Así oró un joven en uno de los momentos celebrativos del
encuentro vicarial, la semana pasada. Con la maloka repleta por casi 90
personas, chicos y chicas llegados de todos los rincones del Vicariato. Una
plegaria muy sincera que me llegó al alma: “Gracias Dios por la juventud”.
Sí. Gracias por estos jóvenes concretos, por esta
fuerza, esta belleza, estas risas, estos intentos de las chicas por comer poco (pa
mantener la silueta), estos pies abiertos de calzar siempre sandalias, esta
capacidad de asombro, estos mates brutos de los varones en el vóley, esta
pobreza, este respeto a los mayores, estas ganas de bailar a todas horas. Gracias
por los jóvenes amazónicos, los de mi vicariato, los míos.
Estábamos en Indiana y no en la JMJ, pero de alguna manera
sí, porque una de ellos se encuentra hoy sábado 5 de agosto en Lisboa,
se llama María Inés, es la coordinadora vicarial; una chica con talento, estudiante
de educación, kichwa-hablante, sobrada de entusiasmo. Nos dio tiempo a enviarla
antes de que viajase, un momento conmovedor y significativo. En ella estamos
todos junto con Francisco.
Inés se fue y el resto nos quedamos. Yo, con el sentimiento
de que “acá es”. Los jóvenes son mi patria, con ellos me hallo en mi lugar,
todo cobra sentido, se regocijan toditas mis células… No sé muy bien cómo
expresarlo, pero mis lectores habituales lo entenderán, son ya años escribiendo
esto mismo. Esa alegría íntima, esas ganas de vivir, de amar, de proteger, de
cuidar… Creo que se llama “vocación” y es muy antigua en mí, resiste a todos
los cambios, es irrevocable.
Cada día, bromas acerca de mi cabeza pelacha, “como
huevo de gallina”- dijo algún bandido en la noche cultural. Y es que ya
voy siendo más viejito, pero no pierdo un miligramo de deseo por estar con
los jóvenes, tengo una querencia, “una apetencia por su compañía”,
en palabras de Miguel Hernández describiendo lo que siente alguien que está
enamorado sin remedio.
Ellos son cada vez más pequeños, podrían ser mis hijos winchos*,
y tal vez por eso me descubro cada vez más como un padre, y me preocupa
que tengan oportunidades en la vida, que puedan acceder a la universidad, ser
profesionales, desarrollar todas sus capacidades. Me siento ahora, con toda la
humildad, en el rebufo de los grandes salesianos de mis años mozos, como Alonso
Vázquez (ver 26 de mayo de 2014), que rezumaban el gusto de estar con los
jóvenes, gratuitamente, contemplativamente…
En la homilía de la Eucaristía de clausura quería conectarles
con este caudal de cariño; no sé si acerté, pero les dije estas tres cosas:
1. “Ustedes son una maravilla”. Cada joven es una
obra de orfebrería de Dios, un pequeño universo en expansión, complejo y
colmado de energía y hermosura, una pura posibilidad de algo grande. Habíamos
trabajado el auto-reconocimiento, la autoestima, lo importante que es quererse
a sí mismo.
2. “Nuestro Vicariato los necesita para ir formando una
iglesia con rostro amazónico”. Estoy convencido de que no lo lograremos sin
ellos, no habrá inculturación ni sinodalidad sin los jóvenes, solo con ellos
podemos soñar con una iglesia nueva, intercultural e intergeneracional.
3. “Dios está siempre delante de nosotros, nunca detrás”.
Nos hacen falta los jóvenes para que avancen deprisa y sin miedo, libres,
sin ataduras de códigos o tradiciones. Valientes para inventar, ensayar,
renovar, crear… para alcanzar a Jesús por estos ríos.
Gracias por los jóvenes, Diosito. Creo en ellos, espero mucho
de ellos, confío en ellos, los amo entrañablemente. Regálame siempre contemplarlos,
como hago contigo, y reflectir (Ej 114): que me impacten, que su lozanía
me impregne hasta lo más hondo y me hagan cambiar, me llenen de ti. Porque tú
estás en ellos. Lindos.
* Así se llama en la selva al último de los hijos,
wincho.
Muy natural, fresco y reconfortante el testimonio. CONTAGIA ENERGÍA
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