lunes, 5 de julio de 2021

POR LA QUEBRADA SANTA MARÍA


Quiero visitar alguna comunidad, no quedarme solamente en Angoteros, de modo que de buena mañana subimos al Yayallachiwan, el mítico bote de Juan Marcos, y ponemos rumbo a la quebrada Santa María, cuya boca está a menos de treinta minutos río Napo arriba. Por ella surcaremos durante dos días inolvidables.

En una hora más de cómoda y rápida navegación llegamos a Guajoya, única comunidad de etnia secoya de esta zona. Son evangélicos, pero de todas maneras entramos porque Domi es bien conocida y la Iglesia católica es percibida como aliada. Inmediatamente llaman la atención sus casas, construcciones cerradas de madera muy distintas a las viviendas kichwa.

El aviso que Domi había enviado no ha llegado, así que no nos esperan. No pasa nada, conversamos nomás por las esquinas con algunas personas: don Óscar, su esposa y varias mujeres que aparecen porque oyen que viene con nosotros la obstetra del puesto de salud. Subimos al punto más alto de la restinga donde está emplazado el pueblo y se nos llenan los ojos de la belleza de la selva inmensa, el océano de copas de árboles extendiéndose hasta el horizonte.


El templo es grande, bonito y bien mantenido. El pastor, que se llama Fermín, nos recibe en su casa. Comentamos los resultados electorales a favor de Castillo y nos dice: “No les puedo mentir, yo he votado a Keiko”, jaja. Con su perfil hierático, podría ser actor en un western americano representando a un jefe indio arapahoe; pero en vez de ordenar que nos corten la cabellera (conmigo lo tendrían complicado, desde luego), nos invita a una tremenda torta de kasabe* que parece una hostia gigante.


Luego veremos al apu, que nos confirma la tendencia política fujimorista (“Todos hemos votado por Keiko”) y nos cuenta que dos jóvenes de la comunidad han sido chapados en Mazan con cerca de 400 kg de marihuana. Domi dice que es la primera vez que le hablan abiertamente del problema del narcotráfico, que es endémico en esta zona desde hace años. La bodega del pueblo lo demuestra, está repleta de artículos de todo tipo para vender (¿hervidor de agua donde no hay electricidad?) y evidentemente es un lavadero de plata.

Continuamos viaje hasta arribar a Estirón, el último lugar habitado al fondo de la quebrada. Los estragos del aislamiento son manifiestos, la escuelita presenta signos de abandono y el silencio es aplastante.

Nadamos un rato en ese agua cristalina, placer amazónico gratuito e incomparable. Llega un niño, solo, y le invitamos a pan; un rato después regresa con tres peces que ha pescado para nosotros. Así es esta gente de generosa. Tenemos hambre, doña Liliana arma un arroz con atún que nos sabe a gloria y mi escasa cabellera descansa a salvo bajo el mosquitero.

Por la mañana colocamos el megáfono con música y Roger avisa varias veces en kichwa; en la selva todo entra por el oído y la gente va acudiendo poco a poco. Las warmis llegan con su atuendo festivo: faldas estampadas, polos de colores lisos y joyas al cuello; los pies descalzos, se sientan en el piso según su costumbre, todas muy jóvenes, la mayoría con bebés. Los caris están con sus mejores jeans y zapatos, bien compuestos, serios. Domi les hace reír con sus bromas y va explicando la coyuntura política (acá están totalmente desinformados) intercalando con canciones y muchas palabras en kichwa.

Me toca el turno. Para que comprendan quién los visita, Domi me presenta como el “vice-obispo”, igual que hay vice-apu. No es para darme postín, es para que se sientan acompañados por la Iglesia y parte de ella. Les hablo un poco del Sínodo, de que hay que cuidar la naturaleza para que sigamos viviendo. Me pregunto si se estarán enterando de algo, pero igual les digo que la Iglesia piensa en la Amazonía, que ellos nos importan, y me sale del shunku.

Por supuesto, las mascarillas brillan por su ausencia en toda la gira.

* Pan hecho de harina de yuca, sin levadura y tostado o asado.

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