sábado, 5 de noviembre de 2022

INMOLACIÓN EN EL ALTAR ADMINISTRATIVO


Me empujo un paracetamol con el bocadillo de la cena porque me duele la cabeza (el morro, diría mi padre) y noto los ojos cargados. Normal -me digo- si pienso que me he pasado prácticamente todito el día delante de la computadora acorralado por informes pendientes. Y hace poco, el DOMUND… vaya misionero que estoy hecho.

En octubre y noviembre se acumulan las tareas administrativas relacionadas con cerrar proyectos: hacer balances, rendir cuentas y por tanto elaborar informes narrativos de lo que hemos hecho a lo largo y ancho de nuestro Vicariato (que es decir mucho): visitas pastorales, encuentros de formación por acá y por allá, jornadas vicariales, construcciones de diverso pelaje, compras de materiales…

Toca desempolvar reportes que los puestos de misión enviaron en su día, y perseguir implacablemente a quienes deben documentos y crónicas de actividades realizadas. Muy pronto, en Islandia, aprendí que una parte ineludible de la misión en un vicariato pobre como el nuestro consiste en escribir, en componer memorias que den cuenta del trabajo que hizo posible un financiador al que en su día nos dirigimos con la mano extendida.

Todo ese material debe llegar a la oficina, y acá dos o tres pringados lo acomodamos, lo preparamos y sacamos informes finales para enviar a quienes nos ayudan. Así pues, buscar, leer, hacerme una composición de lugar, darle al botón de la creatividad y redactar. En general no es difícil porque está todo servido, pero a veces tengo que mirar fijamente los listados de gastos e incluso las boletas para deducir qué tengo que poner… igual que hacía Tanque, el operador de la nave en Matrix, que descifraba los churretes de caracteres verdes en la pantalla, sabía qué había detrás de ese aparente caos alfanumérico.

Una castaña pilonga en toda regla. ¿Qué cómo lo llevo? Pues más o menos. Me ayuda recordar por qué estoy acá, en Perú, en la selva, el sentido último de todo, y por ahí cuadra. Ayer encontré una cita que me alivió: “(…) todo lo que uno hace, por muy mundano y profano que parezca, se convierte en “divino servicio”“ (Constituciones de la Compañía de Jesús 547, 3)*. ¿Acaso estos papeleos no son imprescindibles para que la misión navegue?

Que además son un ciclo imparable, pues casi a la par que se terminan proyectos, hay que ir pergeñando otros que nos permitan vivir y trabajar el próximo año: reforma de casas misioneras (antes de que se caigan a pedazos), presupuestos para catequesis, para los internados, para reparar ambientes en Indiana (la casa que nos acoge a todos); apoyo para que pueda haber asamblea vicarial en marzo (pasajes, alimentación, viajes de los facilitadores…), para reuniones de coordinación, jornadas y encuentros de capacitación de agentes pastorales, de los misioneros; plata para que podamos seguir subiendo a los botes y llegando a las comunidades más lejanas…

Pues eso. He cambiado las botas de jebe por el mouse y el gorro por las fotocopias. Es lo que hay, alguien tiene que hacerlo, y por suerte no durará eternamente. En Alex, una novela de Pierre Lemaitre, el comandante Verhoeven se dice a sí mismo: “Estás haciendo tu trabajo, así de simple. Un trabajo, Camille, no una misión. Haz lo que puedas. Hazlo lo mejor posible, encuentra a esos tipos, a ese tipo, pero no dejes que afecte a tu vida”.

Tal vez no haya definición más rigurosa de la misión como aquello que afecta a tu vida hasta el punto de trastocarla, voltearla, levantarla y enrollarla (Is 38, 12), cambiarla por completo e impelerte a que la entregues entera. La misión la vivo ahora, también, en estas faenas burocráticas; trato de dar lo mejor. No es ninguna aventura apasionante, pero hoy es lo que tengo para compartir.

* GUIBERT, J. M., Liderazgo basado en la amistad. Cincuenta recomendaciones ignacianas, Sal Terrae, Santander 2021, pág. 27.

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