jueves, 30 de septiembre de 2021

AL FIN ME DEJÉ ALCANZAR POR Mª ÁNGELES

 
Más de veinticinco años después. Pero no es tarde. La vida, caprichosa o misteriosamente, te aleja de algunas personas, pero más tarde te las vuelve a regalar. Porque en la vida hay muchas vidas, siempre es “todavía”, y porque sin duda te conviene ahora que, en este caso ella, forme parte de tu día a día.
 
Éramos niños, adolescentes, y jugábamos en la plaza de España. Entonces era todo era muy distinto, sin tantas pantallas, y más sano, creo. Nuestro juego preferido era “policías y ladrones”, normalmente los niños contra las niñas: cada equipo tenía que perseguir al otro hasta agarrarlos a todos; los que iban cayendo prisioneros se colocaban en fila cogidos de las manos, y si un compañero lograba tocar esa cuerda humana, se salvaban todos, escapaban y vuelta a empezar.
 
Cuando los chicos éramos los ladrones resultaba difícil capturarnos, porque, aunque a menudo las chicas nos superaban en número, nosotros corríamos más. Y yo era uno de los más rápidos, de los que se quedaban los últimos, acosados, acorralados y extenuados por un montón de muchachas, y singularmente siempre por las dos o tres más pertinaces.
 
Como puede imaginarse, en plena erupción hormonal (ahora que están de moda los volcanes), aquello tenía una connotación romántica adolescente: el/la que me gusta… nos buscamos… te pillo…  forcejeamos… nos sujetamos… Más de una vez llegué a casa con la camiseta rota o los botones saltados por los violentos intentos de presa. Y Mª Ángeles Márquez era una de las más habituales en mi retrovisor.
 
Ella está ahí, con vestido negro en la esquina superior izquierda de esta foto, tomada el otro día en uno de esos encuentros de amigos de la infancia que solemos armar por estas fechas (ver la entrada del 16-09-2017). Siempre ha estado ahí, a pesar de la larga pausa. Pero en esta ocasión llegó la hora de ponernos al día y reconectar. Y lo hicimos en la plaza, el escenario de carcajadas y sudores infantiles, con una granizada de limón en el kiosko de Santa María.
 
M. Ángeles me narró cómo ha sido todo este tiempo, todo lo que le ha pasado; me compartió sus sueños de estudiante y joven, sus opciones, sus derrotas y fracasos, las luchas, los dolores más grandes… Ha sufrido mucho, mucho… pero fue desplegando con gran naturalidad sus experiencias, serena y despojada de todo rencor. Eso me pareció increíble, su capacidad de perdonar, su corazón cristalino.
 
Y me contó cómo ahora está comenzando una nueva etapa, tomando decisiones de calado, emprendiendo cambios y asumiendo riesgos. No advertí en ella una traza de amargura, más bien asoma en sus ojos la ilusión de aquellos quince años persistentes corriendo tras “mi rubio”. Me impacta su agradecimiento a pesar de todo: “tengo muy buenos amigos que me ayudan mucho”. Tal vez solo quien ha soportado y ha llorado tanto, es capaz de apreciar la gratuidad y disfrutar de verdad de la caricia y de la risa.
 
En la conversación pude entrever a la M. Ángeles creyente que, a través de los traumas vividos, ha ido prescindiendo de la Iglesia y quedándose con Dios. Y me hace pensar… Solo junto a Él se puede esculpir un interior tan entero y fuerte como el de M. Ángeles. Únicamente con Él se aprende lo más esencial, pero ¿y cuando solo hay la “religión tradicional”, acaso las personas no quedan desprotegidas ante los golpes crueles de la vida?
 
Me pidió que fuésemos juntos a la cena con los compañeros; la comprendo, se sentiría un poco insegura después de una eternidad sin vernos. Pero después la sentí relajada y a gusto, se merece cada pequeño instante de felicidad.

Me he dejado atrapar. Por fin. ¿Sabes una cosa, pero que no se entere nadies? Cuántas veces deseaba que me pescaras… Ya de “tu rubio” queda un pelachito, pero, si quieres, y aunque haya distancia física, ya no te soltaré. Cuenta conmigo. Un gran beso Mª Ángeles.

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