sábado, 16 de abril de 2022

HORA SANTA AMAZÓNICA


Hay instantes plenos, mágicos, sobre los cuales surfea la felicidad, te mira de frente sin recato y el agradecimiento brota a borbotones. Algo así me ocurrió anoche durante la hora santa del Jueves. Estoy en El Estrecho, en el río Putumayo, frontera entre Perú y Colombia; acá he llegado para celebrar el Triduo Pascual.

Es una comunidad muy peculiar, en la que la ausencia de sacerdote por años ha hecho aflorar la sinodalidad poco a poco, gracias a la apuesta de las religiosas, el entusiasmo de los laicos y la paciencia de todos. Por eso me encanta esta misión, y también por lo enorme de su territorio, la variedad de sus pueblos indígenas y los retos que plantean temas como el narcotráfico, las dragas ilegales o la trata de personas.

Encuentro todo armado y preparado para las celebraciones, yo me meto en algo que ya está y que no depende de mí; aunque aporto ideas y chambeamos juntos, es algo de ellos, no mío, y eso me descansa y me insufla optimismo en el sueño de una iglesia más sinodal, laical, amazónica y… femenina. De hecho, la mayoría del equipo parroquial son mujeres.

Ahí el aporte de Meche, religiosa Misionera Parroquial del Niño Jesús de Praga, es clave. Con ella han craneado el esquema de la hora santa, un rato de adoración al estilo amazónico, conectando con las raíces de nuestra cultura. ¿Que si es posible? Claro que sí, pero hay que olvidar modos romanos, latines y patrones occidentales para dejarse llevar por la corriente de nuestro río.

Todo comienza por la decoración: el Santísimo está colocado en el piso, donde almuerzan los indígenas; rodeado de frutos locales (carambola, anona, guanábana, caimito, humarí, guaba…) y flanqueado por plantas y flores de la selva. Diversas artesanías y pinturas lo engalanan, y varias velas iluminan el conjunto, al igual que harán en la mayoría de las casas del Estrecho cuando esta noche a las 11 se corte la electricidad por hoy. En un mundo de madera, tela y fibras de palmera, la pequeña custodia es lo único metálico.

“Háblale a Jesús de nuestro pueblo, de sus orígenes, de sus ritos y costumbres”. La melodía suave invita a la meditación, nuestra gente es profundamente espiritual. Acompañamos a Jesús en este confín de la Amazonía y le hablamos en murui o en kichwa, y descubrimos que son también sus idiomas. Él está acá desde siempre.

Varios niños habían preguntado en la tarde: “¿Cuándo vamos a danzar?”. Pues claro, obligado, porque la danza es la manera regional de veneración. Sonaron músicas tradicionales como “El Solterito” y “El Gallinacito”, sacamos el pañuelo y comenzamos a danzar, adorando el cuerpo Jesús Eucaristía con nuestros cuerpos. Las adolescentes casi no saben, o las vence el roche, pero en cuanto se escuchan los primeros acordes de “Anaconda” ahí sí, comienzan a moverse con ese compás vigoroso y armonioso tan característico.

Con el sabor también se puede orar, los alimentos de nuestra tierra nos juntan con los antepasados, con los espíritus del bosque, nos unen a Jesús hecho alimento para nutrirnos y darnos Vida. La torta de kasabe se va partiendo como se parte el pan, los vasos de kawana van pasando y nos refrescan. Algunos niños cuentan cómo sus abuelitas preparan esta bebida ancestral, que proporciona fuerza y gozo, como la Eucaristía.

Así va transcurriendo esta hora, en ambiente a la vez reverencial y festivo, porque la gente ha captado la médula del Jueves Santo, la alegría por el amor revelado y el presentimiento pensativo de la muerte cercana. Jesús entiende todos los lenguajes, su Pascua abarca e inspira todas las culturas de todos los tiempos.

Llega el momento de despedirse. Naoki, que tiene 9 años, viene corriendo y me da un abrazo. Para mí eso es parte esencial de la experiencia de hoy, es el abrazo de Jesús, de este pueblo, de la Amazonía… Salgo a la noche serena; me enfoca la luna llena del otoño austral y siento que todo está bien, que estoy exactamente donde deseo estar.

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