sábado, 8 de febrero de 2020

CON LA GENTE DE LA SELVA


Una voz se alza en medio de la asamblea. Es una mujer shipiba que ora en su lengua. Está sentada a un metro de mí, y puedo notar cómo la plegaria surge de sus entrañas, los ojos cerrados, ese tono dulce y firme a la vez, una espléndida banda sonora de la espiritualidad indígena. Los nativos y los que hemos querido hacernos amazónicos quedamos sobrecogidos.

En cambio el padre Diego Clavijo, intrépido salesiano continuador de la obra del gigante Luis Bolla entre los achuar, nos enseña a “aplaudir” en su idioma: una serie de sonidos guturales que culminan alzando todo el mundo las manos: “¡¡UH-UH-UH-UUUUUH!!”. Es la gramática indígena del entusiasmo, la alegría y el agradecimiento, todo en uno. Y es que nos sentimos felices de estar juntos estas jornadas de encuentro en Lima.

Diego Clavijo y los diáconos achuar
Somos la gente de la selva. Llegados de todos los vicariatos del Perú, misioneros, agentes de pastoral, obispos; asháninkas, aguajún, boras, murui, kichwas, matsigenkas… con el corazón prendido por el Sínodo, orgullosos de compartir un mismo camino y expectantes ante el escrito del Papa Francisco, que sabemos que dará el espaldarazo definitivo a muchos pasos ya dados y a una buena catarata de sueños y proyectos.

Durante tres días nos reconocemos, nos reencontramos. Porque este espacio hace algunos años que se había dejado vacío y mudo. Invocamos el proceso de escucha presinodal, ponderamos y celebramos el valor de escuchar a los pueblos originarios; recordamos asambleas, reuniones, debates… más de 85.000 personas participaron. Luego, algunos de los que estuvieron en Roma nos cuentan sus experiencias y nos transmiten sus sensaciones como si fueran nuestra ayawaska, capaces de hacernos ver.

Nuestros sabios nos hablaron de espiritualidad indígena; de las madres de las plantas, la yuca dulce, la coca y el tabaco; de la danza y el canto como medios de comunicación con lo Divino; del ayuno, de la concentración, del silencio en medio del bosque, donde aprendemos que todo está conectado (LS 117). ¿Cómo promover el diálogo entre las distintas espiritualidades? ¿Cómo seguir siendo Iglesia escuchante, presente, respetuosa? ¿Cómo interpretar de manera nueva el contenido de la misión y avanzar por la trocha de la interculturalidad?

Se nos mostraron testimonios de inculturación lograda: 1el pueblo recibe el mensaje en su código, no en un habla extranjera / 2el pueblo acomoda el mensaje a sus propias categorías y lo torna comprensible / 3el pueblo discierne su propia cultura a la luz del Evangelio, que ha hecho suyo. ¡Es posible! Una maravilla a la que Diosito nos invita, la tarea fascinante de caminar juntos para plasmar una iglesia con rostro amazónico. Pero se insistió en un previo ineludible para los misioneros: aprender la lengua y aprenderla a fondo, para llegar al meollo, al alma de la cultura.

Llegado el momento de las conclusiones, para no caer en el “ahoraqueísmo”, se concretaron varias cosas. Necesitamos ampliar nuestra conexión, explorar nuevos modos de articulación y coordinación horizontal en educación, lucha por los Derechos Humanos, formación de líderes, planes pastorales, incidencia ecológica… Trabajar más en red, juntarnos, estar comunicados e informados rompiendo fronteras eclesiales y mentales.

Había misioneros clásicos, gigantes con décadas de inculturación en la selva; había otros más novatos, y algunos incluso recién llegados. Como no podemos clonar a los rukus, a los superexpertos, los mismos pueblos han de asumir su responsabilidad, les llegó la hora de ser sus propios pastores. Y pueden lograrlo por mística y por confianza, impulsados con el inmenso amor por la Amazonía que respiramos todos. Es nuestra tierra, así lo vivimos, con regocijo y con compromiso.

Allí estaba la gente de la selva. Y yo era uno de ellos. “¡¡UH-UH-UH-UUUUUH!!”



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