Pensé que habían quedado escarmentadas después de aquella
primera vez (ver “Afinación” - 15 de enero de 2022), pero extrañamente me
volvieron a pedir que les diera una tanda de ejercicios de ocho días. Me
resistí un poco… aunque con la boca chica. De modo que acá estoy, de nuevo en
La Molina, al este de Lima, junto a los cerros brumosos de aspecto lunar.
No les podía decir que no a las camilas, porque forman
parte de nuestro Vicariato, están en Santa Clotilde realizando una generosa
y excelente labor en el hospital y en la parroquia; porque cualquiera que me
conozca un poco sabe que me encanta dar ejercicios espirituales; y porque nos
queremos mucho (o al menos yo a ellas). Y este quizá sea el aspecto más
misterioso.
Lo digo porque no sé si habrá una congregación más diferente
a mí en cuanto al modo de pensar la fe y de concebir la vida cristiana y la
Iglesia en general. En serio, les cuadrarían mucho mejor otros sacerdotes de
corte más “clásico”, que les diesen charlas en línea con su tendencia
eclesial y su espiritualidad, pero curiosamente se empeñan en requerirme. A
sabiendas de que van a escuchar cosas que les van a sonar raras, rompedoras y
hasta extravagantes.
Y así, a la hora de tratar temas del día a día de la vida
consagrada o misionera, ¿cómo podría difuminar o edulcorar lo que creo para que
lo recibieran con más suavidad? Sería posiblemente decepcionar la intención con
la que me llaman. Pero, por otra parte, distingo cómo más de una se remueve
en su silla cuando, a través de las contemplaciones de la segunda semana,
aparecen los votos, el ministerio o la vida comunitaria.
Al mismo tiempo, en este proceso de enriquecimiento mutuo, aprendo
a valorar “lo suyo”, a alabar, en lenguaje ignaciano, estilos,
prácticas, sensibilidades o enfoques que no tanto comparto pero que respeto
desde el cariño y la admiración. No deseo cambiarlas, pero sí puedo
aportarles elementos, matices o planteamientos que creo que podrían
ayudarlas a vivir con más humanidad y felicidad.
Programo una instrucción sobre la autoridad y la obediencia
en torno al documento “Modo de tratar o negociar con cualquiera superior”, esa
genialidad de San Ignacio; invito a la comunidad, las hermanas que no hacen
retiro, entre ellas la provincial. Repruebo mecánicas de obediencia
deshumanizadas o “militares” y expongo sugerencias para mejorar: la escucha, el
imprescindible discernimiento de las dos partes, el diálogo franco y abierto,
la asertividad… incluso critico la propia palabra “superiora” como inadecuada y
excesiva hoy día.
Se funden los plomos de más de una, pero ahí están
atentas, opinan, preguntan. “Siempre nos han enseñado que…”, dice una
abuelita, y esa humildad sincera me da ternura. “Pobrecitas, lo que tienen que
aguantar de este muchacho” – pienso… Pero al instante despierto y pienso que no
tan muchacho… son 53 años y 23 ya de presbítero; y 14 en una congregación. Alguna
experiencia tengo; y me he preparado, no les suelto ocurrencias o excentricidades,
aunque vista con camiseta y sandalias.
La clave está en que, en lo fundamental, coincidimos
plenamente. Esta imagen lo atestigua; cada mañana nos damos una hora de
silencio ante el Pan, el rostro de todas las pobrezas. Las hermanas con sus
hábitos negros rigurosos, y yo con mi polo azul sentado entre ellas, y el
corazón dulce. Ese mito de los progres y los carcas se disuelve
bajo la mirada del Buen Pastor. Todos somos trigo y cizaña, solo hay diversos
tonos de gris, como enseña el evangelio de hoy.
Toca la campana (…), me voy dar puntos. Tengo por delante un
día de chambaza, ya he celebrado una misa y me queda otra, y espero una carrafilera
de seis acompañamientos. Hay hermanas que son preciosas por dentro, así que
presumo que disfrutaré tanto como me cansaré. Eso sí, tendré mis frutas,
yogures y galletas preparadas, con delicadeza y generosidad. Aprovecharé para
alimentarme bien en todos los sentidos, porque solo soy un misionero que da
ejercicios y ya mismo regreso a mi hábitat.
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