Nunca había participado en el encuentro continental de la OCSHA; los primeros años no hubo oportunidad y luego la pandemia truncó cualquier plan. Pero esta vez era en Lima, y los compañeros me esperaban para unirme a ellos ante unas croquetas de jamón y una paella en el Centro Español del Perú, de modo que acudí raudo y veloz afilándome los dientes.
La Obra de Cooperación
Sacerdotal Hispanoamericana, nacida en 1949, la integramos los sacerdotes
españoles fidei donum enviados a América. La expresión latina “fidei
donum” significa “don de la fe”. Es el nombre de la encíclica en la que Pio XII
(21 de abril de 1957) invitaba los obispos a colaborar con las iglesias jóvenes
enviando presbíteros. Desde entonces ha llovido, o mejor, hay un cambio
climático - y eclesial – por medio.
Mudanza que se aprecia cuando José Mª Calderón, director
nacional de OMP de España, nos muestra algunos números: en los últimos años los
sacerdotes de la OCSHA hemos pasado de 300 a unos 200. De hecho, nos
miramos y esa evolución imparable se dibuja en los rostros, algún bastón, los
cabellos blancos o las cabezas directamente pelachas. La edad media de
los misioneros españoles en el mundo remonta los 70 años y no somos excepción.
La disminución del clero y de las vocaciones son un signo
de los tiempos que nos debe animar a discernir, como iglesia sinodal, qué desea
Dios; con realismo, sin torpe nostalgia, con valentía y lucidez, detectando
las oportunidades del tiempo presente y atreviéndonos a inventar respuestas
nuevas. Tenemos bien agarrado el arado y no podemos caer en la trampa de mirar
atrás. Y los curas no lo hicimos: hubo cuarto y mitad de optimismo y buen humor
en esta cita (ver crónica completa del encuentro de la OCSHA aquí).
Creo que yo era el
tercero más joven de los 35. Conocer a misioneros que llevan 30, 40 o
incluso más de 50 años en estas tierras ha sido impactante: ¡una vida entera
entregada hasta el final, como buenos pistoleros! Hombres como
Emilio, Domingo… o los obispos José Vicente, Joaquín y Rafael, compañeros entre
compañeros. Todos admirables por su conocimiento, fidelidad y paciencia: no les
llego ni a la suela de las sandalias.
La vocación
misionera ad vitam (para toda la vida) existe, está vigente y se puede
contemplar encarnada en estas historias personales. Mil batallas de ir más allá, de no entender,
pero intentar, de propósitos volteados y pies embarrados, de aprender canciones
nuevas, de intentar otra vez, de cariños recibidos, de horas en canoa, de
padecer sin agua ni electricidad, de carros malogrados, de mil aventuras, de
corazón compartido con los más pequeños a pesar de los frenos y contradicciones
humanas.
Risas, anécdotas… y
sin embargo la inevitable impresión de que algo valioso se está acabando, como
los últimos caballeros Jedi en Star Wars. Soy fidei donum, pero más
que “dar la fe”, sentí la llamada a tener fe, a dejarme llevar, porque la
misión es cosa del Señor, no mía. ¿Qué pasará con el Vicariato? ¿Lograremos
salir adelante en medio de tantas dificultades…? No depende de mí; yo pongo
todo, lo máximo que puedo, pero Dios sabrá cómo, cuándo y qué conviene.
Así han navegado estos
gigantes, misioneros sabios. Sus consejos: dar gratis lo que hemos recibido
gratis; constancia, sinceridad, prudencia; comunicar paz y sosiego; atender a
la gente bonito, con amabilidad, dándose tiempo; “estar siempre metidos en
Dios”, dijo el predicador del retiro que tuvimos. Dejarme envolver por Dios,
por su ternura, por la sutileza de su Espíritu. Con la seguridad de saber que
todo está en sus manos. Hermoso.
Soy fidei donum.
Orgulloso pero siempre sorprendido: ¿yo, misionero? ¿como ellos? Wow…
Gracias por este “cargo”, el único que he deseado siempre. Que la Fe nos
acompañe.
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