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"Dónde estás?" - me pregunta al teléfono el otro día un compañero a las 11:30 de la mañana.
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"En el Valle de Matamoros" - contesto yo.
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"¿Y qué haces ahí?" - sigue él.
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Buena pregunta. ¿Qué hago yo un martes a media mañana en un pueblo extremeño de 400 habitantes literalmente desierto, paseando por las calles
semicongeladas, sumergido la niebla, sin casi ver un alma y con el silencio atascándome los oídos?
Pues
nada. Así como suena. Llego, entro en la tienda de Encarna, saludo a quien haya, bromeo, comento, compro el pan, escucho, sonrío (o lo intento). Luego trato de ver a algún anciano y/o enfermo, toco con los nudillos en la puerta, no se
siente nada, demasiado temprano, de vuelta a los corrales, casi me resbalo por la cuesta de la calle Laguna, olvidé el paraguas,
vayapordios...
Nada. En la tarde es aún más árido y vacío el panorama. Te pones al lado del pilar del Paseo o del Coso y solo aprecias el murmullo del chorrito de agua confundido con alguna protestona ráfaga de viento. Es un clima durísimo, áspero, como la misión.
Pero tengo que ir. Es
mi pueblo, me lo han encomendado. Tengo que ir aunque sea para saludar. Aunque
a veces me siento como el teniente John Dunbar, enviado a un puesto en la frontera del territorio indio sin ningún tipo de compañía. El relevo no llegaba, Kevin Costner se afeitaba y, aunque estaba tan atacado de soledad que se puso a hablar con el lobo Calcetines, el tipo no cejaba, él ahí, firme en su posición, cumpliendo con su deber.
Esa perseverancia, que por momentos linda con lo grotesco, le lleva a hacerse amigo de Pájaro Guía y conocer así la cultura de los sioux, ser aceptado entre ellos y poder trabajar para eliminar la enemistad con los
rostros pálidos. Y además se echa una novia, En Pie con el Puño en Alto. En el lejano oeste como aquí, el que no corre vuela.
Voy porque hay que estar, hay que patear el pueblo. Gratuitamente. Quizá para mostrar que
eso es lo que hace Dios, recorrer humildemente nuestros caminos a ver si nos dejamos encontrar, para querernos, sin pretender "sacar nada" de nosotros, sin que haga falta que creamos en Él o nos apuntemos a nada.
Eso es lo que hago ahí. Nada. Y encima, en vez de En Pie con el Puño en Alto, aparece Gabina y me invita a galletas de vainilla. Ay madre.