sábado, 12 de septiembre de 2020

CAMPAÑA DE SENSIBILIZACIÓN

En mayo hicimos un proyecto vicarial de prevención frente al covid-19 que Adveniat nos aprobó al toque. La idea era visitar las comunidades de nuestros puestos de misión para informar, alertar y sensibilizar. Ahora que parece que llueve menos, y una vez comprados los materiales, los misioneros están saliendo. Y nosotros en Indiana también.

Mi registro dice que hasta ahora hemos pasado por 17 comunidades, nos quedan seis o siete para alcanzar lo que tenemos previsto. En esta época del año, en plena vaciante del río, no podemos llegar a todas partes porque sencillamente no hay agua y el bote se queda varado. Son meses donde la gente de lo alto de las quebradas sufre la sequía (el “verano”, como lo llaman) y a duras penas se abastece para beber, bañarse, lavar, etc.

Además, las visitas tienen que ser necesariamente rápidas y, si hay reunión, breve y no demasiado numerosa. Para no traicionar con nuestros actos lo que intentamos explicar con palabras: guardar la distancia, no viajar a Iquitos o Indiana si no es imprescindible, ponerse mascarilla, lavarse las manos a cada rato… Esas normas sencillas son el contenido de las conversas, que esto no ha terminado, que el virus está acá, que no hay que confiarse y demás cantinelas de sobra conocidas.

A veces logramos juntar a los vecinos que no están en sus chacras, y en otras ocasiones no se puede, depende de la rapidez o las ganas del animador o la autoridad de turno. Cuando hay quorum, la gente nos recibe muy amablemente, escucha con atención lo que contamos y agradece con cariño las cositas que les regalamos: un bote de lejía por familia, un paquete de detergente, un jabón en barra, unas mascarillas. No resuelven nada, son apenas un gesto que pretende únicamente hacerles recordar la importancia de la higiene y del cuidado.

En algunos lugares el encuentro es en la capilla, porque en este distrito hay algunas, a diferencia del Yavarí, donde no había ninguna. Invariablemente uno de los temas está siendo la reparación de la capilla, porque todas están viejas y en algún caso a punto de caerse. El recorrido me ayuda a seguir conociendo las comunidades de mi misión, como en mayo. Y siempre la hermana Mª José me presenta diciendo: “después de seis años, por fin tenemos párroco”.

El zarpe es temprano (el bote lo alquilamos, la parroquia no tiene) y al toque tomamos desayuno. Acá las distancias no son como en Islandia, una mayoría de comunidades se encuentran en un radio de dos a tres horas desde Indiana, de modo que el trayecto se me hace corto. Vamos de un caserío a otro, almorzamos también a bordo y regresamos en la tarde. El equipo lo solemos formar Nimia (maestra y animadora de la zona), Toño, el seminarista Robinson, las hermanas Mª José y Mª Beatriz y yo. Hay muy buen ambiente, frecuentes carcajadas, fotos y emociones al subir y bajar de la nave o escalar los barrancos.

La verdad es que, si no fuera por las hermanas, yo no podría abarcar tanta cosa. Ellas preparan todita la logística de los viajes: las comidas, los platos y vasos, el agua, los materiales… y hasta llevan galletas de las que me gustan. Solo tengo que ayudar a cargar, acordarme de llevar mis botas y navego a mesa puesta. El equipo de Indiana, tan amplio y variado, me permite en la misma semana ir por ejemplo a Santa Clotilde, trabajar en Iquitos en “el obispado” y andar por los pueblos. Se lo agradezco mucho.

Ahora solo queda que yo mismo negocie con mi cuerpo y mi mente, y maneje el estrés de este ir y venir, esta correnderilla incesante que me hace vivir en un pie y amanecer medio confundido por no saber dónde estoy. También falta terminar nuestro propio bote y comprar nuestro motor, que estamos en ello, y empezar a buscar plata para reformar o reconstruir las capillas maltrechas.

Todo se andará. Por mientras intentaré sensibilizarme yo mismo disfrutando del silbido del viento sobre el Amazonas, la puesta de sol naranja y las sonrisas abiertas de la gente humilde. Para asegurar que la campaña dé sus frutos.

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