Los de la empresa constructora del nuevo colegio secundario de Indiana me llevaron a bendecir la obra. Es una institución educativa que tiene el Vicariato desde hace años en convenio con el ministerio de educación, de modo que “me tocaba”. Apenas voy a ingresar en el recinto, cuando un trabajador me llama aparte. “Padre, por favor, ¿puede darme su bendición?”. Me cuenta en un momento que es de Chincha (“¡Estás lejos de tu casa!” – le digo) y un par de situaciones delicadas de su vida. Le pongo mi mano sobre su cabeza afroamericana y noto su profunda fe. No se sabe cuál de los dos se despidió más agradecido.
Días después voy caminando por el mercado de Belén, en Iquitos, cuando veo a mi costado en la vereda a otro trabajador, esta vez un contador de Cáritas del Vicariato. Él parece no reconocerme aunque me mira, la mascarilla oculta y desfigura. Me paro a darle un codazo y se sorprende. “Hace tiempo que no te veo por Punchana”. “Sí padre, es que ya no trabajo allí”. Nos despedimos deseándonos suerte. A la mañana siguiente recibo un whatsapp con una sola frase: “Buen día padre. Gracias x saludarme en la calle”.
Me salió un algo junto a un ojo. Llevaba varios días fastidiándome, enrojecido y con dolor. Se lo mostré a Elita, la responsable del departamento de salud del Vicariato. “Te ha picado un bicho, padrecito”. Me dio una crema y me recomendó lavarme y aplicarme tres veces al día. Era lunes. Pues ese viernes, yo ya en Indiana olvidado de ronchas, una timbrada de Elita con una sola pregunta: “¿cómo está tu ojo?”.
En la campaña de sensibilización que estamos haciendo por las comunidades, llegamos el otro día a Santa Rosa, no muy lejos, apenas a media hora río abajo. Después del pequeño encuentro con la gente, la hna. Mª José me avisa de que una señora quisiera conversar un momento conmigo. Se van todos y doña Elsa, así se llama, me cuenta que hace unos meses ha perdido a su marido. Que no tiene ganas de comer, que en la noche cree verle, que se siente muy triste y le extraña. Me da ternura su franqueza y me hace temblar que me confíe su dolor tan limpiamente. “Doña Elsita, esto del duelo es un camino largo y usted está recién empezando”. Le ofrezco algunos consejos para ir sobrellevando y adaptándose a esta soledad desconocida.
Y el último: alguien desde México escribe al facebook del Vicariato preguntando por el p. Louis Castonguay, nuestro misionero más veterano, de más de 80 años. Mejor lo copio-pego porque no necesita muchos comentarios:
- Buenas noches, escribo desde Acapulco, Guerrero México, busco la manera de contactar al sacerdote Louis Castonguay. Quisiéramos tener contacto con él, ya que hace poco más de 50 años el sacerdote ayudó a mi papá para que él pudiera estudiar. Mi papá lo ha buscado por muchos años y no había podido dar con él... Estaría encantado de poder agradecerle lo que hizo por él, sin su ayuda no hubiera conseguido los logros y éxitos que gracias a Dios ha tenido y para mí sería maravilloso que pudiera hacerlo. Si le es posible decirle que Luicía … , la hija de … de Acapulco Guerrero, México espera tener contacto con él, nos haría muy felices, él sacerdote lo dejó a cargo del Sr. Francisco Guerra. Muchas gracias por la atención.
- Hola Lucía, soy el p. César Caro, vicario general del Vicariato. Mañana voy a ir a Iquitos y estaré con el p. Louis. Veremos la manera de que contacten, creo que él tiene dirección de correo electrónico. Con mucho gusto.
- Muchísimas gracias, se lo prometo que eso hará muy feliz a mi papá, él y toda la familia nos sentimos muy agradecidos por lo que en su momento hizo por mi papá. Muchas gracias y bendiciones. Estaré al pendiente.
(Al día siguiente le explico al p. Louis y me da su correo para que se lo pase).
- Muchísimas gracias estoy muy emocionada, en seguida le escribo... Gracias y bendiciones
Minúsculos pero vigorosos destellos de bondad. Con la cualidad de sanarme. Muy apropiados para esta entrada, que hace la número 800 de mi blog, casi doce años después de su comienzo.
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