyecto es el auténtico instrumento de continuidad de la parroquia, no los curas, que somos todos interinos y con fecha de caducidad; el proyecto parido y puesto en práctica por los laicos, que sienten que la parroquia, comunidad de vida y de fe, es cosa suya; que la tarea de construcción del Reino es algo suyo, ellos son los protagonistas.
Por eso el proyecto no es un papel: es un proceso de participación y corresponsabilidad de los laicos que nos hace mucha falta y que aquí da pequeños pero bonitos pasos. La comunidad imagina y genera el proyecto, y el proyecto construye a la comunidad en la reflexión y en la acción. ¡Apasionante!
En mayo pasado echamos a andar esto en el Consejo de Pastoral, decidimos cuál iba a ser itinerario y se lo explicamos al personal en la asamblea de final de curso. La cosa ha sido así:
- en esa asamblea de junio habíamos sacado unas líneas generales para este 2010-11
- con eso en la base, cada grupo en septiembre hizo su programación para este curso
- teniendo eso como base, durante el primer trimestre, los grupos (Liturgia, Cáritas, Consejo de Asuntos Económicos, Equipo de Catequistas, etc.) han realizado su parte del proyecto parroquial, es decir, como una programación pero más amplia: "¿qué queremos conseguir en esta dimensión durante los próximos tres años?" Y además han aportado, con palabras sencillas, a esta crucial pregunta: ¿qué nos parece fundamental para toda la parroquia en los próximos tres años?
- ese trabajo ha ido al Consejo de Pastoral, que en enero y febrero lo revisó, hizo sugerencias, miró al plan docesano de pastoral... Y diseñó un borrador de los objetivos generales del proyecto
- en marzo todo ese gran borrador ha ido presentándose en reuniones donde se juntaban dos o tres grupos; así todos han podido conocer lo que los demás han hecho, tener una visión global de la parroquia y hacer propuestas a todo, en especial a los posibles objetivos generales.
Y con eso en la retina llegamos a ayer: la asamblea parroquial. Varios coordinadores de grupos repasaron los aspectos más importantes de sus trabajos; y enseguida pasamos a ver, comentar, criticar, completar, poner o quitar los objetivos generales, es decir, nos imaginamos nuestra parroquia, decidimos cómo queremos que sea, por dónde creemos que hemos de caminar, qué cosas potenciar y cuidar, qué hay que modificar... Todo sin grandes tecnicismos, con ojos de pueblo, con sencillez y sentido común.
Todo según el espíritu de los panes y los peces: cada cual comparte lo que tiene, pone a disposición lo que es, para ir construyendo una comunidad. Porque el proyecto es el auténtico instrumento de continuidad de la parroquia, no los curas, que somos todos interinos y con fecha de caducidad; el proyecto parido y puesto en práctica por los laicos, que sienten que la parroquia, comunidad de vida y de fe, es cosa suya; que la tarea de construcción del Reino es algo suyo, ellos son los protagonistas.
Por eso el proyecto no es un papel: es un proceso de participación y corresponsabilidad de los laicos que nos hace mucha falta y que aquí da pequeños pero bonitos pasos. La comunidad imagina y genera el proyecto, y el proyecto construye a la comunidad en la reflexión y en la acción. ¡Apasionante!
martes, 22 de marzo de 2011
DATO DEMOLEDOR. CONTRASTE ALUCINANTE
La semana pasada en una reunión de curas hablamos largamente sobre la necesidad de construir un residencia sacerdotal en nuestra diócesis, cosa con la que estoy muy de acuerdo y creo además que se está enfocando de manera acertada.
En medio del debate alguien preguntó si hay algún estudio sobre los "usuarios potenciales" de la residencia, a lo que otro compañero conocedor de las estadísticas contestó que en ello andan, pero que él estaba en condiciones de avanzar algunos datos: con el nomenclator (otro palabro, es la lista de los sacerdotes con sus datos) en la mano, resulta que los 252 curas "en activo" que somos hoy pasaremos a ser aproximadamente 150 en 2030; en 19 años habrá 111 jubilados, y si a eso le restamos los que se puedan ir ordenando (hace cuatro años que no entra ningún joven en el seminario mayor...), total, que habrá que afrontar la tarea pastoral y evangelizadora de hoy... pero siendo 100 presbíteros menos.
Este dato me dejó pensativo; por la tarde, jugando al fútbol con mis sobrinos, me rondaba la cabeza y casi me cansaba antes de tiempo. Pero volvamos a la reunión. El caso es que esta prospección estadística, por otro lado ya conocida o al menos intuida, no suscitó comentario alguno. Pero a mi me plantea muchas preguntas: ¿qué quiere decir el Señor con todo esto? ¿Que lo estamos haciendo todo mal? ¿Que la Iglesia tiene que ser cada vez más más cosa de los laicos? ¿Que el trabajo por las vocaciones debería implicarnos más a todos? ¿Que no acompañamos suficiente y adecuadamente a los jóvenes?
¿Cuál es el plan para encarar esta nueva situación de reducción de curas que se avecina? ¿Hay plan? No estoy muy seguro, la verdad; pero me parece imprescindible pararnos a pensar. El dato es contundente, y a mi me tiene perplejo nuestra falta de reacción. Y lo que ocurrió después es sintomático: nos invitan desde Viajes Halcón a animar a la gente al viaje-peregrinación a Roma para participar en la beatificación de Juan Pablo II. Viaje de tres noches que cuesta mil euracos a pesar de crisis, japones, libias y gasoil a 1,30 (...).
Así acabó la cosa. Todavía estoy impactado por el contraste entre el dato y la propuesta, ese el regusto que tengo desde entonces.
En medio del debate alguien preguntó si hay algún estudio sobre los "usuarios potenciales" de la residencia, a lo que otro compañero conocedor de las estadísticas contestó que en ello andan, pero que él estaba en condiciones de avanzar algunos datos: con el nomenclator (otro palabro, es la lista de los sacerdotes con sus datos) en la mano, resulta que los 252 curas "en activo" que somos hoy pasaremos a ser aproximadamente 150 en 2030; en 19 años habrá 111 jubilados, y si a eso le restamos los que se puedan ir ordenando (hace cuatro años que no entra ningún joven en el seminario mayor...), total, que habrá que afrontar la tarea pastoral y evangelizadora de hoy... pero siendo 100 presbíteros menos.
Este dato me dejó pensativo; por la tarde, jugando al fútbol con mis sobrinos, me rondaba la cabeza y casi me cansaba antes de tiempo. Pero volvamos a la reunión. El caso es que esta prospección estadística, por otro lado ya conocida o al menos intuida, no suscitó comentario alguno. Pero a mi me plantea muchas preguntas: ¿qué quiere decir el Señor con todo esto? ¿Que lo estamos haciendo todo mal? ¿Que la Iglesia tiene que ser cada vez más más cosa de los laicos? ¿Que el trabajo por las vocaciones debería implicarnos más a todos? ¿Que no acompañamos suficiente y adecuadamente a los jóvenes?
¿Cuál es el plan para encarar esta nueva situación de reducción de curas que se avecina? ¿Hay plan? No estoy muy seguro, la verdad; pero me parece imprescindible pararnos a pensar. El dato es contundente, y a mi me tiene perplejo nuestra falta de reacción. Y lo que ocurrió después es sintomático: nos invitan desde Viajes Halcón a animar a la gente al viaje-peregrinación a Roma para participar en la beatificación de Juan Pablo II. Viaje de tres noches que cuesta mil euracos a pesar de crisis, japones, libias y gasoil a 1,30 (...).
Así acabó la cosa. Todavía estoy impactado por el contraste entre el dato y la propuesta, ese el regusto que tengo desde entonces.
sábado, 19 de marzo de 2011
PERTIGUISTAS SILENCIOSAS
Hay en mis pueblos varias mujeres sordomudas, todas ellas ya mayores, y, cuando las veo y las saludo por señas, no dejo de sorprenderme y de preguntarme cómo han sido capaces de tirar palante en ese océano de silencio que las rodea desde que nacieron.
Concepción y Ana viven en los barrios. Durante muchos años las cuidó su madre, pero desde hace tiempo forman una peculiar pareja; cuando entro en su casa, Ana, la más mayor, me expresa, santiguándose, que se acuerda de mi. Tiene las piernas mal, pasa mucho tiempo sentada, lo cuenta con unos gruñidos de lo más efectivos. Su hermana Concepción es la que lleva la voz cantante, por decirlo con ironía: recoge las citas del médico, lleva a Ana al hospital, cose, hace punto de cruz con extraordinaria habilidad, recorre el pueblo y, sobre todo, es capaz de expresarse con gestos muy ingeniosos, de gran precisión y a menudo llenos de humor. ¡Es listísima! Sus vecinos conocen su idioma, las conversaciones con ella llevan aparejadas siempre pequeñas acciones de servicio y solidaridad que ayudan a las sorditas a vivir como parte de esa familia que son los barrios de Santa Ana.
En el Valle vive María con su madre Pura, que tiene más de 90 años. María tiene casi 70 y es sordomuda, pero cuida a su madre, va los mandados, arregla la casa, hace la comida y trae el agua de la fuente que está camino del cementerio como si tal cosa. María emite apenas un "pepepepe" y, aunque no es tan hábil como la santanera, lo dice todo con las expresiones de su cara, transmite muy bien las emociones, se nota cuando pasa dando el pésame en los entierros. A mi me dice que soy guapo (¿estará también mal de la vista?). Es increíble que estas dos mujeres tan mayores manejen con tanta habilidad los límites del silencio.
En su época pocas niñas iban a la escuela, y por supuesto no tuvieron oportunidad de aprender el lenguaje de signos, como los niños sordomudos de hoy, que van a colegios especiales. Con una orginal inteligencia práctica han sabido adaptarse a un mundo sin palabras, vacío de sonidos; les ayudó sin duda el silencio de las tardes del pueblo en invierno, las acompañó la cercanía instintiva de sus vecinos; pero sobre todo contaron con su valentía rotunda de pertiguistas silenciosas, capaces de sortear con agilidad muros de incomunicación y resistir la incontinencia natural de palabras que nunca fueron, palabras por estrenar.
Concepción y Ana viven en los barrios. Durante muchos años las cuidó su madre, pero desde hace tiempo forman una peculiar pareja; cuando entro en su casa, Ana, la más mayor, me expresa, santiguándose, que se acuerda de mi. Tiene las piernas mal, pasa mucho tiempo sentada, lo cuenta con unos gruñidos de lo más efectivos. Su hermana Concepción es la que lleva la voz cantante, por decirlo con ironía: recoge las citas del médico, lleva a Ana al hospital, cose, hace punto de cruz con extraordinaria habilidad, recorre el pueblo y, sobre todo, es capaz de expresarse con gestos muy ingeniosos, de gran precisión y a menudo llenos de humor. ¡Es listísima! Sus vecinos conocen su idioma, las conversaciones con ella llevan aparejadas siempre pequeñas acciones de servicio y solidaridad que ayudan a las sorditas a vivir como parte de esa familia que son los barrios de Santa Ana.
En el Valle vive María con su madre Pura, que tiene más de 90 años. María tiene casi 70 y es sordomuda, pero cuida a su madre, va los mandados, arregla la casa, hace la comida y trae el agua de la fuente que está camino del cementerio como si tal cosa. María emite apenas un "pepepepe" y, aunque no es tan hábil como la santanera, lo dice todo con las expresiones de su cara, transmite muy bien las emociones, se nota cuando pasa dando el pésame en los entierros. A mi me dice que soy guapo (¿estará también mal de la vista?). Es increíble que estas dos mujeres tan mayores manejen con tanta habilidad los límites del silencio.
En su época pocas niñas iban a la escuela, y por supuesto no tuvieron oportunidad de aprender el lenguaje de signos, como los niños sordomudos de hoy, que van a colegios especiales. Con una orginal inteligencia práctica han sabido adaptarse a un mundo sin palabras, vacío de sonidos; les ayudó sin duda el silencio de las tardes del pueblo en invierno, las acompañó la cercanía instintiva de sus vecinos; pero sobre todo contaron con su valentía rotunda de pertiguistas silenciosas, capaces de sortear con agilidad muros de incomunicación y resistir la incontinencia natural de palabras que nunca fueron, palabras por estrenar.
lunes, 14 de marzo de 2011
VALLE... DE LÁGRIMAS
Más que de Valle de Matamoros. Qué día el de ayer. Vaya domingo de carnaval. Dos entierros; tristes, tensos... El Valle de fiesta y con dos duelos; y entre uno y otro, el entierro de la sardina. Ya me lo dijo mi tocayo al bajar del coche: es surrealista. Y que lo digas.
La lluvia difuminando de gris el cielo de mi pueblo pequeño, como si estuviera pintado con carboncillo; mi pueblo húmedo de neblina y de lágrimas que anegan los ojos de esta gente sencilla golpeada cruelmente por la muerte.
Mi sitio como su cura es estar junto a ellos; no se si mi presencia anima o desazona más, pero mi instinto de pastor me impulsa a ir con esas familias; ir y estar, y abrazar, tocar y besar. "¿Cómo va a querer Dios esto?" "Ahora que yo estaba ya buena, fíjate lo que nos ha pasado". La gente se acerca, quiere acercarse más con su lenguaje corporal: la mano en el hombro, las mejillas juntas, una caricia, un achuchón. ¿Alguien merece morir? ¿Es alguna vez evitable?
En carnaval queremos ser, por un rato, otros. Jugamos, en una humorada, a ser quienes no somos. A la hora de la muerte es justo al revés: se aclaran muchas cosas, se aprende quién es el fallecido y lo que significa para los suyos, para los vecinos y para el pueblo. La muerte desvela el carácter de las relaciones, saca a la superficie los roces, los alejamientos y pone a flor de piel la intensidad del amor. Lo mejor de nosotros sale en estos momentos, acaso por la solidaridad en la indefensión que nos recuerda esta experiencia a la vez cotidiana y sorprendente que es la muerte. Es algo hiperrealista, como la vida misma; no se yo si Buñuel estaría de acuerdo, desde luego.
Se interrumpió la despedida de la sardina; se finiquitó la verbena en la plaza antes de la hora del segundo sepelio. El pueblo entero se volcó, la gente se portó magníficamente, acompañando a las familias con silencio y mucho cariño. Quizá no somos tan malos como nos figuramos. Quizá sólo necesitamos quitarnos los disfraces que llevamos para mostrarnos mutuamente, como en un fogonazo, la calidad de ternura y bondad que atesoramos. No, Buñuel quizá no lo comparta, pero él también está criando malvas.
La lluvia difuminando de gris el cielo de mi pueblo pequeño, como si estuviera pintado con carboncillo; mi pueblo húmedo de neblina y de lágrimas que anegan los ojos de esta gente sencilla golpeada cruelmente por la muerte.
Mi sitio como su cura es estar junto a ellos; no se si mi presencia anima o desazona más, pero mi instinto de pastor me impulsa a ir con esas familias; ir y estar, y abrazar, tocar y besar. "¿Cómo va a querer Dios esto?" "Ahora que yo estaba ya buena, fíjate lo que nos ha pasado". La gente se acerca, quiere acercarse más con su lenguaje corporal: la mano en el hombro, las mejillas juntas, una caricia, un achuchón. ¿Alguien merece morir? ¿Es alguna vez evitable?
En carnaval queremos ser, por un rato, otros. Jugamos, en una humorada, a ser quienes no somos. A la hora de la muerte es justo al revés: se aclaran muchas cosas, se aprende quién es el fallecido y lo que significa para los suyos, para los vecinos y para el pueblo. La muerte desvela el carácter de las relaciones, saca a la superficie los roces, los alejamientos y pone a flor de piel la intensidad del amor. Lo mejor de nosotros sale en estos momentos, acaso por la solidaridad en la indefensión que nos recuerda esta experiencia a la vez cotidiana y sorprendente que es la muerte. Es algo hiperrealista, como la vida misma; no se yo si Buñuel estaría de acuerdo, desde luego.
Se interrumpió la despedida de la sardina; se finiquitó la verbena en la plaza antes de la hora del segundo sepelio. El pueblo entero se volcó, la gente se portó magníficamente, acompañando a las familias con silencio y mucho cariño. Quizá no somos tan malos como nos figuramos. Quizá sólo necesitamos quitarnos los disfraces que llevamos para mostrarnos mutuamente, como en un fogonazo, la calidad de ternura y bondad que atesoramos. No, Buñuel quizá no lo comparta, pero él también está criando malvas.
jueves, 10 de marzo de 2011
MORKE Y EL ZURRIBURRI DE LA PJ
Mi amigo Morke (es decir, Juan Antonio Morquecho) me ha traído hoy lo que los Reyes me han echao en su casa: un libro del antropólogo Edgar Morin. A Morke lo conozco por su "trabajo" de técnico de animación comunitaria de Cáritas diocesana, y para mi es un símbolo de que no siempre reina en nuestra vida la tarifa plana de arbitrariedad que imponen afectividades desenfocadas.
Eso es lo que funciona muy a menudo, y me fastidia; el esquema estúpido de "si tú me caes bien, todo lo que venga de ti está bien, y te nombro de no se qué, etc. Si me caes mal, todo lo tuyo está mal y me opongo sin pararme a pensarlo, y sospecho de ti, etc.". La afinidad personal hace ver caricaturas donde debería haber rostros, cualidades, logros, posibilidades... Con Morke es al revés: primero fue el trabajo codo con codo en las cáritas parroquiales, encuentros, reuniones por esos pueblos, proyectos... y eso posibilitó la cercanía y la amistad. Hermoso y real. Los amigos nunca pierden la capacidad crítica, son fieles conociéndose bien, amando incluso los defectos.
Con el zurriburri (¡me encanta este palabro!) de la pastoral juvenil pasa tres cuartos de lo mismo: personas diferentes, con ideas distintas, que se empeñan en converger, en construir un proyecto común, en lograr cristalizar la comunión en la búsqueda de caminos para trabajar con los jóvenes... que acaban conociéndose, apreciándose y queriéndose. Y que hasta encuentran alegría en estar sencillamente juntos, como estos días de carnaval: reír, charlar, trasnochar, comer pollo y dibujar osos hormigueros extraterrestres... Qué alivio sentir que la misión une, que no siempre es una arena donde airear los protagonismos eligiendo palmeros o donde pegarse pegotes arrojando a los competidores las supuestas medallas. Qué tranquildad experimentar que, cuando la gente no busca levantar su chiringuito pastoral con sus "amigos" (¿?), la comunión da paso al cariño y posibilita la siembra del Evangelio; entonces el trabajo es misión que trasciende el mero interés fotográfico y numérico, y los equipos son familias que besan y hacen fértiles sus diferencias.
Es estimulante como el pensamiento de Morin, relajante como un masaje hecho por manos expertas y refrescante como el rumor de una cascada de agua cristalina en un rincón de la Vera. Con la extraña belleza de la amistad. Menos mal.
Eso es lo que funciona muy a menudo, y me fastidia; el esquema estúpido de "si tú me caes bien, todo lo que venga de ti está bien, y te nombro de no se qué, etc. Si me caes mal, todo lo tuyo está mal y me opongo sin pararme a pensarlo, y sospecho de ti, etc.". La afinidad personal hace ver caricaturas donde debería haber rostros, cualidades, logros, posibilidades... Con Morke es al revés: primero fue el trabajo codo con codo en las cáritas parroquiales, encuentros, reuniones por esos pueblos, proyectos... y eso posibilitó la cercanía y la amistad. Hermoso y real. Los amigos nunca pierden la capacidad crítica, son fieles conociéndose bien, amando incluso los defectos.
Con el zurriburri (¡me encanta este palabro!) de la pastoral juvenil pasa tres cuartos de lo mismo: personas diferentes, con ideas distintas, que se empeñan en converger, en construir un proyecto común, en lograr cristalizar la comunión en la búsqueda de caminos para trabajar con los jóvenes... que acaban conociéndose, apreciándose y queriéndose. Y que hasta encuentran alegría en estar sencillamente juntos, como estos días de carnaval: reír, charlar, trasnochar, comer pollo y dibujar osos hormigueros extraterrestres... Qué alivio sentir que la misión une, que no siempre es una arena donde airear los protagonismos eligiendo palmeros o donde pegarse pegotes arrojando a los competidores las supuestas medallas. Qué tranquildad experimentar que, cuando la gente no busca levantar su chiringuito pastoral con sus "amigos" (¿?), la comunión da paso al cariño y posibilita la siembra del Evangelio; entonces el trabajo es misión que trasciende el mero interés fotográfico y numérico, y los equipos son familias que besan y hacen fértiles sus diferencias.
Es estimulante como el pensamiento de Morin, relajante como un masaje hecho por manos expertas y refrescante como el rumor de una cascada de agua cristalina en un rincón de la Vera. Con la extraña belleza de la amistad. Menos mal.
viernes, 4 de marzo de 2011
SOBRAN LAS PALABRAS
Mi amiga Luisa me manda estas imágenes de la casa de Robert Mugabe, presidente de Zimbawe, que no necesitan mayor comentario...
¡Ladrón!
¡Asesino de su pueblo!
¡Desalmado!
¡Monstruo!
¡Ójala acabes en la cárcel!
¡Maldito sinverguenza!
Después de Túnez y Egipto, ¿CUÁNDO LE TOCA A ZIMBAWE?