Me fui temprano, me apetecía estar un rato con ellas antes
de que comenzara. ¿Pero dónde voy, a la iglesia, al convento…? Entré en el
templo, que estaba casi vacío, sin ver el féretro. Algo confundido, me
acerqué al coro, en un costado del presbiterio, y allí estaba, claro…
Armandina me hizo una seña para que pasase, “¿quieres un
café?”, los rostros cansados después de un par de noches casi en vela,
el trajín de los preparativos, otras hermanas a punto de llegar desde
Badajoz, los familiares… Ha muerto sor Josefina, carmelita descalza del
convento de Fuente de Cantos.
Estamos sentados en el coro, el lugar de la oración es
también el ámbito del duelo, del silencio que se genera como epílogo congruente
con una vida contemplativa. Aunque no entera, porque Josefina había
comenzado su andadura como consagrada en las hermanas de la Doctrina Cristiana,
que también están en el pueblo; allí descubrió la llamada a este otro modo de
buscar a Dios e ingresó en el Carmelo.
En un responso leemos el delicado poema de León Felipe: Nadie
fue ayer / ni va hoy / ni irá mañana / hacia Dios / por este mismo camino /que
yo voy. / Para cada hombre y mujer guarda / un rayo nuevo de luz el sol… / y un
camino virgen / Dios. Gracias por el camino de Josefina, su travesía interior
y los senderos de su amor entregado y recibido; su vida escondida “a gusto
de Dios”, como ella siempre decía.
Llega el obispo y nos revestimos los siete u ocho sacerdotes
que hemos acudido; “nunca he participado en un entierro de una monja de
clausura” – le digo a don Celso, “ya verás” – me contesta. Josefina
era de Guareña, más tarde, al dar el pésame a sus familiares, hablaremos de que
por supuesto conocen a mi papá y la familia. La misa transcurre con normalidad,
siempre el ataúd en el coro, rodeado por las monjas, sus cantos mecidos por
el suave sonido del armonio.
Después de la comunión, y tras la primera invitación del
obispo, Apolo el párroco explica que los ritos exequiales se realizarán dentro
de la clausura, adonde solo podrán ingresar el presidente, los presbíteros, los
familiares de la hermana y los varones designados para portar el féretro. Nos
dirigimos pues hacia el coro, donde el agua en recuerdo del Bautismo se derrama
y el aroma del incienso nos envuelve, mientras la gente, que llenaba la
iglesia, se agolpa en el presbiterio frente a la reja. La imagen es de ese
momento, y me impacta.
Terminadas las oraciones, nos encaminamos en procesión hacia
el pequeño cementerio. El cuerpo de Josefina recorre por última vez las
dependencias donde ha pasado años: las celdas, el comedor, la capilla
interior… Miguel Ángel entona y nos hace cantar… la sala de estar, la
enfermería… Por el jardín, bajo el sol severo del día del Dulce Nombre de
María, se va desgranando el salmo 117. Qué bien sé yo la fonte que mana y
corre, aunque es de noche.
Hace meses que Josefina tenía una hemorragia interna cuyo
origen no lograban hallar los médicos. Apenas una semana atrás la habían llevado
de urgencia a Llerena para transfundirle; ahora su alma alimentará el dulzor de
las parras y se mezclará con el aire fresco de las mañanas de otoño. El
lugar es modesto y hermoso, las placas solo colgadas en las cabeceras de los
pocos nichos sugieren provisionalidad, los restos de tantas carmelitas desde
1670 deben llegar finalmente a una cripta, abajo.
Y así, de pie, de manera tan discreta, este pequeño grupo de
personas despide a Josefina. Con la salve se sella la sepultura, que
jamás podrá contener la magnitud de una vida tan oculta y tan llena. Emocionado,
abrazo a Mariana, la hermana más joven de las peruanas, que llora a mi lado…
lejos de los suyos… conmovida tal vez por presenciar un adelanto de su propio
final… ¿Aunque, acaso no son todos los países, épocas, culturas y sitios,
equidistantes del silencio de un claustro?
Pero sonríe. Estamos serenos. Es el destino de todos. El
loro de la galería en su soliloquio, las pinturas de Eli, la soledad de los
muros del noviciado, las margaritas circunspectas, todo continúa. Cada
existencia es como una raya en el agua. Todo es como debe ser: a gusto de
Diosito.
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