lunes, 13 de febrero de 2023

DÍAS DE ADORACIÓN

 
No son todavía las cinco de la mañana y los motivos multicolores de las vidrieras de la capilla son apenas esbozados por la llama leve de dos velas que flanquean al Pan. Jesús nunca me ha parecido más indefenso, expuesto en su desnudez a estos afilados cerros abarrotados de casitas miserables y al callejón sin salida de violencia ciega que sacude el Perú. En este tapiz de gritos silenciados nace cada jornada de ejercicios espirituales.

Disfrutaremos de una hora de intimidad con el Siervo humilde, acogiendo lentamente el amanecer. Jamás había participado en unos ejercicios tan numerosos, más de cien personas, pero nada parece ofender el sosiego de ese rato. A las seis, los benedictinos comienzan el canto de maitines y laudes; el predicador de la tanda es el p. Simón Pedro Arnold, que ofrece, junto con parte de su comunidad, la oportunidad de vivir las horas litúrgicas a la esmerada manera monacal.

Este masivo retiro está organizado por la Conferencia de Religiosos del Perú, y se ven hermanas* (solo cuento seis varones) de todas las marcas, estilos y razas: con hábitos de diversos colores y cortes, con falda o pantalones, cruces o medallas, mayores y jóvenes (aunque más bien mayorcitas), peruanas, europeas, asiáticas, africanas. No desentonan en el paisaje las cogullas benedictinas, que, junto con los iconos, aportan un toque peculiar y elegante a las celebraciones. El lugar: Villa Marista, cerca de Chosica, en la carretera central, a dos horas de Lima.

Del Vicariato estamos cinco misioneros: Anna, Domi, Yvan, Gabriel y yo, es decir tres laicos y dos curas diocesanos; ¿cómo nos hemos colado acá? Pues porque tenemos amigos… Además, aunque no religiosos, estamos consagrados por el Bautismo, e incluso somos católicos. Simón Pedro también es extranjero, de Bélgica, y lleva casi cincuenta años en Perú. Es uno de los fundadores de su monasterio, que es algo totalmente original: tiene dos sedes (Ñaña, en Lima, y Chucuito, en Puno) y es mixto, hay varones y mujeres. Aprobado por Roma después de una larga lucha.

Salvo las lecturas del oficio y del Evangelio, absolutamente todo es cantado: himnos, antífonas, salmos, responsorios… Las melodías son suaves, pausadas, compuestas con gusto, bellísimas, pensadas para la contemplación. Las partituras de los libros que nos prestan ayudan a cantar con ellos, y hacemos lo que podemos (afortunadamente hubo quien en su día prácticamente me obligó a seguir un año de solfeo). Simón Pedro es quien entona y guía, también acompaña con la guitarra los salmos de laudes. No hay prisa, se trata de alabar y agradecer al comienzo del día, con serenidad, delicadeza y amor. Es un encanto.

Necesitaba mucho hacer ejercicios; llevo algunos años dándolos, pero, entre la pandemia, los cupos limitados y la agenda saturada, no había logrado que me los dieran a mí. Tuve mis retiros, claro está, pero no es lo mismo. Han sido días en una clave muy distinta al método ignaciano; las charlas se me han hecho más especulativas, lo que Simón Pedro dice no logra encerrar lo que quiere transmitir, aunque se intuye. La atmósfera es más contemplativa, y él irradia con su persona tanto o más que expresa.

Rescato algunas afirmaciones que me impactan:
- Dios cree en nosotros, confía en nosotros. El amor es la “fe” de Dios.
- Confío en que Dios tiene la iniciativa sobre todo en mi vida, y siempre. “No tengan miedo”.
- No hay nadie más pobre que Dios; se da totalmente y constantemente, se vacía (kénosis).
- La opción preferencial por los pobres no es militante o para la justicia. Es una opción mística o contemplativa.
- “No antepongan nada al amor de Cristo, quien nos llevará todos juntos a la vida eterna” (San Benito).
- Dios siempre está delante, aunque estemos en plena neblina o de noche sin estrellas. Nunca está detrás, aun cuando lo que hayamos vivido con Él en el pasado haya sido luminoso…
- Intimidad con Dios, como los campesinos que trabajan solos en su chacra. Rumiar, tararear una Presencia permanente.
- La alabanza es bailar con Dios.

Pero lo más radiante para mí han sido las madrugadas de estar juntos “en una alegría silenciosa” (Khalil Gibrán). Nunca hay que separar la adoración de la historia que estamos viviendo, en el pan está el mundo entero, la Eucaristía es el rostro de todas las pobrezas y la ventana de la realidad hacia el Reino. No hay cómo hacer verdad el “denles ustedes de comer” (Mc 6, 37) sin ser auténtico orante, acá está la clara invitación. El mundo es carne de Dios; Dios se hace pan para el mundo, y yo con Él.


* He estado disponible para la confesión, y sigo descubriendo cuánto necesitamos todos, en la vida religiosa, sacerdotal o misionera, acompañamiento personal y espiritual. Pero esto es otro tema…



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