jueves, 27 de febrero de 2020

OLEADA DE VENEZOLANOS


Los que vamos a Lima “de año en año o de tiempo en tiempo” (Ejercicios 56) notamos una evolución en la avalancha de personas de Venezuela que en los últimos años está llegando a nuestro país. Es asombrosa su cantidad, desde luego (se estima que son ya un millón), pero eso no es nuevo. Lo que me sorprendió esta vez es su emplazamiento social: han pasado de vender caramelos en los carros a irse insertando en la vida profesional y ciudadana.

El ayudante del urólogo que me hizo las litotricias es venezolano. Me contaba que lleva dos años en Perú, y que al principio trabajó de manera informal en la venta callejera de periódicos y gaseosas, hasta que encontró este empleo acorde con su título de licenciado en enfermería. Dice que el doctor le hizo un buen contrato, con todos los beneficios laborales, y está contento. “No me veo regresando a Venezuela, la verdad”. Ya tienen un barrio en el norte de la capital y una cola propia en Migraciones.

Y es que “Hay arepas por todas partes”, bromeaba el chico que me cortaba mis cuatro pelos. Él también es venezolano, excelente profesional con varios cursos de peluquería. Y también el chofer del bus que la otra noche nos llevó a Barranco era compatriota suyo, de hecho al bajar le dimos las gracias y contesto “A la orden” con ese tonillo típico caribeño. Un acento que escuché cruzándome con gente en las veredas de San Isidro (barrio pituco), o en el mercado cercano a San Felipe, o comprando en Plaza Vea o simplemente paseando por la ciudad.

A pesar de que parece que la penetración de estos inmigrantes se va haciendo efectiva y normalizando, y que de hecho van alejándose de los alrededores de la mendicidad, hay un gran rechazo social hacia ellos. Un sector amplio de la población está preocupado porque sienten que los venezolanos le están quitando oportunidades de trabajo y porque son culpables del aumento de la delincuencia. Pero Pilar Arroyo nos explicó con precisión que solamente una ínfima minoría de entre ellos comete delitos: las denuncias con respecto al total de venezolanos que han llegado al Perú representa apenas el 1,2%. Es decir, el 98,8% de los migrantes venezolanos no ha delinquido en 2019, según datos oficiales de la policía.

El problema es que los medios de comunicación, con su estilo sensacionalista de presentar las noticias de sucesos, alimentan estos tópicos viejos y falsos. Y el gobierno lo mismo: acaba de crear una unidad especial de operaciones policiales para combatir a los venezolanos, como si fueran los criminales más sanguinarios.  Mientras que los propios peruanos siguen liderando los asesinatos, robos, secuestros, violaciones y demás males, la opinión pública cree ingenuamente que todos los venezolanos son malhechores. “Guarda el celular, que como te lo agarre un venezolano…” – escuché que le decía un amigo a otro por la calle.

Si pasas junto a la embajada de Venezuela, en la avenida Arequipa, verás un gentío inmenso en el patio, esperando turno de atención. Continúan lanzándose a la aventura; es un éxodo proporcional al sufrimiento que están soportando, pobre gente. Me pregunto cuándo terminará esta pesadilla y a qué precio. Recuerdo a una mujer joven en una combi con su hija pequeña malita (unos tres años y un fiebrón) desesperada sin saber bien qué hacer. O también otro muchacho que hacía trucos de magia en el carro y se molestó porque nadie le aplaudió; ese gesto de desolación e impotencia…

La iglesia peruana se ha comprometido muy decididamente con estos hermanos y ha abierto un centro de orientación donde ofrece asesoría legal y todo tipo de ayudas, contribuyendo a restañar el brote xenófobo. Ole ahí. Me quedo con la imagen de dos chicas rodando por el carril bici en San Borja. “Más tarde hemos quedado para tomar lonche en casa de Julia por su cumpleaños, ¿no? – Ajá, ya tengo preparado mi regalo, divino”. Es un distrito de clase media-alta. Las bicicletas eran de marca, llevaban cascos, gafas y guantes, y el maillot de una de ellas era la bandera de Venezuela.

sábado, 22 de febrero de 2020

UNA PIEDRA EN EL CAMINO


Me acuerdo perfectamente que el sábado 26 de octubre, cumpleaños de Jaime Piña, amigo y coordinador de la ODEC de Islandia, lo celebramos en el desayuno. La razón era que él y su novia María iban a pasar el día por Leticia y Tabatinga, y además tres del equipo nos íbamos a visitar un par de comunidades. Las hermanas prepararon muchas cosas y muy ricas, y yo seguramente dije eso de: “mejor comer ahora, que luego no sabemos qué puede pasar”. De modo que me puse como el tío Kiko y al ratito noté que algo en mi vientre no iba bien.

Durante muchos días me acompañó ese malestar, un dolor difuso que empeoraba después de las comidas; me sentía como hinchado aunque hubiese ingerido poco. Como la cosa no mejoraba, me desparasité, pero nada. Luego me traté contra infección intestinal, siempre pensando en las cochinadas que nos tragamos por esos ríos; pasé una semana bien fastidiado por los antibióticos, pero tampoco dio resultado. Me fui a Iquitos y allí me hice una analítica completa y una ecografía abdominal, en la que no se vio nada. Pero Elita, la enfermera del Vicariato, examinó los resultados de la orina y me dijo: “Padre, vas a tener piedras en el riñón”. Buen ojo clínico.

Las dos semanas anteriores a la Navidad el dolor se me localizó efectivamente en el riñón izquierdo y se me hizo más agudo. En el recorrido por el Yavarí hubo dos o tres momentos bien feos, pero si encontraba una hamaca y me tumbaba, a la media hora me aliviaba. De regreso a Islandia empecé con el Nolotil cuando me atacaba, y así con las justas llegué a Badajoz, le di un beso a mis papás y de frente al hospital después de un vuelo horroroso. Diagnóstico inicial: litiasis, o sea, una piedra de 7mm en el riñón. Luego al urólogo, luego TAC y tocaba litotricia, pero a eso ya no me daba tiempo, de modo que tenía que ser en Lima.

Es un procedimiento que consiste en bombardear la piedra con ondas de choque para romperla y luego ir botando los fragmentos por la orina. La primera sesión fue en mitad de los ejercicios espirituales en Villa Marista; tuve que escaparme porque me sentía seguro allí con las religiosas, si me daba un cólico fuerte en el posoperatorio, no estaría solo. De hecho los golpecitos de marras me hicieron pasar un rato regular na más, pero las misioneras de pura cepa me cuidaron con esmero: el cafecito de por la mañana temprano, jugo de papaya en el desayuno especialmente para mí (como los predicadores antiguos, que solo a ellos les ponían un vaso de vino y una tortilla francesa) y siempre en el comedor pasándome fuentes para hacer yapa (repetir) y silenciosamente preocupadas por cómo me encontraría de mi mal.

Me hicieron preparar remedios que las shamanas del grupo recomendaron: emoliente y agua de papa. Y así, entre puntos, meditaciones y acompañamientos, iba tomando un montonazo de líquido. Varias veces, en mitad de una conversación, me tuve que ir al baño, y orinando en un colador, el número de la cabra. Ellas bromeaban diciendo que, mientras que yo ayudaba a discernir los buenos y malos espíritus, ellas vigilaban los recipientes que tenía sobre mi mesa y luego comentaban entre dientes “Ha bebido poco; la botella de agua de papa no baja”. Es lo que tiene dar ejercicios a tus madres y abuelas estando malito.

De modo que las piedritas empezaron a salir y yo a sentirme mejor. Parece mentira que algo tan pequeño pueda joderle a uno tanto, si me permiten la vulgaridad. A la segunda litotricia fui preparado habiéndome zampado un cóctel de analgésicos, de modo que estuvieron dándole una hora y a mí plim. Seguí bebiendo a full y despedrándome los siguientes días, me daba cuenta que la arenilla se depositaba en el fondo del baldecito que usaba para orinar. En total hicieron falta seis pases y varias cántaras de agua hasta que el bueno del doctor me dio el alta.

Era un hombre pétreo y ahora voy más ligero de equipaje. Los gurús de la biodescodificación dirán que el cálculo renal se origina a partir de cristales de sales de fosfato y carbonato cálcico, o úricas. Es una masa de energía solidificada, creada a partir de pensamientos, miedos, emociones y sentimientos retenidos dentro y no expresados. Situaciones que debo resolver definitivamente y ver el futuro con calma y flexibilidad; para ir hacia delante con confianza y sin pretender hacer “cálculos” de todo y disponer de certezas y programaciones exhaustivas. Está bien. A tomar más agua y basta de intentar controlar la vida. Pero sería peor tener el corazón de piedra (Ez 11, 19), ¿no?

domingo, 16 de febrero de 2020

CURSO DE TEOLOGÍA CON GUSTAVO GUTIÉRREZ


Qué ganas tenía de escribirlo con todas las letras: he participado en el 50 curso de teología con Gustavo Gutiérrez, organizado por el Instituto Bartolomé de las Casas, en Lima. Ha sido una experiencia redonda, como todas las anteriores, porque es ya el quinto año que disfruto de este espacio, y se ha convertido en una de las claves de mi proceso personal de llegada al Perú.

Lo he contado otras veces, casi todos los meses de febrero desde 2016, si revisan mi blog. Pero siempre escribiendo con cautela, utilizando eufemismos como “encuentro de reflexión” o “encuentro teológico”. Y es que los organizadores se pensaron si aceptarme en el grupo, porque ¿y si yo ponía algo en Religión Digital y les causaba problemas? (Menos mal que Antonio Sáenz me “recomendó”, ¡gracias!). Tal fue el clima contrario a la teología de la liberación que se vivió en Lima durante los últimos veinte años.

Espionaje eclesiástico, suspensiones, prohibiciones de enseñar, vetos… Hasta el punto de que el curso de teología, que llevaba celebrándose desde 1971, tuvo que “exiliarse” a Chaclacayo, diócesis de Chosica, y allí fue donde yo lo conocí y me enamoré. Pero ahora, desde que “uno de nosotros” (en palabras del propio Carlos Castillo el año pasado) fue elegido arzobispo de Lima, el curso vuelve a casa, al Colegio de Jesús, y justo cuando cumple sus bodas de oro.


Es la teología de la liberación, sí señor, con todas las letras. Una corriente de pensamiento teológico fundamental en la historia de la Iglesia latinoamericana después del Concilio, unida al caminar de Medellín, Puebla… hasta Aparecida. Los grandes temas como la opción preferencial por los pobres, la evangelización de la cultura, la lucha por la justicia, la defensa de los derechos humanos y, últimamente, la preocupación ecológica, son los jalones de este modo de pensar la fe, la Iglesia de Jesús y su misión. Sin la teología de la liberación, y más después de “Evangelii Gaudium”, “Laudato Si” y el Sínodo de la Amazonía, creo que no es posible entender el actual impulso reformista de la Iglesia universal.

En medio siglo hubo una auténtica “nube de testigos”, de tantas personas que, al lado de los pobres, han reflexionado, han estudiado, han dialogado, han peleado. A muchos, que ya no están con nosotros, los hemos recordado en la Eucaristía final del curso. Otros, cuyos nombres no podía escribir, nos siguen acompañando como maestr@s y herman@s. De modo que estoy orgulloso de mencionar a Amparo Huamán, Felipe Zegarra, Andrés Gallego, Adelaida Sueiro, Luis Fernando Crespo, Pedro Hughes, Consuelo de Prado, Glafira Jiménez, Silvia Cáceres… (disculpen si olvido a alguien). ¡Gracias!

Y en medio de todos, el gran sabio, el mentor, el padre de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez. Siempre con nosotros, en todos los momentos de los cursos, escuchando todas las intervenciones, procesando, incorporando, aprendiendo. Cuando le toca a Gustavo introducir una semana de trabajo, los oídos se afinan y la atención es máxima; o sus “tuercas”, esa especie de recogida certera de lo más esencial poniendo los puntos sobre las íes, que nos dejan sobrecogidos e inspirados. Con enorme claridad, con humor, con tenacidad; y al mismo tiempo con gran apertura y humildad. Qué maravilla conocer a Gustavo y poder compartir esos momentos.

Supongo que con la perspectiva de los años apreciaré el impacto que los cursos de teología tienen en mí, en mi espiritualidad, en mis resortes para situarme en la realidad, en mi vivencia de la misión, en mis opciones pastorales, en un modo de ser Iglesia con una sensibilidad y unos acentos que, ante todo comparto con esta gente excepcional del curso de teología. Como ya escribí, en ese “nosotros” Carlos Castillo me incluyó a mí. Es un honor formar parte de esta historia, aunque sea chiquitito y el último que haya llegado. Me siento realmente estremecido y privilegiado.

PS: En su momento tampoco pude publicar esta foto, que me encanta. Pues hoy, ahí va.

sábado, 8 de febrero de 2020

CON LA GENTE DE LA SELVA


Una voz se alza en medio de la asamblea. Es una mujer shipiba que ora en su lengua. Está sentada a un metro de mí, y puedo notar cómo la plegaria surge de sus entrañas, los ojos cerrados, ese tono dulce y firme a la vez, una espléndida banda sonora de la espiritualidad indígena. Los nativos y los que hemos querido hacernos amazónicos quedamos sobrecogidos.

En cambio el padre Diego Clavijo, intrépido salesiano continuador de la obra del gigante Luis Bolla entre los achuar, nos enseña a “aplaudir” en su idioma: una serie de sonidos guturales que culminan alzando todo el mundo las manos: “¡¡UH-UH-UH-UUUUUH!!”. Es la gramática indígena del entusiasmo, la alegría y el agradecimiento, todo en uno. Y es que nos sentimos felices de estar juntos estas jornadas de encuentro en Lima.

Diego Clavijo y los diáconos achuar
Somos la gente de la selva. Llegados de todos los vicariatos del Perú, misioneros, agentes de pastoral, obispos; asháninkas, aguajún, boras, murui, kichwas, matsigenkas… con el corazón prendido por el Sínodo, orgullosos de compartir un mismo camino y expectantes ante el escrito del Papa Francisco, que sabemos que dará el espaldarazo definitivo a muchos pasos ya dados y a una buena catarata de sueños y proyectos.

Durante tres días nos reconocemos, nos reencontramos. Porque este espacio hace algunos años que se había dejado vacío y mudo. Invocamos el proceso de escucha presinodal, ponderamos y celebramos el valor de escuchar a los pueblos originarios; recordamos asambleas, reuniones, debates… más de 85.000 personas participaron. Luego, algunos de los que estuvieron en Roma nos cuentan sus experiencias y nos transmiten sus sensaciones como si fueran nuestra ayawaska, capaces de hacernos ver.

Nuestros sabios nos hablaron de espiritualidad indígena; de las madres de las plantas, la yuca dulce, la coca y el tabaco; de la danza y el canto como medios de comunicación con lo Divino; del ayuno, de la concentración, del silencio en medio del bosque, donde aprendemos que todo está conectado (LS 117). ¿Cómo promover el diálogo entre las distintas espiritualidades? ¿Cómo seguir siendo Iglesia escuchante, presente, respetuosa? ¿Cómo interpretar de manera nueva el contenido de la misión y avanzar por la trocha de la interculturalidad?

Se nos mostraron testimonios de inculturación lograda: 1el pueblo recibe el mensaje en su código, no en un habla extranjera / 2el pueblo acomoda el mensaje a sus propias categorías y lo torna comprensible / 3el pueblo discierne su propia cultura a la luz del Evangelio, que ha hecho suyo. ¡Es posible! Una maravilla a la que Diosito nos invita, la tarea fascinante de caminar juntos para plasmar una iglesia con rostro amazónico. Pero se insistió en un previo ineludible para los misioneros: aprender la lengua y aprenderla a fondo, para llegar al meollo, al alma de la cultura.

Llegado el momento de las conclusiones, para no caer en el “ahoraqueísmo”, se concretaron varias cosas. Necesitamos ampliar nuestra conexión, explorar nuevos modos de articulación y coordinación horizontal en educación, lucha por los Derechos Humanos, formación de líderes, planes pastorales, incidencia ecológica… Trabajar más en red, juntarnos, estar comunicados e informados rompiendo fronteras eclesiales y mentales.

Había misioneros clásicos, gigantes con décadas de inculturación en la selva; había otros más novatos, y algunos incluso recién llegados. Como no podemos clonar a los rukus, a los superexpertos, los mismos pueblos han de asumir su responsabilidad, les llegó la hora de ser sus propios pastores. Y pueden lograrlo por mística y por confianza, impulsados con el inmenso amor por la Amazonía que respiramos todos. Es nuestra tierra, así lo vivimos, con regocijo y con compromiso.

Allí estaba la gente de la selva. Y yo era uno de ellos. “¡¡UH-UH-UH-UUUUUH!!”



sábado, 1 de febrero de 2020

TODO ESTÁ A PUNTO DE DESMORONARSE (DE NUEVO)


La misión en nuestro Yavarí es tan incipiente, tan precaria, que casi cada iniciativa es un comenzar de cero. Todo está como cogido con alfileres de tal manera que siempre parece a punto de derrumbarse como un castillo de naipes. Por eso hay que valorar cada pequeño “logro” y no extrañarse de los aparentes “fracasos”, ambos conceptos entre comillas.

Por ejemplo: en una comunidad logramos que haya un animador que se compromete, quiere prepararse, etc. De hecho viene a la sesión de formación en Islandia e incluso al encuentro vicarial. Escuchamos algún rumor de que este hombre se emborracha, pero en general todo parece marchar… hasta que de pronto un día hay una pelea en la pareja, el animador maltrata a su mujer y literalmente secuestra a su hija pequeña llevándosela lejos. Hasta la fecha nadie sabe nada de él y esa comunidad sigue sin liderazgo.

Con las ayudas que conseguimos también las cosas pueden torcerse. Hay otro lugar donde, al preguntar cómo va el manejo del botiquín que hemos donado, varias personas ni saben de qué les estamos hablando, “¿es que hay remedios a disposición?”, la primera en la frente. O bien se comenta que los medicamentos solo se los dan “entre ellos”, es decir, entre los ticunas, para los mestizos no hay. En la reunión de la noche, el promotor, que se había quedado al cargo, intenta explicar que “yo tengo que ganar algo para mi familia, entonces debo vender las medicinas etc etc”. Un lío, cuando en teoría quedó claro todo en la capacitación, y especialmente que no se vende, sino que se comparte y la gente aporta un poquito para reponer.

Este recorrido incluye un domingo, vamos a decidir en qué sitio estaremos ese día, una comunidad donde celebrar la Eucaristía no sea demasiado raro y al menos el animador y su familia comulguen. Ya: aquí. De modo que avisamos, yo mismo le digo en persona al animador que estaremos allí el día 15… y cuando llegamos el día 15 han viajado todos a Caballo Cocha. Eso es lo que hay; a la misa llegan dos personas. Al menos una señora nos regaló huevos sancochados para la cena.

Todo cambia, como canta Mercedes Sosa, y a menudo rápidamente y de manera imprevista. Una familia que habíamos visitado ya no vive allí, otro animador resulta que de un día para otro huye buscado por la justicia, una casa que conocemos en el siguiente viaje ya no existe, la han desarmado entera y se han marchado sin decir adónde. Una joven catequista que había iniciado un grupo de niños, súbitamente y sin previo aviso se va a vivir a Bogotá; otro catequista prometedor también se ausenta de golpe para trabajar en Iquitos, y ya no ha regresado; y otra simplemente se queda embarazada y chau la catequesis, ay Diosito.

La misión está en pañales por esta frontera. La “plantación” de la Iglesia (Ad Gentes 6) apenas se encuentra en la fase de desmontaje de la chacra y preparación de la tierra. Es una evangelización sujeta con pinzas, animosa pero incierta, y de momento se expresa en estructuras poco definidas y nada firmes. Eso la hace apasionante porque significa que van a venir más cambios, que habrá que adaptarse a muchas circunstancias y continuar inventando, sin tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos y a lo que tratemos de hacer.

Secuelas de la chocolatada
Porque lo imprevisible es escenario privilegiado del humor de Dios y sus sorpresas. El otro día, en San Sebastián, una comunidad crucista y aparentemente hostil, cuando parecía que la reunión (sobre apoyos, construcción de baños, etc.) ya iba a terminar, la gente añade un último punto: el Bautismo. La señora Katy, que ya nos había hablado de ello en otros momentos en voz baja (como para que nadie se molestase), plantea esta vez el tema abiertamente, y otras personas también. ¿Cómo hacemos para preparar a los papás y padrinos? ¿Cómo preparar a los adultos que desean bautizarse? Nos quedamos boquiabiertos.

No sé si nuestra formación sacerdotal y religiosa, tan filosófica, nos equipó con la creatividad precisa para movernos en esta provisionalidad movediza y evanescente; pero hay que espabilar, relativizar los “éxitos”, no dramatizar los supuestos reveses y vivirse como parte de un proceso en el que Dios elige el momento y el modo, a veces cuando no esperamos ya nada… Él siempre nos desborda con nuevos brotes de vida. Cosas de la selva.

PS: Es curioso cómo se repite la historia y las reflexiones son tan similares en contextos tan distintos como la selva y los pueblos extremeños. Vean si no la entrada del 6 de noviembre de 2012... Si me descuido le pongo el mismito título.