Como cuando te das un
golpe y de pronto todos los siguientes van al mismo sitio, así llevo una
temporada escuchando relatos que me hacen transitar del estupor al asco y de
ahí a la indignación. Pocas veces he sentido tan perentorio el impulso de
partirle la cara a alguno, si se me acepta la chabacana expresión.
La historia admite escasas
variantes: un varón de mediana edad se acerca repetidamente a una chica joven
con comportamientos insinuantes que permiten interpretar que quiere algo con
ella. Aumentemos el zoom: hombre de entre 30 y 55 años, muchas veces con
mujer e hijos, y que ostenta una posición de poder o autoridad, hostiga a una
adolescente o joven con el objetivo de tener relaciones sexuales. Para que
quede claro.
La sangre me hierve
con más virulencia cuando se trata de profesores. Les envían whatsapps a las chicas
(algunos los he visto), les piden “ser amigos”, las invitan a salir, a comer
algo; les pasan el brazo por el hombro o les tocan la rodilla, la espalda, el
pelo; les dan plata, les ofrecen comprarles un celular… A una el profe incluso
le propuso que se fueran a Nauta, que es el picadero por excelencia en
lenguaje loretano coloquial.
Las jóvenes tienen
catorce, quince, dieciséis años, son alumnas, y siempre las notas actúan como chantaje.
Es repulsivo. Me contaron cómo en un colegio el maestro le daba dinero a la
mamá, y así se aseguraba su silencio, una ayudita para traer el arroz a
la casa y de paso un 17 para su niña. Pero las noticias más repugnantes me
llegan de la universidad: profesores que prácticamente “venden” el aprobado
a las alumnas; eligen a las que más les gustan, las citan a solas en clase o en
su oficina, las presionan suciamente. Y peor en cursos que son “llave” y
que dan acceso a otros posteriores.
Hay un par de
consideraciones que añadir para completar el cuadro. Una es el estereotipo de
las loretanas como “ofrecidas”, mujeres fáciles o pishpirillas. Recuerdo
que, en cuanto dije en Mendoza que me venía para la selva, varias señoras me
advirtieron de que “cuidado padrecito, porque allí todas van con tirantes y
short…” 😨. Asu. Creo que tiene que ver con el carácter
desenfadado y comunicativo, con la manera de vestir a causa del calor, la forma
de vida en la calle. Es un mito, pero hace poco un compañero me contó cómo una
mamá le insistía para darle clases de matemáticas a su hija colegiala: - “Yo
soy de letras señora, no sé nada de eso”; – “Bueno padrecito, pues
téngala ahí en la casa con usted para que le haga compañía…”. Blanco y
en botella, leche.
El otro aspecto tiene
que ver con el silencio y la impunidad. Las actitudes ambiguas son tan
explícitas que las muchachas no saben qué hacer. ¿A quién van a acudir con algo
así? ¿Cómo van a creerme si cuento que mi profe se propasa, me llama
“linda”, se las arregla para que nos quedemos solos, me llena el celular de
mensajes? Los rijosos se aprovechan de esa losa de sigilo, vergüenza e
impotencia que favorece a los abusadores, incluso dentro de las propias
familias.
Es realmente nauseabundo; una corrupción mucho más grave
que la económica, y está igual de naturalizada en el Perú. Lo mismo que
aquel eslogan “El alcalde roba pero hace obras”, cualquier día nos
encontramos escrito en alguna pared “El profe acosa a las alumnas pero
enseña bien inglés”. ¿Qué habrá en la cabeza de estos individuos para que
se comporten así? Probablemente nada más que porquería.
Toparme con esta
infección me coincide con la tarea de armar códigos de creación de ambientes
sanos y seguros, y protocolos de protección de menores en el Vicariato. Nos
lo pide la Iglesia y nos lo exige a gritos la realidad: debe haber instrumentos
que permitan a las adolescentes defenderse, denunciar y salir de la pesadilla. Hay
que reflexionar, concebir el material e informar a todos: niños, jóvenes y
adultos.
Un problema muy profundo, contra el que debemos luchar
por tierra, mar y aire, y empezando por la escuela, porque la clave es, por
supuesto, la prevención (en el Vicariato tenemos cuatro colegios en
convenio con el Estado). Aprieto los puños de rabia, casi no puedo escribir, pero
nadie nos va a detener hasta que acabemos con esta herida social. Ya pueden ir
temblando esos cochinos mañosos (“mañoso” en Perú no es “manitas”, sino
un baboso que toquetea a las mujeres).
Malditos aquellos que abusan de las personas,
ResponderEliminarÁnimo, César! Comparto tu indignación y rabia. También el deseo y compromiso de trabajar porque este estado de cosas cambie.
ResponderEliminarSilvia.
ResponderEliminarPadre rezamos por ti u tu comunidad.