Ya había participado en eventos parecidos en un par de
ocasiones, en Mendoza y en Huasmín (Cajamarca), pero esta vez todas mis expectativas fueron superadas, y
mi capacidad de sorpresa desbordada. Y no solo por lo que presencié, sino
por el gentío que se reunió, desafiando virus, sensatez y recomendaciones de
las autoridades.
Las muertes del año pasado, en medio de la cuarentena,
fueron especialmente dolorosas para los familiares. Debe ser muy duro asistir impotente
a la desaparición de tu papá o de tu abuelita, a quien de un momento a otro dejas
de ver porque se lo llevan metido en una bolsa negra, sin poder siquiera despedirte debidamente porque el protocolo prohíbe
los velorios. No en vano acá el acompañamiento del cadáver normalmente dura
un par de días (o más), y ese tiempo ayuda a ir asimilando la pérdida y
preparando el momento del adiós final con la sepultura.
Quizás por eso, estos
aniversarios y conmemoraciones tienen una connotación de reparación de lo que entonces no fue posible, una “restitución”
de los obligados homenajes a los seres queridos difuntos, y también funcionan
como imprescindible cierre del período del luto, particularmente triste en
época de pandemia. De ahí el mismo término: “bota-luto”, despedir el luto; y
con revancha en forma de fiesta gorda.
La puesta en escena
ya me impresionó, me recordó a algunas fiestas de 15 años. Una gigantografía
con la foto del finado preside la estancia; junto a ella, una imagen del Cristo
de la Misericordia cuyos rayos apuntan a una tremenda torta que parece de
chocolate y crema. Arreglos florales, parpadeantes luces navideñas, composturas varias y otra torta aún más
grande colgada en una especie de pebetero a un costado.
Al otro lado están los familiares directos, todos vestidos
de blanco riguroso y sin mascarillas. De hecho hay bastante gente que no lleva,
tal vez sea porque enseguida empiezan a repartir chicha a todo el mundo y las
bocas han de estar sueltas. La sala está abarrotada, y fuera, en la calle, han
colocado muchas bancas que auguran llenazo hasta la bandera. Las medidas de seguridad parecen importar
poco, a pesar de que estamos recordando a una víctima de la COVID.
Nos han llamado para hacer una oración. Esta vez les pido a
las hermanas que se encarguen ellas, y yo simplemente observo y me expongo al
impacto de lo que va ocurriendo. La celebracioncita es breve, apenas quince
minutos, la gente canta “Juntos como hermanos”, se escucha el evangelio,
rezamos el padrenuestro. Se me antoja que los
misioneros, y más las religiosas con sus hábitos, somos como un adorno más, o
unos teloneros de calidad, porque seguramente la velada está por comenzar.
Y no voy desencaminado. Al toque sirven el indefectible
plato de arroz con pollo, más chicha, y enseguida comienzan los discursos. Hay
incluso un locutor de radio que actúa de presentador
y va dando paso a los familiares y amigos que desean brindar unas palabras. Todas las intervenciones (seis o siete) son
bien emotivas, regadas con lágrimas, y muy parecidas, y todas ponen el acento
en agradecer a los asistentes su presencia y su solidaridad. Algo muy
peruano, dar las gracias siempre, y sonriendo. Me encanta.
Entretanto van llegando más vecinos, los bancos de
fuera se llenan y la calle se colapsa. Esto lo comprobaré cuando dentro de unos
minutos salga, porque ahora de pronto
hacen su aparición los mariachis con
sus sombrerazos y me quedo a cuadros. Se da la curiosa circunstancia de que
el difunto falleció justo el día de su cumpleaños, así que, tras la afinación,
el repertorio comienza con las mañanitas y el happy birthday. En ese momento se forma una pelota de gente que
invade el lugar con celulares en ristre para inmortalizar el instante. Un par
de piezas después (el festejo se anunció para toda la noche), y aprovechando un hueco en la puerta, me escabullo
y pa casita.
Mientras camino huyendo del virus me asaltan las
preguntas: ¿de dónde saldrá la plata que se gasta esta gente humilde? ¿se
endeudan con semejantes saraos? ¿cómo
se puede pasar en dos minutos del llanto al baile? Inquietudes sin respuesta en este país maravilloso, donde todo puede
suceder.
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