Los días posteriores al grito de luz teníamos programado salir al Yavarí, pero nos pareció mejor quedarnos acá para “estar”, y no ausentarnos precisamente en estos momentos de desolación y turbulencia. La gente necesita referencias y liderazgos todavía más cuando se ha visto que la vida está amenazada, sin más glosa. Resultaron ser jornadas de reuniones, conversas y coordinaciones varias, pero sobre todo de presencia.
El suceso salió en la tele, y no hay mejor
despertador para los políticos. El
ministro del interior llamó inmediatamente al general de la policía de Loreto
(me imagino: “Oye cumpa, ese sitio,
Islandia, donde han matado a un niño, actúa rápido y resuelve la crisis, que no
quede mal la institución”) y al toque llegaron desde Iquitos un coronel, un
comandante y varios oficiales de “asuntos internos”, relevaron al desafortunado
alférez jefe de acá y ese mismo día se presentó un nuevo responsable para el
puesto, el capitán Murillo, hombre curtido en mil batallas desde la época de
los terrucos. Todo ventilado en varias reuniones con las autoridades
locales (con el padre a la cabeza)
donde hubo tiempo para contar cómo fue, expresar quejas, preguntar, pedir y
recibir explicaciones, conocer el estado de la investigación, etc.
Se
trataba de calmar los ánimos y transmitir a la población un mensaje de
confianza. Ayudó la noticia de que el presunto
culpable fue enviado “adentro” (como dicen acá), en prisión preventiva mientras
continúan las diligencias. Los padres de Michel regresaron de Caballo Cocha y
pudimos visitarlos y mostrarles nuestra solidaridad. Vi a la mamá bastante
serena, mientras que el papá me pareció más emotivo y sobrepasado por la
desgracia. Al mismo tiempo, como habíamos hablado en el coliseo, se fueron
reorganizando las juntas vecinales por calles con vistas a la creación de ese
comité civil de defensa del pueblo. Y los misioneros, de lleno en el “nudo de
la tormenta humana” (Evangelii Gaudium 270).
En esa especie de “tensión de baja intensidad”
transcurrió la semana y llegó el sábado. Como era la víspera del referéndum, en
la mañana fuimos a pedir permiso a las autoridades electorales (ONPE y JNE)
para celebrar el funeral y la reunión fijados
para la noche. A pesar de que la luz se cortaba, acudió al coliseo una buena
cantidad de vecinos. Las lecturas del segundo domingo de Adviento nos
iluminaron: la visión de la tierra sin
mal (“Envuélvete en el manto de la
justicia”- Ba 5, 2), un don seguro que al mismo tiempo requiere trabajo (“Preparen el camino del Señor” – Lc 3, 4).
Una promesa que exige un compromiso, estar unidos y no tener miedo.
Entre discurso y discurso –alguno interminable-, la reunión posterior dio a luz al Frente de Defensa de los Derechos e Intereses del Distrito del Yavarí. Un comité que tratará de poner las pilas a las autoridades para luchar contra los abusos de todo tipo y velar por la seguridad ciudadana, además de reivindicar muchas cosas de las que carecemos: fiscalía, comunicaciones, electrificación, agua… Por supuesto la Iglesia católica, que es el único grupo religioso que ha estado en la vanguardia de este proceso, forma parte de este nuevo organismo popular.
El Papa dice, en esos párrafos de Evangelii Gaudium que tanto me inspiran, que “para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268). Me encantó estar ahí a pesar de esta nueva responsabilidad y la chamba que se avecina. Porque “cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo” (EG 270).
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