Esta señora se vacunó
cinco minutos antes que yo, la foto era para contener la emoción e ir
preparando el brazo para el pinchazo salvador. Es también la imagen de un país
que lucha apretando los dientes por salir del agujero: gracias, Perú.
Efectivamente, ya me llegó el turno de la primera dosis de
Pfizer. Los cincuentañeros nos hemos llevado una sorpresa, porque nos convocaron
antes de lo que creíamos, o así se comentaba en la cola aquella mañana. Una
cola por cierto larguísima, que rodeaba toda la cuadra que ocupa el complejo
“Nuestra Señora de la Salud” (colegio, parroquia y coliseo deportivo) en el
barrio de Punchana, en Iquitos.
Por más que madrugué, muchísimas personas me habían ganado.
Y es que las vacunas son muy esperadas, no en vano Loreto es una de las regiones del país con menor porcentaje de
población vacunada, menos de la mitad que en Lima, por ejemplo (4,66% frente a
10,68% el 8 de julio*). Y no me sorprende; influyen la lejanía, el clima
desfavorable al mantenimiento de la cadena de frío, la relativamente poca
población… y la costumbre: la selva es siempre la última, y eso que ocupa más
del 60% de la extensión de Perú.
Fue el pasado lunes 5 uno de esos días en que el sol aprieta
durísimo ya desde el amanecer. No eran ni las 7 de la mañana y ya debí abrir la
sombrilla (paraguas) para protegerme. La cola marchaba a tirones: ingresaban en
el polideportivo 25 personas, se hacía una pausa, al rato otro grupo, y así. La gente se lleva su silla, comí un par de
sándwiches, se conversa, leía a ratos… Demoré dos horas en llegar a la
puerta, también me pareció poco.
Al entrar recibes una charla informativa: cuál vacuna vas a
recibir, fecha de la segunda dosis, posibles efectos adversos y demás
instrucciones necesarias. Todo con
bastante orden, siempre sentados en sillas que se van ocupando al toque a
medida que van quedando libres al avanzar los turnos, una costumbre de acá que
siempre me hace sonreír porque parece un juego.
Hasta que te indican en qué puesto de vacunación te va a
tocar (calculo que había unos ocho). Y allá que me fui, con una mezcla de
curiosidad y excitación. Mirando todo alrededor, con mi carnet en la mano, me
iba aproximando al lugar de los hechos jugando al juego de las sillas. Es mucho
más lento el proceso de rellenar los documentos (consentimiento informado,
cartilla de vacunación) que la inyección en sí. De hecho me inocularon antes de
que firmara. Gracias señorita Nataly
Arce, licenciada en enfermería, por su delicadeza, no me dolió nada.
De ahí pasas a la zona de descanso, donde escuchas más
indicaciones acerca de los síntomas que pueden aparecer, te anotan en una lista
y respiras aliviado. Hasta nos contaron cosas sobre otras enfermedades y cómo
prevenirlas: “el dengue también mata”.
Todo se desarrolla con agilidad e ingenio muy peruano. Y por supuesto, es posible gracias al esfuerzo y excelente desempeño
de los profesionales de la salud, que realmente se sacan el ancho.
Así vas avanzando
Perú, al tran tran, entre tu modestia
y la ilusión por levantar la cabeza: en seis meses se ha logrado colocar 8
millones de dosis, un 16,6% de los 48 millones que son el objetivo. Creo
que se hace lo máximo que se puede, pinchando todo lo que llega a través de
contratos, la iniciativa COVAX de la OMS y donaciones. Con obstáculos, pero con
determinación. Los frenos no son solo económicos: mucha gente no se quiere
vacunar (circulan diversos mitos en contra), es difícil llegar a las
poblaciones indígenas, se dan barreras culturales…
Somos un país humilde a punto de llegar al bicentenario de
su independencia. Y no habrá mejor celebración
que superar la pandemia unidos en torno al nuevo gobierno. Vamos pues con
optimismo y buenas dosis de esperanza en el futuro.
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