Después de que trajeron el pan y el vino, se
acercó la pareja kichua con un baldecito de masato y una bandeja con yucas, los
alimentos propios de nuestra selva. Comí
un poco de yuca y la warmi me ofreció
un pate, que tomé entero; el masato es la bebida de la fiesta y del compartir,
la auténtica sangre de las culturas
amazónicas. Para nosotros, un honor y una obligación sagrada beberlo. “Señor, te ofrecemos el pan y el vino en los que
creemos que estás. Pero más claro te vemos en nuestra yuca y en nuestro masato,
y ni que hablar cuando lo compartimos”. Y por
supuesto, mientras se bebe no se habla.
De hecho, hasta ese momento del ofertorio ya
llevaba todita la Eucaristía sin abrir
la boca, porque los ritos iniciales al completo los hizo Juan Pablo,
animador de Yanashi: “en el nombre del Padre…”, invitación al Gloria, oración
colecta… todo menos el perdón, que lo celebramos a la manera del Alto Napo.
Llori, animador de Angoteros, con su peto blanco, nos hizo la limpia con unas ramas de pichana, primero a mí y después al resto
de la asamblea. También en silencio. Conectando con la profunda espiritualidad
de los indígenas. Ellos saben que el silencio es el lenguaje de las plantas.
Escuchamos la Palabra, la comunidad de
Indiana y los animadores del encuentro vicarial del CEFAC (Centro de Formación
de Animadores Cristianos “Gastón Harvey”). El
Evangelio de boca de uno de ellos, y seguidamente la homilía entre dos:
Juan Pablo y don José Paredes, también de Yanashi y uno de los rukus (mayores) de la reunión. Habíamos
conversado en la tarde sobre las lecturas y el sentido de la fiesta de Cristo
Rey, y les animé mucho. “Díganlo a su
manera, con sus palabras”. ¿Cómo no, después de varios días pensando y
soñando una Iglesia con rostro amazónico e indígena, como pide el Papa?
Seguía en silencio cuando presentaba el
cáliz, que se me antojó algo poco selvático, tan “metálico”. Ellos hicieron el
prefacio, se cantó “Sumak”, el santo, y
por fin el sacerdote habló, solo para contar la historia de aquella noche,
cuando Jesús se hizo vida nuestra para siempre. El pastor pasa largos
tiempos observando a su rebaño, conociendo a cada oveja, en una cariñosa
vigilancia. Apenas silba para indicar el momento, porque sus ovejas conocen el
camino, y él va detrás de ellas. “Esto es
mi cuerpo”.
Las oraciones siguientes, la intercesión
por la Iglesia, por los difuntos… todo fue pronunciado por los animadores. El
padrenuestro lo rezamos mita mita en
kichua y en castellano. La paz nos la habíamos dado al principio, tras la limpia, al modo del Napo, así que comulgué
en silencio y ellos distribuyeron el pan. Así que una vez que había dicho “Hagan
esto en memoria mía”, ya no volvió a escucharse mi voz. La oración final y la
bendición ellos también. Fui un presidente de la Eucaristía callado, sosegado y
contemplativo. Estaba emocionado por
vivir algo tan distinto, como dejándome llevar por el río con regocijo y silencioso
asombro.
No sé adónde nos llevará este camino hacia
una Iglesia con alma amazónica, pero es un sendero sin retorno. Aunque nos
empeñemos en generar un cristianismo similar al de Lima o España, no podrá ser
y siento que no debe ser. Nos toca a los misioneros acompañar a personas y comunidades
que irán gestando su propio modo de seguir a Jesús, con sus cosmovisiones, su
espiritualidad y sus gestos. Ponernos en medio y detrás, contemplar, y aprender
“su manera”, y en silencio. El pastor pues no es el que instruye, sino el que ama sin comprender, experto en
escuchar y dispuesto a llegar adonde vayan sus hermanos, sin jamás separarse de
ellos.
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