Comienza el día en casa de los franciscanos de Santa Clotilde. Aprovecharon las semanas iniciales de la cuarentena para reformar un poco los ambientes, de hecho nos juntamos en la pequeña capilla recién preparada. El Santísimo está expuesto en un sencillo ostensorio, y cuentan que lo tienen así desde el principio de la crisis, porque han orado mucho. Uno de los frailes viste hábito. Es un gusto celebrar la Eucaristía con tanto silencio, calma e intimidad.
Cuando la invasión del virus se generalizó, los franciscanos ya no tuvieron tiempo para nada, porque se fueron a colaborar con las brigadas organizadas por el centro de salud. Salían a los barrios del pueblo y a las comunidades de la zona visitando a cada familia informando, midiendo temperatura y saturación, haciendo pruebas rápidas, recopilando datos. En la reunión Pancho, Pedro y Miguel cuentan su experiencia, entre la emoción y la tristeza. Jaime continúa de recorrido estos días.
Las Siervas de Jesús Sacramentado, que viven un poco más arriba en la loma, también trabajaron lo suyo. Les llegaban tomos de impresos que había que cumplimentar rápidamente para enviar a la Dirección Regional de Salud, y que les jalaron horas de sueño extras, porque estos meses la tarea del colegio les ha sacado el ancho. La pandemia ha sometido a los profesores a un sobreesfuerzo, inventando modos de proseguir la enseñanza por teléfono, WhatsApp, mediante fotocopias de ida y vuelta, o señales de humo si era preciso.
En mi paseo he visto a los alumnos, cada día un grado, haciendo cola (respetando la distancia, claro), para recibir las fichas; las hermanas me explican que los maestros se reúnen con grupitos de seis para explicarles los trabajos correspondientes a cada materia. Ana Laura y Vianey, gestoras del centro, siguen craneando cómo adaptarse a la situación y seguir brindando una educación de calidad; la hermana Sonia es la responsable del internado; Socorro, la más mayorcita, no salió a la calle y se dedicó a la cocina, jugando un papel clave. También comparten el relato de este tiempo cuando me reúno con ellas. Detecto una pudorosa satisfacción, más cansancio y mucho cariño.
Con ellas vive Gabriela, misionera laica polaca, con 10 años de experiencia en el Vicariato de Iquitos y desde hace año y medio gerente de la micro-red de salud del Napo. Ha sido la persona clave en el éxito del combate contra el coronavirus por su temple, su liderazgo, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Charlamos y me confía las dificultades que encuentra, la fatiga de quien ha llegado al límite de sus fuerzas y la incertidumbre ante el futuro. Sé que estoy con alguien muy valiente y me pregunto cómo podemos impulsar este tan precioso servicio a la vida del pueblo, como ayudar a que permanezca y mejore… Si algún médico o enfermero-a lee esto y se anima, acá todos los brazos son pocos.
La visita se dinamizó a través de los encuentros con cada grupo (religiosos, religiosas y laica), que desembocaron en la reunión con el equipo completo. En ella se hizo patente el valor de trabajar juntos, de articular el equipo sintiendo que “todo es de todos”, de sumar esfuerzos y cualidades de manera solidaria, como se logró en las semanas de más intensa lucha. No es “mi” colegio, “mi” hospital o “mi” parroquia, sino que todo está conectado mediante un “nosotros” que lleva adelante toda la acción misionera de la Iglesia en Santa Clotilde.
Fue casi lo único que me atreví a sugerirles, además de ofrecerles varias informaciones de “nuestro” Vicariato. Al final de la reunión les pedí algún consejo como vicario general novato. Me dijeron que valoran la visita y la conversación con los misioneros, que se esté pendiente de ellos; piden que se les acompañe con rostro cercano y fraterno; y sobre todo, me recomendaron escuchar mucho. Hago tesoro y tomo nota; un programa simple y certero, para que no me pierda en otros laberintos.
Pero lo que más me conmovió es que todos me agradecieron mucho el haber pasado estos días con ellos. No hice nada del otro mundo, nomás acepté indicaciones y seguí mi intuición. Eso sí, la mayoría de diálogos comenzaron con “¿cómo estás?”. Presté atención, aprendí y me enriquecí.
Cuando la invasión del virus se generalizó, los franciscanos ya no tuvieron tiempo para nada, porque se fueron a colaborar con las brigadas organizadas por el centro de salud. Salían a los barrios del pueblo y a las comunidades de la zona visitando a cada familia informando, midiendo temperatura y saturación, haciendo pruebas rápidas, recopilando datos. En la reunión Pancho, Pedro y Miguel cuentan su experiencia, entre la emoción y la tristeza. Jaime continúa de recorrido estos días.
Las Siervas de Jesús Sacramentado, que viven un poco más arriba en la loma, también trabajaron lo suyo. Les llegaban tomos de impresos que había que cumplimentar rápidamente para enviar a la Dirección Regional de Salud, y que les jalaron horas de sueño extras, porque estos meses la tarea del colegio les ha sacado el ancho. La pandemia ha sometido a los profesores a un sobreesfuerzo, inventando modos de proseguir la enseñanza por teléfono, WhatsApp, mediante fotocopias de ida y vuelta, o señales de humo si era preciso.
En mi paseo he visto a los alumnos, cada día un grado, haciendo cola (respetando la distancia, claro), para recibir las fichas; las hermanas me explican que los maestros se reúnen con grupitos de seis para explicarles los trabajos correspondientes a cada materia. Ana Laura y Vianey, gestoras del centro, siguen craneando cómo adaptarse a la situación y seguir brindando una educación de calidad; la hermana Sonia es la responsable del internado; Socorro, la más mayorcita, no salió a la calle y se dedicó a la cocina, jugando un papel clave. También comparten el relato de este tiempo cuando me reúno con ellas. Detecto una pudorosa satisfacción, más cansancio y mucho cariño.
Con ellas vive Gabriela, misionera laica polaca, con 10 años de experiencia en el Vicariato de Iquitos y desde hace año y medio gerente de la micro-red de salud del Napo. Ha sido la persona clave en el éxito del combate contra el coronavirus por su temple, su liderazgo, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Charlamos y me confía las dificultades que encuentra, la fatiga de quien ha llegado al límite de sus fuerzas y la incertidumbre ante el futuro. Sé que estoy con alguien muy valiente y me pregunto cómo podemos impulsar este tan precioso servicio a la vida del pueblo, como ayudar a que permanezca y mejore… Si algún médico o enfermero-a lee esto y se anima, acá todos los brazos son pocos.
La visita se dinamizó a través de los encuentros con cada grupo (religiosos, religiosas y laica), que desembocaron en la reunión con el equipo completo. En ella se hizo patente el valor de trabajar juntos, de articular el equipo sintiendo que “todo es de todos”, de sumar esfuerzos y cualidades de manera solidaria, como se logró en las semanas de más intensa lucha. No es “mi” colegio, “mi” hospital o “mi” parroquia, sino que todo está conectado mediante un “nosotros” que lleva adelante toda la acción misionera de la Iglesia en Santa Clotilde.
Fue casi lo único que me atreví a sugerirles, además de ofrecerles varias informaciones de “nuestro” Vicariato. Al final de la reunión les pedí algún consejo como vicario general novato. Me dijeron que valoran la visita y la conversación con los misioneros, que se esté pendiente de ellos; piden que se les acompañe con rostro cercano y fraterno; y sobre todo, me recomendaron escuchar mucho. Hago tesoro y tomo nota; un programa simple y certero, para que no me pierda en otros laberintos.
Pero lo que más me conmovió es que todos me agradecieron mucho el haber pasado estos días con ellos. No hice nada del otro mundo, nomás acepté indicaciones y seguí mi intuición. Eso sí, la mayoría de diálogos comenzaron con “¿cómo estás?”. Presté atención, aprendí y me enriquecí.
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